Las elecciones municipales celebradas el 12 de abril de 1931 dieron el triunfo a las candidaturas republicanas en las ciudades y capitales de provincia más importantes. Este hecho se interpretó como una victoria de la República, aunque el triunfo global fue para los partidos monárquicos. Alfonso XIII se exilió y un gobierno provisional, integrado por los partidos del pacto de San Sebastián y presidido por Niceto Alcalá Zamora, proclamó la Segunda República española el 14 de abril de 1931. El gobierno emprendió reformas inmediatas y convocó elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal masculino, que ganaron una coalición de republicanos y socialistas. Las Cortes elaboraron la Constitución de 1931, que implantó un régimen democrático: estableció una república democrática y no confesional, aprobó una amplia declaración de derechos y libertades (como el sufragio femenino, el matrimonio civil, la educación primaria obligatoria y gratuita), recogió una radical división de poderes entre el Congreso de los Diputados, el presidente de la República y los tribunales de justicia independientes. Y reconoció la posibilidad de autonomía de los municipios y las regiones. La nueva Constitución nacía sin el consenso de todas las fuerzas políticas y pronto el ambiente político se crispó. En cuanto al sufragio femenino, muchas mujeres españolas trabajaban en el campo, en las fábricas, en los comercios…, pero cobraban salarios más bajos que los hombres. Cuando se proclamó la Segunda República, las mujeres españolas no podían votar, pero las que eran mayores de 23 años podían ser elegidas como miembros de las Cortes. Así, en las Cortes de 1931 hubo tres diputadas: Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken. Uno de los principales debates en la elaboración de la Constitución de 1931 fue la consecución del voto femenino. Muchos diputados progresistas estaban en contra, porque pensaban que las mujeres votarían a los partidos más conservadores, lo que, a la larga, perjudicaría a la República. Finalmente, el sufragio femenino se aprobó por 161 votos a favor y 121 en contra.
Las españolas ejercieron por primera vez su derecho al voto en las elecciones municipales de 1933. Aunque el nivel cultural femenino era, en general, bajo, algunas mujeres destacaron en la literatura, el arte y la filosofía, como las que integraron el grupo de Las Sinsombrero (Rosa Chacel, María Zambrano, Maruja Mallo…). En el tiempo de reformas, en diciembre de 1931, los republicanos más moderados abandonaron el gobierno. Niceto Alcalá Zamora ocupó la presidencia de la República y Manuel Azaña fue designado presidente del gobierno. El primer bienio se caracterizó por una política general de reformas cuyo propósito era la modernización y la democratización del país. La reforma agraria pretendía transformar la estructura agraria para incrementar la producción y mejorar la vida del campesinado. En septiembre de 1932 se aprobó una ley que autorizaba expropiar los latifundios sin cultivar para repartirlos en arriendo entre la población campesina sin tierra. La aplicación de la ley quedó en manos de la IRA, pero no contó con dinero suficiente para ponerla en marcha y rebrotó la conflictividad en el campo. La Constitución reconoció el derecho a la autonomía de las regiones. Cataluña fue la primera en iniciar el proceso; en 1932 se aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Se emprendió una reforma militar que exigía a los mandos del ejército jurar lealtad a la República y establecía la posibilidad de pasar de forma voluntaria a la reserva. Las reformas laborales contemplaban el establecimiento de los salarios mínimos, seguros de accidente y la regulación del despido. Se impulsó la educación laica y gratuita como un derecho universal, incrementando el número de escuelas (más de 13,000 en dos años) y de profesorado. Además, se aprobaron el matrimonio civil y el divorcio. El gobierno tuvo que afrontar la oposición a las reformas por parte de los grandes propietarios de tierras, las altas jerarquías de la Iglesia y el Ejército, que las consideraban muy radicales, pero también el rechazo del movimiento anarquista y los sindicatos, que esperaban reformas más profundas.
