Revisionismo Político
En España, el reinado de Alfonso XIII comenzó con un clima social y político marcado por el espíritu regeneracionista tras la crisis del 98. Los gobiernos se propusieron renovar el régimen interno para poder sobrevivir, y a esta primera década se le conoce como revisionismo. La primera parte del reinado estuvo marcada por ese espíritu regeneracionista y un sistema extendido que había fracasado.
En su actuación política, se puede destacar la intervención en la política ordinaria y la relación de la corona con los mandos militares. Además, hubo varios intentos de «revolución desde arriba», en los que la política oficial buscaba reformas en la Restauración, comenzando así el siglo XX. Tras la muerte de los fundadores de los partidos dinásticos, Cánovas (1897) y Sagasta (1903), comenzó un revisionismo político liderado por Maura desde el partido conservador y Canalejas desde el liberal.
Maura llevó al Parlamento muchas iniciativas y puso leyes como: Ley Electoral, Ley de Creación de Escuadra, Ley de Colonización Interior, etc. La Semana Trágica de Barcelona acabó con la revolución de Maura por la ejecución de Francisco Ferrer Guardia. Al frente del partido liberal estaba Canalejas, y las reformas de Maura obligaron a cambiar este partido. Canalejas gobernó desde 1910 a 1912, donde fue asesinado. Canalejas tuvo importantes ideas que fueron llevadas a cabo, como: reducción de impuestos y consumo, Ley de Reclutamiento y Reemplazo, regulación de condiciones de trabajo y autorización del culto a la iglesia.
Causas del Golpe de Estado de Primo de Rivera
Durante la primavera de 1923, ya se estaba conspirando desde dos movimientos distintos y diferenciados, pero unidos para derrocar el gobierno liberal.
- El primero, vinculado a las desaparecidas Juntas de Defensa de Barcelona (de las que luego se valdría Primo de Rivera), buscaba mediante un golpe de fuerza «disolver las Cortes» y quitar el papel político a la oligarquía.
- El segundo, vinculado a Madrid, tenía como objetivo recoger las aspiraciones del ejército de África sobre el futuro marroquí, instaurando un gobierno fuerte y dispuesto a resolver los problemas generales del Ejército y del orden público, manteniendo la Constitución y la monarquía.
Primo de Rivera dio su golpe de Estado en Barcelona el 13 de septiembre de 1923. De la noche a la mañana, y sin derramamiento de sangre, dominó la situación de la capital catalana, punto clave en la política española en esos años. El Gobierno no fue capaz de reaccionar y acudió al monarca para que tomara cartas en el asunto; pero Alfonso XIII dejó pasar lentamente las horas y, transcurridos los primeros momentos, apoyó abiertamente al general sublevado, a quien confió la tarea de formar gobierno.
España dejó de ser una monarquía parlamentaria y se convirtió en un régimen autoritario. El régimen de Cánovas había desaparecido. Primo de Rivera no pretendió establecer un régimen definitivo; su cometido era establecer un «paréntesis de curación» transitorio, pero pasó de la provisionalidad a un intento de perpetuación que no sería aceptado por aquellos que le habían apoyado en un primer momento.
La implantación del Directorio Militar fue aceptada con satisfacción por la gran masa neutra del país, que presentía un seguro restablecimiento del orden. Si bien, los partidos políticos recibieron el golpe de Estado. El golpe fue posible por la actitud de dos fuerzas: la burguesía y el movimiento obrero. La burguesía se puso del lado de la dictadura (la que marcó la pauta fue la catalana). La burguesía moderna, con esta postura, alcanzaba lo que había intentado desde 1875: frenar a la clase obrera y a los políticos de los antiguos partidos, defensores en su gran mayoría de la España retrasada y terrateniente. Del mismo modo, iba a abandonar al dictador en 1930, cuando juzgó que su sistema no le servía para mantener y salvar la estructura económica, base de su influencia.
La dictadura pudo establecerse porque, al carecer el movimiento obrero de una firme conciencia política, no hubo lugar a protestas. Los obreros, que serían los que iban a sufrir con creces el peso del régimen, se mantuvieron tranquilos. Anarcosindicalistas y comunistas, considerando la instauración de la dictadura como un movimiento de la UGT de reacción social que amenazaba a los grupos de vanguardia del proletariado español y a la propia vida de los sindicatos, se prepararon para defender su existencia.