El texto que nos disponemos a comentar es un fragmento de la obra “Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno: urgencia y modo de cambiarla” escrita por Joaquín Costa y publicada en Madrid en 1901.
Con respecto a la naturaleza del texto, lo podemos clasificar, por su forma, como un texto informativo, tratándose de un informe, por su contenido es esencialmente sociopolítico y, por su origen, es una fuente primaria, pues fue publicada en el mismo periodo al que alude.
El autor es Joaquín Costa, nacido en Monzón, Huesca, en 1846 y murió en Graus, Huesca, en 1911. Fue un político, jurista, economista e historiador. Es uno de los máximos representantes del Regeneracionismo, examen de conciencia llevado a cabo por intelectuales y políticos del tránsito del s. XIX al XX, cuyos ejes básicos eran la dignificación de la política, la modernización social y la superación del atraso cultural. Se presentó a diputado en las elecciones de 1896 y fue derrotado por los caciques locales, por lo que vivió lo que habla en persona.
El texto fue publicado en 1901, durante la primera etapa de la Restauración, caracterizada por su gran estabilidad política. Económicamente, España era un país muy atrasado, mayoritariamente agrario y una gran parte de su población era analfabeta. Sin embargo, Cataluña había experimentado un gran avance industrial casi a la par que Inglaterra, y más tarde, lo experimentó el País Vasco, gracias a la industria de textil y siderúrgica respectivamente. Desde el punto de vista social, había mucha gente pobre, y pocos adinerados, pero con un gran poder.
El texto iba dirigido a todo el público, pero la situación de pobreza que predominaba en la España de esta época hacía que solo la gente con recursos pudiera llegar hasta él y leerlo, es decir, solo la clase alta y media. Esta última estaba experimentando un gran crecimiento en esta época.
El lenguaje del texto es culto, y con la utilización de este registro, deja claras algunas cuestiones. Para reforzarlo, usa algunas palabras como “primate” (hombre distinguido) y “prohombre” (que goza de gran consideración entre los de su clase).
El fragmento tuvo una gran trascendencia histórica. Costa supo ver con claridad la realidad política y social que le tocó vivir.
La idea principal del texto es la crítica al sistema político de la Restauración, que, según Costa, era un régimen oligárquico, caciquil, corrupto e incapaz de aplicar las demandas democratizadoras de la sociedad de su época. Para apoyar esta idea principal, utiliza otras secundarias: componentes exteriores del sistema (oligarcas, caciques, y gobernadores civiles), la existencia de dos partidos políticos predominantes, y los mecanismos del sistema.
Costa cita a una ”forma de gobierno” (línea 2). Se refiere al sistema de la Restauración en persona del rey Alfonso XII, que abarca del 31 de diciembre de 1874, con el nombramiento del nuevo monarca, hasta el 1923, con el pronunciamiento del general Miguel Primo de Rivera (aunque algunos historiadores sitúan el final de la Restauración en 1931). Este sistema consta de dos fases: la primera, de 1875 a 1902, con el nombramiento de Alfonso XII como rey, y tras su muerte, la regencia de María Cristina de Habsburgo, y de 1902 a 1923, con el reinado de Alfonso XIII
Para lograr este proyecto, Antonio Cánovas del Castillo, su creador, tuvo que lograr que la reina Isabel II renunciara a su derecho al trono en favor de su hijo Alfonso. Además, se ayudó de un partido alfonsino, y por último, redactó el Manifiesto de Sandhurst, donde el rey prometía que si se producía su nombramiento, establecería un modelo de gobierno cuyas características fueran el orden, el patriotismo, el liberalismo doctrinario y la religiosidad católica.
Cánovas logró atraer a la causa alfonsina a diversos sectores sociales que se veían beneficiados con este cambio: la burguesía, la alta aristocracia, grandes terratenientes, el ejército y el alto clero. Asimismo, también contó con la oposición de otros sectores con menor fuerza, que son los carlistas, los nacionalistas, los republicanos y el movimiento obrero.
Esta forma de gobierno tuvo su formulación legal con la aprobación de la Constitución de 1876. Esta era muy conservadora, ambigua y ecléctica, pues tanto el Partido Conservador como el Liberal debían gobernar sin tener la necesidad de modificarla, por lo que no incidía en temas de vital importancia y remitía a las leyes posteriores para su regulación. Incluía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Las Cortes quedaban divididas en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Establecía a la corona como eje central del Estado y ampliaba las atribuciones del rey. Se reconocían los derechos y libertades individuales aunque se remitían a su posterior regulación. Se volvió al sufragio restringido y se estableció la libertad religiosa, aunque limitada a manifestaciones privadas. La religión católica se convirtió en la religión oficial del Estado.