En agosto de 1932 tuvo lugar el golpe de Estado del general Sanjurjo, que fracasó. Además, se produjeron levantamientos anarquistas y ocupaciones de fincas. En Castilblanco (Badajoz) hubo enfrentamientos entre el campesinado y la Guardia Civil, y en Casas Viejas (Cádiz) un levantamiento campesino en 1933 fue duramente reprimido por las fuerzas del orden. Aparte, la evolución negativa de la economía dificultó las reformas e intensificó la conflictividad. El inicio de la República coincidió con la crisis mundial de 1929. El desempleo creció y las reformas aumentaron los gastos, y los recursos económicos resultaron insuficientes. El objetivo de la reforma educativa era conseguir que la educación gratuita y laica fuera un derecho universal. En el tiempo de la crisis de la República estaba el bienio conservador, el freno a las reformas. En septiembre de 1933, Azaña dimitió y se convocaron elecciones. Los partidos de centro y de derecha se unieron en ellas y obtuvieron la victoria electoral. La derecha de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil Robles, apoyó al Partido Radical de Alejandro Lerroux para formar gobierno. Los gobiernos de este bienio modificaron/suspendieron reformas del periodo previo. Se revisó la legislación religiosa; se rectificaron las leyes laborales y la reforma agraria, sin derogar por completo las leyes anteriores; se concedió una amnistía a los participantes en el golpe de Estado del general Sanjurjo y se les permitió volver a sus antiguos puestos en el Ejército. En octubre de 1934, se formó un nuevo gobierno de Lerroux y entraron en él tres ministros de la CEDA. Los partidos republicanos de izquierda lo consideraron como una traición a la República y convocaron una huelga general que triunfó en Asturias, donde se produjo una auténtica revuelta social entre los días 5 y 18 de octubre. Las organizaciones obreras ocuparon la cuenca minera para formar un gobierno revolucionario. La revolución fue reprimida por el ejército y las fuerzas de seguridad del Estado. En Cataluña, la entrada en el gobierno de ministros de la CEDA se interpretó como una amenaza al Estatuto de Autonomía. Lluís Companys, presidente de la Generalitat, proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. La insurrección fracasó, la Generalitat fue disuelta y los líderes del gobierno autónomo encarcelados. Después de estos hechos, el gobierno entró en crisis.
Los grupos de izquierda se presentaron unidos en una gran coalición, el Frente Popular. Las derechas y el centro se presentaron desunidos. El Frente Popular ganó las elecciones de manera ajustada. En muchas ciudades hubo manifestaciones y peticiones de amnistía para los trabajadores despedidos tras la revolución de octubre de 1934. El nuevo gobierno, formado solo por republicanos de izquierda (los socialistas rechazaron integrar una coalición con los republicanos), reemprendió las reformas, concedió una amnistía general para las personas encarceladas por la revolución de octubre de 1934 y restableció la autonomía de Cataluña. En mayo de 1936, Manuel Azaña sustituyó a Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República. La conflictividad social aumentó. Por un lado, triunfaban las posiciones revolucionarias de los anarquistas y del sector más radical de la UGT, dirigido por Largo Caballero. Por otro, en las derechas autoritarias de las que Calvo Sotelo se había convertido en su líder, se afianzó el discurso de la subversión y la insurrección. También desde la prensa católica y la extrema derecha se incitaba a la rebelión. La CEDA había entrado en crisis tras su fracaso electoral. Esto favoreció que las juventudes de Acción Popular pasaran a engrosar las filas de Falange, partido de orientación fascista dirigido por José Antonio Primo de Rivera. También se produjeron huelgas y enfrentamientos violentos entre militares de la izquierda y de la derecha falangista. El 12 de julio de 1936, pistoleros de la derecha asesinaron al teniente Castillo de la Guardia de Asalto. Un día después, sus compañeros asesinaron a Calvo Sotelo. Tradicionalmente se ha considerado que este hecho aceleró la sublevación militar. La Segunda República terminó con el golpe de Estado protagonizado por los generales Sanjurjo, Franco y Mola, fue apoyado por una parte del ejército, así como por los carlistas, monárquicos, conservadores, falangistas y por la Iglesia. El fracaso de la rebelión militar en la mayor parte de las grandes ciudades condujo a una guerra civil que duró tres años. Como consecuencia del golpe de Estado, España quedó dividida en dos zonas: la zona republicana y la zona sublevada.
