La sublevación militar
La Guerra Civil Española supuso la destrucción del primer intento serio de democratización y modernización de España. La rebelión comenzó en Marruecos en julio de 1936 y se extendió rápidamente por todas las comandancias militares. Los rebeldes se hicieron fácilmente con el control de Melilla, Ceuta y Tetuán. Todos los que se opusieron al golpe fueron fusilados inmediatamente. El jefe del gobierno republicano no supo actuar a tiempo y pronto los militares se sublevaron en Sevilla, lograron controlar la ciudad engañando a las fuerzas democráticas. El golpe también triunfó en Castilla y León, Galicia, Baleares y Canarias. El gobierno republicano quiso negociar con los rebeldes, pero estos se negaron. Al día siguiente se sublevaba el general Mola en Pamplona, este era el auténtico cerebro del golpe de estado.
Sin embargo, el golpe de estado fracasó por la oposición masiva de la población en las grandes ciudades. El levantamiento popular y el llamamiento a tomar las armas por parte de los principales partidos y sindicatos evitó el triunfo de los sediciosos y de un pronunciamiento al estilo del siglo XIX. La España más poblada, más moderna e industrial permaneció fiel a la República: toda la cornisa cantábrica, todo Levante y gran parte de Andalucía y Castilla La Mancha. En Barcelona los militantes armados de la CNT se unieron a los guardias de asalto y a la guardia civil y lograron derrotar a los sublevados. En Madrid el nuevo presidente del gobierno repartió armas a las milicias obreras y estas lograron la rendición de los cuarteles. La rapidez al perpetrar el golpe y la capacidad de reacción de la población determinaron el triunfo o el fracaso de los golpistas, pues estos sólo contaron con apoyo popular en Burgos y Pamplona.
El desarrollo de la guerra
Tanto el territorio sublevado como el gubernamental había quedado partido en dos, aunque la zona republicana estaba mejor comunicada. Desde el punto de vista económico, la República también tenía ventaja, pues contaba con toda la minería asturiana, la siderurgia vasca, la industria textil catalana o la producción agrícola manchega y levantina, además contaba con las reservas de oro del Banco de España. Sin embargo, los sublevados contaban con una superioridad militar abrumadora, pues el ejército colonial africano era el mejor entrenado y equipado, prácticamente toda la oficialidad se había sublevado, por lo que el ejército leal apenas estaba en condiciones de combatir. La marina quedó en manos del gobierno porque se enfrentaron a los oficiales rebeldes y tomaron los barcos, recibió órdenes de bloquear el Estrecho de Gibraltar e impedir el paso del ejército colonial a la península. Los sublevados contaron en breve plazo con nuevos barcos, pues en sus manos quedó la base naval de El Ferrol. La aviación también quedó mayoritariamente en manos republicanas, pero los sublevados habían inutilizado gran parte de los aviones.
La descomposición política tras el golpe y la represión
El golpe y el estallido de la guerra provocaron la destrucción de las estructuras estatales de la II República.
En el bando nacional el poder quedó en manos de un grupo de generales, que, siguiendo las propuestas de Mola, establecieron un estado autoritario y militarizado.
En el bando republicano el gobierno de la República perdió el control de la situación y el poder real quedó en manos de comités obreros organizados por partidos y sindicatos que no estaban sometidos a ningún tipo de poder centralizado.
En los primeros momentos de la guerra hubo una enorme represión en ambos bandos. Las ejecuciones y los asesinatos se extendieron como una pesadilla por todo el país.
La represión en la zona nacional se dirigió esencialmente contra los militantes obreros y campesinos, aunque algunos intelectuales, como Federico García Lorca, fueron también víctimas del horror. La represión estuvo bastante organizada y controlada por las autoridades militares. Este hecho no impidió que pistoleros falangistas descontrolados protagonizaran excesos de todo tipo.
En la zona republicana los grupos que sufrieron la violencia fueron esencialmente los sacerdotes y las clases adineradas. José Antonio Primo de Rivera, prisionero en Alicante al estallar la guerra, fue juzgado y ejecutado. Tras el caos inicial en el que se produjeron graves excesos, el gobierno fue controlando poco a poco la situación y la represión se atenuó.
El avance nacionalista durante los primeros meses de la guerra
Un elemento clave para comprender la victoria final de los nacionales fue el «puente aéreo» organizado con aviones alemanes e italianos que permitió el rápido traslado del Ejército de África a la península.
Los legionarios y regulares, fuerzas profesionales que superaban con facilidad a las desorganizadas milicias obreras y campesinas, iniciaron un rápido avance hacia Madrid. En el camino, el general Yagüe que mandaba las columnas decidió desviarse hacia Badajoz. La ciudad cayó y se inició una brutal represión que escandalizó al mundo y produjo un gran número de víctimas.
Las tropas continuaron su avance hacia Madrid y antes de alcanzar Madrid, Franco decidió desviar de nuevo las tropas para liberar a la guarnición asediada en el Alcázar de Toledo. La «liberación del Alcázar» fue un gran triunfo propagandístico para Franco.
