El Reinado de Fernando VII: Absolutismo, Liberalismo y la Independencia de América

Sexenio Absolutista (1814-1820)

El reinado efectivo de Fernando VII supuso un paréntesis de reacción, un intento de conservar a toda costa el absolutismo. Durante veinte años de gobierno despótico, los liberales fueron perseguidos y las reformas aplazadas, pese al breve periodo de libertad del Trienio Constitucional. Pero la experiencia anterior había sido un punto de no retorno y el derrumbamiento definitivo se desencadenaría inevitablemente a la muerte del rey.

Napoleón firmó el Tratado de Valençay (1813) por el que devolvía la Corona de España a Fernando VII. A su retorno a España, Fernando VII manifestó rápidamente cuáles eran sus intenciones. Desobedeciendo las instrucciones de las Cortes, se dirigió a Valencia, dirigiendo un golpe de Estado mediante un Real Decreto que las suprimirá y declarando nula toda su actuación, incluida la Constitución. El golpe de Estado fue posible gracias al apoyo prestado por parte del Ejército, de la nobleza y del clero reaccionario, expresado en el “Manifiesto de los Persas”, un documento entregado al rey a su llegada a Valencia. Se defendía la vuelta al Antiguo Régimen, al absolutismo y a la “alianza del Altar y Trono”, detrás de la cual estaba la defensa a ultranza de los privilegios estamentales. Además, tuvo el respaldo de un pueblo llano que creyó firmemente en Fernando VII y que apoyó las medidas contrarrevolucionarias.

Pero el retorno al absolutismo en 1814 no es un hecho aislado en Europa, sino que se inscribe en un proceso general de restauración del Antiguo Régimen en todo el continente. Las potencias vencedoras de Napoleón firmaron tras el Congreso de Viena un acuerdo para preservar Europa de movimientos liberales o revolucionarios.

Fernando VII gobernó en una permanente inestabilidad política, con continuos cambios de ministros. Ni había una línea clara de actuación, ni sus consejeros tenían capacidad política para dirigir un país que ya no podía ser gobernado como antes. El auténtico gobierno en la sombra lo constituía la “camarilla”, formada por hombres de confianza del rey (clérigos, aristócratas reaccionarios y consejeros que impedían cualquier cambio). El resultado de todo ello fueron seis años caóticos (1814-1820), en los que los problemas se fueron agravando progresivamente.

La situación económica era desastrosa. Tras el largo periodo de guerras en Europa, se produjo una caída de los precios gracias a una racha de buenas cosechas, lo que acabó perjudicando a los campesinos. La producción industrial, hundida, y el comercio, paralizado por la pérdida del mercado colonial. Pero el problema más grave fue la quiebra financiera del Estado, pues se gastaba más de lo que se ingresaba, haciéndose imposible acometer los gastos necesarios para reconstruir el país tras la guerra.

La situación de los campesinos se agravó. La restitución de sus bienes y privilegios a la nobleza provocó un aumento de la tensión en las zonas agrarias, desencadenando sucesivos movimientos de protesta. La represión, el hundimiento del comercio colonial y el paro afectaban a los grupos burgueses y al proletariado urbano. Pero no fueron los únicos, el ejército también se vio perjudicado debido al retraso en el pago de soldadas, las míseras condiciones de vida en los cuarteles y el envío de tropas a América para intentar sofocar la rebelión independentista.

Trienio Constitucional (1820-1823)

Bajo la mirada protectora del monarca absoluto, se desencadenó una oleada de represión sobre toda persona sospechosa de tendencias liberales y, más claramente, contra los afrancesados. Pero, poco a poco, se reorganizará el movimiento clandestino liberal en círculos secretos (Sociedades Patrióticas y sociedades masónicas) en las principales ciudades y entre los oficiales jóvenes formados durante la guerra, empapados de ideas revolucionarias y románticas. Se establecieron contactos con los exiliados y empezaron a organizarse conspiraciones. Se sucedieron hasta siete golpes de Estado por parte de mandos militares, la mayor parte de los cuales pagaron el fracaso con su vida. Finalmente, en 1820, el comandante Riego, jefe de las tropas expedicionarias acantonadas en Cabezas de San Juan para ser enviadas a América, se pronunció con éxito a favor de la Constitución de 1812. El apoyo de guarniciones de otras regiones y los levantamientos campesinos que expresaban su descontento obligaron a Fernando VII a restablecer la Constitución de Cádiz.

El Trienio se caracterizó por la agitación política permanente. En primer lugar, la propia división entre los liberales:

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