GUERRA CIVIL: En el tiempo del golpe de Estado contra la República, la organización de la conspiración militar se planificó ya tras el triunfo del Frente Popular. El gobierno republicano trató de desarticularla realizando cambios y traslados de los altos mandos sospechosos. La sublevación se inició el 17 de julio de 1936 en las guarniciones del protectorado de Marruecos. Al día siguiente se sumaron otras guarniciones de la Península. El golpe, protagonizado por los generales Sanjurjo, Franco y Mola, fue apoyado por una parte del ejército, como por los carlistas, monárquicos, conservadores, falangistas y por la Iglesia. El fracaso de la rebelión militar en la mayor parte de las grandes ciudades condujo a una guerra civil que duró tres años. Como consecuencia del golpe de Estado, España quedó dividida en dos zonas: la zona republicana, que controlaba gran parte de Aragón, el norte de España (excepto Navarra), Cataluña, la zona levantina, Madrid y casi toda Andalucía. Incluía las regiones más industrializadas y las principales cuencas mineras. El gobierno republicano controlaba las finanzas estatales. Al estallar la guerra, la autoridad del gobierno se redujo. Los sindicatos y organizaciones populares emprendieron una revolución social y expropiaron tierras y fábricas. Se formaron milicias populares, pero la división y la falta de coordinación las enfrentó entre sí. Meses después se creó el ejército popular, en el que se englobaron las milicias, pero la desobediencia al gobierno de algunos grupos debilitó al bando republicano. Por el otro lado, estaba la zona sublevada que dominaba el norte de Castilla, Galicia, el noroeste de Extremadura, algunas ciudades de Andalucía occidental, Navarra, Baleares (excepto Menorca) y Canarias. Disponía del 70% de la producción agrícola y ganadera del país.
El mando se unificó en la Junta de Defensa Nacional, instalada en Burgos. En otoño de 1936, la Junta nombró al general Franco jefe de todos los ejércitos con el título de Generalísimo y Jefe del Gobierno y del Estado con plenos poderes. También se unificaron todas las fuerzas políticas que habían apoyado la sublevación en un único partido, Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS).
La guerra civil estalló en un momento crítico en las relaciones internacionales, de mucha tensión entre las grandes democracias europeas (Reino Unido y Francia) y los regímenes totalitarios fascista y nazi. Por ello, la opinión pública internacional se dividió. Reino Unido y Francia propiciaron un acuerdo de no intervención, al que se sumaron 27 países, para evitar que el conflicto se extendiese por Europa. Sin embargo, este acuerdo se incumplió. El bando sublevado recibió armas y soldados de la Italia fascista y de la Alemania nazi a cambio de minerales estratégicos como magnesio, wolframio, cobre, etc. Por otra parte, la República contó con el apoyo y la ayuda militar de la URSS de Stalin y, aunque de menor envergadura, de Francia y México. También recibió apoyo de intelectuales como Ernest Hemingway, Albert Einstein o George Orwell, y la simpatía de la izquierda mundial, que interpretaba la guerra de España como la lucha contra el fascismo. Además, personas voluntarias extranjeras se alistaron en las brigadas internacionales, un cuerpo de combatientes organizado por la internacional comunista, con sede en París. Durante los primeros meses de la guerra, muchas mujeres republicanas se alistaron en las milicias populares, pero pocas combatieron. Algunas cocinaban o curaban a los heridos. En otoño de 1936 se las obligó a abandonar las milicias populares, argumentando que su contribución sería mayor en la retaguardia. En la zona sublevada, la sección femenina organizó tareas de beneficio de la población como enfermería y de auxilio de invierno, también auxilio social. En el desarrollo de la guerra civil (julio 1936-marzo 1937), las tropas de Marruecos llegaron a Cádiz. Pasaron a Extremadura y Toledo, y quedaron a las puertas de Madrid a finales de octubre. El gobierno de la República se estableció en Valencia y encomendó la defensa de Madrid a una junta militar. La llegada de las brigadas internacionales y de aviones y tanques soviéticos impidió la conquista de la capital. Además, los ejércitos sublevados fueron derrotados en las batallas del Jarama (febrero 1937) y de Guadalajara (marzo 1937). Tras fracasar en Madrid, las tropas de Franco se dirigieron al norte. El 26 de abril de 1937, la aviación alemana (Legión Cóndor) bombardeó la ciudad vasca de Gernika. Los sublevados atacaron después “el cinturón de hierro de Bilbao” y ocuparon la ciudad en el verano de 1937.
