La España de los Austrias Menores: Los Validos
Los monarcas que reinaron en la Monarquía Hispánica durante el siglo XVII tuvieron como característica común el empleo de validos o privados en el gobierno del Estado. El duque de Lerma o el de Osuna con Felipe III, el Conde-duque de Olivares y D. Luis de Haro con Felipe IV, el padre Nithard y Fernando Valenzuela durante la regencia de Mariana de Austria y D. Juan José de Austria, el Duque de Medinaceli y el conde de Oropesa con Carlos II, son prueba evidente de ello.
El valido era una especie de primer ministro con plenitud de poderes (aunque sin cargo institucional) que, por dejadez, incompetencia o falta de voluntad del rey, gobernaba en su lugar bajo una apariencia de normalidad. Normalmente, se trataba de personas pertenecientes a la alta nobleza o al alto clero que vivían en la Corte, donde forjaban su amistad con el soberano, quien depositaba en ellos toda su confianza hasta el punto de ser ellos quienes tomaban las decisiones, tanto en política interior como exterior.
Por otra parte, su empleo tenía una notable ventaja: el rey nunca era responsable de una decisión errónea, pues él no la había tomado, de forma que las críticas recaían sobre el valido que, además, era fácilmente sacrificable y sustituible por otro.
Este sistema trajo consigo un aumento de la corrupción puesto que los validos aprovecharon su poder para conseguir prebendas, beneficios, cargos, títulos y demás mercedes tanto para ellos como para sus familiares y amigos (nepotismo), produciéndose rivalidades e intrigas entre aquellos que gozaban del favor real y los que no.
La institución del valimiento no es exclusiva de España sino que es algo que se convierte en característica común en algunas monarquías del siglo XVII: el duque de Buckingham en la Inglaterra de Carlos I y los cardenales Richelieu y Mazarino en la Francia de Luis XIII y Luis XIV son buena prueba de ello.
La España de los Austrias Menores: Conflictos Internos
A lo largo del siglo XVII, bajo el gobierno de los denominados Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), la Monarquía se vio aquejada de múltiples conflictos internos, alguno de los cuales pusieron en peligro la unidad establecida desde los Reyes Católicos. Las tensiones políticas, unidas a la profunda crisis económica y social, fueron las causantes de la conflictividad.
La Expulsión de los Moriscos
Felipe III y, más concretamente, su valido, el duque de Lerma, decretaron la expulsión de los moriscos (musulmanes en las tierras cristianas de la Monarquía Católica) en 1609, primero del reino de Valencia y después del resto de los reinos peninsulares. Más de 270.000 personas salieron de la península camino del exilio. Las consecuencias, graves, fueron fundamentalmente demográficas, con la pérdida de población en un momento de recesión demográfica, y económicas, ante el despoblamiento y la falta de mano de obra agrícola, especialmente en Valencia, donde los señores se quedaron sin siervos.
La Crisis de 1640
Los momentos de mayor tensión se produjeron durante el reinado de Felipe IV. La idea del Conde-duque de Olivares, valido del rey, de que los diferentes reinos colaboraran en el mantenimiento de la Monarquía, tal y como lo hacía Castilla, desencadenaría la crisis más grave de todo el siglo, la de 1640, en la que se produjeron las sublevaciones de Cataluña y Portugal, justo en el momento en que la Monarquía estaba inmersa en la fase culminante de la Guerra de los Treinta Años en el centro de Europa contra Holanda, Francia y los estados protestantes alemanes.
La guerra en Cataluña finalizó con la reincorporación del Principado a la Monarquía en 1652, pero en el caso de Portugal se conseguiría la independencia por el Tratado de Lisboa de 1668. Paralelamente, se produjeron otros movimientos de carácter independentista en Andalucía, Aragón y Nápoles que fueron sofocados. 1640 marcó un punto de claro riesgo de desmembración de la Monarquía Católica.
La Crisis de 1640 en Detalle
La entrada de España en la Guerra de los Treinta Años y la ruptura de la Tregua de los Doce Años con Holanda puso de manifiesto la necesidad de más recursos humanos y financieros para la Monarquía, en un estado que hacía ya años que sufría los principios de una grave crisis demográfica y económica.
