El Impacto de la Ilustración y la Revolución Americana
La Declaración de Independencia de Estados Unidos de América y su Constitución (1787) defendían los derechos inalienables del ciudadano, la separación de poderes, los principios de igualdad y libertad, y el derecho a elegir a los gobernantes. Estos ideales coincidían con los que la Ilustración difundía en Europa y que se habían extendido entre las élites culturales y la nueva burguesía. Los principios ilustrados y el ejemplo de la Revolución Americana aportaron a la burguesía las nuevas ideas para enfrentarse al absolutismo y a la sociedad estamental, y propusieron nuevas formas de organización social y de gobierno. Todo ello propició el ciclo revolucionario que se inició en Francia en el año 1789.
La Crisis en Francia
La crisis económica fue consecuencia de las malas cosechas que venían sucediéndose desde 1760. El alza del precio de los alimentos, sobre todo del pan, principal sustento popular, generó un gran descontento y un espíritu de rebeldía entre la población. La crisis financiera tuvo su origen en la falta de dinero de la monarquía para sufragar los gastos del Estado. Para solucionarla, los ministros de Luis XVI habían propuesto que los privilegiados pagasen impuestos. Estos se negaron a aceptarlo y exigieron a Luis XVI que convocase los Estados Generales, único organismo que podía aprobar una reforma fiscal.
Los Estados Generales y el Inicio de la Revolución
Los Estados Generales se abrieron en Versalles en mayo de 1789, presididos por el rey y formados por los representantes de la nobleza, el clero y el Tercer Estado. La negativa de los privilegiados a aceptar una mayor representación del Tercer Estado y que el voto fuese por persona y no por estamento hizo que los diputados del pueblo llano decidiesen abandonar la reunión.
Reunidos en un pabellón de Versalles (Jeu de Paume), los representantes del Tercer Estado se erigieron en Asamblea Nacional (representantes de toda la nación) y se comprometieron a elaborar una constitución que reflejase la voluntad de la mayoría de los franceses.
El pueblo de París respaldó las propuestas de la Asamblea y el 14 de julio asaltó la prisión de la Bastilla. La revolución se extendió al campo, donde se quemaron residencias nobiliarias (Gran Miedo).
Atemorizado por la situación, en otoño de 1789, Luis XVI aceptó la Asamblea Nacional, que había de convertir Francia en una monarquía constitucional y poner fin al Antiguo Régimen.
La Monarquía Constitucional (1789-1792)
En la primera etapa de la Revolución Francesa, la burguesía moderada intentó llegar a un acuerdo con el rey y los privilegiados para convertir Francia en una monarquía constitucional y parlamentaria. Así, la Asamblea Nacional Constituyente abolió los pilares del Antiguo Régimen:
- Decretó la abolición del feudalismo (estamentos, servidumbre personal, diezmos…) y promulgó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, que reconocía los derechos y las libertades individuales, así como la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y los impuestos (agosto de 1789).
- Promulgó una Constitución (1791) basada en la separación de poderes, la soberanía nacional y la igualdad legal, aunque reservaba al rey el derecho de veto.
- Estableció el sufragio censitario, que daba el voto únicamente a los que poseían un determinado nivel de riqueza.
Tras la aprobación de la Constitución se formó una Asamblea Legislativa, que elaboró nuevas leyes para implantar el liberalismo, obligó a pagar impuestos a la nobleza y abolió la organización gremial. Para defender la Revolución, creó un nuevo ejército: la Guardia Nacional. Finalmente, con el objetivo de solucionar la crisis financiera, se expropiaron los bienes que poseía la Iglesia (desamortización) y se vendieron a particulares. En contrapartida, el Estado se comprometió a financiar el culto, y una Constitución civil del clero separó la Iglesia y el Estado.
