La Industria Textil Algodonera
La industria algodonera se desarrolló en el siglo XVIII gracias a la protección estatal. La pérdida del imperio colonial privó a España de un mercado importante. La demanda peninsular, si bien no era despreciable, se veía afectada por la pobreza y las malas condiciones del transporte. Sin embargo, gracias al empuje de Cataluña y a la protección arancelaria, la industria algodonera catalana se desarrolló. A pesar de ir a la zaga de la industria inglesa en muchos aspectos, no hubo un estancamiento tecnológico. El algodón sustituyó a la lana y al lino, y poco a poco fue superando a la producción inglesa en el mercado español gracias a la protección arancelaria y la represión del contrabando. En 1855 se interrumpió este desarrollo, y la Guerra Civil Americana provocó escasez de algodón desde 1861. En 1882 se promulgó la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas, que reservaba estos mercados para los catalanes, lo que permitió un nuevo crecimiento hasta la pérdida de Cuba y Puerto Rico.
La Siderurgia
España producía hierro, pero no era una potencia siderúrgica. Para ello, hacía falta abundancia de carbón cokeficable y una fuerte demanda de los productos de la industria. Los primeros hornos altos se situaron en Málaga, luego surgió la siderurgia asturiana en Langreo y Mieres. Sin embargo, Vizcaya terminó convirtiéndose en el símbolo de la siderurgia en España gracias a la exportación del mineral de hierro. Las exportaciones a Gran Bretaña abarataban el transporte de coque británico. La industria vizcaína no alcanzaría un crecimiento sostenido hasta la Restauración. El atraso de la siderurgia española se debió a la exención arancelaria que se dio a la importación de material ferroviario, al atraso técnico y educativo, a la escasa demanda interna y a la escasez de buen carbón en condiciones competitivas.
El Transporte
Carreteras
La red básica de carreteras recibió un notable impulso desde 1840, beneficiándose de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y de los avances en la construcción de puentes.
Ferrocarril
En cuanto a la construcción de la red ferroviaria, en 1844 una Real Orden estableció que el ancho de vía de los ferrocarriles españoles sería 1672 mm (ancho ibérico), 1435 mm (ancho internacional) más ancha que la del resto de Europa. El gran impulso fue la Ley General de Ferrocarriles de 1855, que facilitaba la formación de sociedades anónimas ferroviarias, preveía el pago de subvenciones y desgrababa la importación de material. Las causas del rápido ritmo de construcción en el decenio 1856-1866 fueron la aportación de capitales nacionales, creándose 20 compañías ferroviarias. A partir de 1866 se inicia una época dramática para los ferrocarriles; el fracaso de estos ocasionó la quiebra del sistema bancario. La construcción ferroviaria continuó a lo largo del último cuarto del siglo bajo el signo de la concentración, con dos grandes compañías: Norte y MZA. Las repercusiones del ferrocarril no fueron las esperadas, ya que debió haber ejercido un papel más importante sobre otras industrias. Esto se debió a que la red se empezó a construir demasiado tarde y a que las características de la red fueron un inconveniente, ya que, además del ancho de vía, la infraestructura era de mala calidad. También se criticó la estructura radial de la red.
Desamortización y Agricultura
La Desamortización
La desamortización fue la expropiación por parte del Estado de los bienes pertenecientes a la Iglesia o a los municipios. El Estado liberal pretendió fomentar la propiedad privada y sanear la Hacienda.
- 1798: Desamortización de Godoy.
- 1836: Desamortización de Mendizábal (venta de propiedades del clero regular).
- 1841: Desamortización de Espartero (clero secular).
- 1855: Desamortización de Madoz (venta de bienes comunales).
Las desamortizaciones no resolvieron el problema de la deuda, sino que lo acentuaron, ya que los que compraron fueron antiguos terratenientes y nuevos inversores de la burguesía, por lo que se reforzó el latifundismo.