El Proyecto del Conde-Duque de Olivares
El Conde-duque de Olivares, en su proyecto conocido como el Gran Memorial, intentó llevar a cabo una reforma por la que se consiguiera la unificación legislativa e institucional de todos los reinos incluyendo, en el apartado fiscal, el reparto equitativo de las cargas de forma que no recayera de manera tan abrumadora como hasta entonces sobre la Corona de Castilla el mantenimiento del Imperio.
El Memorial incluía el proyecto de la Unión de Armas por el que se crearía un ejército permanente de ciento cuarenta mil hombres costeado por cada reino integrante en función de su población. La negativa de los reinos orientales impidió su puesta en práctica.
La Sublevación de Cataluña
Tras la entrada de Francia en la guerra a partir de 1635, las necesidades tanto de dinero como de hombres crecieron aún más, por lo que se intentó revitalizar el proyecto, desencadenando la crisis de 1640, en la que Cataluña y Portugal fueron los principales protagonistas, aunque también se produjeron movimientos separatistas en Nápoles, Aragón y Andalucía.
El envío de tropas castellanas a la frontera con Francia provocó el estallido de una revuelta entre el campesinado catalán (no dispuesto a alojar a la tropa en sus casas) dando origen al denominado Corpus de Sangre (7 de junio de 1640), fecha en la que, con su entrada en Barcelona y el asesinato del virrey conde de Santa Coloma, la Generalitat se hizo cargo de la situación declarándose en rebeldía, no reconociendo como rey a Felipe IV y estableciendo una república que, tras los hábiles manejos de la diplomacia francesa del cardenal Richelieu, acabaría acatando la soberanía del rey galo, Luis XIII, al que declararon conde de Barcelona.
Se inició una guerra a la que Olivares consideraría prioritaria y que culminaría con la toma de Barcelona y la vuelta de los rebeldes a la Monarquía Católica en 1652.
La Rebelión de Portugal
Al mismo tiempo estalló el conflicto portugués. Los lusos habían visto incrementado el número de sus enemigos con la incorporación al imperio español en 1580. Sus intereses comerciales se veían constantemente atacados por los holandeses sin que, a su juicio, la Monarquía hiciese mucho por evitarlo. Si a esto unimos el descontento por las reformas fiscales, la presencia de castellanos en su gobierno y el hecho de que existiera una dinastía, la de Braganza, dispuesta a hacerse con el trono, la rebelión se precipitó.
Se inició un conflicto armado relegado a un segundo término hasta la recuperación de Cataluña, pero entonces era ya demasiado tarde. La derrota española en Villaviciosa precipitaría que, en 1668, siendo Mariana de Austria regente de la Monarquía (Felipe IV había muerto en 1665 y Carlos II era menor de edad), se firmara la paz de Lisboa por la que se reconocía la independencia de Portugal y su imperio colonial.
La España de los Austrias Menores: La Política Exterior. El Ocaso de la Hegemonía de los Habsburgo
Durante el reinado de Felipe III (1598-1621), el pacifismo fue la táctica imperante en lo relativo a la política exterior, dinámica diplomática ya puesta en marcha por el propio Felipe II al final de su reinado (paz de Vervins de 1598 con la Francia de Enrique IV). El agotamiento tras muchos años de cruentas y costosas guerras dio origen a la paz de Londres con Inglaterra (1604), al doble acuerdo matrimonial con Francia tras el asesinato de Enrique IV en 1610, por el que el futuro Felipe IV de España contraía matrimonio con Isabel de Borbón y Luis XIII lo hacía con la infanta española Ana de Austria; y a la firma de la Tregua de los Doce Años con Holanda (1609).
El Reinado de Felipe IV y la Guerra de los Treinta Años
El cambio de reinado dio lugar a un giro radical en la política exterior. Felipe IV (1621-1665) y, más concretamente, su valido, el Conde-duque de Olivares, se propusieron devolver a la Monarquía española el prestigio perdido durante la época de pacificación.
El apoyo prestado a la rama alemana de la dinastía de los Habsburgo en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) y el fin de la Tregua de los Doce Años (1621) con los holandeses, iniciaron un largo periodo de conflictos entrecruzados que no culminaría hasta el reinado siguiente.
Si en un primer momento la balanza parecía decantarse a favor de los Austrias, y prueba de ello son triunfos militares como los de la Montaña Blanca (1620) o Nordlingen (1634) en el conflicto imperial o la toma de la ciudad de Breda (1625) en la guerra contra los holandeses, la entrada de Francia en el conflicto (mayo de 1635) sería decisiva. La diplomacia del cardenal Richelieu había sabido lanzar un enemigo tras otro contra el eje de los Habsburgo para, finalmente, arremeter contra él ya debilitado. Además, se benefició del trauma que para Madrid supusieron los movimientos secesionistas iniciados en 1640.