Aunque a mediados de 1791 parecía que la monarquía constitucional estaba consolidada, la familia real y los privilegiados no aceptaron los cambios y buscaron el apoyo de las monarquías absolutas de Europa para restablecer el absolutismo. Austria organizó un ejército para invadir Francia y Luis XVI huyó de París para unirse a los austriacos (Fuga de Varennes, junio de 1791). Aunque el rey fue detenido, el ejército austriaco entró en Francia y avanzó hasta las puertas de París (septiembre de 1792).
La República Social (1792-1794)
La traición del rey y la invasión militar provocaron la revuelta de las clases populares (sans-culottes). El 10 de agosto de 1792 se produjo el asalto al palacio real de las Tullerías, se encarceló a la familia real y se proclamó la república (septiembre de 1792).
La Convención Girondina (1792-1793)
La república quedó en manos de los girondinos, representantes del sector más moderado de la burguesía. La nueva asamblea se llamó Convención Nacional y fue elegida por sufragio universal masculino (derecho al voto independientemente de la riqueza). La Convención inició un juicio contra el rey Luis XVI y la reina María Antonieta. Acusados de traición, fueron condenados y ejecutados en la guillotina (1793). La muerte del rey provocó la alianza de las monarquías europeas, que formaron una coalición absolutista contra Francia, mientras en el interior del país estallaron revueltas contrarrevolucionarias y conspiraciones realistas protagonizadas por los antiguos grupos privilegiados.
La Convención Jacobina (1793-1794)
En junio de 1793, los jacobinos, el sector más radical de la burguesía, hizo suyas las demandas de los sectores populares, se hizo con el poder y la Revolución entró en su fase más extrema. Se promulgó una nueva Constitución que reconocía la soberanía popular (sufragio universal masculino) y el derecho a la igualdad social. El ejecutivo quedó en manos de un Comité de Salvación Pública, que otorgó el poder a Robespierre, un dirigente jacobino. Para rechazar la invasión austriaca se organizó una leva en masa, que obligaba a todos los ciudadanos a enrolarse en el ejército, y para acabar con los conspiradores se impulsó la política del Terror. El Comité suspendió las libertades y unos tribunales revolucionarios castigaron con prisión o muerte en la guillotina a los que se oponían al gobierno (Ley de sospechosos). Con el objetivo de satisfacer las demandas de los sans-culottes, se promulgaron una serie de leyes sociales: el control de los precios y salarios (Ley de máximum), la distribución de bienes de los contrarrevolucionarios entre los indigentes, la venta de las tierras del clero y la instrucción obligatoria. El Terror y el proceder dictatorial del gobierno provocaron la oposición de buena parte de la población y, en julio de 1794, un golpe de Estado acabó con el gobierno jacobino. Robespierre y otros líderes jacobinos fueron ejecutados en la guillotina.
La República Conservadora: El Directorio (1794-1799)
La burguesía moderada tomó de nuevo el control de la Revolución que entró en su tercera y última etapa. Se anularon las leyes jacobinas y se promovió el retorno de los exiliados a causa del Terror. Una Constitución (1795) otorgó el poder ejecutivo a un gobierno colegiado (Directorio) y restableció el sufragio censitario. El nuevo Directorio vivió en una permanente inestabilidad porque tuvo que hacer frente tanto a la oposición de la aristocracia, que pretendía instaurar la monarquía y recuperar sus antiguos privilegios, como de las clases populares, que apoyaban el retorno de los jacobinos. En ese contexto de crisis y en plena guerra contra las potencias absolutistas, en 1799, un joven general, Napoleón Bonaparte, protagonizó un golpe de Estado que puso fin al Directorio.
