La Edad Media y sus civilizaciones

El inicio de la Edad Media y sus etapas

Desde el siglo III el imperio romano sufrió la penetración de los pueblos germánicos, hasta entonces localizados al otro lado de las fronteras del Rin y del Danubio. Para defenderlo mejor, el emperador Teodosio lo dividió en 395 en dos partes: el imperio romano de Occidente, con capital en Roma; y el imperio romano de Oriente, con capital en Constantinopla. A partir de entonces, cada parte siguió una trayectoria histórica diferente.

El imperio romano de Occidente

sufrió las invasiones de una serie de pueblos germánicos, como los visigodos, los suevos, los vándalos y los alanos. Finalmente, en el 476 cayó en manos del pueblo germánico de los hérulos, desapareció, y su territorio se fragmentó en distintos reinos germánicos.

El imperio romano de Oriente

logró sobrevivir a la caída de Roma y a las invasiones germánicas. Adoptó el nombre de imperio bizantino y se mantuvo hasta 1453, año en el que los turcos conquistaron su capital, Constantinopla.

Las fechas de 476 y 1453 han sido adoptadas por muchos historiadores para delimitar la Edad Media, aunque otros prolongan su fin hasta el descubrimiento de América en 1492.

Las civilizaciones medievales

Durante la Edad Media convivieron y se enfrentaron en el territorio del antiguo imperio romano tres civilizaciones: el imperio bizantino, la cristiandad latina y el islam.

El imperio bizantino

mantuvo al principio las tradiciones romanas; pero con el tiempo acabó adoptando la lengua y la cultura griegas. También ha recibido la denominación de cristiandad ortodoxa, al no reconocer la primacía religiosa del papa de Roma.

La cristiandad latina

aglutinó a los reinos establecidos en el antiguo imperio romano de Occidente, como los visigodos o los francos. Estos pueblos adoptaron la religión cristiana católica, que reconocía la autoridad del papa; y el sistema feudal, por lo que también se denominan monarquías feudales.

La evolución histórica

En sus inicios, el territorio bizantino comprendía los Balcanes, Grecia, Asia Menor, Siria y Egipto. Desde el siglo v, su historia atravesó por períodos de auge y de decadencia.

En el siglo vi

el imperio alcanzó su mayor esplendor con Justiniano I (527-565). Este emperador quiso restablecer la unidad del antiguo imperio romano y conquistó diversos territorios en el Mediterráneo. Pero, a su muerte, la mayoría se perdieron.

En el siglo vii

los musulmanes conquistaron las provincias más ricas (Siria, Palestina y Egipto), reduciendo considerablemente su territorio. Desde mediados del siglo xi, Bizancio atravesó una profunda crisis. Finalmente, los turcos acabaron conquistando Constantinopla (1453) y pusieron fin al imperio.

El gobierno y la administración

El gobierno del imperio bizantino recaía en el emperador, que desde el siglo vii adoptó el título griego de basileus. El emperador concentraba todo el poder. Para gobernar, se ayudaba de numerosos funcionarios y de una legislación basada en el derecho romano, que fue recopilada y actualizada por Justiniano en un código: el Corpus Iuris Civilis.

La administración

se organizó en provincias dirigidas por un jefe político y militar. En ellas desempeñaron un papel fundamental la caballería y la armada.

La economía bizantina

La agricultura era la base de la economía bizantina. La mayoría de las tierras eran latifundios, grandes propiedades que pertenecían a la nobleza y a los monasterios y eran trabajadas por siervos.

La artesanía

elaboró artículos de lujo, como tejidos de seda, tapices, orfebrería, marfiles y esmaltes.

El comercio

se benefició de la estratégica situación de Constantinopla entre Europa y Asia y entre los mares Mediterráneo y Negro. A Bizancio llegaban seda de China; especias, marfil y perlas de la India; y ámbar, pieles y trigo del norte de Europa.

La sociedad bizantina

La sociedad bizantina se organizaba en tres niveles. En el nivel superior se situaban la aristocracia y los altos cargos de la Iglesia, que poseían grandes latifundios y ocupaban puestos destacados en el gobierno y la administración. En el nivel intermedio estaban el resto del clero, los funcionarios del Estado, los ricos comerciantes y los campesinos libres. Y en el nivel más bajo, los siervos y los esclavos.

La Iglesia y sus problemas

La Iglesia ejerció una gran influencia sobre la sociedad bizantina. De hecho, estuvo estrechamente vinculada al poder político, pues coronaba al emperador; poseía grandes propiedades, y controlaba espiritualmente a una sociedad donde las disputas religiosas solían mezclarse con las sociales. Sin embargo, tuvo que hacer frente a dos graves problemas:

Las luchas iconoclastas

se originaron cuando algunos emperadores prohibieron el culto a las imágenes sagradas, o iconos, buscando reducir el poder de los monasterios y apropiarse de sus bienes. La prohibición desató graves conflictos sociales entre los siglos VIII y IX, aunque al final se impuso el culto a las imágenes.

El Cisma de Oriente

se debió a la rivalidad entre el patriarca de Constantinopla y el papa de Roma por su primacía sobre la cristiandad.

Terminó en 1054 con la separación o cisma entre la Iglesia occidental o romana y la oriental. Esta última, que pasó a llamarse Iglesia ortodoxa, extendió su área de influencia por Europa oriental con la evangelización de los pueblos eslavos.

