España en el Siglo XIX: Transformación Territorial, Social y Demográfica

Al iniciarse la Restauración, Cuba, Puerto Rico y Filipinas eran las únicas posesiones que España tenía en Ultramar, las cuales perdería a finales del siglo XIX.

En 1868 había estallado un movimiento separatista en Cuba, dirigido por Máximo Gómez, Antonio Maceo y Carlos Manuel de Céspedes. Durante la Guerra de los Diez Años, finalizada con la Paz de Zanjón en febrero de 1878, la principal actividad económica en Cuba y Puerto Rico era la producción agrícola. En las haciendas trabajaban esclavos negros. El 90% de la producción azucarera cubana se vendía a los Estados Unidos; sin embargo, Estados Unidos apenas vendía productos a los cubanos, debido a los altos aranceles del país. Los productos estadounidenses eran más baratos, por lo que los cubanos se sentían insatisfechos.

En 1892, Antonio Maura propuso una ley para dar autonomía a Cuba, con el objetivo de evitar nuevas rebeliones, pero fue rechazada por los terratenientes esclavistas. José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, que luchaba por la independencia. Mientras tanto, la Unión Constitucional representaba a los propietarios españoles de Cuba, que no querían ceder ante los independentistas. En 1895, comenzó el Grito de Baire, una serie de insurrecciones en Cuba. Los separatistas ganaron el apoyo de los campesinos negros, prometiendo acabar con la esclavitud. Los españoles sufrieron muchas bajas debido al paludismo, y Martínez Campos fue reemplazado por el General Weyler.

La estrategia de los españoles era construir trochas para dividir la isla y evitar que los grupos rebeldes se comunicaran. Mientras tanto, los estadounidenses ayudaban a los independentistas con armas, ya que querían controlar Cuba, el negocio de la caña de azúcar y el comercio libre con la isla. Así, dos naciones entraron en guerra por el control de Cuba: una, España, en declive, y la otra, Estados Unidos, que había experimentado un gran desarrollo industrial.

La causa directa de la guerra fue el hundimiento del barco de guerra *Maine*, fondeado en La Habana. El presidente norteamericano McKinley logró convencer al Congreso de los EE.UU. de la necesidad del conflicto bélico. La derrota de España fue rápida. En Santiago de Cuba, las fuerzas navales norteamericanas acorralaron a la armada española capitaneada por Cervera. El general Weyler fue derrotado en tierra en pocas semanas. España pidió la apertura de negociaciones de paz.

En Filipinas, el líder del movimiento independentista fue José Rizal. Filipinas había sido un territorio poco explotado por los españoles, y escasamente integrado. Los movimientos independentistas estallaron, como en Cuba, en 1895. Puerto Rico, por su parte, había conseguido la autonomía de la metrópoli, lo que retrasó el estallido del independentismo. Durante la I República se había acordado la abolición de la esclavitud. Tras la derrota en Cuba, por la Paz de París (diciembre de 1898) se estipuló que los EE.UU. ocuparían Filipinas, Puerto Rico y Guam. Cuba alcanzaría la independencia en 1902, pero estuvo controlada por los EE.UU. España había perdido sus últimas posesiones de ultramar. Numerosos intelectuales escribieron sobre el “Desastre del 98”: Unamuno, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja, etc. En sus escritos, se empezó a hablar de la necesidad de efectuar cambios profundos.

El Regeneracionismo fue la respuesta del poder a la crisis del país, y su principal líder fue Joaquín Costa. Su programa proponía mejorar el sistema educativo, reducir la deuda pública, fomentar obras públicas, eliminar el caciquismo y modernizar el país en todos los aspectos. A pesar de las fuertes críticas de la prensa y los intelectuales, el sistema de la Restauración siguió existiendo.


A lo largo del siglo XIX la población española aumentó. Las causas más importantes de este crecimiento fueron la desaparición de determinadas epidemias, la mejora de la dieta y la expansión de algunos cultivos. Sin embargo, el crecimiento demográfico español fue uno de los más bajos de Europa debido al mantenimiento del régimen demográfico antiguo: alta mortalidad y elevada natalidad.

