Reconquistaes el término acuñado por la historiografía para hacer referencia al proceso de ocupación militar de los territorios musulmanes de la Península Ibérica, protagonizado por los cristianos entre los siglos VIII y XV. Ideológicamente se apoya en la idea de restauración de la monarquía visigoda y, sobre todo, en el espíritu de cruzada religiosa contra el Islam.
Se distinguen claramente tres etapas: la de inferioridad de los reinos cristianos (siglos VIII al XI), la de los avances sobre los valles del Tajo y del Ebro (siglos XI al XIII) y la de hegemonía cristiana (siglos XIV y XV). El final del proceso reconquistador, sin embargo, se retrasará hasta finales del del Siglo XV.
Este proceso de ocupación/recuperación de territorios se acompañó simultáneamente de la repoblación de los mismos, es decir, la colonización de aquellos espacios que, en principio, habían quedado sin ningún control político (en el caso de la cuenca del Duero, además eran zonas prácticamente sin habitar). Este proceso tuvo inicialmente un carácter espontáneo y fue protagonizado por nobles, monjes ó grupos de campesinos pero, desde mediados del siglo IX, adquiríó un carácter oficial al ser protagonizada por el rey ó algún noble en su nombre.
Simultáneamente, se fueron gestando y consolidando los primeros reinos cristianos que, a principios del Siglo XI, ocupaban aproximadamente un tercio de la Península, con tres espacios claramente diferenciados:
Asturias-León, Pamplona y los condados catalano-aragoneses
Todos ellos experimentaron una gran expansión territorial a partir del avance reconquistador, lo que, en algunos casos, derivó en disputas entre sí. A ello debe sumarse la concepción patrimonialista de la monarquía imperante en esas fechas, de forma que fueron frecuentes tanto las unificaciones territoriales por matrimonios como las divisiones por reparto de herencias.
Por reinos los hechos más significativos serían los siguientes:
León, tras su crisis del Siglo X, se uníó y separó de Castilla varias veces a lo largo de los siglos XI y XII hasta que se concretó su definitiva uníón en 1230, aunque un siglo antes debe anotarse la independencia de Portugal (1143). Tras la decisiva victoria en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) se abríó para la Corona de Castilla el camino hacia el valle del Guadalquivir, incorporando Extremadura y Andalucía a lo largo del Siglo XIII.
El reino de Pamplona, hegemónico en el primer tercio del Siglo XI con Sancho III el Mayor, vio, a la muerte de éste, repartido su territorio entre sus herederos, por lo que, ya como reino de Navarra (desde el Siglo XII) tuvo limitado su avance hacia el sur, encaminándose hacia una progresiva debilidad y pérdidas territoriales (Alava, Guipúzcoa y Vizcaya pasaron a manos castellanas a principios del Siglo XIII).
Aragón nace como reino con Ramiro I, uno de los herederos de Sancho III de Navarra, y, tras un breve lapso de reunificación con Navarra (1076-1134), se orientó hacia su uníón definitiva con el condado de Barcelona, materializado a través de las habituales políticas matrimoniales que dieron lugar al nacimiento de la Corona de Aragón en la que, sin embargo, cada territorio conservará sus leyes e instituciones. Durante el largo reinado de Jaime I (1213-1276) se incorporaron a la Corona las Baleares y el reino de Valencia, al tiempo que se ponían las bases para la futura expansión en el Mediterráneo.
Con Felipe II se rompe el sistema de alianzas y equilibrios gestado por Carlos V con Inglaterra, Alemania, Austria y los Países Bajos. Esto provocó varios enfrentamientos a lo largo del reinado:
- Con Francia, tras la victoria española en la batalla de San Quintín (1557) y la firma de la Paz de Cateau Cambresis (1559), se conseguirá abrir una etapa de relaciones relativamente amistosas hasta finales del Siglo XVI.
- La formación de una alianza (Liga Santa) integrada por España, el Papado y Venecia facilitó la victoria frente a los turcos en Lepanto (1571) y consiguió detener la expansión turca en el Mediterráneo.
- Los deseos de autonomía política de la nobleza flamenca y la expansión del calvinismo están en el origen del conflicto en los Países Bajos, al que la Corona española responderá con intransigencia y el envío de los Tercios de Flandes, mandados por el Duque de Alba, para someter a los rebeldes flamencos, que consiguieron la ayuda de Inglaterra y de los príncipes protestantes alemanes. La resolución momentánea del conflicto quedó establecida en la llamada Pacificación de Gante (1576) que supuso la división del territorio en dos partes: una mitad norte independiente de mayoría protestante y una mitad sur católica y aún integrada en la Corona española.
