La crisis de 1808 y la Guerra de Independencia
Muy pronto se hizo evidente para todos la entrada consentida de las tropas napoleónicas se había convertido en una ocupación de nuestro país. Consciente finalmente de este hecho, Godoy trama la huida de la familia real hacia Andalucía y la corte se desplaza a Aranjuez. Allí sus planes se van a haber frustrados. El 19 de marzo de 1808 estalló un motín popular organizado por la facción de la corte partidaria del príncipe de Asturias. El motín de Aranjuez precipitó la caída de Godoy y, lo que fue aún más importante, obligó a Carlos IV a abdicar en su hijo con el título de Fernando VII. El enfrentamiento entre Fernando y Carlos IV tenía un único árbitro posible. Con las tropas del general Murat en Madrid, Napoleón llamó a padre e hijo a Bayona en Francia y les forzó a abdicar en su hermano José Bonaparte. Fueron las abdicaciones de Bayona por las que los Borbones cedieron sus derechos a Napoleón. Tratando de atraerse a la opinión ilustrada, el nuevo monarca José I publicó el Estatuto de Bayona, carta otorgada que conocía algunos derechos más allá del absolutismo. Ante la evidencia de la invasión francesa, el descontento popular acabó por estallar: el 2 de mayo de 1808 se inicia una insurrección en Madrid abortada por la represión de las tropas napoleónicas. Los días siguientes los levantamientos antifranceses se extienden por todo el país. Se inicia la Guerra de la Independencia (1808-1814). Las abdicaciones de Bayona y las insurrecciones contra José I significaron una situación de «vacío de poder» que desencadenó la quiebra del antiguo régimen en España. Para hacer frente al invasor, se constituyeron juntas provinciales, que asumieron la soberanía en nombre del rey ausente. En septiembre de 1808, las juntas provinciales se coordinaron y se constituyó la Junta Central Suprema. Pese a que gran parte de los miembros eran conservadores y partidarios del antiguo régimen, la situación bélica provocó la asunción de medidas revolucionarias como la convocatoria de Cortes. Tras el levantamiento general contra los invasores, las tropas españolas consiguieron algún triunfo como la victoria de Bailén en julio de 1808. Para poner fin a la insurrección, el propio Napoleón, al frente de 250.000 hombres, vino en otoño a la península ocupando la mayor parte del país, excepto las zonas periféricas y montañosas donde se inició «la guerra de guerrillas» contra el ejército francés, con el apoyo de los «afrancesados», y la guerrilla española, formada por antiguos militares españoles y campesinos, ayudados por el ejército británico enviado a la península. 1812 fue el año decisivo, el ejército del general británico Wellington con el apoyo de españoles y portugueses infringió sucesivas derrotas a los franceses. Tras la catástrofe de la Grande Armée en Rusia, un Napoleón completamente debilitado devolvió la corona a Fernando VII por el Tratado de Valencay en diciembre de 1813. Las tropas francesas abandonaron el país. La cruenta guerra de la Independencia tocaba a su fin.
La Revolución Liberal, las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
Las abdicaciones de Bayona habían creado un vacío de autoridad en la España ocupada. Pese a que los Borbones habían ordenado a las autoridades que se obedeciera al nuevo rey José I, muchos españoles se negaron a obedecer a una autoridad que se veía como ilegítima. Para llenar ese vacío y organizar la espontánea insurrección contra los franceses se organizaron juntas provinciales que asumieron la soberanía. Estas sintieron desde un principio la necesidad de coordinarse. Así, en septiembre de 1808, se constituyó la Junta Central que en ausencia del rey legítimo, asumió la totalidad de los poderes soberanos y se estableció como máximo órgano de gobierno. Fruto de esta nueva situación, la Junta Central convocó reunión de Cortes extraordinarias en Cádiz, acto que iniciaba claramente el proceso revolucionario. Finalmente, en enero de 1810, la Junta cedió el poder a una regencia, lo que no paralizó la convocatoria de Cortes. La celebración de las elecciones en situación de guerra propició que se reunieran unas Cortes con preponderancia de elementos burgueses y cultos procedentes de las ciudades comerciales del litoral. Las sesiones de Cortes comenzaron en septiembre de 1810 y muy pronto se formaron dos grupos de diputados enfrentados: los liberales y los absolutistas.
