El inicio de la Segunda Guerra Mundial: La invasión japonesa a China

La Invasión Japonesa a China

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«No creo en una política exterior agresiva», declaró el primer ministro japonés, el general Hayashi Senjuro, tras tomar posesión de su cargo en 1937. Para su desgracia y la del resto del mundo, otros dirigentes militares japoneses sí creían en ella. En cuestión de pocos meses, Hayashi fue sustituido por el príncipe Konoe Fumimaro, cuyo gabinete tenía mejor disposición hacia los militares. El ejército japonés, sin el freno del gobierno central, enseguida puso en funcionamiento su plan, aplazado durante tiempo, de conquistar China.

El 7 de julio, los japoneses provocaron la escaramuza que luego ha sido considerada como la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial. El ejército japonés estaba haciendo maniobras cerca de Lugouqiao, en un puente que cruzaba el río Yongding a unos 16 km al oeste de Pekín, y un soldado desapareció. Los japoneses acusaron al ejército chino del otro lado del río de secuestro. El soldado pronto apareció de nuevo, pero el comandante japonés ya había ordenado atacar.

En unas semanas, los japoneses controlaron el pasillo este-oeste desde Pekín hasta Tianjin, en el golfo de Chihli. Chiang Kai-shek se retractó de su política pacifista, que había costado Manchuria a China, y declaró: «Si perdemos más de nuestro territorio, seremos culpables de un crimen imperdonable contra nuestra raza». La segunda guerra chino-japonesa, preludio de la Segunda Guerra Mundial, había empezado. Desde Pekín, los japoneses se dirigieron hacia Nankín, sede del gobierno de Chiang, el Kuomingtang. Los chinos ofrecieron una resistencia heroica en Shanghai, antes de caer frente a los invasores en octubre. Perdieron 250.000 soldados.

A pesar de la protesta internacional, la Sociedad de las Naciones, impotente, se negó a intervenir en esta guerra no declarada. Los japoneses tomaron Nankín en diciembre (Chiang se vio obligado a trasladar su gobierno a la remota ciudad de Chongqing) y llevaron a cabo una de las campañas terroristas más horribles de las guerras modernas.

Durante dos meses, los soldados se excedieron, violaron a siete mil mujeres, mataron a cientos de miles de soldados desarmados y civiles, y quemaron un tercio de las casas de Nankín. En 1946, por las atrocidades de Nankín, solo fue ejecutado un general japonés.

Franklin D. Roosevelt

32.º presidente de los Estados Unidos de América (Nueva York, 1882 – Warm Springs, Georgia, 1945). Era pariente del también presidente Theodore Roosevelt, y, como él, había estudiado en Harvard (también en la Universidad de Columbia) y había sido subsecretario de Marina (1913-1920); pero, a diferencia de él, Franklin se alineó con el Partido Demócrata. Era abogado, aunque abandonó muy joven la profesión para dedicarse a la política. Fue elegido senador (1911) y gobernador del Estado de Nueva York (1928), destacando su política de lucha contra la pobreza.

La crisis bursátil de 1929 y la honda depresión económica que provocó le dieron el espaldarazo definitivo para vencer a Hoover en las elecciones presidenciales de 1932, las primeras que ganaban los demócratas desde tiempos de Wilson. Rompiendo con el principio impuesto por Washington de que los presidentes renunciaran a ser reelegidos para más de dos mandatos, Roosevelt volvió a presentarse con éxito en las elecciones de 1936, 1940 y 1944; él mismo propuso poco antes de morir la enmienda constitucional que prohibía una tercera reelección presidencial (en vigor desde 1951), por lo que fue el único presidente norteamericano en gobernar durante cuatro mandatos seguidos (1933-1945), si bien la muerte le impidió completar el último.

Frente al reto de la «gran depresión», Roosevelt impulsó un programa político conocido como New Deal (nuevo reparto). Aconsejado por un entorno de intelectuales y técnicos progresistas, este programa aplicó de forma intuitiva las recetas de política económica que por los mismos años teorizó John M. Keynes. Promovió la intervención del Estado para sacar a la economía del estancamiento y para paliar los efectos sociales de la crisis, aunque fuera a costa de acrecentar el déficit público y romper con el tabú de la libertad de mercado. Acabó así con la edad dorada del ultraliberalismo americano, abriendo la del Estado de bienestar.

Entre sus medidas iniciales (1933) cabe destacar la reforma agraria, la Ley de Reconstrucción Industrial y la creación de la Autoridad del Valle del Tennessee (que suponía un ambicioso programa de obras públicas, arrogándose por primera vez el Estado una función planificadora). Durante una segunda fase (1935-1936) reguló las relaciones laborales a favor de los trabajadores, garantizó la libertad sindical, creó pensiones de paro, jubilación e invalidez, instauró la semana laboral de 40 horas y el salario mínimo.

Este intervencionismo público y la propia popularidad del presidente le hicieron acumular un gran poder, que sus adversarios intentaron frenar; algunas de sus medidas fueron declaradas anticonstitucionales por el Tribunal Supremo. Roosevelt consiguió crear un sistema de seguridad social y reformar el capitalismo americano en un sentido moderno, que evitó estallidos sociales y permitió al país recuperar la confianza; pero en el terreno estrictamente económico, no consiguió relanzar el crecimiento hasta que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) puso en marcha el rearme norteamericano.

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