Entre agosto y octubre cayeron Santander y Asturias. Así, el bando sublevado se hizo con los recursos industriales y mineros del norte y pudo concentrarse en el frente oriental. Al terminar el año, el territorio controlado por el gobierno republicano se había reducido a un tercio del país. En octubre de 1937, el gobierno republicano se trasladó a Barcelona. A finales de ese año, Franco se dirigió al frente oriental y en febrero de 1938 tomó Teruel. Después avanzó hacia el Mediterráneo y aisló el territorio catalán del resto de la zona republicana. El gobierno republicano intentó alargar el conflicto a la espera de que estallara la guerra en Europa, algo que permitiría a la República encontrar aliados. En julio de 1938, las tropas republicanas cruzaron el río Ebro y atacaron al ejército franquista desde la retaguardia, pero sin éxito. La derrota republicana en la batalla del Ebro facilitó el avance de los sublevados hacia Cataluña. Barcelona fue tomada en enero de 1939 y Madrid en marzo. Después, los sublevados ocuparon los últimos territorios republicanos (Valencia, Alicante, Cartagena, etc.). La guerra acabó el 1 de abril de 1939. La vida cotidiana durante la Guerra Civil española, como en todas las guerras, fue muy dura para la población civil, que sufrió los bombardeos, el hambre y las represalias. Los habitantes de las ciudades situadas en la zona republicana vivieron bajo el terror constante de resultar heridos o muertos en un bombardeo.
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Madrid y Barcelona fueron las ciudades más afectadas, al ser sedes del gobierno republicano durante parte de la guerra y concentrar importantes industrias e infraestructuras. La población buscaba refugio en los sótanos de los edificios y en las estaciones de metro. También fue un tiempo de hambre por el desabastecimiento de alimentos. Esta situación afectó más a la zona republicana debido al control de los precios que impuso el gobierno. Además, parte del campesinado guardó sus cosechas y dejó de producir debido a las expropiaciones de tierras, las requisas y el escaso valor de la moneda republicana. Ante esta situación, el gobierno impuso el racionamiento de los productos básicos, pero pronto se desarrolló un mercado negro ilegal donde se podían adquirir productos a precios más elevados. Mientras se luchaba en el frente, en la retaguardia se represaliaba a los del bando contrario y se llevaban a cabo venganzas personales. La forma más común de represalia fue el “paseo”, que acababa con el fusilamiento de la persona elegida. La guerra produjo una gran oleada de personas que se exiliaron. En 1939, tras la caída de Barcelona, unas 450,000 personas afines a la República cruzaron la frontera francesa por miedo a las represalias franquistas, convirtiéndose en refugiados. También hubo muchas personas refugiadas que fueron acogidas en países latinoamericanos.
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