EL IMPERIO ASIRIO
Asiria es el nombre que los griegos dieron a lo que actualmente es el norte de Irak en torno a Mosul y se deriva del nombre de su capital, Assur, que era también el nombre de su principal dios. Era una zona que mantenía intensas relaciones comerciales con Anatolia, siendo la base comercial más importante la ciudad de Kanis.
Desde comienzos del II milenio a. C., Asiria fue regida por una dinastía amorrea, cuyo principal representante es Samsi-Adad I (1813-1781 a. C.), artífice del primer imperio asirio, denominado Imperio Antiguo. Mantuvo un pacto con Babilonia que le permitió extender sus fronteras y controlar rutas comerciales vitales. Shamsi-Adad I aportó un nuevo sistema organizativo de su imperio, confiando las zonas conflictivas a sus hijos, reforzó el ejército, aumentó la administración central y reorganizó el imperio en distritos regionales, confiados a funcionarios reales para asegurar su fidelidad.
Pero su imperio apenas le sobrevivió a su muerte, ya que su hijo sucesor debió reconocerse vasallo de la Babilonia de Hammurabi.
Posteriormente, el reino de Asiria fue vasallo del poderoso Estado de Mitanni durante varios siglos, hasta que Assur-Uballit (1365-1330 a. C.) rompió este vínculo poniendo las bases de lo que sería el nuevo imperio asirio, conocido como Imperio Medio. Sin embargo, los verdaderos artífices del Imperio Medio fueron Adad-Nirari I (1307-1275 a. C.), Salmanasar I (1274-1245 a. C.) y Tikulti-Ninurta I (1244-1208). Durante este siglo Asiria se convirtió en una gran potencia, capaz de disputar al Imperio Hitita la estratégica fortaleza siria de Qadesh; en 1278 Adad-Nirari I apoyó al rey hitita Muwatali en la famosa batalla contra Ramsés II en los alrededores de esta ciudad; también asestó un duro golpe al estado de Mitanni, llegando hasta su capital y capturando a su rey. Su sucesor Salmanasar I prosiguió las campañas militares contra Mitanni, acabando definitivamente con este reino. Restauró numerosos templos y asentó las bases del imperio en dos pilares: los tributos, configurando una serie de red de “estados tributarios”, y el ejército, cuya potencia se basó en la crueldad con los vencidos que le hizo temible.
El hijo y sucesor de Salmanasar I, Tikulti-Ninurta I extendió las fronteras del imperio hasta Asia Menor y se proclamó “rey que recibe tributos de las cuatro partes del mundo”, dejando constancia de su pretensión de universalidad. Además, consiguió recuperar la estatua del dios Marduk secuestrada tres siglos antes por los hititas, estatua que posteriormente sería recuperada por Nabucodonosor I.
Una de las características del imperio asirio era la inestabilidad que se provocaba a la muerte de cada monarca y las luchas sucesorias, lo que era aprovechado por los estados vasallos para sacudirse el yugo asirio. Así Tiglat-Pileser I debió conquistar uno a uno los países dominados en algún momento por sus predecesores, alcanzando el Mediterráneo, conquistando incluso Palmira y haciéndose con el control de su importante ruta caravanera.
LA CIVILIZACIÓN HITITA
Los hititas fueron un pueblo de habla indoeuropea que durante las migraciones del III milenio a. C. se infiltraron en Anatolia, constituyendo en un principio un pequeño reino con capital en Hattusa, fusionándose culturalmente con los pueblos previamente existentes. No se puede hablar de Imperio Hitita hasta el s. XIV a. C., si bien existieron predecesores, como la incursión del rey hitita Mursilis I en Babilonia y su captura de la estatua del dios Marduk en 1595 a. C., rey que además extendió sus dominios por el norte de Siria.
