El Reinado de Carlos I y Felipe II: De la Expansión Imperial a la Consolidación Dinástica

1. Herencia y Ascenso al Poder de Carlos I

Carlos I, nacido en Gante en 1500, hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, heredó un vasto imperio a la muerte de su padre y la incapacidad de su madre. Se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo, recibiendo la herencia hispánica de los Reyes Católicos (incluyendo las Canarias, posesiones en Italia y América), la herencia borgoñona de su abuela materna (Países Bajos y Franco Condado) y las posesiones austriacas de su abuelo paterno, Maximiliano de Austria. Su llegada a España, sin hablar castellano y rodeado de consejeros flamencos, dificultó su aceptación por las Cortes castellanas, a lo que se sumaron problemas de legitimidad debido a la situación de su madre. Tras la muerte de Maximiliano I en 1519, Carlos se convirtió en candidato a la corona imperial. Las Cortes castellanas, aunque reticentes, le concedieron fondos para su elección como emperador del Sacro Imperio, exigiéndole a cambio residir en España, respetar las leyes y nombrar consejeros castellanos. Posteriormente, fue coronado en Aquisgrán como Carlos V.

2. Política Peninsular: Comunidades y Germanías

Las Comunidades de Castilla (1520-1522) surgieron por el descontento generado por los gastos de la elección imperial de Carlos, el nombramiento de nobles flamencos y la ausencia del rey. El movimiento, iniciado en Toledo, se extendió rápidamente. La Santa Junta de Tordesillas, órgano rector de los comuneros, exigió la retirada de impuestos y la marcha de los consejeros flamencos. La nobleza apoyó a Carlos I, quien derrotó a los comuneros en la batalla de Villalar (1521). Aunque Carlos I perdonó a muchos, ejecutó a los líderes: Padilla, Bravo y Maldonado, y posteriormente controló los impuestos. Las Germanías (1519-1522), en Valencia, comenzaron con la toma de control de la ciudad por los gremios. Esta revuelta social, con un componente antiseñorial, enfrentó a la burguesía contra la nobleza y a campesinos contra señores rurales. Los agermanados, a pesar de su victoria en la batalla de Gandía (1521), se debilitaron por sus propias acciones, como la matanza de moriscos. En 1522, la nobleza, con apoyo castellano, derrotó a los sublevados, ejecutando a sus líderes: Vicente Peris, Llorens y Sorolla.

3. El Apoyo en las Élites Locales

Carlos I consolidó su poder mediante una alianza estratégica con la nobleza y el mantenimiento de la estructura polisinodial, aunque bajo control imperial. Para administrar su vasto imperio, colaboró con las élites locales, creando un sistema que centralizaba ciertos aspectos pero respetaba fueros y derechos particulares. En Castilla, delegó en la nobleza y representantes urbanos la recaudación de impuestos y la justicia, obteniendo subsidios de las Cortes a cambio de concesiones. En Aragón, respetó los fueros e instituciones como el Justicia Mayor y el Consell del Cent. En los Países Bajos, mantuvo la independencia administrativa y judicial de los Estados Generales. Esta política, basada en pactos con las oligarquías locales, permitió una gestión efectiva y la consolidación de su poder. Sin embargo, sentó las bases de futuros conflictos, ya que la centralización posterior de Felipe II chocaría con estas autonomías regionales.

4. Política Imperial: De Lutero a la Paz de Augsburgo

La política imperial de Carlos V se centró en la idea de una monarquía universal y cristiana, enfrentándose a la Reforma Protestante iniciada por Martín Lutero. En la Dieta de Worms (1521), Lutero se negó a retractarse de sus 95 tesis y recibió la protección de Federico de Sajonia. Muchos príncipes alemanes abrazaron el protestantismo buscando mayor independencia y la apropiación de tierras eclesiásticas. El Concilio de Trento (1545), convocado por el Papa Paulo III, buscó la reforma católica. Carlos V, tras intentar mantener la unidad religiosa, recurrió a la vía militar, derrotando a los protestantes en Mühlberg (1547). Sin embargo, el apoyo francés a los protestantes obligó a Carlos V a firmar la Paz de Augsburgo (1555), que reconocía la coexistencia del catolicismo y el protestantismo en el Imperio, bajo el principio de cuius regio, eius religio.