La Paz de Westfalia y el Tratado de los Pirineos
Las derrotas en la batalla naval de Las Dunas (1639) y la de Rocroi (1643) llevaron a la firma de la paz de Westfalia (1648) por la que la Monarquía Católica reconocía definitivamente la independencia de Holanda. Sin embargo, el tratado iba más allá pues suponía la pérdida definitiva de la hegemonía de los Habsburgo en Europa, el fin de la época imperial y el triunfo en Europa de los estados-nación.
La guerra con Francia continuó hasta la firma del Tratado de los Pirineos (1659) por el que la Monarquía Católica cedía el Rosellón y la Alta Cerdaña, algunas plazas en los Países Bajos y ventajas comerciales. El acuerdo se sellaba con un enlace matrimonial por el que Luis XIV se casaba con la infanta española María Teresa de Austria (hija de Felipe IV); este enlace, pese a la renuncia de la novia a los derechos de sucesión a la corona hispana, sería la vía de acceso de la dinastía borbónica al trono español.
El Reinado de Carlos II y la Guerra de Sucesión
Con Carlos II (1665-1700) continuaron los enfrentamientos con Francia que se saldaron con la pérdida de algunas plazas de los Países Bajos y del Franco-condado en virtud de las paces de Aquisgrán (1668), Nimega (1679) y Rijswick (1697). Igualmente, durante su minoría de edad se firmó el Tratado de Lisboa (1668) por el que se reconocía la independencia de Portugal. La muerte del soberano sin descendencia daría origen a la Guerra de Sucesión a la corona española (1700-1714) y al final de la casa de Austria bajo cuyo gobierno la Monarquía había alcanzado las más altas cotas de poder.
Mentalidad y Cultura en el Siglo de Oro
A medida que avanzaba el siglo XVII se fue haciendo patente la sensación de decadencia. Un hálito de desengaño empezó a invadir el espíritu de sus pensadores: Quevedo y Gracián son las principales figuras del sentimiento pesimista que impregnó el barroco español. Se empezaba a percibir cuál había sido el precio pagado por el mantenimiento de la ortodoxia conservadora: la decadencia económica y científica, el aislamiento de España.
Ciencia y Pensamiento
A lo largo de los siglos XVI y XVII España no dio ningún nombre brillante en Física ni en Matemáticas, pero fueron numerosos los cosmógrafos, geógrafos y naturalistas. En Medicina, el único nombre destacado es el de Miguel Servet, descubridor de la circulación pulmonar de la sangre.
Sin embargo, en las ciencias humanas encontramos numerosos autores destacados, especialmente en Teología, Derecho y Política. El Derecho natural recibió un fuerte impulso a consecuencia de la problemática suscitada por la relación con los indios en el Nuevo Continente. Destaca en este campo el dominico Francisco de Vitoria. También se discutió acerca del origen, naturaleza y límites del poder político (frente a los defensores del absolutismo regio se situaron los teólogos escolásticos que defendían la idea del pacto entre el monarca y sus súbditos).
Literatura y Teatro
En la literatura, los dos estilos representativos del Barroco español son el conceptismo y el culteranismo. Mientras el primero (Quevedo) pretende empujar al lector hacia la reflexión, el culterano (Góngora) se evade de la realidad circundante por medio de lo ornamental.
El teatro adquirió, gracias a la labor de autores como Lope de Vega o Calderón de la Barca, unas formas características muy en consonancia con la estética barroca: mezcla de lo popular y lo culto, mezcla de lo trágico y lo cómico.
Artes Plásticas
En cuanto a las artes plásticas, que habían iniciado su época de esplendor a mediados del siglo XVI, se engrandeció hasta alcanzar su cénit a mediados del siglo XVII. Arquitectos como Gómez de Mora o los Churriguera, escultores como Gregorio Fernández o Martínez Montañés o pintores como Ribera, Zurbarán, Velázquez, Alonso Cano, Murillo o Valdés Leal lo demuestran con sus obras.
