España en el Siglo XIX: Fernando VII, Tensiones Políticas y Pérdida Colonial

Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo. La Emancipación de la América Española

Durante toda la Guerra de la Independencia (1808 – 1814) Fernando VII había permanecido retenido en Francia. En diciembre de 1813, Fernando VII firmó con Napoleón el Tratado de Valençay, que ponía fin a la guerra y significaba la recuperación del trono de España en su persona. Cuando Fernando VII regresa, un grupo de diputados absolutistas le entregan el conocido como “Manifiesto de los Persas” donde le animan a restaurar el Antiguo Régimen. Unos días después, Fernando VII firma en Valencia el Decreto del 4 de mayo por el que se declara nula la Constitución y todas las leyes aprobadas en las Cortes de Cádiz.

El Sexenio Absolutista (1814 – 1820)

El retorno de Fernando VII dio el poder a los absolutistas. Se restablecieron las antiguas instituciones, incluida la Inquisición, se recuperó el régimen señorial y se suprimieron todas las libertades, iniciándose una persecución de liberales y afrancesados que tuvieron que marchar al exilio. España entró en una fase de aislamiento y desprestigio en toda Europa. El absolutismo fue incapaz de encontrar una solución a la crisis general del Antiguo Régimen. Ante esta situación, los liberales intentaron provocar la caída de la monarquía absoluta y el restablecimiento de la Constitución. Entre 1814 y 1820 hubo casi una veintena de pronunciamientos (Espoz y Mina, Díaz Porlier, Lacy…) que fracasaron en su intento de acabar con el absolutismo. En 1820, un pronunciamiento iniciado por el coronel Rafael de Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla) terminará triunfando y abriendo una nueva etapa.

El Trienio Liberal (1820 – 23)

El triunfo del pronunciamiento de Riego supuso el restablecimiento de los derechos y libertades aprobados en la Constitución de Cádiz en 1812. Durante el Trienio, España vivió un clima de gran libertad, con un alto número de periódicos y de centros de discusión política y con la participación de los ciudadanos mediante la celebración de elecciones. Los liberales pusieron en práctica la Desamortización de bienes de la Iglesia, supresión del feudalismo, reforma fiscal, etc. Los liberales se encontraban divididos entre el partido moderado o doceañista (Martínez de la Rosa; Argüelles) que gobernó durante la mayor parte del Trienio, y el partido exaltado o veinteañistas (Romero Alpuente) que apostaba por medidas más revolucionarias. Las reformas del Trienio provocaron una constante agitación política y la oposición al gobierno liberal de la Iglesia, de la aristocracia y del campesinado. El propio Fernando VII encabezaba esa oposición. Los absolutistas crearon partidas guerrilleras y plantearon varios golpes de estado contra el régimen constitucional. En julio de 1822 la Guardia Real, fuerza militar de élite vinculada al Rey, protagonizó un levantamiento en Madrid que fue sofocado por la Milicia Nacional. El fracaso provocó la ruptura definitiva entre los liberales y Fernando VII; además el partido moderado pasó a la oposición y el partido exaltado accedió al poder (general San Miguel). Los fracasos de las intentonas absolutistas provocaron que el rey se planteara la intervención extranjera como única manera de acabar con el liberalismo.

La Década Ominosa (1823 – 1833)

La Santa Alianza (Austria, Prusia, Rusia y Francia), ante el temor de que la experiencia liberal española se extendiera al resto de Europa, decidieron en el Congreso de Verona enviar un ejército francés a España, “los Cien Mil Hijos de San Luis”. Esta nueva invasión francesa está dirigida por el duque de Angulema y apenas encuentra resistencia entre el pueblo español. El gobierno y las Cortes se refugiaron en Cádiz con el Rey, pero en octubre de 1823 Fernando VII fue liberado y la Constitución nuevamente abolida. Comienza así la denominada por los liberales “Década Ominosa”, es decir abominable, donde retorna la persecución y represión de los liberales. La Santa Alianza pretendía que España adoptase un “absolutismo moderado”, donde desde la monarquía se diese paso a reformas paulatinas, no se recuperase la inquisición y la persecución a los liberales estuviese limitada. Fernando VII gobernó así de manera errática, apoyándose a veces en el sector moderado (López Ballesteros) y otras en el sector ultra (Calomarde). Tanto liberales como absolutistas se sintieron defraudados por la nueva política. Los absolutistas más radicales (apostólicos) se agruparon en torno al hermano del rey, don Carlos María Isidro, conspirando (“guerra de los agraviados”, 1827) contra el rey en un preludio de la “guerra carlista” que se desarrollará a partir de 1833.

