2. La crisis de 1929 y sus causas
A diferencia de Europa, Estados Unidos salió de la guerra más fuerte que nunca. Sólo en términos económicos había pasado de ser deudor a acreedor, se había hecho con nuevos mercados en su país y en el extranjero a costa de los productores europeos, y había establecido una balanza comercial sumamente favorable. Con sus numerosos mercados, la creciente población y el rápido avance tecnológico, parecía haber encontrado la clave para la prosperidad perpetua.
En el verano de 1928, los bancos e inversores americanos comenzaron a restringir la compra de obligaciones alemanas y de otros países para invertir sus fondos a través de la bolsa de Nueva York, que empezó consecuentemente a subir de forma espectacular. Durante el alza especulativa del “gran mercado alcista” muchas personas con ingresos modestos se vieron tentadas de comprar acciones a crédito. A finales del verano de 1929, Europa estaba sintiendo la presión del cese de inversiones americanas en el extranjero, e incluso la economía americana había dejado de crecer. El producto nacional bruto norteamericano llegó a su máximo en el primer cuarto de 1929, para después ir bajando gradualmente; la producción de automóviles norteamericana descendió desde 622.000 vehículos en marzo a 416.000 en septiembre. En Europa, Gran Bretaña, Alemania e Italia estaban viviendo ya las angustias de una depresión, pero, con los precios de las acciones en alza continua, los inversores norteamericanos y los funcionarios públicos prestaron escasa atención a estos signos preocupantes.
El 24 de octubre de 1929-el jueves negro de la historia financiera americana- el pánico provocó una avalancha masiva de venta de acciones en la Bolsa, haciendo que los precios de las mismas cayeran en picado y eliminando millones de dólares en valores ficticios de papel. Otra oleada de venta se produjo el 29 de octubre, el martes negro. El índice de los precios de la bolsa, que tuvo su punto máximo en 381 el 3 de septiembre(1926=100), cayó a 198 el 13 de noviembre… y siguió cayendo. Los bancos exigieron el pago de los préstamos, forzando aún más a los inversores a lanzar sus acciones al mercado al precio que quisiera dárseles. Los americanos que habían invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron su activo allí para repatriar los fondos. A lo largo de 1930 continuó la retirada de capital de Europa, situando a todo el sistema financiero bajo una presión insoportable. Los mercados financieros se estabilizaron, pero los precios de las mercancías bajaban cada vez más, transmitiendo la presión a productores como Argentina y Australia.
La quiebra de la bolsa no fue la causa de la recesión-ésta ya había comenzado, en los Estados Unidos y también en Europa- pero fue una clara señal de que estaba en camino. La producción mensual de automóviles en los Estados Unidos descendió a 92.500 unidades en diciembre, y el desempleo en Alemania alcanzó los 2 millones. En los tres primeros meses de 1931, el total del comercio internacional había descendido a menos de dos tercios del valor alcanzado en el mismo período de 1929.
En mayo de 1931 el Creditanstalt austriaco, de Viena, uno de los bancos más grandes e importantes de Europa central, suspendió sus pagos. Aunque el gobierno austriaco congeló los valores del banco y prohibió la retirada de fondos, el pánico se extendió a Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Polonia y, especialmente, a Alemania, donde la retirada a gran escala de fondo tuvo lugar en junio, redundando en la quiebra de varios bancos. Según los términos del Plan Young, que habían reemplazado al Plan Dawes en 1929 como medio para arreglar el problema de las reparaciones, Alemania estaba obligada a hacer un pago más de reparaciones el 1 de julio. En los Estados Unidos, el presidente Hoover, forzado por las circunstancias a reconocer la interdependencia de las deudas de guerra y las reparaciones, propuso el 20 de junio una moratoria de un año en todos los pagos intergubernamentales de deudas de guerra y reparaciones, pero era demasiado tarde para contener el pánico. Francia contemporizó, y el pánico se extendió a Gran Bretaña, donde el 21 de septiembre el gobierno autorizó al Banco de Inglaterra a suspender los pagos en oro.
Varios países fuertemente afectados por la caída de los precios de sus productos primarios, como Argentina, Australia y Chile, habían abandonado ya el patrón oro. Entre septiembre de 1931 y abril de 1932 lo hicieron oficialmente otros veinticuatro países y otros, aunque nominalmente aún lo seguían, habían suspendido en realidad los pagos en oro. Sin un patrón internacional común, los valores de las monedas fluctuaban sin sentido, en respuesta a la oferta y la demanda, influidos por la fuga de capital y los excesos del nacionalismo económico, como reflejaba los cambios punitivos de aranceles. Entre 1929 y 1932, el comercio internacional cayó de forma drástica induciendo caídas similares, aunque comparativamente menores en la producción manufacturera, el empleo y la renta per cápita.
Una de las características principales de las decisiones políticas de 1930-31 había sido su aplicación unilateral: las decisiones de suspender el patrón oro y de imponer aranceles y cuotas habían sido tomadas por gobiernos nacionales sin una consulta o acuerdo internacional y sin considerar las repercusiones en las respuestas de las otras partes afectadas. Esto contribuyó en gran parte a la anarquía resultante. Finalmente, en 7 junio de 1932, representantes de las principales potencias europeas se reunieron en Lausana (Suiza) para discutir las consecuencias del final de la moratoria de Hoover: ¿debía reanudar Alemania los pagos de reparaciones? Y, si era así, ¿bajo qué condiciones? ¿Debían los deudores europeos reanudar los pagos de las deudas de guerra a los Estados Unidos? Aunque los europeos convinieron el práctico final de las reparaciones y, con ello, el de las deudas de guerra, el acuerdo nunca fue ratificado porque los Estados Unidos insistían en que eran dos problemas totalmente distintos. De este modo, tanto las reparaciones como las deudas de guerra prescribieron simplemente; Hitler declaró en 1933 el final de la “esclavitud de los intereses”. Sólo la diminuta Finlandia devolvió su pequeña deuda a los Estados Unidos
El último esfuerzo importante de cara a la cooperación internacional para terminar con la crisis económica fue la Conferencia Monetaria Mundial de 1933. Propuesta oficialmente por la Sociedad de naciones en mayo de 1932 y adoptada como resolución en la Conferencia de Lausana de julio de aquel año, el borrador de la agenda para la conferencia estaba orientado a alcanzar acuerdos para restaurar el patrón oro, reducir las cuotas y aranceles de importación e idear otras formas de cooperación. El papel de Estados Unidos, a la sazón inmerso en una elección presidencial, en esta conferencia se consideró universalmente como esencial. Debido a las elecciones y al interés de los candidatos Hoover y Roosevelt, por no comprometerse antes de tiempo, la conferencia fue aplazada para la primavera de 1933 y llegada ésta, de nuevo hasta junio para permitir a Roosevelt organizar su administración.