La Agricultura
Las desamortizaciones contribuyeron a la expansión del cultivo y de la producción, a la mejora de las condiciones del transporte, a las políticas proteccionistas y al aumento de la población. La agricultura fue durante el siglo XIX la actividad económica más importante, ya que dos tercios de la población trabajaban en ella. A pesar de esto, la producción aumentó muy poco, lo que provocó un estancamiento agrario que se atribuye a diversos factores, entre los que destaca la desigual distribución de la tierra. Los rendimientos de los cereales eran muy bajos por factores climáticos y edafológicos. Sin embargo, había un sector agrícola mucho más prometedor en el litoral mediterráneo, donde había aparecido una agricultura frutícola y hortícola comercializada. Según Gabriel Tortella, la transición a la agricultura moderna fue lenta por la protección arancelaria, las guerras coloniales y la crisis de 1898.
La Crisis de 1898
Cuba era uno de los principales productores de azúcar y tabaco del mundo, y un magnífico mercado para los productos textiles catalanes, así como una salida natural para la emigración española. La población cubana evolucionó del autonomismo al separatismo, apoyado por el Partido Revolucionario Cubano. Gran parte del comercio cubano dependía de los estadounidenses, quienes nunca disimularon sus simpatías por los rebeldes cubanos, a quienes ayudaban con armas, dinero y voluntarios. En varias ocasiones habían presionado a los gobiernos españoles para que les vendieran Cuba, a lo que estos siempre se negaron. La Paz de Zanjón había puesto fin a la Guerra Larga (1868-1878), pero el gobierno español fue retrasando la concesión de la autonomía prometida, debido a las presiones de los latifundistas y especuladores que se oponían a cualquier reforma que pudiera poner en peligro sus negocios. La insurrección se reinició en 1895 en la parte oriental de la isla, con José Martí como líder y con Maceo y Máximo Gómez como jefes militares. Su base social fue el campesinado, y su táctica, la guerrilla. El gobierno español envió al general Martínez Campos con el objetivo de lograr la pacificación. Lo sustituyó el general Weyler, que impuso una «línea dura», con las «concentraciones» de población, que la prensa estadounidense utilizó para desacreditar a España. La clase política española estaba dispuesta a defender los territorios de ultramar. La opinión pública española fue favorable a la guerra, excepto los federalistas, socialistas y anarquistas. El apoyo popular fue decreciendo a medida que transcurría el conflicto y se tenía conocimiento de los costes de la guerra. Los jóvenes de las clases pudientes compraban la redención del servicio de armas y solo iban a filas los hijos de las clases populares. La intervención estadounidense, impulsada por la feroz campaña de prensa y, sobre todo, por sus intereses económicos en Cuba y Puerto Rico, se produjo a raíz de la voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana. La guerra hispano-estadounidense terminó con el aniquilamiento de la escuadra española. La desigualdad de fuerzas era evidente, no pudiendo España hacer nada ante el poderío estadounidense. Por el Tratado de París, España reconocía la independencia de Cuba y cedía a Estados Unidos: Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam.
Consecuencias del Desastre del 98
El desastre supuso un auténtico aldabonazo en la conciencia de los españoles. En primer lugar, las pérdidas humanas, con muertes que se debieron a enfermedades infecciosas. Los perjuicios psicológicos y morales fueron también importantes. A ello se unía la desmoralización de un país consciente de su debilidad y de lo inútil del sacrificio. Las pérdidas materiales, si bien no fueron excesivas, salvo la fuerte subida de los precios de los alimentos en 1898, sí fueron graves a largo plazo. La derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias. Pero quizás fue más grave el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, a pesar de la capacidad demostrada aisladamente por algunos generales y el valor de las tropas. Era evidente que el ejército no había estado preparado para un conflicto como aquel y su imagen saldría considerablemente dañada. La crisis política resultó inevitable. El desgaste afectó a ambos partidos, pero esencialmente al Partido Liberal y a Sagasta, a quien tocó afrontar la derrota. La consecuencia fue la pérdida de autoridad y el fin de la carrera de la primera generación de dirigentes, que ceden el terreno a nuevos líderes: Antonio Maura en el Partido Conservador y José Canalejas en el Liberal. En el clima de la derrota surgieron críticas tanto hacia el funcionamiento del sistema político como a la propia mentalidad conformista y derrotista del país. Ni la guerra cubana ni el desastre provocaron en el país un movimiento de exaltación nacionalista; por el contrario, se aceptó la derrota con resignación y fatalidad.