Inicio del Conflicto con Inglaterra:
Tras un intento inicial de aproximación diplomática (matrimonio de Felipe II con la reina católica María Tudor, que murió poco después), el apoyo de Isabel I a los protestantes holandeses y a los piratas que atacaban buques españoles, y el de Felipe II a la opositora de Isabel, María Estuardo, provocan el envío de la Armada Invencible (cuya denominación real era Gran Armada) para invadir Inglaterra (1588). Todo terminó en un gran desastre, que inicia la decadencia marítima española y el predominio inglés en los mares.
En 1578 moría el rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. El rey carecía de descendencia y varios candidatos aspiraban al trono que detentaba la dinastía Avis. Felipe II, rey de España y tío del fallecido, además de descendiente del rey Manuel I de Portugal por línea directa (era hijo de la infanta portuguesa
Isabel, y por lo tanto nieto de ese rey portugués), reclamó sus derechos al trono. Parte importante de la nobleza y los grandes comerciantes portugueses favorecía la pretensión española. La uníón ibérica podía traer importantes beneficios políticos y económicos. Las clases populares portuguesas y el bajo clero, sin embargo, no veían con buenos ojos la anexión a España y propusieron como rey a otro nieto de Manuel “el afortunado”, D. Antonio. Finalmente, Felipe II decidíó la invasión de Portugal que encargó al Duque de Alba y al almirante D. Álvaro de Bazán. Las tropas castellanas llegaron a Lisboa sin encontrar apenas resistencia (Agosto de 1580). Finalmente las Cortes portuguesas reunidas en Tomar proclamaron rey a Felipe II en 1581. El que sería conocido como Felipe I de Portugal permanecíó tres años en Lisboa. Sin embargo, las islas Azores o Terceras no reconocieron el nombramiento del nuevo rey y, con la ayuda de corsarios franceses resistieron un tiempo hasta que la flota rebelde fue derrotada frente a esas costas por D. Álvaro de Bazán. Para conseguir la anexión, Felipe se comprometíó a mantener y respetar los fueros, costumbres y privilegios de los portugueses. También se comprometíó a mantener en sus cargos a todos los funcionarios de la administración central y local, además de a todos los efectivos de las guarniciones y armadas que controlaban el Imperio portugués. Se creó un Consejo de Portugal y se suprimieron las aduanas con Castilla. La anexión significó, además, la uníón de dos enormes imperios. Las posesiones portuguesas en Brasil, África y Asía pasaron al Imperio de Felipe II, un Imperio “en donde nunca se ponía el sol”. Por último, el puerto de Lisboa se convirtió en una salida estratégica no sólo desde el punto de vista militar (a través de la desembocadura del Tajo), sino también para el comercio castellano.
3.- Gobierno y administración.
Felipe II mantuvo parte del modelo local, territorial y judicial de los Reyes Católicos heredado por su padre, pero incrementando el vínculo de los diferentes territorios a través de una omnipresente administración real y una compleja burocracia gestionada por letrados (funcionarios expertos en leyes que no pertenecían a la aristocracia), aunque la alta nobleza siguió jugando un papel muy importante (altos cargos del ejército, de la marina y de la diplomacia), pero subordinada a la Corona.
Con Felipe II, la Corte se fija en Madrid (favorecida por su posición central, así como por la abundancia de agua y caza en sus proximidades); Castilla se convierte (ya lo hizo con Carlos I) en el eje central del Imperio, aunque se mantienen las instituciones de cada reino. En los demás territorios se establecieron Virreyes (Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, México, Perú…) o Gobernadores (Países Bajos, Milán). Estos cargos fueron ejercidos por aristócratas o miembros de la familia real.
El monarca estaba asesorado (aunque cada vez cuente menos con ellos) por Consejos (sistema polisinodial) formados por letrados, nobles y jerarcas de la Iglesia, y divididos de la misma forma que en época de los Reyes Católicos (territoriales e institucionales). Entre ellos, destacaba el Consejo de Estado (creado por Carlos I), aunque pierde importancia con Felipe II, que dejará de consultarlo por su división en dos bandos (“tolerante”: Éboli, Antonio Pérez y Granvela; e intransigente: Duque de Alba). Además, Felipe II despachaba asuntos importantes con personas de su confianza, los secretarios de despacho, que ejercían como intermediarios entre el rey (que acabará sólo por reunirse con ellos) y los Consejos.
Las Cortes mantienen su independencia en cada reino (Castilla, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia). Pierden influencia, pero siguen siendo necesarias para votar subsidios.
En cuanto a otros cargos, se mantienen los Corregidores en los municipios (aunque la venta de cargos municipales desprestigiaba cada vez más a estos órganos locales) así como las Chancillerías y Audiencias para la administración de justicia. Los Contadores se ocupan de la recaudación de impuestos y los Alguaciles de funciones policiales.