La emancipación de América

Durante el reinado de Fernando VII en América culminará buena parte del proceso de emancipación. Entre las causas principales destacan: El ejemplo que supuso la independencia de los EEUU; la influencia de las ideas ilustradas y de la Revolución Francesa; el apoyo británico, que deseaba comerciar libremente con América; y el deseo de los criollos de liberarse de la administración colonial. El vacío de poder en España con la invasión francesa de 1808 agravó los problemas que tenía la monarquía para mantener el Imperio colonial. En las colonias, los Virreyes aceptaron a José I, pero el pueblo se mantuvo fiel a Fernando VII produciéndose un movimiento similar con la formación de Juntas; esas juntas terminarían por liderar el independentismo. Entre 1810 y 1814, se destituyen a los Virreyes y a los Capitanes generales, empezando así las declaraciones de independencia, que cuentan con el apoyo de EEUU y de Inglaterra. Los criollos mexicanos se aliaron con los peninsulares para aplastar el movimiento. En 1814, tras el regreso de Fernando VII se mandan tropas al mando del general Morillo para sofocar la sublevación. Consiguen controlar todo el territorio salvo Río de la Plata. Pero en 1816 nuevamente estalla la sublevación: Bolívar conquista Venezuela y Colombia, y San Martín desde Buenos Aires cruza los Andes y toma Chile. Morillo, acorralado, solicita urgentemente el envío de tropas desde España, pero la sublevación en 1820 de Riego lo impide. Las tropas de Bolívar desde el norte y las de San Martín desde el sur convergen en Perú derrotando a las tropas españolas en la Batalla de Ayacucho (1824). La pérdida de Perú pone fin a la guerra. Toda Sudamérica se independiza formándose repúblicas que dejaban el poder en manos de la minoría criolla. En México, a partir de 1820 los criollos liderarán el independentismo. Tras un efímero régimen monárquico en 1824 se proclama una República. En España las repercusiones fueron sobre todo económicas: El comercio con América se redujo en gran medida y afectó especialmente a zonas como Cataluña, que orientaba gran parte de su producción a la exportación a las colonias. Desapareció también una fuente importante de ingresos para la Hacienda Real. Cuando termina el reinado de Fernando VII (1833) España, de su gran imperio colonial, sólo conserva las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Constituciones del Siglo XIX

Constitución de 1834

El estatuto era una carta otorgada, la corona no renunciaba a la soberanía sino que cede parte de su poder a las cortes. Estas no pueden legislar si no a propuesta del monarca, excepto para el presupuesto cada dos años. Las cortes son bicamerales. La nobleza y los obispos estaban representados en el estamento de Próceres, el resto de la población tenía su representación en el Estamento de Procuradores. Los procuradores eran elegidos por tres años mediante un sufragio censitario.

Constitución de 1837

Más moderada, pero también más precisa que las de Cádiz. Se opta por la soberanía nacional, la separación de poderes, el amplio reconocimiento de los derechos individuales y la convocatoria de las cortes por el monarca. En algunos aspectos se moderaba con respecto a 1812, así se opta por el bicamerismo con congreso y senado. El monarca tenía la facultad de disolver las cortes. No se establece la confesionalidad de la religión católica, aunque se manifestaba la obligación de mantener culto católico, por ser mayoritariamente profesado por los españoles. Se publicaron algunas leyes progresistas como la supresión de la paga de diezmos a la iglesia, la eliminación de aduanas interiores y la supresión de los gremios para favorecer el crecimiento de la industria. Además se adoptaron medidas para liberalizar el mercado de la tierra y la supresión de los mayorazgos, la abolición del régimen señorial y sobre todo, la aprobación de la llamada desamortización de Mendizábal, que puso en venta por subasta las tierras expropiadas a la iglesia. Sus objetivos eran sanear la hacienda, financiar la guerra civil contra los carlistas y convertir a los nuevos propietarios en adeptos a la causa liberal, aunque provocó graves tensiones con la iglesia.

Constitución de 1845

Supuso la expresión más evidente del llamado “liberalismo doctrinario” que anulaba los aspectos más progresistas de la anterior. Así, sustituyó la soberanía nacional por la soberanía conjunta del Rey y las Cortes (soberanía compartida), además la Corona aumentaba los poderes de la Corona que podía nombrar ministros, designar miembros del Senado y disolver las Cortes. Las Cortes siguieron siendo bicamerales y el sufragio se restringió aún más. El conservadurismo de esta época queda de manifiesto también con la firma de un Concordato con la Santa Sede en 1851. En virtud de ese acuerdo la Iglesia vuelve a tener un papel preponderante en la sociedad española: la desamortización queda paralizada y España reconoce la confesionalidad católica del Estado.

Constitución de 1856

Nunca llegó a ser promulgada. En ella se limitaba el poder de la corona y se ampliaba la declaración de derechos.

La Constitución de 1869

Las nuevas Cortes promulgaron la considerada primera constitución democrática de la historia de España, destaca por las siguientes características: Reconoce la soberanía nacional, de la que emanan los demás poderes; incluye una amplia declaración de derechos entre los que destacan el sufragio universal masculino, la libertad de imprenta, los derechos de reunión y asociación, la libertad de culto, etc.; establece la división de poderes, con gran protagonismo de las Cortes que no sólo legislan sino que también controlan al gobierno. Por último la Constitución establecía la monarquía como forma de gobierno, aunque el poder del Rey quedaba limitado.

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