El Arte Románico: Primera Expresión Artística Europea
El estilo románico, desarrollado entre los siglos XI y XII, se considera la primera expresión de un arte europeo común. La orden benedictina fue la principal impulsora de su expansión. Este estilo se manifestó principalmente en la arquitectura de monasterios e iglesias, tanto rurales como urbanas. La escultura y la pintura se integraban a la arquitectura con una función más didáctica que decorativa, buscando educar al creyente y fortalecer su fe.
La arquitectura románica se caracteriza por el predominio de líneas horizontales y muros macizos. Estos muros se cubren con arcos de medio punto abocinados, mientras que las naves se techan con pesadas bóvedas de cañón o, en ocasiones, con bóvedas de arista. En el interior de las iglesias, las paredes suelen estar decoradas con pinturas murales que representan, de forma hierática y esquemática, escenas de la vida de Jesús, de los santos o de la vida cotidiana. En el ábside, se solían colocar esculturas de Cristo crucificado o de la Virgen con el Niño, con un estilo poco naturalista.
El Auge del Arte Gótico
A finales del siglo XII surge el estilo gótico, que se mantendrá vigente hasta finales del siglo XV. Este estilo, predominantemente urbano, reflejaba el dinamismo ascendente de la burguesía europea y de las monarquías territoriales. Las grandes catedrales, los ayuntamientos y los palacios se convirtieron en las construcciones más representativas del gótico.
La arquitectura gótica se caracteriza por la verticalidad y el predominio de líneas ascendentes, que se plasman en sus altas torres rematadas con chapiteles. El interior de las catedrales góticas se desarrolla en altura y se caracteriza por su luminosidad, gracias a sus grandes ventanales con vidrieras. Las naves se cubren con bóvedas de crucería, que dan forma a una bóveda más ligera que la románica. Las vidrieras sustituyen a las pinturas murales del románico y, más tarde, aparecen los retablos o relieves con un carácter más naturalista.
El Arte Mudéjar: Fusión de Estilos
El arte mudéjar experimentó un desarrollo notable en la Península Ibérica. Este estilo, que tiene como base el románico y el gótico, incorporó elementos propios de la tradición musulmana, como el uso del ladrillo, los azulejos y la decoración de influencia islámica.
La Arquitectura de Al-Andalus
En Al-Andalus, las fórmulas constructivas romanas y visigodas se fusionaron con las aportaciones bizantinas y árabes, dando lugar a una arquitectura original y de gran valor artístico. En un principio, se adaptaron edificios civiles y religiosos visigodos a las necesidades de la cultura islámica. Sin embargo, el crecimiento de la población musulmana impulsó la construcción de mezquitas.
La decoración en la arquitectura andalusí es principalmente abstracta, con dibujos geométricos y estilizaciones de figuras animales, ya que el islam prohibía la representación de figuras humanas. La Mezquita de Córdoba, que experimentó sucesivas ampliaciones, es uno de los ejemplos más importantes de este estilo, conservando aún sus elementos esenciales. La Mezquita Almohade de Sevilla fue destruida para construir la catedral gótica, aunque se conserva su minarete, la Giralda.
Los emires, califas y reyes andalusíes también buscaron plasmar su poder a través de la construcción de palacios. Numerosos restos de alcazabas y fortificaciones se encuentran dispersos por todo el territorio de Al-Andalus, así como baños públicos, una instalación de origen romano que los musulmanes adoptaron.
Las Guerras Carlistas (1833-1876)
Antecedentes
Las Guerras Carlistas fueron una serie de conflictos armados que tuvieron lugar en España durante el siglo XIX. El origen de estas guerras se encuentra en la disputa por el trono español tras la muerte de Fernando VII en 1833.
Don Carlos, hermano del rey fallecido, reclamó sus derechos dinásticos al trono, basándose en la Ley Sálica que impedía a las mujeres reinar. Sin embargo, Fernando VII había derogado la Ley Sálica antes de su muerte, permitiendo así que su hija Isabel fuera proclamada reina como Isabel II. Este hecho provocó el levantamiento de los partidarios de Don Carlos, conocidos como carlistas, dando inicio a la Primera Guerra Carlista.
Bando Carlista
El carlismo aglutinaba a los sectores más absolutistas e intransigentes de la sociedad española. Defendían la monarquía absoluta, la unión entre la Iglesia y el Estado, y el mantenimiento del Antiguo Régimen. Su lema era»Dios, Patria, Rey y Fuero».
Socialmente, el carlismo tenía su base en una parte de la nobleza, el bajo clero y parte del campesinado, especialmente en las zonas rurales del norte de España. La defensa de los fueros, privilegios y leyes tradicionales de algunas regiones, fue una de las razones del arraigo del carlismo en estas zonas, especialmente en el País Vasco y Navarra.
Bando Isabelino
El bando isabelino, por su parte, estaba formado por los liberales, que veían en Isabel II la posibilidad de instaurar una monarquía constitucional y llevar a cabo reformas en el país. También contaban con el apoyo de los moderados, sectores del ejército y la alta jerarquía de la Iglesia.
El gobierno de María Cristina de Borbón, reina regente durante la minoría de edad de Isabel II, recibió el apoyo de potencias extranjeras como Portugal, Inglaterra y Francia.
Desarrollo de las Guerras Carlistas
Primera Guerra Carlista (1833-1840)
La Primera Guerra Carlista se desarrolló principalmente en el norte de España, especialmente en el País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón. Los carlistas, gracias a su conocimiento del terreno y a la utilización de tácticas de guerrilla, lograron importantes victorias en los primeros años de la guerra.
Sin embargo, la consolidación del liberalismo en el gobierno y el apoyo militar de Francia e Inglaterra inclinaron la balanza a favor del bando isabelino. La victoria liberal en la batalla de Luchana (1839) aceleró el final del conflicto, que concluyó con la firma del Convenio de Vergara (1839) entre el general Espartero, del bando isabelino, y el general Maroto, del bando carlista.
Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
La Segunda Guerra Carlista fue un conflicto de menor intensidad que la primera y se desarrolló principalmente en Cataluña. Estuvo motivada por el intento de Carlos Luis de Borbón, hijo de Don Carlos, de tomar el poder. La guerra finalizó con la derrota carlista.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La Tercera Guerra Carlista fue la última de las guerras carlistas. Se inició tras el destronamiento de Isabel II y la proclamación de la Primera República Española. Los carlistas, liderados por Carlos VII, nieto de Don Carlos, vieron la oportunidad de hacerse con el trono. Sin embargo, fueron derrotados definitivamente en 1876 por las tropas del rey Alfonso XII. Tras esta derrota, se decretó la abolición de los fueros vascos y navarros.
Consecuencias de las Guerras Carlistas
Las Guerras Carlistas tuvieron importantes consecuencias para la historia de España. Supusieron un freno a la consolidación del liberalismo y la modernización del país. Además, contribuyeron a agudizar las divisiones políticas y sociales en España, dejando una huella profunda en la sociedad española del siglo XIX.