Mientras, Mola tomó Irún y San Sebastián aislando al País Vasco de la frontera con Francia.
La Batalla de Madrid
El 18 de octubre de 1936 las fuerzas nacionalistas dirigidas por Varela llegaron a las afueras de Madrid. En noviembre de 1936 se inició la Batalla de Madrid. El 4 de noviembre de 1936 ocuparon Alcorcón, Leganés, Getafe y Cuatro Vientos. La caída de la capital en manos de las tropas rebeldes parecía inminente. Ante la superioridad militar de las fuerzas nacionales, partidos y sindicatos obreros alentaron la movilización del pueblo madrileño para defender su ciudad. El grito de «¡No Pasarán!» se hizo célebre en todo el mundo.
La moral de la población madrileña aumentó con la llegada de refuerzos exteriores. Las Brigadas Internacionales, cuerpo de voluntarios organizados esencialmente por los comunistas; tanques y aviones rusos, la columna del anarquista Durruti… llegaron para ayudar en la defensa de la capital.
La ciudad fue sometida a bombardeos aéreos por aviones Junker alemanes y se produjeron duros combates en la Casa de Campo, la Ciudad Universitaria y el Puente de los Franceses. Las tropas republicanas consiguieron resistir y, finalmente, Franco ordenó el fin del asalto frontal a la ciudad.
Las Batallas del Jarama y Guadalajara. La toma de Málaga
Tras fracasar en su intento de atacar frontalmente a Madrid, Franco intentó cercar a la capital. Este intento dio lugar a la batalla del Jarama, una de las más encarnizadas de la guerra, y la batalla de Guadalajara, donde las tropas italianas enviadas por Mussolini fueron derrotadas.
Mientras las tropas franquistas tomaban Málaga y de nuevo se producía una dura represión.
El fracaso ante Madrid hizo que Franco optara por una nueva estrategia: ya no buscó acortar el conflicto, sino que fue atacando las zonas más débiles de los republicanos.
La Campaña del Norte
De la primavera al otoño de 1937, las tropas nacionales conquistaron la zona norte republicana que había quedado aislada del resto del país. Uno tras otro, el País Vasco, Cantabria y Asturias fueron cayendo en manos de Franco.
Durante esta campaña tuvo lugar el célebre bombardeo de Guernica. La Legión Cóndor, grupo aéreo alemán enviado por Hitler, bombardeó una ciudad sin interés militar y la arrasó. Este acto, que luego en la Segunda Guerra Mundial se convirtió en rutinario, provocó un escándalo mundial e inspiró a Pablo Picasso en su célebre cuadro.
Durante la campaña vasca, Mola, el único general que podía competir con Franco en el liderazgo del bando nacional, murió en accidente de avión.
Tratando de distraer fuerzas nacionalistas de la campaña del norte, los republicanos organizaron la ofensiva de Belchite en Aragón. El fracaso fue total y finalmente las tropas franquistas tomaron todo el norte del país.
La conquista del norte tuvo graves consecuencias para la República. No sólo perdieron las minas de carbón y hierro de la zona, sino que, en adelante, los franquistas pudieron concentrar todas sus tropas en la zona sur.
De Teruel a la batalla del Ebro
En diciembre de 1937, tuvo lugar una ofensiva republicana en Teruel. Las condiciones climáticas marcaron una ofensiva que finalmente fracasó. Tras asegurar el dominio de Teruel, Franco lanzó un ataque general en Aragón. El éxito fue fulgurante y el 15 de abril de 1938 las tropas nacionales llegaron a Vinaroz en el Mediterráneo. La zona republicana quedó partida en dos.
La última gran ofensiva republicana dio lugar a la Batalla del Ebro en julio de 1938. Con más de 100.000 muertos, esta fue la más cruenta de las batallas de la guerra civil y agotó definitivamente la moral y las reservas republicanas.
El final de la guerra
La antesala del fin de la guerra fue la ofensiva nacionalista contra Cataluña. Tras tomar Barcelona, las tropas franquistas llegaron a la frontera francesa en febrero de 1939. Antes se había producido un enorme y patético éxodo de población. Más de 500.000 personas huyeron a Francia, donde fueron hacinadas en campos de concentración.
Ante la inminente derrota, las divisiones internas se hicieron aún más profundas en el bando republicano. El gobierno de Negrín, con el apoyo de los comunistas y parte de los socialistas, proponía la resistencia a ultranza. El objetivo era que el conflicto español quedara integrado en la inminente guerra europea y mundial que todo el mundo veía venir. De esa manera, la República española encontraría aliados que le permitirían cambiar el signo de la guerra.
Contra esta posición, y defendiendo la negociación de la derrota con Franco, el coronel Casado dio un golpe contra el gobierno de Negrín. Pese a las propuestas de negociación de Casado, Franco exigió la rendición incondicional. El 28 de marzo, las tropas franquistas entraron en Madrid y el 1 de abril de 1939 terminaba la sangrienta guerra. Una larga dictadura vino a sustituir al ensayo democrático de la Segunda República.