La Guerra de Sucesión y el Sistema de Utrecht
El testamento de Carlos II estuvo determinado por el afán por salvaguardar la integridad territorial de la Monarquía Católica. Esta es la razón que subyace en su decisión de convertir en su heredero a Felipe de Borbón, duque de Anjou y nieto de Luis XIV. En principio, Europa (con la excepción de la rama austriaca de los Habsburgo) aceptó la sucesión.
En realidad, la guerra fue provocada por el recelo de las potencias aliadas al posible enlace Francia-España en una sola persona y al control por Versalles del gran mercado americano (algo que Luis XIV no hizo sino agravar). En 1702, la Gran Alianza de la Haya, encabezada por Inglaterra, Austria y Holanda, declaraba la guerra al eje borbónico Versalles-Madrid. Frente a Felipe V presentaba su candidatura al trono español el hijo del emperador José I, el archiduque Carlos de Austria.
La guerra tendría un doble perfil, peninsular y continental que, paradójicamente, concluiría con resultado inverso: mientras en Europa, la Alianza acabó imponiéndose al bloque borbónico, en la península, las tropas al servicio de Felipe V se impusieron a los austracistas asegurándole el trono.
Desarrollo de la Guerra en la Península
Ciñéndonos a la península, los hechos bélicos de la Guerra de Sucesión no tienen gran trascendencia hasta 1704. Este año una escuadra aliada recorrió la costa mediterránea esperando provocar un levantamiento a favor del archiduque, sorprendiendo a la plaza de Gibraltar (2 de agosto). Lo que parecía no ser más que un mero lance de la guerra se convertiría en uno de los hechos más decisivos de la historia moderna de España: desde entonces aquel enclave se encuentra bajo soberanía británica.
En 1705 el país comenzó a sufrir realmente los efectos de la contienda. El dominio marítimo de los aliados empezó a dar sus frutos. Valencia y Cataluña tomaron, mayoritariamente, el partido austracista. La casi totalidad del reino de Aragón siguió este camino. Al año siguiente, Felipe V parecía tener perdida la guerra. Los angloportugueses avanzaron por Extremadura y Carlos III (como ya había sido proclamado el archiduque) entró en Madrid. En este crítico momento, el apoyo castellano salvó a la causa borbónica. La victoria decisiva tuvo lugar en Almansa (abril de 1707), fruto de la cual fue la liberación del centro y del Levante. Felipe V se consideró lo suficientemente seguro para decretar (29 de junio de 1707) la abolición de los fueros de los reinos de Valencia y Aragón, medida que intensificaría la resistencia catalana.
Cuando la guerra parecía prácticamente decidida sobrevino la gravísima crisis de 1709, el “gran invierno” que asoló Francia y el interior de España. Luis XIV se vio obligado a retirar el apoyo militar a su nieto (ante el ataque aliado al propio territorio francés). Felipe V quedó aislado, lo que se tradujo en los reveses militares de 1710. Aragón fue reconquistado por los aliados y Felipe se retiró a Valladolid: el archiduque entró por segunda vez en Madrid.
En el momento en que la causa borbónica parecía más desesperada, dos hechos restablecieron la situación a su favor: por un lado, el nuevo esfuerzo castellano que se tradujo a fines de 1710 en la doble victoria de Brihuega y Villaviciosa (diciembre) que abrían el camino de Aragón. Por otro lado, la muerte de José I (abril de 1711), con lo que el archiduque Carlos pasaba a convertirse en Carlos VI de Austria y, caso de triunfar en España, podría rehacer el Imperio de Carlos V en el siglo XVI, lo que naturalmente ya no interesaba a sus aliados Holanda e Inglaterra.
En estas circunstancias, la resistencia proaustriaca quedó reducida a Cataluña, donde se había asentado el archiduque. Tanto Inglaterra como Austria trataron de buscar una paz negociada para Cataluña, pero Felipe V se mostró inflexible. Por fin la resistencia catalana se redujo a la ciudad de Barcelona que aguantó hasta el 11 de septiembre de 1714.
La Paz de Utrecht
Mientras en España concluía la guerra, se desarrollaron en la ciudad holandesa de Utrecht las negociaciones de paz. El resultado final, la llamada “paz o sistema de Utrecht”, es un conjunto de once tratados que regularon no ya sólo la sucesión española (motivo que había desencadenado el conflicto) sino también otras muchas cuestiones de la política europea.
Francia, aunque militarmente vencida, consiguió ver su objetivo satisfecho: la permanencia de Felipe V como rey de España. Austria recibió por ello dos importantes compensaciones (aunque, no obstante, no reconocería a Felipe como rey): los Países Bajos y el ducado de Milán y la isla de Cerdeña (que luego trocó por Sicilia).
