Introducción
Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, numerosos sectores de la derecha y los militares iniciaron una conspiración contra la República. El gobierno, enterado de la conspiración militar, tomó la ineficaz medida de alejar de la Península a los principales cabecillas: Franco a Canarias, Goded a Baleares y Mola a Navarra.
El asesinato del teniente Castillo (republicano) por miembros de la Falange y, como réplica, el asesinato de Calvo Sotelo (líder de la derecha) por miembros de la Guardia de Asalto precipitaron los acontecimientos. El 17 de julio se levantó el ejército de Marruecos; el gobierno se mostró inoperante y, dos días más tarde, la Guerra Civil era un hecho. Este conflicto duraría tres años, costaría centenares de miles de muertos y daría lugar a una gran represión. La victoria del llamado bando nacional truncaría el proceso democrático iniciado en 1931 y daría lugar a cuatro décadas de férrea dictadura.
Desarrollo
A continuación, se detallará el inicio de la sublevación, la evolución y desarrollo del conflicto, así como la organización de cada uno de los bandos enfrentados.
La sublevación
La sublevación se inició el 17 de julio de 1936 en la guarnición de Melilla. El jefe del gobierno, Casares Quiroga, no comprendió la importancia de la rebelión y no tomó medidas efectivas. En la mañana del día 18, Queipo de Llano se incorporó al golpe en Sevilla. La rebelión también triunfó en Granada y Zaragoza, en casi todas las capitales de Castilla y León, en algunas ciudades gallegas, en las Islas Baleares y Canarias, y en Andalucía Occidental. Mola en Pamplona se unió a la sublevación el día 19, sumándose La Coruña y Oviedo.
El pronunciamiento fracasó en otros puntos importantes: Asturias, País Vasco, Cantabria, Cataluña, Valencia y buena parte de Andalucía Oriental permanecieron leales a la República. También la Armada se mantuvo fiel. El fracaso más grave de los sublevados se produjo en Madrid y en Barcelona.
La adscripción a uno u otro bando dependió de si triunfó o no el golpe de Estado donde se vivía, así como de la rapidez y coordinación de sus protagonistas y de la capacidad de reacción de las fuerzas populares. Las clases oligárquicas, terratenientes, gran parte del ejército y de la jerarquía eclesiástica compusieron el bando nacional; el movimiento obrero se puso a favor de los republicanos. Desde el día 19, la clave estuvo en si los gobernadores y alcaldes entregaban o no las armas a las masas populares. También fue fundamental la actitud de la Guardia Civil, que en varias ciudades inclinó la balanza hacia un bando u otro.
Las primeras semanas de la guerra
Las primeras semanas de la guerra fueron decisivas. La zona bajo control de los sublevados ocupaba dos amplias regiones, al sur y al norte de la península, además del control del norte de África, Canarias y Baleares. También el bando republicano estaba dividido, si bien su núcleo central estaba mucho más aglutinado. La relación de fuerzas estaba bastante equilibrada.
Mientras que la España republicana superaba a la zona rebelde en el dominio de las regiones industriales y las agrícolamente más desarrolladas, además de contar con las reservas de oro del Banco de España y con la lealtad de la flota y la aviación, la España nacional contaba con las zonas cerealeras, gran parte de los mandos del ejército (y con ello una clara superioridad militar) y la ayuda italiana y alemana.
Los primeros días de la guerra sirvieron para consolidar los frentes. En la sierra madrileña, las columnas nacionales, cuyo objetivo era tomar Madrid, fueron contenidas por milicias obreras. En Andalucía, Queipo de Llano consiguió enlazar Córdoba, Granada y Sevilla.
El 5 de agosto, gracias a la ayuda alemana, se inició el traslado masivo del ejército de África a la Península. Las tropas legionarias y regulares de Yagüe atacaron Badajoz. Tras una breve resistencia, los nacionales tomaron la ciudad, iniciándose una dura represión. La toma de Badajoz permitió a los rebeldes unir las dos zonas sublevadas.
Las primeras semanas tras el golpe fueron de una violencia inusitada en ambos bandos. Proliferaron los ajustes de cuentas, los «paseos», los juicios sumarios y los asesinatos sin juicio.
Organización de los bandos enfrentados
En el bando nacional, los generales sublevados formaron en Burgos, el 24 de julio, la Junta de Defensa Nacional como órgano de gobierno. Sus primeras medidas fueron el restablecimiento de la bandera roja y gualda, la censura, la sustitución de las autoridades civiles por militares, la disolución de sindicatos y partidos políticos, y la militarización de la sociedad. Desde los primeros días, el aparato de propaganda del nuevo régimen inició una campaña para transformar la rebelión en un «alzamiento nacional» contra la «República Marxista». El apoyo alemán e italiano, el peso del ejército de África y los triunfos en Extremadura convirtieron a Franco en el general más influyente. Pronto se planteó la necesidad de establecer un mando único y se decidió otorgar la jefatura a Franco. El 1 de octubre tomó posesión en Burgos como jefe del Gobierno del Estado español hasta que finalizase el conflicto.