La mayoría liberal, aprovechándose de la ausencia del rey, inició la primera revolución liberal burguesa en España, con dos objetivos: adoptar reformas que acabaran las estructuras del A.R. y aprobar una Constitución que cambiara el régimen político del país. Estas fueron las principales reformas políticas, económicas, sociales y jurídicas adoptadas por las Cortes de Cádiz, la libertad de la imprenta (1810), la abolición del régimen señorial con la supresión de los señoríos jurisdiccionales y la reminiscencia feudal. Sin embargo, la nobleza mantuvo la propiedad de casi todas sus tierras, se suprimió la Inquisición en 1813, la abolición de los gremios con libertad económica, comercial de trabajo y de fabricación en 1813 y la tímida desamortización de algunos bienes de la Iglesia.
Fernando VII: Absolutismo y Liberalismo
Con el Tratado de Valencay Fernando VII recupera los derechos de la corona, regresa a España y en abril de 1814 recibe el Manifiesto de los Persas, firmado por diputados absolutistas. El texto censura la labor de las Cortes de Cádiz y condena la soberanía nacional, pidiendo al rey que se suprimieran las Cortes y las reformas aprobadas en ellas, incluida la Constitución de 1812. El 4 de mayo el rey promulga un decreto (Decreto de Valencia), que anulaba las reformas aprobadas en las Cortes y la Constitución de 1812. Se inicia el Sexenio Absolutista (1814-1820). Comienza con la detención de los liberales más importantes y la disolución de las Cortes. Apoyado por la Iglesia y los grandes terratenientes, anuló la libertad de prensa, restableció la Inquisición y la Mesta, permitió la vuelta de los jesuitas y restauró la sociedad estamental. El rey se enfrentó a problemas: inestabilidad del gobierno, crisis en hacienda y oposición liberal. En 1820 triunfa el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan (Sevilla). Fernando VIII restableció la Constitución de 1812 iniciando el Trienio Liberal (1820-1823). Se restablecieron las leyes aprobadas en Cádiz, como la eliminación de la Inquisición, abolición del régimen señorial, reanudan la desamortización. Se aprobó la ley de supresión de monasterios, reglamento de instrucción pública, primer código penal, división del territorio en 51 provincias, se instauró la milicia nacional y expulsaron a los jesuitas. Los liberales se dividieron en dos facciones: moderados como Martínez de la Rosa y exaltados como Mendizábal. Los primeros defendían el sufragio censitario, para limitar la soberanía nacional y las Cortes bicamerales. Los exaltados defendían el sufragio universal, la soberanía nacional y las Cortes unicamerales. Hasta 1822 gobernaron los moderados, y después los exaltados. La oposición al régimen liberal venía del rey, apoyado por parte del ejército, el clero y el campesinado. En 1822 en Cataluña se llegó a formar un gobierno paralelo con la regencia de Urgell. Los Cien Mil Hijos de San Luis, ejército organizado por Francia por orden de la Santa Alianza, pusieron fin al régimen liberal, dando paso a la Década Absolutista (1823-1833). Aunque se restablecieron las instituciones de la monarquía absoluta, se evolucionó hacia un reformismo moderado. Los liberales sufrieron represión y muchos se exiliaron. Hubo intentos de insurrección. Se llevaron a cabo reformas: creación del Consejo de Ministros y del Ministerio de Fomento. En Hacienda, López Ballesteros elaboró los primeros presupuestos generales del Estado e impulsó la creación de un nuevo código de comercio, Tribunal de Cuentas, Banco de San Fernando (1829) y la Bolsa de Madrid (1831). El régimen tenía dos enemigos: los liberales exaltados y los realistas. Fernando VII publica la Pragmática Sanción, derogando la Ley Sálica, permitiendo reinar a las mujeres. Tras los sucesos de la Granja, Fernando VII confirmó los derechos sucesorios de su hija Isabel, formando un gobierno con Cea Bermúdez. Al morir Fernando VII, María Cristina hereda la corona en nombre de su hija Isabel, iniciándose la Primera Guerra Carlista (1833-1840).