El Cambio Dinástico en el Siglo XVIII: Las Reformas Internas
La Guerra de Sucesión fue, desde una visión global de la política internacional, el último choque de las potencias occidentales contra el hegemonismo francés de Luis XIV. El cómo este fenómeno, particularizado en la península, se convirtió en una guerra civil, es algo de difícil interpretación.
Podría pensarse, a simple vista, que el apoyo castellano a la causa borbónica y el de la Corona de Aragón (sobre todo catalán) a la austriaca era el fruto de una insolidaridad, de una falta de cohesión de los intereses nacionales. Sin embargo, en modo alguno se aprecia en los países forales intención alguna de desligarse de Castilla. Tampoco era un problema foral el que se dilucidaba puesto que los fueros ya habían sido jurados en Cortes por Felipe V. Los verdaderos motivos de la dispar actitud eran las muy diferentes experiencias vividas en los últimos años. Para Castilla, el siglo XVII y sus rectores habían sido desastrosos, fruto de la debilidad gubernamental, algo que se entendía que había favorecido la prosperidad de los países forales (durante el reinado de Carlos II). En general, en Castilla, el apoyo a la causa borbónica fue unánime, no así en la Corona de Aragón hacia el archiduque, donde muchos de los partidarios austracistas lo eran más por razones de protesta antifeudal que estrictamente políticas (sobre todo en el reino de Valencia).
La Abolición de los Fueros y la Nueva Planta
Paralelamente al desarrollo de la guerra, el bando borbónico, a la postre el vencedor, fue cimentando el poder del Estado. El pretexto de la oposición de la Corona de Aragón a Felipe V sirvió para eliminar los fueros de sus reinos. El 29 de junio de 1707 promulgó el rey el primer decreto en este sentido aboliendo los fueros de los reinos de Valencia y Aragón. En el preliminar del decreto se señalan los motivos que le llevaron a tomar esta medida:
- Su deseo de unificar a todos los reinos españoles con las leyes castellanas.
- El dominio absoluto que poseía sobre los reinos de Aragón y Valencia.
- La rebelión que, llevada a cabo en contra de su causa, debía ser castigada.
La Nueva Planta se fundamentó en el equilibrio de tres poderes: el militar, el gubernativo-judicial y el financiero, representados, respectivamente, por la Capitanía General, la Chancillería y la Superintendencia. Se introdujo un nuevo impuesto, que venía a aumentar la presión fiscal. En el caso valenciano se conoció como equivalente; en Aragón, única contribución. En cuanto a los municipios se introdujeron los regidores castellanos.
Años más tarde (ya acabada la guerra) se introdujeron sendos decretos que abolían los fueros del reino de Mallorca (noviembre de 1715) y del Principado de Cataluña (15 de enero de 1716). También aquí se introdujeron los regidores (que, entre otras funciones, velarían por la supresión pública del uso de la lengua catalana) y los nuevos impuestos (talla para Mallorca y catastro para Cataluña). Estos impuestos, inicialmente lesivos como carga fiscal suplementaria, se irían haciendo con el paso del tiempo más suaves al mantenerse inalterable la base sobre la que se hacía el cálculo anual del reparto, factor progresivo de desgravación fiscal.
Reforma de la Administración Central
Los órganos de la administración central también fueron reformados. Se suprimieron los Consejos territoriales (salvo el de Castilla que pasó a convertirse en un órgano consultivo que actuaba a modo de Tribunal Supremo de Justicia).
La Práctica del Despotismo Ilustrado: Carlos III
Carlos III fue proclamado rey de España en 1759 contando con una larga experiencia de gobierno pues desde 1735 había ejercido como soberano de Nápoles. Llevó a cabo tanto allí como luego en España un amplio programa de reformas gracias a la aplicación del llamado “Despotismo ilustrado”, ese absolutismo benefactor que se apropió de buena parte de los monarcas europeos durante la segunda mitad del siglo XVIII con su lema “todo para el pueblo pero sin el pueblo” y cuyos objetivos prioritarios eran la educación, la cultura y la economía.