La natalidad española era más elevada y la mortalidad resultaba muy superior a la media europea. La esperanza de vida en España en 1900 era de 34,8 años y en Francia o Gran Bretaña de 45 años. Todas estas magnitudes explican el limitado crecimiento de la población española, que hasta el siglo XX no experimentó la transición hacia una demografía moderna.

El mantenimiento de una elevada mortalidad fue debido a las malas condiciones sanitarias y al impacto de las epidemias (cólera, tuberculosis y fiebre amarilla), ambas muy relacionadas con la pobreza. La escasez de alimentos, que conducía al hambre, la desnutrición y a un aumento del número de muertos, también las guerras o las persecuciones políticas.

Durante el siglo XIX, continuó aumentando el peso demográfico de la periferia en detrimento de la España interior, excepto en Madrid. A lo largo del siglo XIX el crecimiento urbano fue limitado, debido a la modesta industrialización y al atraso agrario español, pero constante.

A partir de 1860 la población comenzó un lento éxodo rural que supuso el crecimiento de la población de las capitales de provincia, principalmente de Madrid como capital política y Barcelona y Bilbao, como principales núcleos industriales. En 1836 la población urbana era menos del 10% y en 1900 era del 16,6%.

El aumento del tamaño de algunas ciudades obligó a reconstruir las ciudades y a realizar ampliaciones mediante planes de reformas urbanas como los ensanches (el Barrio Salamanca o el ensanche de Barcelona). También se realizó la construcción de ferrocarriles, el inicio del alumbrado público y el alcantarillado.

A principios del siglo XX la mayoría de la población española continuaba siendo rural y un 70% residía en núcleos de menos de 200.000 habitantes. El resultado de esta irregular distribución de la población fue un dualismo muy acentuado entre el campo y la ciudad, origen de numerosas tensiones políticas y sociales.

A finales del siglo XIX, el aumento de la población y la falta de empleo provocaron la emigración hacia América. Las principales regiones de España de donde salían los emigrantes eran Galicia, Cantabria, Asturias, Canarias y Cataluña, que tenía fuertes lazos comerciales con Cuba. El destino más importante fue Latinoamérica, especialmente entre 1900 y 1929, con grandes flujos hacia Argentina, Cuba, México y Brasil. Hasta 1860, se calcula que 200,000 españoles emigraron a América, atraídos por las oportunidades de trabajo y la facilidad del nuevo barco a vapor. Los gallegos fueron los que más emigraron, con unos 325,000 (el 60%) entre 1853 y 1882.

La revolución liberal burguesa supuso la transformación de la sociedad estamental en la actual sociedad de clases capitalista. El único criterio más importante es económico, que permite clasificar a la población por su nivel de renta. Además, las clases sociales son abiertas y el ascenso o descenso de una a otra, lo que se denomina movilidad vertical.

La media y baja nobleza del Antiguo Régimen tendieron a desaparecer. En cambio, la alta nobleza, conservó sus títulos, sin privilegios feudales y se integró en los grupos dirigentes en razón de sus propiedades territoriales y de sus negocios. La alta burguesía fue la nueva clase que emergió al beneficiarse de la compra de las tierras desamortizadas y con las inversiones en ferrocarriles e industrias. Se constituyó así una oligarquía terrateniente, industrial y financiera. Las clases medias eran un grupo heterogéneo formado por la pequeña burguesía, funcionarios y profesionales liberales. El campesinado seguía representando la mayoría de la población, por el escaso desarrollo industrial. En el sur abundaban los jornaleros agrícolas (latifundios), sus duras condiciones de vida provocaron conflictos. Ellos fueron los grandes sacrificados de las reformas liberales. El proletariado urbano, sobre todo en las zonas industriales (Barcelona, Vizcaya), era la nueva clase en aumento, que se nutría del éxodo rural y de los antiguos artesanos arruinados.

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