La Lucha Contra la Dictadura
Una Oposición Dividida por la Geografía y la Política
Tras la derrota en la guerra civil y la posterior represión, la oposición al franquismo confiaba más en la presión exterior de los gobiernos democráticos que en sus propias fuerzas. Esta oposición, formada por los derrotados en la guerra, se encontraba dividida geográficamente, con una parte en la clandestinidad dentro de España y el resto en el exilio, donde se concentraban la mayoría de los cuadros políticos.
Además de la división geográfica, existía una división política derivada de los acontecimientos vividos durante la guerra. Anarquistas y comunistas se enfrentaban, al igual que los socialistas de Prieto y los comunistas. Incluso dentro del PSOE existían dos facciones: la de Negrín y la de Prieto. Desorganizada y debilitada por la represión, la oposición solo veía esperanza en el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial y la previsible derrota de la Alemania nazi.
En el exterior, el PSOE se reorganizó a partir del grupo que había subsistido en Francia, con la colaboración de los refugiados en el norte de África, Londres, Bélgica y México. Mientras los partidos socialistas de Europa occidental criticaban la dictadura de Stalin en la URSS, el objetivo del PSOE era la caída de Franco y la evolución del régimen. Esto les llevó a dialogar con los monárquicos seguidores de Juan de Borbón, buscar la colaboración con anarquistas y republicanos, y asegurar a las potencias occidentales que se cerraría el paso a los comunistas. La estrategia de confiar en la presión internacional y la fuerte represión limitaron la oposición socialista en el interior.
Por su parte, el PCE planteaba el recurso a la lucha armada mediante la acción de comandos. Mientras los dirigentes políticos se encontraban divididos, los exiliados de los grupos políticos participaban en la resistencia francesa frente a la invasión alemana y en el Ejército de la Francia Libre.
La República en el Exilio
En 1939, tras la última reunión de las Cortes republicanas en España, el presidente de la República, Manuel Azaña, dimitió y falleció poco después. Su sucesor, Diego Martínez Barrio, se desentendió de la responsabilidad, mientras que tanto él como Negrín, jefe del gobierno y dirigente socialista apoyado por los comunistas, reclamaban la legitimidad republicana. Tras la derrota definitiva, los republicanos, al igual que los socialistas, mantuvieron una actitud pasiva. Sin embargo, a diferencia del PSOE, que logró reconstruirse, los republicanos no lo consiguieron.
La primera iniciativa republicana fue la formación en 1940 de la Acción Republicana Española. Hasta 1943, con la caída de Mussolini y el planteamiento de una alternativa monárquica en España, no se produjo una iniciativa relevante. Los seguidores de Prieto crearon la Junta Española de Liberación como reacción a los monárquicos que apoyaban a Don Juan para desplazar a Franco y a la propuesta de Unión Nacional alentada por los comunistas. En el interior de España se organizó la Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas, formada por republicanos, socialistas y anarquistas. Sus actividades, aunque de poca relevancia, adquirieron cierto prestigio por actuar desde el interior del país.
En 1945, en México, se reunieron los diputados de las Cortes republicanas de 1936 para impulsar la condena al franquismo. La inminente victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial impulsó el restablecimiento de las instituciones republicanas. Los representantes de la Junta Española de Liberación asistieron a la Conferencia de San Francisco, que daría lugar al nacimiento de la ONU. El delegado de México sentó las bases para impedir la entrada de la España franquista en el nuevo organismo internacional.
Las Cortes republicanas eligieron a Martínez Barrio como presidente de la República, y Negrín dimitió como jefe del gobierno. El republicano Giral fue designado presidente del ejecutivo, con un gobierno compuesto por republicanos, socialistas, anarquistas, y nacionalistas vascos y catalanes. Este primer gobierno estuvo marcado por la desunión. Prieto buscaba una alianza con los monárquicos para desplazar a Franco y convocar elecciones libres, pero los representantes de Juan de Borbón no llegaron a ningún acuerdo. Giral amplió la composición del gobierno en 1946, incluyendo a republicanos conservadores (Sánchez Guerra) y comunistas (Santiago Carrillo). Giral logró el reconocimiento del gobierno de la República por parte de gobiernos democráticos hispanoamericanos y países comunistas, pero no consiguió el reconocimiento de EE.UU., Gran Bretaña, Francia, ni la URSS.
Los Comunistas y la Guerrilla Antifranquista
Los comunistas, símbolo de la resistencia hasta el final de la guerra civil, se convirtieron en la principal fuerza contra el franquismo a partir de la década de 1940. Su mala relación con socialistas y anarquistas les impidió formar parte de cualquier organismo de colaboración. Entre 2000 y 4000 españoles, miembros del PCE, se exiliaron en la URSS, mientras que otros se instalaron en México. La dirección del partido pasó a Dolores Ibarruri, «La Pasionaria», y Jesús Hernández. La relación de los comunistas con otras formaciones de la clase obrera empeoró. La dependencia del PCE de la Komintern le obligó a difíciles equilibrios, como el pacto entre Stalin y Hitler y la orden de no criticarlo, lo cual no fue aceptado por la izquierda española ni por los comunistas españoles. Para romper su aislamiento, el PCE lanzó en 1941 la política de Unión Nacional, una alianza de todas las fuerzas de oposición al franquismo, sin éxito.
En España, la actividad era muy difícil. El trabajo de los grupos operativos atrajo la vigilancia policial y llevó a su desmantelamiento. Muchos militantes desde Francia cayeron en manos de la policía. Los del interior percibían un optimismo excesivo por parte de quienes estaban en Francia y la URSS respecto a las posibilidades reales de actuación, convencidos de que un impulso exterior provocaría una insurrección popular. Este erróneo punto de vista se materializó en las desastrosas incursiones guerrilleras desde Francia en 1944.
La guerrilla representó la aportación comunista a la oposición antifranquista en este período. Ya durante la guerra civil habían actuado partidas guerrilleras de izquierdas, cuyos miembros, al no poder huir de España, se refugiaron en las montañas para combatir al régimen. Parte de la guerrilla fue eliminada. En la Francia ocupada también había guerrilleros españoles, ex miembros de Compañías de Trabajo del gobierno francés y de internados de campos de concentración que habían huido de los alemanes y se incorporaron a la Resistencia al servicio de la Francia Libre o actuaron de forma autónoma. El predominio de los militantes comunistas, que se presentaban como el brazo armado de la Unión Nacional Española, llevó a la formación en 1944 de la Agrupación de Guerrilleros Españoles, que participó en la liberación de París.
Tras la liberación de Francia, algunos dirigentes de la izquierda en el exilio creyeron posible utilizar parte de los combatientes para organizar un ejército e invadir el norte de España, a pesar de la escasez de tropas y recursos. Algunos proponían una guerra de guerrillas, pero los consejeros políticos y militares comunistas impusieron el criterio de atacar las defensas fronterizas del Pirineo y establecer tropas en la frontera. Esta decisión fue asumida por el responsable del PCE en Francia, en contra de la opinión de otros miembros del partido y otras organizaciones. En 1944, los guerrilleros penetraron en España y fracasaron, al encontrarse con las tropas del Ejército y la Policía Armada en la frontera. Un segundo intento, en el que las tropas se apoderaron de varios pueblos, también fracasó. Algunas partidas se dirigieron al sur y contactaron con grupos guerrilleros del interior. Los franquistas sufrieron las tácticas guerrilleras, pero estas fueron sofocadas por el ejército, la Guardia Civil, la Policía y los falangistas. La guerrilla se mantuvo operativa hasta 1952, y algunos grupos reducidos hasta 1963.