Dos etapas dividieron su reinado en España. La primera, en la que destacan ministros de procedencia italiana como Esquilache o Grimaldi, puso en marcha y a buen ritmo un ambicioso programa reformista frustrado en buena medida como consecuencia del llamado Motín de Esquilache (marzo, 1766) motivado por diversas causas (como la abolición de la tasa de grano, es decir, del precio máximo que podía alcanzar, o el cambio de indumentaria, con el recorte de las capas y de las alas de los sombreros) pero con instigación de sectores nobiliarios y eclesiásticos.
Reformas Educativas y Económicas
Se intentó reorganizar el sistema educativo con la finalidad de acabar con el atraso del país; se dignificaron todos los oficios para poner fin a la ancestral idea de que las profesiones manuales eran propias de plebeyos. Igualmente, se llevó a cabo un amplio programa de reformas de naturaleza económica en los distintos sectores productivos:
Agricultura
En agricultura se procedió al reparto de tierras comunales en Extremadura, a la repoblación de Sierra Morena, la reducción de algunos privilegios de los ganaderos de la Mesta y algunas obras de regadíos (tales como el Canal Imperial de Aragón o el Canal de Castilla).
Industria
Para fomentar el desarrollo de la industria se rompió el monopolio de los gremios en 1772; se establecieron, con escaso éxito, nuevas Fábricas reales (empresas de iniciativa pública que perseguían animar a la inversión industrial privada).
Comercio
A nivel comercial se adoptaron medidas tendentes a crear un mercado nacional como la mejora de la red de comunicaciones o la supresión de aduanas interiores. Un decreto de 1778 estableció la liberalización del comercio con América para todos los puertos españoles y americanos, acabando con el monopolio ostentado hasta entonces por la Casa de Contratación.
Finanzas
En el terreno financiero se estableció el Banco de San Carlos, precedente del futuro Banco de España. No obstante, muchos de estos ambiciosos proyectos tenían ciertos precedentes importantes. Por otro lado, algunos de ellos escasamente superaron el estadio teórico y los realmente aplicados, en la mayor parte de los casos, no cubrieron plenamente todos sus objetivos.
La Ilustración en España
Las ideas ilustradas llegaron a España a lo largo de la primera mitad del siglo XVIII procedentes, sobre todo, de Gran Bretaña y Francia. La confianza en la razón, el espíritu crítico, el afán de progreso, la importancia del estudio científico y la educación fueron los aspectos más destacados que las caracterizaban.
Los ilustrados españoles fueron un grupo minoritario dentro de la sociedad integrado por nobles, funcionarios, burgueses y clérigos que reflexionaron acerca de los problemas que asolaban a la nación y propusieron soluciones para superar el atraso en el que vivía el país. Pretendían reformar la economía y el sistema educativo, criticaron algunos aspectos de la realidad social y mostraron interés por las ideas políticas del liberalismo aunque sin aspiraciones revolucionarias. Su afán reformista chocó con los intereses de la Iglesia y de gran parte de la nobleza que se enfrentaron con tenacidad a sus programas.
Figuras Destacadas de la Ilustración Española
En la primera mitad del siglo XVIII destacó la figura del padre Benito Feijoo, quien combatió (en obras como el Teatro crítico o las Cartas eruditas) la superstición e informó acerca de las novedades científicas, y Gregorio Mayans, humanista, fundador de la historia de la lengua y la literatura española.
Pero fue en la segunda mitad del siglo cuando la Ilustración alcanzó su apogeo. Sus ministros, Campomanes, Aranda o Floridablanca trataron de elevar el nivel económico y cultural del país. Hombres como Jovellanos, Cabarrús o Capmany son muestra de la asimilación en España de las corrientes fisiocráticas y liberales.
Sociedades Económicas de Amigos del País y Reales Academias
Se crearon la Sociedades Económicas de Amigos del País, con objeto de difundir el conocimiento y fomentar el desarrollo socioeconómico en las diferentes regiones de la Monarquía. Surgieron las Reales Academias (ya desde la primera mitad del siglo con la de la Lengua), se crearon instituciones de enseñanza secundaria y se reformaron (con desigual éxito) las universidades y los colegios mayores, unificando la educación bajo control estatal sobre todo a raíz de la expulsión de los jesuitas decretada en 1767.
