El Reinado de Fernando VII: Entre el Absolutismo y el Liberalismo
La Restauración Absolutista (1814-1820)
El primer periodo de absolutismo se extendió de 1814 a 1820. Tras la derrota de Napoleón, este liberó a Fernando VII en 1814, permitiendo su regreso a España. Su llegada generó expectativas contrapuestas: los absolutistas veían en él la esperanza de acabar con la obra de las Cortes de Cádiz, mientras los liberales esperaban que jurara la Constitución de 1812.
Un grupo de diputados absolutistas presentó a Fernando VII el Manifiesto de los Persas, un documento que abogaba por la restauración del Antiguo Régimen. El rey, respaldado por este sector y parte del ejército, no juró la Constitución. En Valencia, el general Elio realizó un pronunciamiento militar en apoyo al rey, quien decretó la abolición de la Constitución y de toda la legislación de Cádiz, restaurando el absolutismo. Este golpe de Estado tuvo éxito en 1814. El grito de los absolutistas era «¡Vivan las caenas!».
El gobierno de Fernando VII estuvo marcado por la ineficacia, con ministros de ideas anticuadas y personal incompetente. España enfrentaba graves problemas económicos, derivados de la guerra y la pérdida de sus colonias americanas. La falta de recursos, la ausencia de libertad industrial y comercial y un enorme endeudamiento caracterizaron esta etapa.
Además, el rey tuvo que hacer frente a la independencia hispanoamericana, enviando tropas dirigidas, entre otros, por Pablo Morillo. Internamente, existían conspiraciones liberales, a menudo organizadas por sociedades secretas. Una parte del ejército, descontenta por la falta de pago de las nóminas y las difíciles condiciones, se inclinó hacia el liberalismo.
La Guerra de la Independencia (1808-1814)
La Guerra de la Independencia fue un conflicto cruel y prolongado que comenzó el 2 de mayo de 1808 con el levantamiento popular contra las tropas francesas. Esta insurrección sorprendió a Napoleón, ya que la resistencia popular dio lugar a la formación de un ejército improvisado y a la aparición de nuevas formas de lucha.
Hubo victorias españolas significativas, como la Batalla del Bruch y la Batalla de Bailén, esta última una derrota clave que obligó a José I, hermano de Napoleón y rey impuesto, a abandonar Madrid. Napoleón intervino personalmente en España a finales de 1808, dirigiendo la campaña y logrando importantes victorias, como la entrada en Madrid tras la Batalla de Somosierra.
La guerra se extendió por años, con episodios de gran resistencia como los sitios de Zaragoza y Gerona. La táctica de las guerrillas fue fundamental para desgastar a las tropas napoleónicas. En 1811, los franceses conquistaron Valencia y Tarragona.
Un punto de inflexión fue la invasión napoleónica de Rusia en 1812, que debilitó enormemente al ejército francés. Esto permitió a las fuerzas aliadas (España, Gran Bretaña y Portugal), dirigidas por el Duque de Wellington, lanzar una ofensiva exitosa en la Península Ibérica, destacando la victoria en la Batalla de los Arapiles (Salamanca) en 1812.
En 1813, preocupado por la situación en Europa central tras derrotas como la de Leipzig (la llamada «Batalla de las Naciones»), Napoleón pactó la paz con España a través del Tratado de Valençay. En este tratado, liberaba a Fernando VII, esperando que su regreso provocara una guerra civil entre españoles. En 1814, las tropas napoleónicas abandonaron España y Fernando VII regresó.
La guerra no solo fue un conflicto militar, sino que también impulsó una revolución política en España. Ante el vacío de poder, surgieron espontáneamente Juntas locales y provinciales, formadas por autoridades y ciudadanos influyentes, que asumieron la soberanía en nombre del rey ausente.
Las Juntas y la Regencia
Las Juntas locales dieron paso a las Juntas regionales o provinciales, y finalmente se constituyó una Junta Suprema Central en Aranjuez, que posteriormente se trasladó a Sevilla y luego a Cádiz. Esta Junta Suprema Central fue sustituida por un Consejo de Regencia, que gobernaba en nombre de Fernando VII y de la Nación.
Aunque la Regencia intentó controlar el impulso revolucionario, cometió el error de convocar una Consulta al País, pidiendo opinión sobre cómo convocar las Cortes. La respuesta mayoritaria abogó por una convocatoria de Cortes Generales, donde los diputados representarían a la Nación en su conjunto, y no a los antiguos estamentos (nobleza, clero, estado llano). Esta decisión fue crucial para el desarrollo de la revolución liberal.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
Las Cortes Generales y Extraordinarias se convocaron en Cádiz, la única ciudad importante libre de ocupación francesa, y sesionaron desde 1810 hasta 1814. Su labor fue una de las más fructíferas de la historia de España, destacando la influencia de los diputados liberales, quienes buscaban modernizar el país y garantizar la felicidad de la Nación.