Otro hecho importante que favoreció el surgimiento del imperio fue el hecho de hacer hereditario el acceso al trono (ca. 1500 a. C.), ya que anteriormente la monarquía era electiva lo que originaba períodos de inestabilidad política.
La fase realmente imperialista comienza con el acceso al trono de Suppiluliuma I (ca. 1385 a. C.), convirtiéndose en una de las tres potencias de Próximo Oriente junto a Asiria y Egipto, cuyos intereses chocaban por la pretensión de influencia y control de la zona siria. Así, el rey hitita Muwatalli se enfrentará con Ramsés II en la célebre batalla de Qadesh (ca. 1286 a. C.), apoyado aquél por los asirios, si bien pocos años después su sucesor Hattusili III firmaría un acuerdo con Ramsés II, ratificando el statu quo en Siria, ante el avance asirio de Adad-Nirari I.
El imperio hitita no se basó solamente en la fuerza de un gran ejército, sino fundamentalmente gracias a su buena organización económica, basando su economía en el control de los recursos metalíferos existentes en los bordes montañosos del Anatolia. Sin embargo, el final del imperio hitita (ca. 1200 a. C.) se debió al debilitamiento que sufrió en luchas con sus vecinos, lo que hizo que no pudiera resistir los ataques de los llamados Pueblos del Mar, que asolaron todo el Levante, el Egeo, Creta y el Delta del Nilo de donde pudieron ser rechazados, y acabaron con su imperio.
IMPERIO NUEVO ASIRIO
La recuperación del protagonismo asirio en Asia fue obra de Assurnasirpal II (883-859 a. C.) quien reanudó la política expansionista de sus predecesores sobre la base económica de la posición estratégica asiria en las rutas comerciales del área, logrando dominar políticamente las regiones septentrionales sirias que controlaban el comercio de la región y conteniendo el avance de los pueblos que presionaban sobre esa zona.
Su sucesor, Salmanasar III (858-824 a. C.), fue el artífice de convertir Asiria de nuevo en una potencia, propiciando una importante expansión, basado en un control político más efectivo en las áreas centrales y próximas a Assur que en la periferia, donde los estados eran más bien independientes pero sometidos a tributos, convirtiéndolos en provincias del imperio cuando no satisfacían dichos tributos. El poder asirio se basó en un ejército potente y en un nutrido grupo de funcionarios, auténtica aristocracia próxima al rey y su familia y consejeros. También se basó en una economía fuerte, con amplios recursos agrícolas y ganaderos.
El segundo y definitivo fortalecimiento del poderío asirio se produce durante el siglo VIII a. C., bajo el reinado de Tiglat-Pileser III (744-727 a. C.), quien, tras someter a las tribus caldeas y arameas, sometió a casi todo el Próximo Oriente asiático desde las montañas del Aram en el noroeste hasta las inmediaciones del Golfo Pérsico en el sureste. Además, sometió a todas las ciudades sirias, fenicias e israelitas al pago de tributos, castigando las sublevaciones con extrema crueldad para que sirvieran de ejemplo.
Su sucesor Salmanasar V (727-722 a. C.) ya tuvo que afrontar algunas sublevaciones y la secesión de Babilonia, pero Sargón II (722-710) logró restablecer de nuevo el dominio de los sublevados. Senaquerib (704-681 a. C.) y su hijo Assarhaddon (681-668 a. C.) utilizaron la vía diplomática para lograr el apoyo de los pueblos periféricos, como Siria, Fenicia, Chipre e Israel, llegando a tomar las tropas asirias Menfis en el 771 a. C. Poco después, bajo el reinado de Assurbanipal (668-627 a. C.) incorpora Egipto como provincia Asiria, extendiendo sus dominios hasta Nubia. Sin embargo, tras este reinado, las disensiones internas entre los hermanos de la familia real por el problema suces
orio, provocaron una fuerte crisis política y guerra civil. Esta debilidad fue aprovechada por una coalición de los reinos medo y babilónico, encabezada por el rey de éste, Nabopolasar, quienes llegaron a conquistar Assur, la capital, y destruir Nínive en el 612 a. C., provocando el colapso y definitivo fin del imperio asirio.
