Los Primeros Movimientos Sociales
El Nacimiento del Movimiento Obrero
La primitiva legislación liberal no contemplaba ningún tipo de normativa que regulara las relaciones laborales y prohibía la asociación obrera. Ante esta situación, las primeras manifestaciones de protesta obrera contra el nuevo sistema industrial adquirieron un carácter violento, clandestino y espontáneo.
El ludismo (1820) fue la primera expresión de rebeldía contra la introducción de maquinaria, responsable de despidos y del descenso de los jornales. En Alcoy, los trabajadores de la industria artesanal quemaron los telares mecánicos, aunque el incidente más importante fue el incendio de la fábrica Bonaplata en Barcelona (1821).
Muy pronto los trabajadores comprendieron que el origen de sus problemas estaba en las condiciones de trabajo impuestas por los propietarios, y el eje de la protesta se inclinó hacia las relaciones laborales. La lucha obrera se orientó hacia la defensa del derecho de asociación y la mejora de las condiciones de vida.
Surgió así el asociacionismo obrero para defender sus intereses. En 1834, un grupo de tejedores catalanes presentó un documento al capitán general contra la decisión de alargar el tamaño de las piezas mientras se les pagaba lo mismo.
Entonces, el movimiento asociacionista se extendió creando Sociedades de Socorro Mutuo o Sociedades Mutualistas, a las que los obreros pagaban una pequeña cuota a cambio de ayuda en caso de desempleo, enfermedad o muerte. La primera fue en 1840.
El asociacionismo se expandió y significó la extensión de las reivindicaciones obreras, fundamentalmente referidas al aumento salarial y a la disminución del tiempo de trabajo. Las huelgas, aunque estaban prohibidas, fueron usadas con más frecuencia como instrumento de presión. El hecho más trascendental fue la primera huelga general en 1855.
Revueltas Agrarias
Los conflictos y las revueltas en el campo fueron una constante en la historia española del siglo XIX. El aumento de la población agraria asalariada, sin un crecimiento paralelo del trabajo y los recursos, provocó un grave problema social, sobre todo en Andalucía.
En 1840, una oleada de manifestaciones y ocupaciones de tierras agitó el campo andaluz, donde el jornalerismo era mayoritario y los años de malas cosechas provocaban hambre crónico y miseria. El problema se agravó en 1855 con la desamortización de los bienes comunales.
Se produjeron más alzamientos campesinos, que fueron duramente reprimidos por el ejército y la Guardia Civil. La represión del movimiento provocó numerosas víctimas entre los campesinos sublevados. A raíz de estas luchas sociales, el bandolerismo se extendió por Andalucía como respuesta individual y violenta a las grandes desigualdades sociales.
Socialismo Utópico y Republicanismo
El movimiento obrero y jornalero primitivo se vio potenciado cuando sus reivindicaciones fueron apoyadas por doctrinas como el socialismo, en sus diversas manifestaciones. La primera de ellas fue el llamado socialismo utópico, que pretendía crear sociedades igualitarias, con propiedad colectiva y reparto equitativo de la riqueza.
La entrada de doctrinas socialistas se produjo gracias a la difusión del pensamiento de socialistas utópicos franceses como Saint-Simon, Cabet y Fourier. La figura más notable fue Joaquín Abreu, que defendió la creación de falansterios que se autoabastecían.
Desde Andalucía, el socialismo llegó a Madrid y Barcelona, donde surgió un núcleo de saintsimonianos alrededor de Felipe Monlau y otro de cabetianos encabezados por Terradas y Monturiol.
Hubo muchos escritores, sobre todo republicanos, que difundieron el socialismo y cooperativismo mediante libros y prensa; destacan Pi y Margall, Garrido y De la Sagra.
La Llegada del Internacionalismo (1868-1874)
La Llegada de la Internacional a España
Tras el triunfo de la revolución de 1868, llegó a España un enviado de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores), Fanelli, que viajó a Madrid y a Barcelona para crear los primeros núcleos de afiliados a la Internacional, en los que tomaron parte dirigentes sindicales como Lorenzo y Pallicer.
Fanelli, que era miembro de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, fundada por Bakunin en 1868, difundió los ideales anarquistas como si fuesen los de la AIT. Así, los primeros afiliados a esta organización pensaron que el programa de la Alianza se basaba en los principios generales de la Primera Internacional, fenómeno que ayudó a la expansión y arraigo de las ideas anarquistas entre el proletariado catalán y el campesino andaluz.
A partir de 1869 las asociaciones obreras se expandieron por toda España. Los núcleos de mayor importancia fueron Barcelona, Madrid, Levante y Andalucía. El primer congreso de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT se celebró en Barcelona en 1870 y allí se adoptaron acuerdos claramente concordantes con la línea anarquista del obrerismo.
Crisis y Escisión en la FRE
En 1871 llegó a Madrid Paul Lafargue e impulsó el grupo de internacionales madrileños favorables a las posiciones marxistas. Integrado por Mora, Mesa y Pablo Iglesias, este grupo desarrolló, a través del periódico «La Emancipación», una amplia campaña a favor de la necesidad de la conquista del poder político por la clase obrera.
Las discrepancias entre las dos corrientes internacionalistas culminaron en 1872 con la expulsión del grupo madrileño de la FRE y con la fundación de la Nueva Federación Madrileña, de carácter marxista. El núcleo socialista escindido fue minoritario debido a que la mayoría de las organizaciones integradas en la AIT mantuvo la orientación bakuninista.
Marxismo y Anarquismo
Marxismo
Karl Marx era el máximo representante del llamado socialismo científico, por contraposición a las ideas utópicas. Las tesis marxistas defendían que la emancipación de los trabajadores debía ser obra de ellos mismos. En consecuencia, la clase obrera tenía que organizarse políticamente para conquistar, mediante la revolución, el poder político y económico y constituir un nuevo Estado obrero.
Anarquismo
Mijaíl Bakunin era la personalidad más relevante del pensamiento anarquista. Esta ideología mantenía una radical oposición a la acción política, a la participación del proletariado en las elecciones y a la formación de partidos políticos. Defendía la abolición del Estado y se mostraba hostil a cualquier tipo de autoridad, incluida la del proletariado. También sostenía que debían ser abolidos la religión, el ejército y la Guardia Civil.
Objetivos
Los objetivos finales de anarquistas y marxistas eran muy similares, pero los métodos para alcanzarlos enfrentaron radicalmente a los partidarios de ambas ideologías.