Por otra parte, en el bando republicano la situación fue más caótica. El gobierno no podía ejercer su función ejecutiva y el poder real estaba en manos de los comités de los partidos y los sindicatos. Las primeras medidas del bando republicano respondieron a las exigencias de estos comités, que se hicieron con el control de los transportes, los servicios urbanos, las fábricas y los talleres. La España republicana asistía en el verano de 1936 a una auténtica revolución social. Estos cambios sociales y económicos dañarían la capacidad productiva del bando republicano y su imagen ante los regímenes liberales, que verían en estas decisiones la expansión del comunismo.
Desde el estallido del conflicto, ambas partes se apresuraron a solicitar ayuda extranjera. En agosto de 1936 se creó un Comité de No Intervención. Este acuerdo resultó ser un fraude: mientras que Francia y Gran Bretaña lo cumplían (en general), Italia y Alemania enviaron tropas, armas y dinero al bando sublevado. Mientras tanto, Stalin (URSS) consideraba la posibilidad de intervenir en favor de la República.
En este proceso bélico se sucedieron acontecimientos clave que, a lo largo de los tres años de lucha, acabaron por dar el triunfo al bando nacional.
La batalla de Madrid
La batalla de Madrid fue uno de los principales objetivos de los sublevados, que tras consolidar sus posiciones en Andalucía decidieron tomar Toledo. Esta acción retrasó el asalto a Madrid. Entre el 2 y el 4 de noviembre, las tropas sublevadas pasaron a controlar Móstoles, Pinto, Getafe, Leganés y Alcorcón. El gobierno republicano abandonó la capital en dirección a Valencia. Mientras, se constituyó la Junta de Defensa de Madrid. Pocos días después se inició una dura ofensiva sobre Madrid. Tras varios intentos y la Batalla del Jarama, una de las más encarnizadas, los sublevados decidieron frenar sus ataques directos sobre la capital. Mientras tanto, Málaga fue conquistada por los nacionales. La ciudad sufrió una durísima represión. El cuerpo expedicionario italiano, enviado por Mussolini, intentó un ataque contra Madrid por Guadalajara. La derrota italiana en la Batalla de Guadalajara fue significativa.
La guerra en el Norte
Tras el fracaso inicial en la toma de Madrid, la guerra se dirigió hacia el norte. A partir de finales de marzo de 1937, los nacionales volcaron todo su esfuerzo en acabar con la franja republicana que quedaba aislada en el norte. El objetivo era hacerse con el control de las importantes industrias y recursos de la región cantábrica. El 31 de marzo se inició la campaña en Vizcaya. Desde ese día se iniciaron los bombardeos protagonizados por la Legión Cóndor alemana contra las poblaciones vascas, incluyendo el tristemente célebre bombardeo de Guernica. A partir de junio, el avance nacional sobre Bilbao fue imparable. El 19 de junio, las tropas nacionales tomaron Bilbao. Durante la campaña vasca murió Mola en un accidente aéreo. Con ello desaparecía el único general que podía disputar el poder a Franco. Tras caer Bilbao, los nacionales iniciaron su ofensiva sobre Santander y Asturias. En otoño de 1937, toda la zona norte había caído en manos nacionales.
La ofensiva de Aragón, Teruel y la Batalla del Ebro
Tras la pérdida de la zona cantábrica, la República necesitaba tomar la iniciativa. Tras un mes de preparativos, se atacó Teruel en diciembre de 1937. El éxito republicano inicial fue notable, pero Franco decidió contraatacar por cuestiones de prestigio. En febrero de 1938, las fuerzas franquistas recuperaron la ciudad. Tras esta victoria, el ejército nacional inició la ofensiva de Aragón, que consiguió llegar al Mediterráneo a la altura de Vinaroz (Castellón) en abril de 1938, partiendo en dos la zona republicana.
La llegada franquista al Mediterráneo produjo una grave crisis en el Gobierno republicano. Se preparó entonces un último ataque republicano de gran envergadura. En la noche del 24 al 25 de julio de 1938, las fuerzas republicanas atacaron en masa, consiguieron atravesar el río Ebro e iniciaron una gran ofensiva: la Batalla del Ebro. Ante la brecha que se estaba produciendo, Franco concentró allí gran número de unidades. En noviembre de 1938, tras meses de durísimos combates, los nacionales resultaron vencedores. La Batalla del Ebro había costado cerca de 100.000 bajas entre ambos bandos y supuso un enorme desgaste material. El ejército republicano había agotado sus últimas reservas estratégicas.
Conclusión
En diciembre de 1938 se inició la ofensiva final sobre Cataluña por parte del bando nacional. El ejército republicano, desgastado, apenas pudo resistir. La capital catalana, Barcelona, cayó el 26 de enero de 1939. En el bando republicano, las disensiones internas eran enormes. De modo que el 5 de marzo de 1939, un golpe de Estado encabezado por el coronel Casado depuso al gobierno de Negrín, buscando una rendición negociada que Franco no aceptó. Tras exigir una rendición sin condiciones, el 28 de marzo, las unidades franquistas entraron en Madrid. El 1 de abril de 1939, Franco firmó el último parte de guerra, declarando el fin del conflicto.
La España de 1939, una vez terminada la guerra, era una nación arrasada. Sobre las ruinas de un país agotado, se construyó un nuevo Estado caracterizado por la centralización absoluta del poder en la figura del General Franco, por la dura represión de los vencidos y por la autarquía económica. La Dictadura se extendería durante casi cuarenta años, marcando profundamente a varias generaciones de españoles.