- Frente a Inglaterra se planteaba ante todo la lucha por la supremacía en el mar, aparte de otras cuestiones tampoco menores (fallido matrimonio de Felipe II con María Tudor, apoyo de la nueva reina de Inglaterra Isabel a los rebeldes flamencos, ejecución de la católica reina escocesa María Estuardo,…). Felipe II proyectó la invasión de Gran Bretaña con la llamada Armada Invencible que acabó en desastre (1588), lo que supuso el inicio de la decadencia española y permitíó que ingleses y holandeses tuvieran vía libre en las rutas ultramarinas.
El punto de partida de la conquista romana de la Península Ibérica fueron las Guerras Púnicas.
En la segunda de ellas (218-201 a.C.) el desembarco de las legiones de Publio Cornelio Escipión en Ampurias determinó la victoria romana y la posterior ocupación del sur y levante peninsulares. Tras erradicar el peligro cartaginés los romanos fueron consolidando los territorios conquistados y afianzaron sus fronteras hasta iniciar nuevas guerras a mediados del siglo II a.C.
con los pueblos celtíberos y lusitanos asentados en el centro y oeste de la Península, cuyo sometimiento facilitó el acceso de Roma a las ricas regiones mineras del Noroeste.
El siglo I a.C. Fue de estabilización de las conquistas y de progresiva romanización del territorio, al tiempo que Hispania se convertía en escenario de las guerras civiles que caracterizaron la última fase de la República. En cualquier caso, el pleno control del territorio no se consiguió hasta la conclusión de las guerras contra cántabros y astures (29-19 a.C.) ya en época de Octavio Augusto.
Desde los primeros momentos, en todos los territorios conquistados se fue imponiendo una progresiva romanización, es decir, el proceso de adaptación de los pueblos conquistados a las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales del Imperio romano, fundamentalmente a través de la unificación lingüística (el latín), la concentración urbana, el ejército y la red de comunicaciones. En el caso de Hispania este proceso fue bastante más fácil en el área ibérica (sur y levante), ya más urbanizada y civilizada, que en el resto del territorio donde el grado de romanización fue variable en función del nivel de desarrollo de cada área.
Los principales aspectos de la romanización fueron los siguientes:
Sociedad
: los habitantes de Hispania sólo fueron considerados ciudadanos latinos, por concesión de Vespasiano en el año 70 d.C., hasta que Caracalla, en el 212 d.C., extendíó la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio. La estructura social quedó basada en la formación de clases según su riqueza, con una reducida aristocracia propietaria de tierras y acaparadora de cargos y fortunas, una clase media acomodada de negociantes y medianos propietarios rurales y un numeroso grupo de trabajadores libres, tanto campesinos como artesanos, a los que acompañaban la masa de esclavos privados de todo derecho en el trabajo agrícola, artesano y minero.
Economía
Hispania ocupó un papel fundamentalmente abastecedor de materias primas para Roma, además de los esclavos aportados tras las diferentes guerras de conquista ocurridas en la Península Ibérica. También se deben anotar las mejoras introducidas en la agricultura (arado, sistemas de regadío,…) y en la explotación de las minas, de las que se obténían oro, plata, Mercurio, cobre, estaño ó hierro. Para tales fines el territorio se organizó con una adecuada red de comunicaciones que unía los centros de producción con los puertos de embarque.
Administración del territorio
los dominios romanos se organizaron, inicialmente, en dos provincias (Ulterior y Citerior) que, en tiempos de Augusto se transformaron en tres (Tarraconensis, Lusitania y Bética), a su vez divididas en conventos jurídicos, circunscripciones territoriales para la administración de justicia. Al frente de cada provincia, que estaba bajo la autoridad directa del Emperador ó el Senado, se encontraba un gobernador. En el siglo IV d.C. Pasaron a ser cinco las provincias (las tres citadas anteriormente más Gallaecia y Carthaginensis). En cualquier caso, como en el resto del Imperio romano, la ciudad era la célula básica de la administración territorial, existiendo varios tipos (colonias, municipium) en función de su población y su mayor ó menor grado de romanización. Cada una de ellas tenía una asamblea electa de 100 ciudadanos a imitación del Senado romano.
Cultura
los principales aspectos de la romanización en este apartado fueron la imposición del latín como lengua hablada y escrita, así como los grandes avances en arquitectura y obras públicas, con la construcción de templos, teatros, anfiteatros y diferentes obras de ingeniería como calzadas, puentes ó acueductos.