El Consulado (1799-1804)
El golpe de Estado de Napoleón tuvo el respaldo de buena parte de la burguesía. Su intención no era el regreso al Antiguo Régimen, sino la consolidación de los principios moderados que habían inspirado la Revolución de 1789. En 1799, el general fue nombrado cónsul y se inauguró el Consulado, que se caracterizó por un gobierno personalista y autoritario. Napoleón pretendía acabar con la inestabilidad política de los años de la Revolución, consolidar algunos de los principios revolucionarios y fomentar la reactivación económica, mediante un gobierno que representase los intereses de la burguesía. El nuevo sistema político no contemplaba la separación de poderes ni incluía una declaración de derechos (Constitución de 1800). Las libertades quedaron muy limitadas y se impuso la censura para controlar la opinión pública. Para reordenar y centralizar la administración del Estado se crearon las prefecturas, que hacían cumplir las órdenes del gobierno en las provincias, y se reformó la Hacienda. Con el objetivo de constituir una élite de funcionarios para la Administración, se impulsó la enseñanza con la fundación de los liceos (escuelas) del Estado. También se permitió el regreso de los exiliados que aceptasen el nuevo orden, y se firmó un Concordato para restablecer las relaciones con la Iglesia, rotas tras la desamortización. La elaboración de un Código civil pretendió regular la convivencia entre los ciudadanos. Asimismo, para estimular la economía se elaboró un Código de comercio, se creó el Banco de Francia y se emitieron nuevos billetes bancarios.
El Imperio Napoleónico (1804-1815)
A partir de 1803, Napoleón inició la conquista de Europa y en 1804 se hizo coronar emperador por el Papa. La organización de un gran ejército y el uso de nuevas tácticas militares le permitieron derrotar a las monarquías europeas. La victoria napoleónica en Austerlitz (1805) sobre los dos emperadores (Austria y Rusia) marcó el momento álgido de la superioridad napoleónica. Algunos territorios conquistados fueron incorporados a Francia, y en otros casos, se crearon Estados satélites gobernados por franceses. En 1808 invadieron España y José Bonaparte, hermano del emperador, fue coronado rey. En 1811, el Imperio napoleónico se hallaba en su cénit: se extendía de Alemania a España, y excepto el Reino Unido, buena parte de Europa estaba bajo el control de Francia.
¿Por qué fue derrotado Napoleón?
Por un lado, la abolición de las monarquías absolutas y la supresión de los derechos feudales despertaron las simpatías de los liberales de toda Europa. Por otro lado, la invasión de un ejército extranjero, la violencia indiscriminada de sus soldados y la sumisión a los intereses de Francia generaron un fuerte sentimiento antifrancés entre la población. La imposibilidad de conquistar Rusia y de someter España marcaron el declive del Imperio napoleónico. Los ejércitos imperiales fueron derrotados definitivamente en Waterloo por el Reino Unido y Prusia (1815). Napoleón abdicó tras la derrota y fue desterrado a la isla de Santa Elena, donde murió en 1821.
La Restauración del Absolutismo
Entre 1814 y 1815, los vencedores de Napoleón se reunieron, a propuesta del canciller austriaco Metternich, en el Congreso de Viena. Su objetivo era poner fin a la expansión de las ideas liberales y restaurar el absolutismo en Europa. Tras reponer a los monarcas en sus tronos, las cuatro potencias (Rusia, el Reino Unido, Prusia y Austria) remodelaron el mapa europeo en su provecho y sin tener en cuenta las aspiraciones de los pueblos. En el Congreso se acordó el regreso de Francia a sus fronteras de 1792 y la división del Imperio napoleónico entre los vencedores. En Viena también se establecieron los principios ideológicos de la Restauración: legitimidad de los monarcas absolutos, negación de la soberanía nacional, equilibrio entre las grandes potencias mediante congresos periódicos y derecho de intervención en países extranjeros. Con este objetivo se creó la Santa Alianza (1815), un tratado de ayuda mutua entre los monarcas absolutos frente a cualquier amenaza de revolución liberal.
