1.1. La guerra de Cuba:
A finales del Siglo XIX, estalla en Cuba y en Filipinas sendos movimientos emancipadores que a través de una guerra, consiguen la independencia política de España. Estas islas eran de gran interés para el comercio español porque sus mejores productos como el azúcar, café o tabaco se exportaban a España en grandes cantidades. Por su parte, tanto Cuba como Filipinas constituían un mercado favorable a los productos peninsulares.
Tras el Convenio de Zanjón de 1878, los naturales de Cuba esperaban de la Administración española una serie de reformas que les otorgasen los mismos derechos que los españoles de la Península, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud, que aún se practicaba. Ninguna de estas peticiones había sido tomada en consideración por la administración colonial debido a la rotunda oposición de los grandes propietarios, de los negreros y de los comerciantes peninsulares.
Siguiendo el modelo bipartidista de la Península, se crearon en Cuba dos grandes partidos, el Partido Autonomista, integrado en su mayoría por Cubanos, y la Uníón Constitucional, un partido españolista que contaba con una fuerte militancia de los peninsulares instalados en la isla. El primero de ellos pedía la autonomía para la isla, propugnaba un programa de reformas políticas y económicas sin llegar a la independencia y había conseguido una amplia representación en el Parlamento español. El Partido Liberal de Sagasta sólo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud, en 1888. En 1893 propuso a las Cortes la aprobación de un proyecto de reforma del estatuto colonial de Cuba, pero no prosperó. La ineficacia de la administración estimuló los deseos de emancipación y el independentismo fue ganando posiciones frente al autonomismo. En 1893, José Martí, fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia y de inmediato consiguió apoyo exterior, especialmente de Estados Unidos. El independentismo aumentó rápidamente su base social y contó con el respaldo de caudillos revolucionarios. En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados a la isla que no procediesen de la Península. Por aquel entonces, el principal cliente económico de Cuba era Estados Unidos, que adquiría casi la totalidad de los dos grandes productos cubanos, el azúcar y el tabaco, mientras que esa potencia sólo podía exportar a Cuba productos con fuertes aranceles de entrada. El presidente Norteaméricano William McKinley manifestó su protesta ante tal situación y amenazó con cerrar las puertas del mercado estadounidense al azúcar y al tabaco cubanos si el gobierno español no modificaba su política arancelaria en la isla. En 1879 se produjo la llamada Guerra Chiquita. La sublevación de los mambises -nombre con el que se conocía a los insurrectos Cubanos- fue derrotada al año siguiente por la falta de apoyos, la escasez de armamentó y la superioridad del ejército español. Pocos años después, el Grito de Baire del Febrero de 1895 dio inicio a un levantamiento generalizado. La rebelión se extendíó rápidamente a la zona occidental donde estaba la capital, La Habana. El jefe del gobierno español, Cánovas del Castillo, envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que entendía que la pacificación de la isla requería una fuerte acción militar que debía acompañarse de un esfuerzo político de conciliación con los sublevados.Martínez Campos no consiguió controlar militarmente la rebelión, por lo que fue sustituido por el general Valeriano Weyler, que se propuso cambiar completamente los métodos de lucha e iniciar una férrea represión. Para evitar que los insurrectos aumentasen sus adeptos en el mundo rural, organizó las concentraciones de campesinos, a los que se obligaba a cambiar de asentámiento recluyéndolos en determinados pueblos sin posibilidad de contacto con los combatientes. Weyler trató muy duramente a los rebeldes, aplicando la pena máxima a muchos de ellos, y también a la población civil, víctima del hambre y las epidemias.
En el plano militar, la guerra no era favorable a los soldados españoles, ya que se desarrollaba en plena selva, la manigua, y contra unas fuerzas muy extendidas en el territorio, que se concentraban y dispersaban rápidamente. Ni los soldados españoles estaban entrenados para hacer frente a una guerra de este tipo ni el ejército contaba con los medios adecuados. El mal aprovisionamiento, la falta de pertrechos y las enfermedades tropicales causaron gran mortandad entre las tropas, haciendo de la victoria final un objetivo cada vez más difícil de alcanzar.
En 1897, tras el asesinato de Cánovas y el fracaso de Weyler, el nuevo gobierno liberal lo destituyó el cargo por el general Blanco. Además, inició una estrategia de conciliación con la esperanza de empujar a los separatistas a pactar una fórmula que mantuviera la soberanía española en la isla y evitase el conflicto con Estados Unidos. Para ello decretó la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde: los independentistas, que contaban con el apoyo estadounidense, se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.