El autor nombra a tres elementos fundamentales en este sistema:
Por un lado, los oligarcas, para Costa “primates, prohombres”. Estos se encontraban en la cima de la jerarquía social organizada en torno a la riqueza del siglo XIX. La vieja aristocracia había salido bien parada tras la revolución liberal, pues la mayoría mantuvo o aumentó su patrimonio (como los Alba), mientras que unos pocos lo disminuyeron, por mantener el gasto suntuario (como los Osuna). A ella se le sumó una nueva nobleza titulada, estrechamente vinculada a la burguesía de los negocios. Esta burguesía tendía a imitar a la aristocracia, pero su actividad y trabajo hacía que no lo consiguieran. Hubo, pues, una confluencia de intereses entre la nobleza y la burguesía. Así, la nueva élite económica, en perfecta simbiosis con el poder político, formó la oligarquía de la Restauración.
Luego nombra a los caciques, quienes eran notarios locales que dirigían el voto de las personas de su pueblo durante las elecciones. Estos “fabricaban” fraudulentamente los resultados electorales a fin de que el turnismo fuera posible.
La organización caciquil fue posible gracias a la debilidad de republicanos y carlistas, al desinterés generalizado de la población en el ámbito político y a la importancia de las relaciones sociales debido al carácter rural de la España de esa época.
Estos hacían notar su influencia ante los electores dando favores a la población a cambio de votos y apoyo político, por lo que la Restauración respondía al modelo de las relaciones de patronazgo.
Ellos fueron los responsables de que las elecciones celebradas hasta 1917 se desarrollasen en un ámbito de relativa tranquilidad, caracterizado por la ausencia de disputas entre los partidos que ostentaban el poder.
Sin embargo, este sistema no era exclusivo de esta época. Ya en los años 40, durante la década moderada, se llevaba a cabo una manipulación de votos en las elecciones para que siempre saliese vencedor el partido que la reina quisiera.
Podemos destacar la figura de Fernando León y Castillo, terrateniente grancanario que asumió la dirección del Partido Liberal Canario y que ayudó a crear en 1880. Este partido tenía una estructura muy caciquil, jerarquizada y personalizada. Permitió la incorporación de Canarias en el proyecto canovista y gracias a él salieron adelante muchas reivindicaciones económicas y sociales (telégrafo, carreteras…)
Por último, el texto también nombra a los gobernadores civiles. Esta figura, creada por el liberal moderado Narváez, sustituía a los jefes provinciales y perfeccionaba el sistema de corrupción. Este cargo fue derogado por Fernando VII en 1814, y restablecido durante el Trienio Liberal de 1820 al 1823. Actuaban como intermediarios entre los caciques y el gobierno, en el ámbito provincial.
En el tercer párrafo, Costa nombra a los “partidos” como “cuerpos extraños”. El sistema de la Restauración era un sistema bipartidista, compuesto por dos partidos predominantes (además de otros más pequeños y débiles que suponían la oposición) Eran el Partido Conservador, dirigido por Cánovas, cuya ideología fue heredada del antiguo partido liberal moderado, y el Partido Liberal, con raíces en el partido progresista, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta. Estos partidos eran muy similares, pues ambos eran partidos monárquicos y estaban a favor del mantenimiento de un modelo económico capitalista y liberal.
Finalmente, Costa expresa la última idea secundaria: los mecanismos de este sistema tan fraudulento. El régimen estaba caracterizado por el turnismo, técnica que consistía en que los partidos políticos predominantes, nombrados anteriormente, se relevaban el poder de manera pacífica, para que ninguno de ellos se quedara excluido del poder y por tanto, evitar que estos recurriesen al ejército para llevar a cabo un pronunciamiento militar como única forma de acceder al poder. Para poder llevar a cabo esta técnica, se debía contar con el apoyo del rey y de las Cortes.
También se llevaba a cabo el fraude electoral, consistente en que el ministro de Gobernación nombraba a un candidato (el encasillado) que alcanzaría el poder, se lo comunicaba al gobernador civil y este al cacique. Este último hacía su función y finalmente se lograba que el candidato que había sido elegido saliese vencedor en las elecciones.
Si la influencia del cacique no era suficiente, se procedía al pucherazo, que era la manipulación directa de los resultados electores mediante técnicas inimaginables como sustituir a muertos y enfermos por funcionarios que votan o denegar la entrada a los colegios electorales a determinados votantes. De este modo se hacía cumplir la voluntad del ministro de Gobernación.
En conclusión, Joaquín Costa utiliza este texto para criticar al sistema político que le tocó vivir y que proporcionaba cierta estabilidad al país a pesar de urdir distintos fraudes y de no tener en cuenta la opinión del pueblo español en la vida política, a pesar de que este era en su mayoría analfabeto.
Cánovas logró atraer a la causa alfonsina a diversos sectores sociales que se veían beneficiados con este cambio: la burguesía, la alta aristocracia, grandes terratenientes, el ejército y el alto clero. Asimismo, también contó con la oposición de otros sectores con menor fuerza, que son los carlistas, los nacionalistas, los republicanos y el movimiento obrero.
Esta forma de gobierno tuvo su formulación legal con la aprobación de la Constitución de 1876. Esta era muy conservadora, ambigua y ecléctica, pues tanto el Partido Conservador como el Liberal debían gobernar sin tener la necesidad de modificarla, por lo que no incidía en temas de vital importancia y remitía a las leyes posteriores para su regulación. Incluía la soberanía compartida entre el rey y las Cortes. Las Cortes quedaban divididas en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Establecía a la corona como eje central del Estado y ampliaba las atribuciones del rey. Se reconocían los derechos y libertades individuales aunque se remitían a su posterior regulación. Se volvió al sufragio restringido y se estableció la libertad religiosa, aunque limitada a manifestaciones privadas. La religión católica se convirtió en la religión oficial del Estado.
