La Hispania Romana y la Monarquía Visigoda

LA HISPANIA ROMANA Y LA MONARQUÍA VISIGODA

A. Introducción

En el primer milenio a. C., la Península Ibérica estaba habitada por pueblos «celtas» y pueblos «iberos», influidos por los pueblos colonizadores (fenicios, griegos y cartagineses). Entre estos pueblos, destacaban los carpetanos, asentados en la Mancha. Fruto de la pugna por el control del Mediterráneo Occidental entre Cartago y Roma, los romanos pisaron tierra peninsular por primera vez en el 218 a. C.

B. Etapas de la Conquista Romana de la Península (s. III-s. I a. C.)

La conquista romana de la Península Ibérica se inició en el siglo III a. C. y concluyó, tras un proceso largo y complejo, en el siglo I a. C.

1ª etapa: Conquista del este y el sur peninsular (218-197 a. C.)

Durante la Segunda Guerra Púnica, Roma y Cartago se enfrentaron por el control del Mediterráneo. Roma contraatacó invadiendo las posesiones cartaginesas en Hispania a fines del siglo III a. C. Las victorias romanas pusieron fin a la presencia cartaginesa en Hispania y establecieron el dominio de Roma en la Península Ibérica.

2ª etapa: Conquista del centro y el oeste peninsular (155-133 a. C.)

Los romanos tuvieron que hacer frente a la resistencia de los pueblos del centro y oeste peninsular. Los mejores ejemplos son las guerras lusitanas, en las que destacó Viriato, líder lusitano, y la resistencia celtíbera en Numancia hasta el 133 a. C.

3ª etapa: Conquista del norte peninsular (29-19 a. C.)

El fin de la conquista llegó en tiempos de Augusto, primer emperador romano, con la dominación de galaicos, astures, cántabros y vascones. Augusto reorganizó las provincias hispanas en cinco. La economía colonial, basada en la esclavitud, se centró en el sector primario y minero, desarrollándose hasta el siglo III d. C., como en todo el Imperio, una economía monetaria y urbana. A partir del siglo III d. C., se produjo una ruralización de la vida y de la economía romana, que se profundizaría durante la Alta Edad Media.

C. El Proceso de Romanización y Cristianización en Hispania

La romanización fue el proceso de integración plena de la sociedad hispana en el conjunto del mundo romano, abarcando aspectos como la economía, la sociedad, el esclavismo, la urbanización, la cultura y la religión. En este proceso, la creación de ciudades y colonias romanas jugó un papel importante, al igual que las grandes obras públicas que se construyeron para conectarlas. También destaca el papel del ejército, que enroló a indígenas y convivió con los pueblos conquistados, estableciendo campamentos militares.

La romanización es un momento clave en la historia de Hispania. En ella podemos distinguir varios aspectos:

  • El latín se convirtió en la lengua común.
  • El derecho romano (leyes, concepción del Estado, etc.) se impuso y pervivió en el tiempo, guiando los principios políticos y jurídicos de siglos posteriores. Incluso hoy en día, es uno de los fundamentos del derecho occidental.
  • La religión politeísta romana (Júpiter, Saturno, etc.) se impuso, aunque se respetaron y asimilaron algunas creencias locales. El culto al emperador y a la Tríada Capitolina (Júpiter, Juno, Minerva) era obligatorio como medio de integración política.

Posteriormente, en el siglo I d. C., el cristianismo se difundió por el Imperio Romano y también por Hispania, especialmente a partir de la crisis del siglo III d. C., que también fue una crisis espiritual. La gente buscaba alternativas religiosas, como la religión cristiana. En el siglo IV d. C., el cristianismo triunfó al extenderse entre las clases dominantes, dejando de ser una religión revolucionaria. Desde el Edicto de Milán (313) de Constantino, se estableció la libertad de cultos, y desde el Edicto de Tesalónica (380) de Teodosio, el cristianismo se convirtió en la religión oficial y excluyente del Imperio, pasando a ser uno de los elementos de identidad de Occidente, preponderante en lo espiritual pero también en lo sociopolítico, que perdurará con diversas formas hasta la actualidad.

El proceso de romanización llegó a su máxima expresión cuando el emperador Caracalla, con el Edicto que lleva su nombre, en el siglo III d. C., extendió la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio.

Hispania fue una de las provincias del Imperio más romanizadas, aunque la romanización fue muy desigual en el territorio (en la Bética fue rápida y profunda; hacia el norte y el oeste, fue escasa e incluso nula).