Evolución Económica y Social en el Siglo XVII
A partir de la muerte de Felipe II (1598) y hasta los inicios del siglo XVIII se desarrolla un período de nuestra historia que se ha bautizado como de la “decadencia” española (o “crisis del siglo XVII”). El concepto no parece demasiado esclarecedor. La mala imagen del período alcanza su cota máxima en el reinado de Carlos II. En 1700 la Monarquía Católica estaba aún a la cabeza de un enorme imperio cuyo mantenimiento exigía un potencial que excedía con mucho a sus posibilidades materiales. Pero esta situación no era nueva: se había hecho ya patente antes de 1650. El siglo XVII fue, en general, muy negativo en todo Occidente, pero en la España los problemas empezaron antes, fueron más profundos y duraron más.
Al parecer, en la crisis, cuyas raíces se ahondan en la segunda mitad del siglo XVI, nos encontramos con la funesta convergencia de dos aspectos: los hechos naturales y los fenómenos bélicos. La etapa puede ser dividida en tres secuencias que, en líneas generales, se corresponden con los tres reinados del siglo.
1598-1620
Esta secuencia marca los caracteres básicos de la “decadencia” (aunque tenían precedentes). Ya los contemporáneos empezaron a observarlo como demuestra el desarrollo de la literatura arbitrista. Los arbitrios eran escritos que pretendían detectar los problemas que afligían a la monarquía y ofrecer posibles soluciones. A lo largo del siglo XVI la expansión se había basado en el poderío socioeconómico castellano y éste, a su vez, en tres aspectos:
- La fuerza demográfica
- La capacidad productiva
- La riqueza ultramarina
Al degradarse los tres simultáneamente empieza a percibirse el declive.
a) Crisis Demográfica
La caída de natalidad en las regiones interiores empieza a producirse, si bien no muy acusadamente hasta la secuencia siguiente. Pero a ello se añade un creciente desequilibrio en la distribución de la población, como consecuencia del éxodo rural. Las razones de este éxodo deben buscarse en la fuerte presión fiscal sobre la tierra, cada vez más acentuada por el efecto de la propia emigración y la política proganadera del gobierno. La etapa conoció una fuerte emigración a América (alrededor de cinco mil personas al año) y a las ciudades. Por otra parte, a la vez que se perdía natalidad, se incrementaba la mortalidad. Entre 1598 y 1601 se desató una gran epidemia de peste que costó unas seiscientas mil vidas. Como escribió Mateo Alemán en su “Guzmán de Alfarache”: “el hambre que sube de Andalucía enlaza con la peste que baja de Castilla”. También provocaban una intensa mortandad epidemias vinculadas con la crisis de alimentación, sobre todo el tabardillo (tifus) y el garrotillo (difteria), esta última especialmente dañina entre la población infantil. Junto a la caída de la natalidad, la emigración y el incremento de la mortalidad, también tuvo un impacto demográfico negativo la expulsión de los moriscos, como consecuencia de la cual abandonaron el país entre 250.000 y 300.000 personas que dejaron muy despobladas áreas del sur y del este de la península.
b) Caída de la Producción
Como queda apuntado, los pueblos se fueron despoblando (sobre todo en Castilla) con lo que también empezó a caer su producción. Las manufacturas se encontraban sometidas a fuertes gravámenes (impuestos) y ante la contracción de los mercados (los precios empezaron a ser inasequibles para los potenciales compradores) se empezaron a perder ventas. Además, se incrementó la dificultad para encontrar personal cualificado. El éxodo a la ciudad se compuso mayoritariamente de mendigos e individuos deseosos de obtener un cargo funcionarial. Por si algo faltara, la capacidad inversora se debilitó pues parte de la banca nacional se vio perjudicada por la morosidad de la Monarquía.
c) Disminución de la Riqueza Ultramarina
Entre 1590 y 1620 la llegada de metales preciosos provenientes de América (oro y plata) experimentó un descenso de un 15% aproximadamente. En estas condiciones, la dependencia del exterior (tanto en productos industriales como en inversión o, incluso a veces, en productos de primera necesidad) era muy acusada. Era necesario, como apuntaban los arbitristas, modificar la situación.
1620-1670
A pesar de los problemas apuntados, la Monarquía era, en 1620, la primera potencia mundial. Es la época de la llamada “Pax hispanica”. Sin embargo, se ve obligada a involucrarse en las luchas de Alemania. A lo largo de la secuencia pueden dividirse dos etapas:
- 1620-1648: intento de reforma de Olivares y sus consecuencias inmediatas.
- 1648-1670: estado de resignación ante el fracaso previo.