El autor nombra a tres elementos fundamentales en este sistema:
Por un lado, los oligarcas, para Costa “primates, prohombres”. Estos se encontraban en la cima de la jerarquía social organizada en torno a la riqueza del siglo XIX. La vieja aristocracia había salido bien parada tras la revolución liberal, pues la mayoría mantuvo o aumentó su patrimonio (como los Alba), mientras que unos pocos lo disminuyeron, por mantener el gasto suntuario (como los Osuna). A ella se le sumó una nueva nobleza titulada, estrechamente vinculada a la burguesía de los negocios. Esta burguesía tendía a imitar a la aristocracia, pero su actividad y trabajo hacía que no lo consiguieran. Hubo, pues, una confluencia de intereses entre la nobleza y la burguesía. Así, la nueva élite económica, en perfecta simbiosis con el poder político, formó la oligarquía de la Restauración.
Luego nombra a los caciques, quienes eran notarios locales que dirigían el voto de las personas de su pueblo durante las elecciones. Estos “fabricaban” fraudulentamente los resultados electorales a fin de que el turnismo fuera posible.
La organización caciquil fue posible gracias a la debilidad de republicanos y carlistas, al desinterés generalizado de la población en el ámbito político y a la importancia de las relaciones sociales debido al carácter rural de la España de esa época.
Estos hacían notar su influencia ante los electores dando favores a la población a cambio de votos y apoyo político, por lo que la Restauración respondía al modelo de las relaciones de patronazgo.
Ellos fueron los responsables de que las elecciones celebradas hasta 1917 se desarrollasen en un ámbito de relativa tranquilidad, caracterizado por la ausencia de disputas entre los partidos que ostentaban el poder.
Sin embargo, este sistema no era exclusivo de esta época. Ya en los años 40, durante la década moderada, se llevaba a cabo una manipulación de votos en las elecciones para que siempre saliese vencedor el partido que la reina quisiera.
Podemos destacar la figura de Fernando León y Castillo, terrateniente grancanario que asumió la dirección del Partido Liberal Canario y que ayudó a crear en 1880. Este partido tenía una estructura muy caciquil, jerarquizada y personalizada. Permitió la incorporación de Canarias en el proyecto canovista y gracias a él salieron adelante muchas reivindicaciones económicas y sociales (telégrafo, carreteras…)
Por último, el texto también nombra a los gobernadores civiles. Esta figura, creada por el liberal moderado Narváez, sustituía a los jefes provinciales y perfeccionaba el sistema de corrupción. Este cargo fue derogado por Fernando VII en 1814, y restablecido durante el Trienio Liberal de 1820 al 1823. Actuaban como intermediarios entre los caciques y el gobierno, en el ámbito provincial.
En el tercer párrafo, Costa nombra a los “partidos” como “cuerpos extraños”. El sistema de la Restauración era un sistema bipartidista, compuesto por dos partidos predominantes (además de otros más pequeños y débiles que suponían la oposición) Eran el Partido Conservador, dirigido por Cánovas, cuya ideología fue heredada del antiguo partido liberal moderado, y el Partido Liberal, con raíces en el partido progresista, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta. Estos partidos eran muy similares, pues ambos eran partidos monárquicos y estaban a favor del mantenimiento de un modelo económico capitalista y liberal.
Finalmente, Costa expresa la última idea secundaria: los mecanismos de este sistema tan fraudulento. El régimen estaba caracterizado por el turnismo, técnica que consistía en que los partidos políticos predominantes, nombrados anteriormente, se relevaban el poder de manera pacífica, para que ninguno de ellos se quedara excluido del poder y por tanto, evitar que estos recurriesen al ejército para llevar a cabo un pronunciamiento militar como única forma de acceder al poder. Para poder llevar a cabo esta técnica, se debía contar con el apoyo del rey y de las Cortes.
También se llevaba a cabo el fraude electoral, consistente en que el ministro de Gobernación nombraba a un candidato (el encasillado) que alcanzaría el poder, se lo comunicaba al gobernador civil y este al cacique. Este último hacía su función y finalmente se lograba que el candidato que había sido elegido saliese vencedor en las elecciones.
Si la influencia del cacique no era suficiente, se procedía al pucherazo, que era la manipulación directa de los resultados electores mediante técnicas inimaginables como sustituir a muertos y enfermos por funcionarios que votan o denegar la entrada a los colegios electorales a determinados votantes. De este modo se hacía cumplir la voluntad del ministro de Gobernación.
En conclusión, Joaquín Costa utiliza este texto para criticar al sistema político que le tocó vivir y que proporcionaba cierta estabilidad al país a pesar de urdir distintos fraudes y de no tener en cuenta la opinión del pueblo español en la vida política, a pesar de que este era en su mayoría analfabeto.