La obra de las Cortes de Cádiz se plasmó en una serie de decretos y, fundamentalmente, en la Constitución de 1812, conocida popularmente como «La Pepa» por ser aprobada el 19 de marzo, día de San José.
Decretos Clave de las Cortes de Cádiz:
- Abolición de los señoríos jurisdiccionales: Se puso fin a la administración de justicia y al cobro de tributos por parte de los señores, un paso fundamental para acabar con el feudalismo.
- Primeras medidas desamortizadoras: Se inició la desamortización de bienes de órdenes religiosas disueltas.
- Abolición de los gremios: Se buscaba establecer la libertad industrial y comercial.
- Abolición de la Inquisición: Se eliminó el control ideológico y se proclamó la libertad de imprenta (con ciertas limitaciones religiosas).
En conjunto, la legislación de Cádiz supuso el desmantelamiento de las bases del Antiguo Régimen en España.
La Constitución de 1812: Principios Fundamentales
Inspirada en modelos como la Constitución de Estados Unidos (1787) y la francesa (1791), la Constitución de Cádiz fue pionera en España. Sus principios clave fueron:
- Soberanía Nacional: El poder reside en la Nación, no en el rey.
- División de Poderes: Siguiendo las ideas de Montesquieu: el poder ejecutivo (rey, con limitaciones), el poder judicial (tribunales) y el poder legislativo (Cortes unicamerales). Las Cortes tenían un papel preeminente, con capacidad de elaborar leyes y controlar al gobierno. El rey poseía un veto suspensivo limitado.
- Derechos y Libertades: Reconocía derechos individuales como la libertad civil, el derecho de propiedad y la libertad de imprenta.
- Representación: Establecía el sufragio universal masculino indirecto para la elección de diputados.
- Igualdad ante la Ley: Fin de los privilegios estamentales.
- Creación de la Milicia Nacional: Un cuerpo de ciudadanos armados para defender el orden constitucional.
- Reforma Administrativa: Establecimiento de diputaciones provinciales y ayuntamientos constitucionales.
- Impulso a la Educación: Mandato de crear escuelas de primeras letras para promover la alfabetización.
- Confesionalidad del Estado: Establecía el Catolicismo como la única religión permitida, una concesión de los liberales para asegurar el apoyo de sectores tradicionales.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 sentaron las bases del liberalismo en España, aunque su vigencia fue intermitente.
El Trienio Liberal (1820-1823)
El Trienio Liberal comenzó en enero de 1820 con el pronunciamiento del Coronel Rafael Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla). Aunque inicialmente fracasó en Cádiz, la insurrección se extendió, forzando a Fernando VII a jurar la Constitución de 1812 en marzo de 1820. Esta etapa finalizó en abril de 1823 con la intervención militar de la Santa Alianza.
El Trienio fue un periodo intenso y significativo por varios motivos:
Contexto Internacional:
La restauración del liberalismo en España alarmó a las potencias absolutistas europeas (la Santa Alianza). El ejemplo español inspiró movimientos liberales en otros países, como las revoluciones en el Reino de Nápoles y el Piamonte (Italia) en 1820-1821, y la Revolución Liberal en Portugal (1820). Además, durante este periodo se consolidó la independencia de la mayoría de las colonias españolas en América (México, Perú, etc.), aprovechando la debilidad y división interna de España.
Obra del Gobierno Liberal:
Los liberales restablecieron la Constitución de 1812 y toda la legislación de Cádiz. España volvió a ser una monarquía constitucional. Se reactivó la Milicia Nacional como garante del régimen. Se aprobaron nuevos decretos, como la abolición definitiva de los mayorazgos (vinculación de bienes a un título nobiliario) y la desamortización de bienes eclesiásticos.
Se intentó una reforma fiscal, buscando establecer una contribución única basada en la riqueza territorial (catastro), pero su aplicación fue compleja y generó descontento, especialmente entre los campesinos.
Problemas Internos:
El Trienio estuvo marcado por la constante conspiración de Fernando VII contra el gobierno constitucional. El rey alentó y apoyó insurrecciones absolutistas, como las lideradas por figuras como Jaume el Barbut o la formación de la Regencia de Urgell, un gobierno absolutista paralelo.
Además, el propio movimiento liberal se dividió en dos facciones principales:
- Los Moderados (o doceañistas): Partidarios de un liberalismo más conservador, que buscaba la colaboración con la nobleza y una mayor autoridad para el rey. Figuras como Martínez de la Rosa (apodado «Rosita la pastelera») pertenecían a este grupo.
- Los Exaltados (o veinteañistas): Defensores de una aplicación más radical de la Constitución y de un mayor protagonismo popular. Romero Alpuente fue un líder destacado. Eran conocidos por canciones como el «Trágala», dirigida a Fernando VII.
La inestabilidad política, la oposición del rey y las revueltas absolutistas llevaron a la intervención de la Santa Alianza. En el Congreso de Verona (1822), se decidió enviar un ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, que invadió España en 1823 y restauró a Fernando VII como monarca absoluto, poniendo fin al Trienio Liberal.