La Segunda República Española y el Camino a la Guerra Civil
3.2.3 La Conflictividad Social
Este programa era, fundamentalmente, reformista. Desbordaba la posición original de la izquierda republicana, pero se alejaba de la obsesión anticlerical que, en el pasado, le había restado tantas energías. Estipulaba un acuerdo sobre un conjunto de principios mínimos para una coalición electoral, aunque no constituía un plan para un gobierno de coalición. Aunque la derecha consiguió formalizar alianzas en muchas provincias, careció del sentimiento de unidad que le dio a la CEDA el triunfo en 1933. La experiencia de dos años de poder pasaba factura al centro-derecha, con discrepancias y divisiones semejantes a las sufridas por la izquierda antes de los últimos comicios. Beneficiada ahora la izquierda por una ley electoral que estimulaba la formación de coaliciones, los candidatos del Frente Popular arrebataron al centro-derecha sus escaños y consiguieron con holgura la mayoría absoluta necesaria para gobernar. No significaba, en absoluto, que la derecha estuviera acabada, pues recibió más apoyos que en 1933; pero se había desmoronado el sueño del presidente de la República, Alcalá Zamora, de constituir un centro fuerte.
Los resultados electorales, con sus consiguientes manifestaciones de triunfo, provocaron, desde la misma noche de los comicios, los primeros conatos de fuerza entre los perdedores y distintas maniobras que no presagiaban nada bueno para la República. A pesar de la buena voluntad de Azaña, llamado a formar gobierno, la vida política no conseguía recuperar su pulso, asfixiada por el radicalismo proletario y la degradación del orden público. Ardieron de nuevo conventos e iglesias, mientras se agravaba la ola de pistolerismo callejero, y los miembros de las organizaciones legales de derechas las abandonan en masa para militar en movimientos más extremistas. La Falange, que venía recibiendo ayuda económica de los fascistas italianos, multiplicaba sus actuaciones violentas y atentados. Los continuos rumores de golpe de Estado provocaban un intenso antimilitarismo en la prensa de izquierdas que contribuía al clima de violencia. La situación se complicó aún más cuando el Congreso decidió deponer a Alcalá Zamora de su cargo de presidente de la República y recurrió al artificio jurídico de declarar que la disolución de las anteriores Cortes ordenada por él no había sido necesaria, lo que comportaba su destitución inmediata. En mayo de 1936, Manuel Azaña fue promovido a la presidencia, perdiendo notable capacidad de acción, pues carecía esta de funciones ejecutivas, asignadas por la Constitución a la jefatura del Gobierno.
3.2.4 La Conspiración Contra el Gobierno del Frente Popular
Durante los meses de junio y julio, tanto el campo como las ciudades fueron testigos de la agitación revolucionaria. Campesinos famélicos ocupaban tierras en Salamanca, Extremadura y Andalucía sin que las fuerzas del orden consiguieran evitarlo. El 12 de julio, unos pistoleros desconocidos -falangistas, según todos los indicios- asesinaron al teniente Castillo, de la Guardia de Asalto; al día siguiente cayó asesinado José Calvo Sotelo, líder de la derecha parlamentaria, a manos de un grupo de agentes del orden que trataba de vengar la muerte de su compañero. España entera se estremeció, temerosa o esperanzada, sospechando que la conjura militar podía estar a punto de saltar a la luz.
Fue un error de la República destinar al general Mola a Pamplona en su deseo de alejar de Madrid a los militares sospechosos. Allí, tranquilo, se ganó al requeté, el brazo armado del carlismo, y se erigió en director de la conspiración que desde el triunfo del Frente Popular algunos dirigentes monárquicos habían puesto en marcha. También los generales Franco y Goded, en sus destinos de Canarias y Baleares, respectivamente, habían maquinado a gusto, hasta encontrar la ocasión. El 17 de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó y declaró el estado de guerra en Marruecos, disparándose el mecanismo que llevaría a España a su más cruel guerra civil. Desde Canarias, Francisco Franco voló a Tetuán para ponerse al mando del combativo ejército «africano», mientras el levantamiento se ponía en marcha en la Península ante el desconcierto del gobierno de Casares Quiroga, que perdió unas horas decisivas sin tomar medida alguna. En pocos días, ante el fracaso del levantamiento en las principales ciudades de España, el enfrentamiento entre las fuerzas sublevadas y las leales al Gobierno se convirtió en una guerra civil, en la que el general Franco adquirió pronto un protagonismo decisivo.