El Control Monárquico y la Nobleza Gallega
Los Reyes Católicos impulsaron el control del territorio gallego y el sometimiento de la nobleza a través de medidas como la creación de la Santa Hermandad y la figura de los Representantes Regios. La visita real a Galicia en 1486 reforzó este proceso de pacificación, al tiempo que se amparaban judicialmente las reclamaciones de las élites urbanas, integrándolas en la política monárquica junto a la nobleza y las milicias.
Sin embargo, la muerte de Isabel I en 1504 provocó un retroceso de la autoridad real en toda Castilla. En este contexto, el Conde de Lemos apoyó a Felipe el Hermoso, facilitando su desembarco en A Coruña y su proclamación como rey de España en 1506.
Siglo XVI: Retos y Conflictos
El siglo XVI se caracterizó por un retroceso del poder real debido al reforzamiento de los consejeros flamencos, lo que permitió a la nobleza gallega reforzar sus posiciones. En las Cortes celebradas en 1520 en A Coruña y Santiago, la nobleza gallega elevó sus peticiones, buscando obtener el voto en Cortes.
Con la ausencia del rey Carlos I, surgió el movimiento comunero, que derivó en la Guerra de las Comunidades. En Galicia, la Asamblea de Mellid (1520) proclamó su fidelidad a la reina Juana y al rey, buscando mantener el orden y la estabilidad. Se plantearon demandas como la creación de una Casa de Contratación en A Coruña para que los gobernadores de Castilla compensaran a Galicia por los agravios sufridos, y el nombramiento de Fonseca y Andrade como capitanes generales de Galicia, aunque Carlos I nunca llegó a ratificar estos nombramientos.
En 1522, Carlos I apartó a los nobles gallegos del poder, reforzando el papel de la Real Audiencia, cuya función se reguló en las ordenanzas de 1529. Se reestructuró el sistema fiscal, triplicando la aportación de Galicia al erario real, y se consolidaron las provincias como demarcaciones administrativas fundamentales. Este aumento de la presión fiscal se sumó a las crecientes demandas militares, especialmente de hombres y dinero, que el rey solicitaba directamente a través de un gobernador que se dirigía a las capitales de provincia.
Durante el reinado de Felipe II, diversos acontecimientos acentuaron la importancia estratégica de Galicia. La rebelión de los Países Bajos (1568) y el deterioro de las relaciones con Inglaterra, culminando con la incorporación de Portugal en 1580, convirtieron a Galicia en una fuente de abastecimiento crucial para el ejército que, bajo el mando del Duque de Alba, se dirigió a Lisboa.
El aumento de la hostilidad inglesa llevó a Felipe II a decretar el embargo de los barcos ingleses que se encontraban en puertos españoles, incluyendo A Coruña, Vigo y Baiona (Orden de 1589). Como respuesta, se intensificaron los ataques de corsarios ingleses, como Francis Drake, que en 1585 atacó A Coruña. En 1588, la Gran Armada zarpó de Lisboa, pero A Coruña tuvo que asumir los costes del regreso de la flota. Los ingleses continuaron atacando Galicia, y en 1589 Drake volvió a A Coruña para destruir los seis navíos que quedaban de la Gran Armada.
Felipe II tomó medidas para reforzar la defensa de Galicia, especialmente en A Coruña, Baiona y Ferrol, con la construcción de castillos y torres defensivas, y el aumento de las guarniciones militares. Estas medidas acentuaron el protagonismo de la nobleza local y la creciente «militarización» del reino.
Siglo XVII: Nuevos Desafíos y la Escuadra de Galicia
La llegada al trono de Felipe III trajo consigo cambios en la política exterior, con la firma de la paz con Inglaterra (1604) y la tregua con Holanda (1609). Esto debilitó la defensa de Galicia, que no obstante siguió sufriendo ataques, ahora de piratas berberiscos, como el de 1617 en Cangas.
Con Felipe IV, la hostilidad con Holanda se intensificó a partir de 1621, lo que reactivó la actividad militar en Galicia. En este contexto, surgió el proyecto de la Escuadra de Galicia. La Junta del Reino negoció con el rey la obtención del voto en Cortes a cambio de 100.000 ducados (1621), dinero que se utilizaría para la construcción de una armada. Los hombres reclutados para la armada, llamados «levas», también servirían en el ejército real. La armada estaría controlada por la nobleza gallega y serviría como escuela naval.
Sin embargo, el proyecto de la Escuadra de Galicia se enfrentó a diversos problemas, como el reparto de costes entre las provincias, las dificultades de infraestructura para la construcción naval en Galicia y la falta de financiación. En 1630, la monarquía obligó al reino a contratar a un asentista para la construcción de los galeones, que finalmente se fabricaron en Bilbao. El rey empleó estos galeones para luchar contra Francia y Holanda, pero en 1640 la armada se disolvió.
Entre 1640 y 1668, la Guerra de Restauración Portuguesa exigió grandes sacrificios a Galicia, que tuvo que hacer frente a los costes de alojamiento y los saqueos. La actividad política y militar se desplazó hacia el sur, a Pontevedra y Tui, donde se establecieron ejércitos que requerían levas, alimentos, paja, leña y otros recursos.
En definitiva, la historia de Galicia bajo la Monarquía Hispánica estuvo marcada por un proceso de consolidación del poder real, que se enfrentó a la resistencia de la nobleza gallega. La posición estratégica de Galicia la convirtió en un territorio clave para la defensa del imperio español, lo que se tradujo en una creciente militarización y en la participación de Galicia en los principales conflictos bélicos de la época.