Formación de los Reinos Cristianos en la Península Ibérica

1. El Reino Asturleonés

El reino asturleonés surgió en la cordillera Cantábrica a principios del siglo VIII, en un territorio poco romanizado y con una economía basada en el pastoreo y la explotación forestal. La llegada de refugiados visigodos, entre ellos nobles y eclesiásticos, cambió esta dinámica. Pelayo, uno de estos nobles, lideró una resistencia que culminó en la Batalla de Covadonga en 722, donde logró una victoria contra tropas musulmanas, lo que le permitió reivindicar su legitimidad como sucesor de la monarquía visigoda y fundar el reino de Asturias, que se mantuvo independiente hasta su muerte en 737.

Los musulmanes mostraron poco interés por esta región, enfocándose en la expansión hacia los francos, lo que permitió al reino de Asturias expandir sus dominios. Alfonso II (791-842) fue clave en la consolidación del reino, estableciendo la capital en Oviedo y fomentando la creación de una monarquía que imitaba las tradiciones visigodas, lo que legitimaba la conquista de tierras en Al-Ándalus. Durante su reinado, se descubrió la tumba de Santiago, que impulsó la peregrinación.

Alfonso III (866-910) logró fijar la frontera en el Duero a través de la colonización de tierras despobladas y la reubicación de población del norte y de los huidos de territorio musulmán. La capital se trasladó a León, que pasó a ser conocido como el reino de León. Durante el califato de Córdoba, León enfrentó incursiones musulmanas, lo que detuvo su expansión. En este contexto, Castilla, situada en la región oriental del reino, logró independizarse. Esta área, repoblada mayoritariamente por vascones cristianizados, actuó como un escudo defensivo contra las incursiones musulmanas del valle del Ebro, contando con numerosos castillos y guarniciones.

Castilla estaba dividida en condados, que se unieron bajo la autoridad del conde Fernán González (910-970). Este conde gobernó de manera independiente tras la muerte del rey Ordoño III en 951, marcando un paso importante hacia la autonomía de Castilla.

2. El Núcleo Pirenaico

La zona sur de los Pirineos atrajo el interés musulmán por su riqueza y su ubicación estratégica hacia el reino franco. Tras la ocupación del norte de los Pirineos, los francos, liderados por Carlos Martel, detuvieron la expansión musulmana con la victoria en Poitiers (732). Carlomagno intervino en esta región para proteger la frontera sur de su imperio y en 778 intentó controlar el valle del Ebro. Sin embargo, su expedición fracasó y las tropas carolingias fueron derrotadas en Roncesvalles. A pesar de esto, Carlomagno conquistó Barcelona y Gerona, creando la Marca Hispánica, que se dividió en varios condados.

El control franco se limitó a Pamplona y los territorios orientales, donde varios condes administraron la región. Sin embargo, en el siglo IX, estos territorios se independizaron, dando lugar al reino de Navarra y a los condados catalanes y aragoneses.

2.1 El Reino de Navarra

El conde Íñigo Arista fundó el Reino de Pamplona en 830, aliándose con muladíes de Zaragoza y expulsando a las tropas francas. Este reino se transformó en Navarra. En el siglo X, Sancho Garcés (905-925) expandió el reino hacia La Rioja, Álava y Aragón, logrando que los reyes leoneses aceptaran la pérdida de estos territorios para debilitar a Fernán González, conde castellano. Navarra alcanzó su apogeo con Sancho III el Mayor (1000-1035), quien logró la hegemonía sobre los reinos cristianos de la península, pero su muerte provocó la fragmentación del reino entre sus hijos.

2.2 Condados Catalanes

En los Pirineos catalanes, el dominio franco perduró más tiempo. Los condes, inicialmente de origen franco, adquirieron amplios poderes administrativos y militares. En 874, Wifredo el Velloso unificó los condados catalanes y los gobernó de forma autónoma, estableciendo la dinastía de la casa de Barcelona. A partir de 988, con Borrell II, Cataluña consolidó su independencia del poder franco.

2.3 Los Condados Aragoneses

En el Pirineo central, los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza se independizaron de la tutela carolingia y fueron anexionados por el reino de Navarra. A la muerte de Sancho III el Mayor en 1035, su herencia se dividió entre sus hijos, dando lugar a la creación del reino de Navarra y la formación de los condados que más tarde formarían el reino de Aragón.

3. La Formación de la Corona de Castilla

Fernando I de León expandió su territorio en el siglo XI, imponiendo parias a las taifas andalusíes y convirtiéndose en una potencia hegemónica. Sin embargo, dividió su territorio entre sus hijos. Fue Alfonso VI quien unificó Castilla y León tras la toma de Toledo (1085), aunque su hegemonía se vio truncada por la derrota ante los almorávides. Alfonso VII extendió la frontera hasta el Tajo, pero al morir, nuevamente se dividieron los territorios.

La llegada de los almohades fomentó la creación de órdenes militares como Santiago, Alcántara y Calatrava. En 1212, tras la batalla de las Navas de Tolosa, Alfonso VIII estableció las bases para que Fernando III unificara Castilla y León en 1230, formando así la corona de Castilla, que se convirtió en el reino hegemónico, conquistando Extremadura, Córdoba (1236), Sevilla (1248) y Murcia (1243).

4. La Formación de la Corona de Aragón

El reino de Aragón, derivado de antiguos condados, aspiraba a conquistar la taifa de Zaragoza. Su expansión real comenzó en el siglo XII con la ayuda francesa. Pedro I conquistó Huesca y Alfonso I el Batallador tomó Zaragoza en 1118. La unión matrimonial de Petronila, hija del rey de Aragón, con Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, en 1137, dio origen a la corona de Aragón bajo su hijo Alfonso II.

La corona se expandió hacia el Mediterráneo, conquistando Lérida y Tortosa, y alcanzó su mayor esplendor bajo Jaime I (1213-1276), quien incorporó las Islas Baleares y el reino de Valencia, consolidando alianzas con la corona de Castilla y firmando el tratado de Almizra.

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