La Revolución de 1830
El Congreso de Viena no respetó ni los principios liberales ni las aspiraciones nacionales de algunos pueblos europeos. En consecuencia, a partir de 1815, liberalismo y nacionalismo se convirtieron en las dos fuerzas de oposición, que impulsaron las oleadas revolucionarias (1830 y 1848) que pusieron fin al sistema de la Restauración. Las insurrecciones contaron con un importante apoyo popular y, donde triunfaron, significaron la sustitución del absolutismo por sistemas políticos liberales, basados en la soberanía nacional y el sufragio y regidos por una constitución, en los que la burguesía detentaba el poder.
El movimiento se inició en Francia, donde, en julio de 1830, se derrocó al monarca absoluto Carlos X, que había sido entronizado tras la muerte de Luis XVIII. La revolución situó a Luis Felipe de Orleans como nuevo monarca constitucional. Por ello fue denominado el «rey ciudadano».
En 1831 estalló también una revuelta en Polonia, que se hallaba bajo el dominio autocrático del Imperio ruso, pero fue duramente reprimida por el ejército zarista.
La Independencia de Grecia y Bélgica
En los imperios plurinacionales surgieron movimientos independentistas, como en el Imperio otomano (Grecia). En otros lugares, como en el Reino de los Países Bajos, Bélgica también demandó su independencia.
Grecia (1821-1830)
Grecia formaba parte del Imperio otomano o turco desde hacía siglos. Aunque algunas élites griegas formaban parte de la burocracia otomana, la mayoría de la población se sentía marginada, sometida a fuertes impuestos y dominada por un pueblo de distinta religión y cultura. En 1822, los griegos proclamaron su independencia en Epidauro, que, al no ser reconocida por los turcos, provocó el inicio de una guerra. La causa griega contó con la solidaridad de los liberales europeos, que apoyaron un territorio considerado la cuna de la cultura europea. En 1827, Francia y el Reino Unido intervinieron militarmente y ayudaron a derrotar al Imperio otomano, que reconoció la independencia griega en 1829, y entró en vigor en 1830.
Bélgica (1830-1839)
Bélgica había sido unida a Holanda en 1815 por el Congreso de Viena, creando el Reino de los Países Bajos. La expansión de las ideas liberales hizo que en 1830 triunfase la revolución, que estableció un sistema de monarquía liberal bajo el reinado de Leopoldo I. El nuevo gobierno proclamó la independencia, y tras un conflicto armado, Holanda reconoció la nueva Bélgica en 1839.
Unificación de Italia y Alemania
Italia
En 1859, el Piamonte, con la monarquía liberal de Saboya y gobernado por Cavour, inició un proceso unificador y se enfrentó a Austria, consiguiendo la anexión de la Lombardía. Paralelamente, un levantamiento popular, dirigido por Garibaldi, derrocó a los monarcas absolutos de los Estados del centro y Sur de Italia (Reino de las Dos Sicilias). En 1861, el primer parlamento italiano proclamó rey de Italia a Víctor Manuel II de Saboya; en 1866, los austriacos abandonaron el Véneto, y en 1870 fueron anexionados los Estados Pontificios, convirtiendo Roma en la capital.
Alemania
Prusia tomó la iniciativa primero y, en 1834, potenció una unión aduanera (Zollverein) que agrupaba a gran parte de los Estados alemanes. En 1848, un intento de unificar estos Estados, liderado por un parlamento reunido en Frankfurt, fracasó porque el rey de Prusia no aceptó la corona de la nueva Alemania. El impulso definitivo llegó en la década de 1860, cuando Guillermo I accedió al trono prusiano y nombró canciller a Otto von Bismarck. El nuevo canciller impulsó una política agresiva con los Estados vecinos: en 1864 declaró la guerra a Dinamarca, en 1866, a Austria y, en 1870, a Francia. La victoria en estos conflictos permitió unir a todos los Estados alemanes bajo el cetro del rey de Prusia y, en 1871, se produjo la proclamación del II Imperio (Reich) alemán y de Guillermo I como káiser (emperador).