El Sistema de la Restauración, creado por Cánovas del Castillo, se puso a prueba en 1885 por la muerte de Alfonso XII y la complicada Regencia de María Cristina. Como solución, Cánovas y Sagasta firmaron el Pacto del Pardo, comprometiéndose a respetar el turno de partidos. Se consolidó así un régimen oligárquico en el que la alternancia de Conservadores y Liberales nunca fue democrática: cada gobierno era nombrado por el rey y luego obtenía la mayoría en unas elecciones fraudulentas con ayuda de caciques. La consecuencia fue la marginación de las fuerzas políticas y sociales que no aceptaban la monarquía, el régimen político o el sistema capitalista, organizándose como oposición no dinástica.
La Oposición a la Monarquía
La Restauración no significó el fin del carlismo y el republicanismo. El carlismo, con Carlos VII, se centró en la defensa de los Fueros, el catolicismo y las tradiciones. Pese a la escisión integrista, renovó su doctrina y organización, consiguiendo diputados. El republicanismo se escindió entre posibilistas de Castelar (que aceptaban la monarquía), progresistas de Zorrilla, centralistas de Salmerón y federalistas de Pi i Margall, con arraigo en Cataluña. Perdieron parte de su base social por el anarquismo. Su propaganda entre clases populares urbanas, el sufragio universal y las coaliciones les darían éxitos electorales en ciudades.
Los Nacionalismos y Regionalismos
El nacionalismo decimonónico también prendió en España, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, donde la coincidencia de lengua y cultura chocó con el centralismo uniformizador del Estado liberal y la Constitución de 1876, así como con una burguesía industrial frustrada por la mediocre economía española. Tuvo influencias del carlismo foralista conservador y del republicanismo federal progresista.
El nacionalismo catalán nace del movimiento cultural de la Renaixença, que reivindicó sus señas de identidad. La primera organización nacionalista fue el Centre Català de Almirall, que defendía un catalanismo federalista y progresista. En 1891 se creó la Unió Catalanista, una federación de entidades conservadoras liderada por Prat de la Riba y Cambó, que se convirtió en la fuerza hegemónica de Cataluña hasta 1923.
En el País Vasco, la recuperación de los fueros tras su abolición en 1876 sería la principal reivindicación política. La llegada de inmigrantes por la industrialización provocó una reacción nacionalista a favor del euskera y la tradición vasca. Sabino Arana unió ambas causas fundando el Partido Nacionalista Vasco (PNV), con principios conservadores, exigiendo la independencia de Euskadi para proteger los derechos y la pureza del pueblo vasco-navarro. En los últimos años, el PNV se fue moderando hacia un autonomismo más conciliador.
En otros territorios se afirmó el regionalismo, que defendía la idiosincrasia e intereses de una región sin cuestionar la unidad de España. El regionalismo gallego surgió con el movimiento cultural de O Rexurdimento, pero la división entre una tendencia tradicionalista rural y otra democrática con base urbana, así como su escasa base social, lastraron el galleguismo. En Valencia, Aragón o Andalucía surgieron movimientos regionalistas más débiles, sin gran influencia política.
El Movimiento Obrero y Campesino
Las duras condiciones laborales de obreros y jornaleros fueron la causa del movimiento obrero. Las primeras luchas de carácter ludita (como la destrucción de los telares mecánicos de Alcoy o el incendio de Bonaplata en Barcelona) evolucionaron durante el reinado de Isabel II con la creación de Sociedades de Ayuda Mutua para trabajadores en paro o accidentados (los primeros sindicatos). La Unión de Clases organizó la primera huelga general por la libertad sindical y mejoras. Por otro lado, se difundió el socialismo utópico, especialmente las ideas de Fourier y el comunismo icariano de Cabet en Cataluña.
Durante el Sexenio Democrático, el movimiento obrero creció gracias a la libertad y la legalización de los sindicatos, así como a la labor de la Asociación Internacional del Trabajo (AIT), que difundió las doctrinas socialistas y anarquistas. Compartían el objetivo de destruir el capitalismo y la sociedad de clases. Los socialistas proponían la acción política de partidos obreros y la toma de poder mediante la dictadura del proletariado, mientras que los anarquistas rechazaban la política y las elecciones y defendían la abolición del Estado, sustituido por una sociedad libre sin gobierno.
Será el anarquismo de la Federación Regional Española (FRE) el que prenda entre los jornaleros andaluces y los obreros catalanes, desplegando actividad con ocupaciones de tierras y organización de cantones. Pablo Iglesias fundó la Agrupación Socialista Madrileña.
La Restauración de 1874 supuso la represión del movimiento obrero hasta que la Ley de Asociaciones de Sagasta permitió su revitalización, aunque mantuvo la división ideológica. El anarquismo, con figuras como Lorenzo o Mella, creó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), que defendía el apoliticismo y la creación de sindicatos anarquistas. Siguió siendo hegemónico en Andalucía, Cataluña y Valencia. Sin embargo, la FTRE fue contestada por insurreccionalistas que proponían la propaganda por el hecho y sublevaciones para derribar al Estado, implantando el comunismo libertario, con levantamientos campesinos, atentados y magnicidios. La salvaje represión, con montajes y torturas policiales, golpeó y debilitó al anarcosindicalismo contrario a la violencia.
El socialismo marxista se extendió en Madrid, el País Vasco y Asturias. Pablo Iglesias fundó el PSOE en 1879 y la UGT en 1888. El PSOE participó en la II Internacional y se definía como un partido marxista revolucionario que participaba en las elecciones. Carecía de apoyos significativos fuera de sus bastiones y logró algunos concejales en las grandes ciudades.