5. Conflicto con Francia y el Imperio Otomano

El conflicto con Francia, aislada por las posesiones españolas al este y la alianza anglo-española al oeste, estalló por el control de Italia y la disputa por Flandes y Borgoña. El Milanesado, clave para las comunicaciones imperiales, fue finalmente incorporado al Imperio español tras victorias como la de Pavía (1525), donde Carlos I capturó a Francisco I. El saqueo de Roma (1527) fue consecuencia del apoyo papal a Francia. La Paz de Crépy (1544) ofreció un respiro temporal. El Imperio Otomano, en expansión tras la toma de Constantinopla (1453), amenazaba Europa. Carlos I logró tomar Túnez (1535), pero fracasó en Argel (1541). La lucha por el control del Mediterráneo continuó. Agotado, Carlos I abdicó en 1556, cediendo el Imperio a su hermano Fernando y el resto de sus dominios a su hijo Felipe II, retirándose al monasterio de Yuste, donde murió en 1558.

6. Herencia de Felipe II y Consolidación del Modelo de Gobierno de los Austrias

En 1556, Felipe II heredó de su padre Carlos I la Corona y todos sus territorios, excepto el Archiducado de Austria y el título imperial. A diferencia de su padre, Felipe II centralizó la administración, convirtiéndose en un firme defensor del catolicismo frente a la Reforma y la amenaza otomana.

7. Centralización del Poder y Establecimiento de Madrid como Capital

Felipe II centralizó el poder en Madrid, establecida como capital en 1561. Desde allí, dirigía el sistema de Consejos: el Consejo de Estado (política exterior), el Consejo de Castilla (asuntos internos), y otros consejos para los territorios italianos y americanos. Secretarios reales, como Antonio Pérez y Mateo Vázquez, canalizaban sus decisiones. La construcción del Monasterio de El Escorial simbolizó la autoridad del monarca.

8. El Conflicto Morisco y la Batalla de Lepanto

Los moriscos de las Alpujarras se rebelaron en 1568 contra la presión cultural y religiosa. Felipe II, temiendo el apoyo turco, encargó a Juan de Austria sofocar la revuelta, que culminó en 1570 con la dispersión de los moriscos. En el Mediterráneo, la amenaza otomana, liderada por Solimán el Magnífico, llevó a Felipe II a formar la Santa Liga con Venecia y el Papa. La victoria en la batalla de Lepanto (1571), aunque no decisiva, contribuyó al debilitamiento otomano.

9. Conflictos en Europa: Inglaterra y los Países Bajos

La enemistad con Francia se intensificó por el apoyo francés a los rebeldes flamencos, culminando en la victoria española en San Quintín (1557) y la paz de Cateau-Cambresis (1559). Las tensiones con Inglaterra, tras la muerte de María Tudor y el ascenso de Isabel I, aumentaron por el apoyo inglés a los rebeldes flamencos y corsarios, culminando con el fracaso de la Armada Invencible (1588). La unión con Portugal (1581) consolidó el imperio. La rebelión en los Países Bajos, motivada por la oposición al autoritarismo de Felipe II y la expansión del calvinismo, llevó a una guerra de independencia. El norte logró la independencia, mientras el sur permaneció bajo dominio español.

10. Conspiraciones en Palacio y la Leyenda Negra

El caso de Antonio Pérez, secretario real arrestado por conspiración, desencadenó una crisis en Aragón. Pérez, amparado en los fueros aragoneses, huyó a Francia, difundiendo la Leyenda Negra contra Felipe II. Esta leyenda, impulsada por enemigos políticos y religiosos, acusaba a Felipe II de tirano. Los escritos de Fray Bartolomé de las Casas sobre los abusos en América contribuyeron a esta imagen negativa, a pesar de los esfuerzos de Felipe II por regular la explotación con las Leyes de Indias.

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