I
IMPERIO BABILÓNICO Durante las primeras centurias del primer milenio a. C. Babilonia estuvo sometida como reino vasallo de Asiria, lo que no implicaba la pérdida de sus instituciones que, salvo excepciones, se mantuvieron vigentes. Es más, los más importantes reyes asirios como Tiglat-Pileser III, Salmanasar V, Sargón II, Senaquerib, Assarhaddon, Assurbanipal, se autotitularon como reyes de Babilonia. La principal amenaza durante este tiempo provenía del Sur, de las tribus arameas y caldeas establecidas en las inmediaciones del Golfo Pérsico. La configuración del nuevo imperio denominado neobabilónico vino de la mano de reyes de origen caldeo. Una coalición de Babilonia con el reino medo, encabezada por el rey babilónico Nabopolasar consiguió acabar con el imperio asirio en el 612. Nabucodonosor II (605-562 a. C.) alcanzó importantes victorias, como la toma de la inexpugnable Tiro en Fenicia o la destrucción del templo de Jerusalén, desterrando a su rey y su pueblo que fueron llevados cautivos a Babilonia. Los éxitos militares de Nabucodonosor II legitimaron su poder y fortalecieron el “sacerdocio” babilónico dentro del nuevo Estado, revitalizando la figura del “templo”, institución a la que pertenecían extensísimas posesiones de tierras que eran arrendadas a cambio del diezmo. El templo canalizaría la nueva economía babilónica, convirtiéndose Babilonia en el nuevo centro del comercio próximo oriental. Pero a la muerte de Nabucodonosor se produjeron distintas disputas sucesorias que debilitaron la fortaleza del imperio. En 550 a. C. Ciro II, rey de Persia, tras tomar el reino medo, inicia su expansión hacia occidente, tomando Babilonia, cerrándose así un proceso milenario en el que los distintos reinos mesopotámicos habían intentado mantenerse independientes, pasar por vasallos o construir un imperio a expensas de sus vecinos, ya que el Imperio Persa fue el primero con una vocación realmente universal.
ISRAELIsrael ocupa el sur de fenicia, ente el desierto arábigo, la península del Sinaí y el Mar Mediterráneo. Esta zona, normalmente, quedó al margen de las disputas entre los grandes imperios del II milenio y en torno al 1200 a. C. fue ocupada por los arameos procedentes del norte y los “peleset”, un grupo de los Pueblos del Mar derrotados por Ramsés III. Posteriormente la presencia egipcia en el área fue debida más bien a intereses estratégicos y comerciales, más que a políticos, por lo que la zona mantuvo más o menos su propia organización y fue en torno al 1000 a. C. cuando se constituye realmente el Estado de Israel. Ello fue debido a que los reyes de Israel, Saúl (1020-1000 a. C. y David (1000-960 a. C.) se imponen militarmente sobre las tribus y pueblos vecinos: filisteos, moabitas, edomitas y ammonitas. Es el rey David el que logra superar la tradicional organización tribal israelita para unificar el territorio de Israel, entre el Éufrates de influencia aramea y el Sinaí de influencia egipcia. Posteriormente, Salomón dividió el país en 12 distritos fiscales y reforzó el culto en torno al templo de Jerusalén. A la muerte de Salomón el reino se escinde en dos: Israel al norte, sin capital fija, y Judá al sur, con capital en Jerusalén. A mediados del s. VIII a. C. este estado dividido y debilitado no resistió el avance del ejército asirio de Salmanasar III y sus sucesores, si bien Ezequías en 701 a. C. logró resistir el asedio en Jerusalén, aunque perdió todas las tierras circundantes. Posteriormente el rey babilónico Nabucodonosor atacó y conquistó Jerusalén (597 a. C.), deportando a la clase dirigente del reino a Babilonia, destierro que duró unas décadas y que inspiró el relato bíblico del origen y vicisitudes del pueblo-estado de Israel.
IMPERIO PERSA Las primeras noticias que tenemos sobre los persas proceden de las crónicas asirias que los sitúan al este de Elam, hacia mediados del s. IX a. C. Tenemos noticias de que Salamanasar III realizó varias campañas contra este pueblo y que recibió tributo de 27 de sus soberanos, por lo que sabemos que en esta época no estaban unificados políticamente. A comienzos del s. VIII a. C. los persas descienden por los valles de los Zagros y se establecen al norte del Elam en el territorio denominado “Parsumash”. A comienzos del s. VII a. C. los persas eran gobernados por Aquemenes, de quien los reyes persas posteriores se reclamaron descendientes (de ahí el término “aqueménida”), aunque estaban dominados por los Medos. El hijo y sucesor de Aquemenes, Teispes, logró ampliar sus dominios a costa de sus vecinos, pero a su muerte el reino se escindió entre sus dos hijos, Ciro y Ciaxares, aunque posteriormente volvería a unificarse bajo el reinado de Cambises, hijo del primero, en calidad de vasallo de los medos. Pero el verdadero fundador del imperio persa será Ciro II (559-530 a. C.) quien tras derrotar a los medos y conquistar su capital Ecbatana se proclamó rey de los medos y los persas y pasó a dominar un vasto imperio, desde la India hasta las costas de Asia Menor. Ciro II conquistó Babilonia y llegó a penetrar en la India. Su hijo y sucesor Cambises II (530-523 a. C.) conquistaría Egipto y Darío I (522-486 a. C.) llegó a dominar la región del Mar Negro, Tracia y parte de Macedonia, alcanzando el imperio su máxima extensión. El mantenimiento de este enorme imperio fue gracias a un poderoso ejército y un eficaz sistema administrativo, si bien, hubo problemas administrativos por la extensión, diversidad y complejidad de los territorios dependientes. Para paliar estos problemas el estado se organizó en satrapías, que oscilaron según las épocas entre 20 y 27, al frente de las cuales se colocaban funcionarios de máxima confianza o incluso miembros de la propia familia real. Se configuraban como unidades administrativas autónomas, constituidas como unidades contributivas, a efectos fiscales, y militares, debiendo aportar sus propios efectivos al ejército del Rey. Estas satrapías también crearon diversos problemas, ya que cuanto más alejadas del centro del poder, más autonomía buscaban, llegando a conspiraciones y buscando el apoyo de los pueblos vecinos para sus propios fines. La vastedad del territorio planteó numerosos problemas económicos, debido a su diversidad y nunca se llegó a una unidad económica, aunque se adelantaron varios siglos a la organización de las posteriores monarquías helenísticas. Se configuró un nuevo régimen de propiedad y explotación de la tierra, en la que la posesión pasó de manos privadas a ser de funcionarios reales por derecho de conquista, reservándose el rey las mejores tierras y distribuyéndose las otras entre los particulares, lo que generó notorias diferencias sociales a varios niveles: por un lado, el pueblo persa frente al resto de pueblos conquistados; por otro, los funcionarios reales y la aristocracia frente al resto de la población libre. Otro sector desigualmente desarrollado fue el comercio, que según los lugares osciló en intercambios mediante el trueque y otros con valores monetarios, si bien Darío I llegó a ser el artífice de un sistema monetario que pretendía unificar las relaciones económicas existentes en el imperio con la acuñación del “dórico” de oro (8,4 gr. de peso) y los “siclos” de plata (con un valor aproximado de 1:20 dóricos. Sin embargo, a pesar de este intento, la difusión de la moneda en Próximo Oriente no se consiguió hasta dos siglos más tarde con las conquistas de Alejandro Magno.