La cultura y el arte romano tuvieron un carácter eminentemente práctico y por ello los romanos fueron grandes ingenieros y grandes constructores de obras públicas. En la Península Ibérica podemos destacar los siguientes ejemplos:

  • Acueductos como el de Segovia.
  • Murallas como las de Lugo.
  • Múltiples puentes como el de Alcántara o el de Mérida.

Además de estas obras públicas, Roma dejó importantes obras artísticas de utilidad pública como:

  • Arcos conmemorativos como el de Bará en Tarragona.
  • Templos como el de Diana en Mérida.
  • Anfiteatros como el de Itálica (Sevilla) o el de Segóbriga (Cuenca).
  • Teatros como el de Mérida o el de Segóbriga.
  • Circos como el de Toletum.

La dominación romana dejó en Hispania una tupida red urbana (Tarraco, Caesar Augusta, Emerita Augusta, Toletum, etc.) ligada por un complejo sistema de calzadas y otras infraestructuras públicas. En la región destacan Segóbriga, Ercavica o Valeria en Cuenca, Toletum o Consabura (Consuegra).

D. La Monarquía Visigoda

Durante los siglos III y IV d. C., los pueblos germánicos se infiltraron en el Imperio Romano. En el 409 d. C., los suevos, vándalos y alanos entraron violentamente en Hispania. Los visigodos, federados del Imperio, colaboraron en la pacificación de Hispania. Solo los suevos resistieron, con un reino en Gallaecia hasta el 585 d. C.

Los visigodos estaban muy romanizados, con una larga historia de contacto con Roma. Hicieron un pacto (foedus) con Roma, por el que recibieron territorios en la Galia.

En el 416 d. C., asentados entre la Galia e Hispania, organizaron una monarquía en torno a Toulouse hasta que fueron expulsados por los francos en la batalla de Vouillé en el 507 d. C. Entonces, establecieron su reino con capital en Toledo, centrado ya en la Península Ibérica.

Había unos 6 millones de hispanorromanos frente a unos 200.000 visigodos. Las diferencias entre ambos pueblos se mantuvieron al principio, con leyes y religiones diferentes (los visigodos eran cristianos arrianos; los hispanorromanos, católicos).

Leovigildo, en el siglo VI d. C., consiguió la unidad política de la península (luchando contra suevos, vascos y bizantinos del sur). Posteriormente, la conversión al catolicismo del rey Recaredo en el III Concilio de Toledo (589 d. C.) logró la unidad religiosa. En el siglo VII d. C., Recesvinto publicó el Fuero Juzgo (654 d. C.), que consiguió la unidad jurídica (un solo Derecho para visigodos e hispanos).

La organización política de los visigodos se basaba en el derecho germánico. La institución fundamental de gobierno era la Asamblea de los hombres libres, en la que residía el poder del reino, que era dado a un rey (monarquía electiva). Los reyes más poderosos trataron de hacerla hereditaria, sin lograrlo. Por eso, hubo gran inestabilidad política y debilidad de los reyes ante los grandes señores, sobre todo cada vez que había un cambio de rey, lo que influyó mucho en el fin del reino en el 711 d. C. tras la invasión musulmana.

Los poderes del rey eran amplios. En la práctica, el rey gobernaba con la ayuda de funcionarios del palacio. También existía el Aula Regia o Consejo del Rey, no permanente, de carácter asesor, formado por algunos funcionarios importantes, a los que se sumaban los grandes funcionarios territoriales y militares: Duces (delegados del rey en las provincias) o Comites civitates (en las ciudades), junto con altos cargos eclesiásticos.

Los Concilios de Toledo fueron la gran asamblea política del reino visigodo. En ellos, grandes nobles y obispos colaboraron con los reyes en tareas legislativas y en asuntos religiosos y políticos.

La economía y la sociedad visigoda continuaron el camino iniciado en el Imperio Romano desde el siglo III d. C.: una sociedad rural y agraria, de subsistencia, con el desarrollo jerárquico de las «relaciones personales» desde el rey hasta los esclavos. Dominaba la nobleza jerarquizada, sobre una gran mayoría de la población que eran campesinos libres (colonos), pero en realidad estaban ligados a la tierra y al señor por vínculos de dependencia personal. Se evolucionó hacia el modelo social feudal propio de la Edad Media.

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