El Carlismo Durante el Reinado de Isabel II: Oposición, Guerras y Consecuencias

El Reinado de Isabel II: La Oposición Carlista y las Guerras Civiles

El Carlismo como Oposición Dinástica y al Liberalismo

El movimiento carlista, como oposición dinástica, apoyaba las pretensiones al trono del hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, y de sus descendientes, en contra de la línea sucesoria femenina de Isabel II. El carlismo defendía a ultranza el mantenimiento de las viejas tradiciones del Antiguo Régimen, en abierta oposición a una modernidad identificada con la revolución liberal.

En sus comienzos, el ideario político carlista era difuso, pero con el tiempo acabó articulándose en torno a unos cuantos núcleos ideológicos estamentales:

  • La tradición política del absolutismo monárquico.
  • La restauración del poder de la Iglesia y de un catolicismo excluyente de cualquier otra creencia.
  • La idealización del medio rural y el rechazo de la sociedad urbana e industrial.
  • La defensa de las instituciones y los fueros tradicionales de vascos, navarros y catalanes.

La Cuestión Foral

Con frecuencia se ha presentado la cuestión foral como el rasgo más definitorio del movimiento carlista. Pero la historiografía actual relativiza su importancia: no en todos los territorios existía una acentuada conciencia foral, ni esta se canalizó en exclusiva a través del carlismo.

Apoyos Sociales y Ámbito Geográfico del Carlismo

Como movimiento de cierta amplitud social, contaba con dos apoyos básicos:

  • Un sector del clero, que percibía el liberalismo como el gran enemigo de la Iglesia y la religión.
  • Una parte del pequeño campesinado, que veía amenazadas sus tradiciones y su situación económica por las reformas liberales.

En cuanto a su ámbito geográfico, arraigó sobre todo en zonas rurales de las Vascongadas, Navarra, Aragón, la Cataluña interior y el Maestrazgo.

Las Guerras Carlistas

El movimiento carlista desencadenó tres conflictos armados —los dos primeros durante el reinado de Isabel II— que representaron un grave problema para la estabilidad política de España durante gran parte del siglo XIX.

Primera Guerra Carlista (1833-1840)

La primera guerra carlista fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. Los primeros levantamientos en apoyo de Carlos María Isidro, proclamado rey por sus seguidores con el nombre de Carlos V, ocurrieron a los pocos días de morir Fernando VII, pero fueron sofocados con facilidad, salvo en el medio rural de las Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Levante.

Se trataba de una contienda civil, pero tuvo también una proyección exterior: las potencias absolutistas (Austria, Rusia y Prusia) y el Papa apoyaban al bando carlista; mientras que Inglaterra, Francia y Portugal secundaron a Isabel II, lo que se materializó en el Tratado de la Cuádruple Alianza (1834).

Ambos bandos contaban con generales de gran talla —Zumalacárregui en el norte, y Cabrera en el este, por parte de los carlistas; Espartero, por la parte isabelina—, lo que prolongó y dificultó la solución del conflicto.

El agotamiento carlista provocó la división interna del movimiento entre dos grupos: los intransigentes –partidarios de seguir la guerra– y los moderados, encabezados por el general Maroto –partidarios de llegar a un acuerdo honroso con el enemigo–.

Las negociaciones entre Maroto y Espartero culminaron en el Convenio de Vergara (1839), que marcó el fin de la guerra en el norte; Cabrera resistió en la zona levantina casi un año más.

Segunda Guerra Carlista (1846-1849)

La segunda guerra carlista no tuvo el impacto ni la violencia de la primera, aunque se prolongó intermitentemente hasta 1860. El principal escenario fue el campo catalán, aunque hubo algunos episodios aislados en otras zonas. El pretendiente era Carlos VI, hijo de Carlos María Isidro.

Consecuencias de las Guerras Carlistas

El conflicto tuvo importantes repercusiones, además de los elevados costes humanos. Las principales consecuencias fueron:

  • La inclinación de la monarquía hacia el liberalismo. El agrupamiento de los absolutistas en torno a Carlos V convirtió a los liberales en el más seguro y consistente apoyo del trono de Isabel II.
  • El protagonismo político de los militares. Los militares se convirtieron en una pieza clave para la defensa del régimen liberal. Los generales se acomodaron al frente de los partidos y se erigieron en árbitros de la vida política. El recurso abusivo a la práctica del pronunciamiento se convirtió en la fórmula habitual de instaurar cambios de gobierno o de reorientar la política durante todo el reinado.
  • Los enormes gastos de guerra situaron a la nueva monarquía liberal ante serios apuros fiscales, que condicionaron la orientación dada a ciertas reformas, como la desamortización de Mendizábal.

A comienzos del reinado de Isabel II, surgieron los primeros partidos políticos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *