7.1. La Restauración Borbónica (1874-1902): Cánovas del Castillo y el turno de partidos. La Constitución de 1876
La inestabilidad del Sexenio Democrático, y el fracaso de la fórmula republicana, provocó un viraje de la burguésía hacia posturas más conservadoras que abogaban por una restauración monárquica que restableciese el orden y garantizase la estabilidad. En este contexto, Cánovas del Castillo será la gran figura política del momento y el artífice de la Restauración al preparar la vuelta a España y al trono de Alfonso XII (con la firma del Manifiesto de Sandhurst en el que el futuro monarca expónía al pueblo español sus ideales religiosos y sus propósitos conciliadores), hijo de Isabel II bajo la fórmula de una opinión generalizada en España favorable (a través del partido alfonsino), y no como resultado de un nuevo pronunciamiento (como finalmente ocurríó tras el pronunciamiento del general Martínez Campos de Diciembre de 1874 que proclamó rey a Alfonso XII). No obstante, a pesar de la intervención militar, las bases sociales para permitir esta restauración eran ya lo suficientemente amplias (incluso para que no se abriera una nueva cuestión sucesoria entre el futuro rey, su madre, Montpensier o, incluso, el pretendiente carlista). Además de idear la restauración borbónica, Cánovas diseñará un sistema político estable y solido (de base moderada que retoma los principios del liberalismo doctrinario y de inspiración inglesa) que perseguía la consolidación y el equilibrio de poderes entre la Corona y el Parlamento por medio de la alternancia en el gobierno de dos grandes partidos (aunque esta alternancia se convertiría en un turno de partidos apoyado en el caciquismo y el fraude electoral a través del encasillado o el pucherazo). Así, este sistema político se articulará en torno a: el rey y las Cortes (como instituciones fundamentales legitimadas por la historia y que comparten la soberanía), el bipartidismo (como sistema idóneo de alternancia entre el Partido Conservador liderado por Cánovas y el Partido Liberal por Sagasta; ambos eran partidos dinásticos, integrados solo por dirigentes políticos, sin base de afiliados y permitieron consolidar el poder civil al eliminarse la práctica del pronunciamiento como forma de acceso al poder) y una Constitución moderada. Además, la implantación de este sistema vendrá precedida de la pacificación del país con la finalización del conflicto de la tercera guerra carlista (1872-1876), al ser derrotados como fuerza militar, y la Guerra de los Diez Años en Cuba con la paz de Zanjón (1878);
aunque el conflicto volvería a activarse décadas después El 31 de Diciembre de 1874 se constituía el llamado ministerio-regencia bajo la presidencia de Cánovas. El 9 de Enero de 1875, era confirmado este gobierno por Alfonso XII, recién desembarcado en Barcelona. Tras la celebración de elecciones, a las que no concurrieron ni carlistas ni republicanos, se reunieron las Cortes Constituyentes redactando la Constitución de 1876, moderada y basada en lo esencial en la de 1845 (aunque con algunos derechos recortados recogidos en la de 1869). Su gran ventaja radicaba en la elasticidad al contener un articulado poco preciso que permitía a los sucesivos gobiernos cambiar las leyes ordinarias sin tener que cambiar la Constitución. Establecía una soberanía compartida aumentando las prerrogativas del rey (manténía el poder ejecutivo, nombraba y separaba libremente a los ministros, sancionaba y promulgaba las leyes y convocaba, suspendía y disolvía las Cortes). Las Cortes eran bicamerales (Senado y Congreso) y tenían un poder limitado. También conténía una declaración de derechos semejante a la de 1869, pero se limitaba a reconocerlos con carácter general y proclamaba el catolicismo como religión oficial del Estado. El reinado de Alfonso XII (1875-1885), interrumpido por su temprana muerte, representa la fase de construcción y consolidación del sistema político canovista (con el predominio de gobiernos conservadores, excepto entre 1881-1884). En los años ochenta la mayoría de los partidos o grupúsculos políticos existentes se acabaron integrando en uno de los dos grandes partidos del sistema (que cada vez se parecían más en el fondo, a pesar de sus esfuerzos por presentarse como alternativas políticas distintas). Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo, su viuda, asumíó la regencia (1885-1902) hasta la mayoría de edad del futuro Alfonso XIII (del que estaba embarazada a la muerte de su esposo). Durante su regencia, se normalizó la alternancia en el gobierno de conservadores y liberales, posiblemente bajo la fórmula del pacto para garantizar la estabilidad del régimen en los pactos de El Pardo, iniciándose con un estable y largo gobierno de Sagasta (1885-1890) que imprimirá al sistema político una orientación más progresista (Ley de Asociaciones de 1887, la Ley de Jurados de 1888, la Ley de Sufragio Universal o el 2 Código Civil de 1890). Pero este sistema entrará en una profunda crisis tras la muerte de Cánovas del Castillo en 1897 en un atentado anarquista y una nueva guerra en Cuba (1898).
7.2. La Restauración Borbónica (1874-1902): Los nacionalismos catalán y vasco y el regionalismo gallego. El movimiento obrero y campesino.
Como resultado del divorcio existente entre la España oficial y la España real o vital, los partidos republicanos y los grandes movimientos sociales, como el movimiento obrero y campesino, los regionalismos y los nacionalismos, quedaron excluidos, en mayor o menor medida, del sistema. Los republicanos quedaron muy debilitados y fragmentados tras la experiencia fallida de la I República. Dentro del republicanismo de esta época podemos distinguir: El posibilista, liderado por Castelar, partidario de una democracia conservadora que no comprometiera la unidad nacional ni el orden social. Los federales de Pi i Margall cuyo programa buscaba mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Los centralistas de Salmerón y, por último, los progresistas, dirigidos por Ruiz Zorrilla, que buscaban un cambio de régimen mediante acciones subversivas (alentará fallidos pronunciamientos). Ya en el reinado de Isabel II se habían producido protestas de carácter ludita o en forma de huelgas organizadas por agrupaciones y sociedades. Pero fue en el Sexenio cuando el movimiento obrero español adquiríó entidad (en 1870 se funda la Federación de Trabajadores de la Regíón Española, adherida a la I Internacional). Con la Restauración, las organizaciones obreras conocieron una gran represión y tuvieron que refugiarse en la clandestinidad (hasta su legalización en 1887 con la Ley de Asociaciones). Al producirse la escisión en la I Internacional ésta llegó también a España, dividíéndose en dos tendencias: Anarquismo: Fue la corriente mayoritaria dentro del movimiento obrero español. Sus principales focos estaban en el campo andaluz y entre el proletariado urbano catalán. Frente a la participación política de los socialistas, los anarquistas promulgaban la acción directa a través de la huelga o la vía del atentado (“propaganda por el hecho”). Los años noventa fueron ricos en esta práctica, que se movíó en un círculo vicioso: atentado, represión con fusilamientos, nuevo atentado como represalia anarquista y nueva represión (destacará el asesinato de Cánovas del Castillo, 1897). Hasta 1907, con la fundación de Solidaridad Obrera (embrión de la futura CNT), el anarquismo se refugió en sociedades de oficio. Socialismo: En 1879 Pablo Iglesias fundó clandestinamente en Madrid el PSOE, declarándose marxista.
El programa del PSOE tenía tres aspectos fundamentales: La posesión del poder político por la clase trabajadora; la consecución de una sociedad sin clases y sin propiedad privada; y una serie de medidas como el derecho de asociación y de reuníón, la libertad de prensa… En 1888 el partido creó el sindicato UGT con fuerte arraigo en Madrid, País Vasco y Asturias. A partir de 1891, con la implantación del sufragio universal, el PSOE concentró sus esfuerzos en la política electoral. También aparecerán los precedentes de los sindicatos católicos (1864, Círculo Católico de Obreros). Favorecían la cooperación entre patronos y obreros, basándose en la doctrina social de la Iglesia, sin llegar a formar auténticos sindicatos ni grandes reivindicaciones. En 1895 se constituyó en Madrid el Consejo Nacional de las Corporaciones Católico-Obreras. Los regionalismos y nacionalismos periféricos alcanzaron un notable desarrollo en los años finales del Siglo XIX, como reacción al carácter centralista de la Restauración, poco sensible a las realidades y peculiaridades de los diferentes territorios españoles. En Cataluña su inicio fue cultural con la Renaixença (movimiento por la recuperación de la lengua, tradiciones, historia… catalanes). Pero, hasta la Restauración no se puede hablar de un catalanismo político (tras el antecedente de la convocatoria del Primer Congreso Catalanista de Valentí Almirall en 1880) coincidiendo con su división entre: un catalanismo republicano y federal y otro conservador y tradicionalista; que acabó imponiéndose con la fundación de Uníó Catalanista (1891), partido que reivindicará la vuelta a la situación anterior al Decreto de Nueva Planta, la oficialidad del catalán y una organización federal de España (Bases de Manresa). A raíz del Desastre del 98 el nacionalismo catalán va a conocer una gran expansión con la Lliga Regionalista, heredera de Uníó, liderada por Prat de la 3 Riba y Francesc Cambó. Representaba una opción conservadora moderna, autonomista pero no independentista. El nacionalismo vasco va a ser más radical que el catalán. En su formación inciden tres factores: un movimiento para la recuperación de su cultura; los efectos de la revolución industrial (con un aumento de la inmigración de población no vasca) y, sobre todo, la abolición de sus fueros históricos tras la última guerra carlista (1876). Se identificarán dos tendencias: Un nacionalismo radicalizado que defendía la recuperación íntegra de los fueros (aferrado al mundo tradicional y agrario) para los que la defensa de sus fueros equivalía a defender la esencia de lo vasco.
7.3. El problema de Cuba y la guerra entre España y Estados Unidos. La crisis de 1898 y sus consecuencias económicas, políticas e ideológicas.
El fin del Imperio colonial español se produjo en 1898 como consecuencia de la guerra mantenida entre España y Estados Unidos, que se desarrolló en dos escenarios: Cuba y Filipinas, donde previamente se había originado movimientos independentistas. En Cuba, la mayoría de los políticos españoles eran contrarios a conceder ningún tipo de autonomía, ya que para ellos autonomía e independencia eran equivalentes. Para llegar a la Paz de Zanjón con los rebeldes cubanos -fin de la “Guerra de los Diez Años» en 1878-, el general Martínez Campos había ofrecido reformas político-administrativas y concesiones de autogobierno. Con estas promesas, se fortalecíó en Cuba una corriente autonomista, que cristalizó en el Partido Liberal Cubano, integrado por criollos -descendientes de españoles nacidos en Cuba-, que aceptaba la uníón superior en la Corona de España. Pero, frente a éste aparecíó la uníón de los «españoles incondicionales», compuesta por las familias oligárquicas españolas, opuesto a que se concediera cualquier tipo de autonomía a la isla. Esta postura intransigente hará que vayan aumentando los partidarios cubanos de la independencia. Finalmente, en 1895 estallará una revuelta liderada por José Martí (líder del Partido Revolucionario Cubano) que desembocó en un enfrentamiento directo con España tras la intervención de los generales cubanos Máximo Gómez y Antonio Maceo. España volvíó a recurrir al talante negociador del general Martínez Campos pero, al fracasar, será sustituido por el general Weyler con el propósito de lograr una victoria militar sin concesiones. Cuando el Gobierno se dio cuenta del error de esta estrategia, sustituyó a Weyler pero era demasiado tarde (máxime cuando Estados Unidos había iniciado ya su estrategia parta intervenir a su favor en el conflicto). El detonante del enfrentamiento hispano-americano fue la voladura en extrañas circunstancias del acorazado estadounidense Maine en 1898 en la bahía de La Habana, a lo que Estados Unidos respondíó con la declaración de guerra a no ser que España renunciara a la soberanía de Cuba en el plazo de tres días. España rechazó cualquier vinculación con el suceso y la flota española fue aniquilada en Santiago de Cuba, mientras tropas estadounidenses invadían la isla de Cuba y Puerto Rico.
En el archipiélago de Filipinas la población española era escasa y los capitales invertidos no eran relevantes. Durante tres siglos la soberanía se había mantenido gracias a una fuerza militar, no muy amplia, y a la presencia de varias órdenes religiosas. La insurrección comenzó por el descontento de ciertos grupos indígenas con la administración española y con el excesivo poder de dichas órdenes. En 1892, José Rizal fundó la Liga Filipina con un programa de independencia, basado en la expulsión de los españoles y de las órdenes religiosas. A partir de 1896 se extendíó la insurrección por la provincia de Manila. Cuando los norteamericanos declararon la guerra a España, se presentaron también ante los filipinos como sus libertadores. Al igual que en Cuba, la flota norteamericana logró una aplastante victoria cerca de Manila. La guerra hispano-americana (conocida también como la Guerra de los Cien Días) finalizó con la capitulación de España en Agosto de 1898 y la firma en Diciembre del Tratado de París. 4 Tras el Desastre del 98 España se había quedado sin pulso, sumida en una sensación generalizada de decadencia que tendrá su reflejo en la sociedad, política y cultura de la época. En el ámbito político se criticó severamente la torpeza de los gobernantes (aunque el sistema político logró sobrevivir al desastre). Además, sacó a la luz la injusticia de los soldados de cuota por la costumbre del ejército de librar del servicio militar a aquellos que pagaran una gran cantidad de dinero. En el ámbito económico, a pesar de la pérdida de estas colonias, la industria nacional se recuperó pronto y será positiva la repatriación a España de los capitales ultramarinos. Pero, en el ámbito ideológico se producirá una verdadera crisis de conciencia nacional, que se manifestó de manera muy especial en el regeneracionismo y en la actitud pesimista de los intelectuales y escritores de la Generación del 98. El regeneracionismo fue una corriente de pensamiento originada a raíz de la cris del 98, como respuesta alternativa al sistema político de la Restauración. Desde un punto de vista social, representaba la opinión de amplios sectores de las clases medias y de la pequeña y mediana burguésía, que no se identificaba con un régimen y una sociedad al servicio de una reducida oligarquía. Sin embargo, no se trataba de una corriente unitaria, sino más bien de un planteamiento ético ante la sociedad y la política, dividido en: Un regeneracionismo desde dentro del sistema, liderado por Silvela o Maura, ministros del Partido Conservador, que aceptaban la validez general del sistema pero criticaban sus aspectos más negativos.