El arte bizantino

La arquitectura utilizó materiales pobres como el ladrillo; columnas como soporte; arcos semicirculares; y cubiertas planas o abovedadas, especialmente la cúpula sobre pechina. El edificio principal fue la iglesia, que adoptó planta rectangular, cuadrada, octogonal o de cruz griega. Los ejemplos más destacados son la basílica de Santa Sofía de Constantinopla, encargada por Justiniano; y la iglesia de San Vital, en Rávena, ambas del siglo VI.

Los mosaicos decoraban las paredes y cúpulas del interior de las iglesias. Entre los más famosos figuran los de San Vital de Rávena, que representan al emperador Justiniano y a su esposa Teodora, con su séquito, llevando ofrendas a la iglesia.

Los iconos eran imágenes religiosas. En su mayoría estaban pintadas sobre tabla y solían emplear el dorado en la representación. Su forma de representar escenas religiosas y las imágenes de Jesucristo, la Virgen y los santos ejerció una gran influencia en el arte posterior.

Los reinos germánicos (I)

Los visigodos

Los visigodos se instalaron en el año 418 en el sur de la provincia romana de la Galia mediante un pacto con Roma. El acuerdo les autorizaba a gobernar la región a cambio de defenderla de los ataques de otros pueblos. Por eso, como aliados de Roma, entraron en el año 415 en la península ibérica para luchar contra los invasores suevos, vándalos y alanos.

El reino visigodo de Tolosa (418-507)

Tras la caída del último emperador romano, los visigodos establecieron un reino que se extendía a ambos lados de los Pirineos y fijaron su capital en Tolosa. Este alcanzó su mayor auge con Eurico (440-484), que lo extendió por casi toda la península ibérica. Pero su sucesor, Alarico II, fue derrotado y muerto por los francos en la batalla de Vouillé (507), por lo que decidieron trasladarse al sur de los Pirineos.

El reino visigodo de Toledo (507-711)

Tras instalarse en Hispania fijaron la capital en Toledo. Primero, el rey Leovigildo (569-586) sometió a los suevos, cántabros y astures; y sus sucesores expulsaron a los bizantinos y vencieron a los vascones. Después, se integraron con la población hispanorromana tras la conversión de Recaredo al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589) y la implantación por Recesvinto de una legislación común: el Fuero Juzgo (654). En el año 711 fueron derrotados por los musulmanes en Guadalete, lo que puso fin a su reino.

El modo de vida de los visigodos

La organización política de los visigodos fue la monarquía electiva, lo que provocó graves luchas sucesorias. El monarca estaba asesorado por el Aula Regia, un organismo formado por nobles y eclesiásticos.

La economía se centró en la agricultura, basada en el cultivo de cereales, vid, olivo y hortalizas. Además, en la Meseta adquirió un gran auge la ganadería trashumante. Los latifundios continuaron en manos de la nobleza, visigoda e hispanorromana, y de la Iglesia.

La sociedad la encabezaba una minoría rica integrada por los nobles y el alto clero compuesto de obispos y abades. Por debajo, se situaban los pequeños propietarios, los trabajadores de los latifundios, los artesanos y comerciantes, y los siervos.

La cultura se empobreció y quedó en manos de la Iglesia. Destacó San Isidoro de Sevilla, que en el siglo vii escribió Etimologías, una obra que resumía el saber de su tiempo.

El arte originó pequeñas iglesias, como Santa Comba de Bande (Orense), San Juan de Baños (Palencia) o San Pedro de la Nave (Zamora), donde utilizaron arcos de herradura. También realizaron magníficos trabajos de orfebrería, como fíbulas y coronas votivas.

Los reinos germánicos (II)

Los francos y el imperio carolingio

Los francos, después de cruzar el Rin, se instalaron el año 481 en el norte de la provincia romana de la Galia, donde Clodoveo fundó la dinastía merovingia.

La evolución histórica. Del reino al imperio

En el año 751, Pipino el Breve implantó una nueva dinastía, la carolingia, que alcanzó su máximo esplendor con su hijo Carlomagno (742-814). Este se propuso restablecer la unidad del antiguo imperio romano de Occidente. Con este fin, conquistó los territorios de numerosos pueblos, como los lombardos en el norte de Italia; los bávaros y los ávaros en el centro de Europa; y los sajones en el norte de Alemania. Tras estas conquistas, Carlomagno fue coronado emperador por el papa León III en la Navidad del año 800. No obstante, el imperio solo duró hasta el año 843, pues al morir el hijo y sucesor de Carlomagno, Luis el Piadoso, se dividió entre sus hijos.

La cultura y el arte

Durante el reinado de Carlomagno se produjo un cierto renacimiento cultural que tuvo su centro en Aquisgrán, la residencia imperial. En esta ciudad Carlomagno fundó la Escuela Palatina, dirigida por Alcuino de York e inspirada en modelos romanos.

La arquitectura contó con algunas construcciones notables, como palacios, iglesias y monasterios, mandados edificar por Carlomagno en las principales ciudades (Ingelheim, Aquisgrán, Nimega) como manifestación de su poder. Entre ellas destacaron el palacio de Aquisgrán, residencia del emperador, del que se conserva la capilla construida entre los siglos viii y ix; la abadía de Fulda, y el desaparecido monasterio de Saint Gall.

Las esculturas que han llegado hasta nosotros son muy escasas, como la de Carlomagno a caballo. Más abundantes son las obras menores realizadas en marfil o metal (relicarios, arquetas); y las miniaturas o pinturas de pequeño tamaño sobre pergamino que ilustraban libros, como los evangeliarios.

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