La Regencia en España (1833-1843): Conflictos y Transformaciones

A la muerte de Fernando VII, como Isabel era menor de edad, se inicia la regencia de María Cristina. Dos días después don Carlos, hermano de Fernando, reclama desde Portugal sus derechos de sucesión al trono (Manifiesto de Abrantes). En varias ciudades se le reconoce como rey frente a la legítima sucesora, Isabel, lo que desata el conflicto conocido como primera guerra carlista.

La Primera Guerra Carlista (1833-1840)

Se trata de una guerra civil en la que se enfrentan dos ideologías, dos formas de entender el Estado.

Los Bandos en Conflicto

  • Carlistas: Tradicionalistas y absolutistas, defendían los fueros y la confesionalidad del Estado. Fueron apoyados por parte del clero, por pequeños propietarios rurales, por artesanos y parte de la nobleza. Tuvo su mayor influencia en zonas rurales y en las provincias forales (País Vasco, Navarra y Aragón). Internacionalmente fueron apoyados por Rusia, Austria, Prusia y el Papa.
  • Cristinos o isabelinos: Liberales y moderados, y entre sus filas había burgueses, ilustrados, las clases medias urbanas, las altas jerarquías de la Iglesia y la mayor parte del ejército. También fueron apoyados, diplomática y militarmente, por Francia, Inglaterra y Portugal.

Desarrollo de la Guerra

La guerra se desarrolló entre 1833 y 1840. En un primer momento los carlistas toman ventaja, ya que dominan el terreno en el que se desarrollan las acciones y disponen de una organización a medio camino entre la acción guerrillera y el ejército regular. Su figura principal es el general Zumalacárregui, cuya muerte durante el asedio de Bilbao, unida a la victoria del general isabelino Espartero en Luchana (1836) supuso un duro golpe para los carlistas. Para cambiar esta situación se organiza la Expedición Real, que en 1837 llevó a don Carlos hasta las puertas de Madrid, aunque fue rechazado por los liberales. Desde ese momento los carlistas, agotados, se mantienen a la defensiva y su líder, el general Maroto, inicia conversaciones con Espartero, que concluyen con el Convenio de Vergara de 1839. En él, a cambio de la rendición, se admite la incorporación de los militares carlistas al ejército cristino conservando su empleo y sueldo, y Espartero se compromete a recomendar a las Cortes el mantenimiento de los fueros. Don Carlos no aceptó esta paz y los carlistas, bajo el mando de Cabrera, siguieron luchando en el Maestrazgo hasta 1840.

Consecuencias de la Guerra

La guerra dejó como consecuencias más de cien mil muertos, un gran gasto económico que frenó el desarrollo industrial y la consolidación de los militares como protagonistas de la política española, además de la división de los liberales en moderados y progresistas.

La Regencia de María Cristina (1833-1840)

La regencia de María Cristina (1833-1840) comienza con un gobierno continuista presidido por Cea Bermúdez. Lo más destacado de ese periodo será la división del territorio en 49 provincias realizada por Javier de Burgos en 1833. En 1834, ante la necesidad de sumar apoyos entre los liberales, nombra al moderado Martínez de la Rosa para presidir el gobierno; éste lleva a cabo una apertura moderada que se expresa en el Estatuto Real de 1834, una carta otorgada que recoge la existencia de unas Cortes elitistas elegidas por un sufragio indirecto muy limitado (0,15% de la población), y que concede un gran poder a la Corona incluido el de disolver las Cortes y vetar leyes. Dentro del liberalismo ya se configuran dos tendencias, la de los moderados y la de los progresistas. En 1835 éstos últimos protagonizan una rebelión que obliga a la reina a cambiar el gobierno. Llega así al poder Juan Álvarez Mendizábal, un progresista que toma medidas concretas para acabar con el Antiguo Régimen como la disolución de los conventos y, sobre todo, la Desamortización de 1836. Pero la presión de los moderados y de la reina le obligan a dimitir; a pesar de ello, en verano de 1836 la sublevación militar en el motín de la Granja devuelve el poder a los progresistas y se restablece la Constitución de 1812. Para dirigir el gobierno se nombra al progresista Calatrava.

La Constitución de 1837

En este periodo se tomaron importantes medidas como la Ley de Imprenta (1837) que suprimía la censura previa en publicaciones, la Ley Electoral (1837) que, a pesar de mantener el sufragio censitario, permitía ampliarlo a un 2,4% de la población, o la liberalización de la economía. Pero lo más destacado fue la aprobación de una nueva Constitución en 1837, que recoge la soberanía nacional, derechos individuales, divide el Legislativo entre la Corona y unas Cortes bicamerales (Congreso elegido por sufragio censitario y Senado de designación real) y concede fuertes poderes al Ejecutivo (veto y suspensión de Cortes). El estado se declaraba aconfesional, pero se comprometía a financiar el culto católico. Las colonias se gobernarían por leyes de excepción, al margen de la Constitución. Se permitía la esclavitud en Cuba y se expulsaba a los diputados americanos.

A partir de aquí la regente mostrará continuamente su inclinación por los moderados, que aprobarán la Ley de Ayuntamientos (1840) que permitía a la Corona nombrar alcaldes en las capitales de provincia y recortarán libertades como la de imprenta. Finalmente, la presión provocada por revueltas ciudadanas y juntas revolucionarias llevan a la dimisión y exilio de María Cristina en 1840.

La Regencia de Espartero (1840-1843)

Se inicia la regencia de Espartero (1840-1843) quien, a pesar de su progresismo, se conduce con una política autoritaria que le va privando de sus apoyos iniciales. Gobernó sin contar con las Cortes, apoyándose en sus oficiales de confianza («ayacuchos»), lo que, unido al hecho de proclamar la regencia de una sola persona, en vez de tres, le granjeó la oposición de gran parte de los progresistas. Reactivó la desamortización y liberalizó la economía; precisamente, la aprobación de un arancel que abría el mercado español al algodón inglés provocó una revuelta en Barcelona, que Espartero reprimió duramente bombardeando la ciudad (1842). Después de hacer frente a un pronunciamiento fallido dirigido por O’Donnell, Espartero se enfrentará a una nueva revuelta dirigida por Ramón Narváez, que, en 1843, fuerzan la dimisión y el exilio del regente. Para evitar una nueva regencia, y la inestabilidad inherente a ella, las Cortes adelantan la mayoría de edad de la reina.

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