1ª) El Conde-Duque de Olivares y la Unión de Armas
El Conde-duque de Olivares se encontró con una Monarquía poco productiva y que aumentaba sus gastos. Siempre se había recurrido a la capacidad castellana, pero ¿podía aguantar más Castilla? Entre 1630 y 1660 conoció el reino los más bajos índices de natalidad desde 1500. La despoblación se veía agravada pues todos los factores apuntados para la secuencia anterior continúan y se agravan. La emigración, por ejemplo, aumenta como consecuencia del reclutamiento de tropas (unos 12.000 hombres aproximadamente pérdida anual de promedio desde 1618 a 1659). La producción manufacturera decae aún más: menos operarios y precios en alza cada vez más inalcanzables para la población. Por su parte, el flujo metalífero americano cae, de 1621-25 a 1646-50 en un 60%. Los recursos eran cada vez menores y, sin embargo, los gastos, con la vuelta a la guerra, se multiplican. De 1620 a 1621 el presupuesto del ejército aumentó en más de un 130% y el de la armada algo más del 100%. Habría que buscar soluciones para encontrar más recursos financieros: uno sería la alteración monetaria con la entrada en circulación de moneda de vellón (cobre). Ello produjo algún beneficio inicial pero provocó un galopante crecimiento de la inflación especialmente sensible a mediados de siglo. Otro sería la venta de vasallos, es decir, la venta por la corona de señoríos de realengo.
El gobierno del conde-duque intentaría promover este deseo de equiparación mediante el proyecto de la Unión de Armas (1626). Pero este proyecto contaría con dos grandes problemas: uno institucional y otro económico. Institucional porque obligaba a alterar el ordenamiento constitucional de los reinos de la Monarquía y económico porque presuponía que la situación económica de los reinos no castellanos de la Monarquía era mucho mejor de la real.
Las consecuencias fueron desastrosas: la reforma fracasó y en su intento de aplicación suscitó el malestar que desencadenó los movimientos secesionistas de 1640: sublevaciones de Cataluña y Portugal y, a lo largo de la década, en Aragón, Nápoles, Sicilia… En estas condiciones, el empeño por sostener la supremacía en Europa se desplomó: los tratados de Westfalia (1648) y de los Pirineos (1659) sellaron la pérdida de la hegemonía de España en Europa.
2ª) Estado de Resignación
En los años posteriores a la derrota en Europa, la situación resulta desoladora: ni
un solo indicador demográfico, social o económico experimentó mejoría alguna. Además la crisis se intensifica en la periferia peninsular: Aragón y Andalucía intensifican su declive. Se produce un descenso de la actividad comercial y el máximo declive en los ingresos metalíferos provenientes de América (los ngresos por oro y plata entre 1650 y 1660 son tan solo un 17% de los registrados entre 1590 y 1600 y menos de la mitad de los de la década 1640-1650). Elagotamiento había llegado al límite. Las guerras portuguesas, la reconquista de Cataluña y la guerra contra Inglaterra se llevaron los últimos recursos. La Monarquía estaba exhausta: la peste de 1647-54 fue el corolario de tanta adversidad. Su principal víctima fue la mayor ciudad de aquella España: Sevilla. La crisis, en su extrema gravedad, se mantuvo hasta la década de 1670. Se iniciaba el reinado del último monarca de la casa de Austria, Carlos II. Aunque la mejoría tardaría mucho en percibirse en la vida cotidiana, estructuralmente, lo peor de la crisis había pasado ya. 1670-1700 Durante mucho tiempo, estas últimas décadas del siglo XVII han sido consideradas como las del más profundo debilitamiento de la sociedad hispana. Incluso Sánchez Albornoz calificó al periodo como de “España al garete”. Sin embargo, los estudios de los últimos años han venido a rechazar esta idea. En cualquier caso, la tímida mejoría experimentada duranteesta etapa no supuso la recuperación del papel de potencia europea. A lo largo de las últimas décadas del siglo los índices de natalidad empezaron a recuperarse suavemente, si bien conocieron una profunda merma en el periodo 1680-89, lo que llevó a los historiadores a ver en esta crisis coyuntural el momento más crítico de la crisis estructural. La agricultura continuó presentando multitud de problemas aunque el ligero aumento de la población estimuló algo la producción agraria, mejorando modestamente los rendimientos. Esta mejoría fue algo más temprana e intensa en la periferia peninsular que en la Meseta. También la industria conoció modestos avances, sobre todo en Cataluña y el País Vasco.