El Congreso de Viena y la Restauración Europea: El Nuevo Orden tras Napoleón

El Congreso de Viena y la Restauración Europea

La Caída de Napoleón y el Retorno de la Monarquía

En 1814, Napoleón fue derrotado y desterrado a la isla de Elba. En consecuencia, el imperio que el emperador de los franceses había creado en torno a Francia no era sostenible y urgía reorganizar el mapa de Europa, empezando por la propia Francia. Después de 30 años de guerra, Europa deseaba la paz y se consideró positivo lograr la estabilidad en Francia que podía ofrecer el monarca Luis XVIII, el hermano de Luis XVI, que ahora restauraba el trono de los Borbones.
Los franceses eran monárquicos y aceptaron bien la restauración de la monarquía, especialmente porque en sus años de exilio Luis XVIII había comprendido que debía aceptar los cambios impuestos por Napoleón y la Revolución Francesa, de manera que su régimen fue el de un absolutismo moderado.

La Carta Otorgada y el Absolutismo Moderado en Francia

Luis XVIII, haciendo uso de su voluntad real y absoluta, se comprometió a gobernar en Francia con arreglo a una ley fundamental que, por emanar de su voluntad y no de la nación, se la llamó Carta Otorgada. En este documento se aceptaba la separación de poderes y la existencia de una asamblea bicameral elegida por un sufragio muy estrecho (con el tiempo, en España, la regente María Cristina ofrecía a los liberales una copia de la carta francesa: el Estatuto Real de Martínez de la Rosa). Luis XVIII aceptaba también la desaparición de la sociedad estamental, el fin del feudalismo, el establecimiento de los códigos napoleónicos y el respeto a la nueva propiedad creada con la Revolución Francesa como resultado de la expropiación de las tierras del clero. Las grandes potencias decidieron asentar definitivamente el régimen de Luis XVIII, de manera que, en lugar de tratarla como un país derrotado, la aceptaron como una potencia más en las relaciones internacionales europeas y solo la obligaron a devolver algunas de las obras de arte expoliadas y a regresar a sus fronteras anteriores a 1789.

El Congreso de Viena: Reorganizando Europa

En el Congreso de Viena, las potencias abordaron dos aspectos principales: ¿cómo establecer las fronteras en Europa y cuál sería el régimen político considerado legítimo? Con respecto a este último punto, se decidió restaurar el antiguo régimen, pero con una dureza diferente en Europa Oriental y en la Occidental.

Europa Oriental: El Feudalismo Permanece

En Europa Oriental existían tres grandes imperios: Rusia, Prusia y Austria, donde existía un fuerte feudalismo en las relaciones agrarias con una población mayoritariamente campesina y donde la Ilustración del siglo XVIII había servido para reforzar el poder absoluto de los reyes, que permitía a cambio a los nobles un enorme control sobre los campesinos de sus feudos. En estas regiones se impuso un feudalismo poderoso.

Europa Occidental: Absolutismo Moderado y la Excepción Británica

La Europa Occidental, por el contrario, estaba más influida por la Revolución Francesa y las ideas napoleónicas, de manera que se estableció un absolutismo moderado, cuyo mejor ejemplo es la Francia de Luis XVIII. Debemos establecer, además, la excepción de Gran Bretaña, con una monarquía parlamentaria desde 1688.

El Problema de las Fronteras y el Equilibrio de Poder

Al otro problema al que se enfrentaba el Congreso, cómo establecer las fronteras, se resuelve volviendo a la política consagrada en el Tratado de Utrecht, es decir, establecer un statu quo, de manera que no existiera ninguna potencia marcadamente hegemónica. Esta era la fórmula para obtener una paz duradera. Ese equilibrio entre las grandes potencias conllevó establecer unas fronteras que otorgaban posesiones a las grandes potencias sin tener en cuenta los sentimientos nacionales. Se hizo así porque esos sentimientos nunca habían existido, salvo en las grandes monarquías tradicionales de España, Francia, Portugal, Gran Bretaña y Polonia. El resto de los territorios europeos se estructuraban dentro de los grandes imperios, mezclándose los grupos étnicos; era suficiente, en principio, la lealtad a un soberano. Otros territorios (caso de Alemania e Italia) estaban divididos en diferentes principados pequeños. Así pues, no parecía ningún problema establecer en Europa unas fronteras aleatorias en función de los intereses de las potencias.
No obstante, establecer estas fronteras resultó más complicado de lo que en principio parecía porque las grandes potencias tenían las mismas ambiciones expansionistas que entraban en conflicto las unas con las otras: todas deseaban abrirse camino hacia el oeste, entrar en el Mediterráneo, especialmente en los Balcanes, a través de las tierras del Imperio Turco. Por su parte, Prusia y Austria deseaban el control de Alemania. Pero la última aventura de Napoleón, que en 1815 se escapó de la isla de Elba hasta ser derrotado en Waterloo, permitió que las potencias se pusieran de acuerdo ante la necesidad de fortalecer las fronteras francesas, evitando a los franceses nuevas tensiones imperialistas.

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