La Restauración Borbónica: Consolidación, Nacionalismos y Movimiento Obrero

Tras el fin de la monarquía de Isabel II, progresistas y demócratas se unieron para establecer un gobierno provisional. En diciembre de 1874, Alfonso XII, el futuro rey, emitió el Manifiesto de Sandhurst desde su exilio en Gran Bretaña, ofreciéndose a reinar en España. A finales de ese mismo mes, tras el pronunciamiento de Sagunto, Alfonso XII fue proclamado rey con el objetivo de restablecer el orden social. El conservador Cánovas del Castillo fue el arquitecto del nuevo régimen político, que buscaba evitar la exclusión de los partidos que accedían al poder, reducir las intervenciones militares y poner freno a los conflictos políticos.

Además, surgió la Constitución de 1876, la cual tenía como objetivo establecer la estabilidad política mediante diversas medidas. Estas incluían garantías de derechos y libertades individuales como la libertad de prensa, expresión, asociación y reunión. Se estableció una soberanía compartida entre las Cortes y el rey, otorgando al monarca un papel moderador donde ejercía el liderazgo sobre el ejército y seleccionaba al jefe del Gobierno sin rendir cuentas a las Cortes. Asimismo, se establecieron unas Cortes bicamerales con miembros designados por el rey y otros elegidos por sufragio directo para ejercer la función legislativa. El sistema de sufragio variaba según el gobierno, inicialmente siendo censitario y excluyendo a la mayoría de la población desde 1878 hasta 1890. Posteriormente, se aprobó el sufragio universal masculino, aunque resultaba ineficaz debido a la corrupción electoral.

La Constitución también designó al catolicismo como religión oficial del Estado, confiando a la Iglesia el control de la educación y respaldando al clero. Además, se centralizó el sistema legal, asegurando la aplicación de las mismas leyes en todo el país tras la abolición de los fueros vascos.

Adicionalmente, Cánovas del Castillo instauró un sistema político de dos partidos en el cual el Partido Conservador, creado por él mismo, y el Partido Liberal se alternaban en el gobierno. Esto se hizo con el propósito de evitar la necesidad de recurrir a levantamientos militares o golpes de Estado para gobernar. Aunque ambos partidos compartían ideológicamente la defensa de la monarquía, la Constitución y la propiedad privada, así como la consolidación de un Estado unitario. En situaciones estratégicas, los líderes políticos designaban al líder de la oposición como presidente, quien luego convocaba elecciones con resultados preacordados para asegurar una mayoría parlamentaria. Este proceso se llevaba a cabo con el objetivo de prevenir que los republicanos y carlistas alcanzaran el poder, constituyendo así un fraude electoral. El proceso de votación estaba marcado por prácticas corruptas y antidemocráticas, como el caciquismo, la manipulación del censo y las actas electorales, la introducción de votos fraudulentos y la intimidación a los votantes. Estas acciones contribuían a un sistema electoral viciado, donde ciertos individuos con influencia ejercían control sobre el voto de los ciudadanos, resultando en una democracia ficticia.

Nacionalismos Periféricos: Cataluña y País Vasco

Tenemos dos extractos que representan las posturas nacionalistas en Cataluña y el País Vasco en un momento histórico específico. El primer fragmento, escrito por Prat de la Riba en 1906, forma parte de una obra propagandística que presenta las perspectivas nacionalistas del movimiento catalanista conservador. Este surge como respuesta a los eventos del «¡Cu Cut!» y a la Ley de Jurisdicciones, que militariza las ofensas a la unidad de la patria, la bandera y el honor del ejército. El segundo extracto proviene de un artículo de Arana Goiri, publicado en «Bizkaitarra», el órgano del movimiento nacionalista vasco que él mismo estableció en 1893. El nacionalismo sabiniano se desarrolla durante la consolidación del sistema canovista después del Pacto de El Pardo en 1885.

Ambos movimientos que buscan afirmar la identidad en Cataluña y el País Vasco tienen sus orígenes en el sentimiento nacionalista de la clase burguesa, algo que se ha visto en toda Europa, sobre todo durante la época de la industrialización. Además, estos movimientos son impulsados por políticas centralistas impuestas por un gobierno que no ha logrado establecer un nacionalismo español que reconozca las singularidades culturales, lingüísticas e históricas de las regiones periféricas. En España, la industrialización tuvo su epicentro principalmente en Cataluña y el País Vasco. Debido a las limitaciones del sistema de la Restauración para lograr la democratización del país, los partidos nacionalistas emergieron como los únicos que podían revitalizar España, impulsando el progreso económico y cultural desde las diversas identidades regionales.

El nacionalismo catalán, que en sus inicios se manifestó como la Renaixença, un movimiento cultural, tuvo como objetivo principal potenciar la lengua catalana, elevándola a un nivel culto. Su desarrollo político evolucionó hacia el catalanismo, alcanzando su punto culminante con las «Bases de Manresa» en 1882. Este programa político abogaba por la autonomía de Cataluña, sin buscar la independencia. La formación política conocida como la Lliga Regionalista, establecida en 1901 bajo la dirección de Prat de la Riba, agrupó a los sectores conservadores del catalanismo, centrándose en la autonomía política y la defensa de los intereses económicos, especialmente los del empresariado industrial catalán.

Por otra parte, el nacionalismo vasco compartía principios ideológicos similares a los del catalán, tales como la promoción de su lengua propia (el euskera) y la salvaguardia de los derechos históricos. No obstante, en el País Vasco, el proceso de industrialización generó una clase burguesa asociada al sistema canovista, la cual se mostraba más receptiva a las políticas proteccionistas del Estado. A pesar de esto, esta burguesía se resistió a la llegada de trabajadores inmigrantes y a la influencia del socialismo. Arana, quien impulsaba el nacionalismo vasco tradicional, estableció el Partido Nacionalista Vasco (PNV) con fundamentos teóricos que abogaban por la recuperación de la independencia vasca, un enfoque radicalmente antiespañol, la exaltación de la «raza» vasca y la defensa de las tradiciones y la lengua vasca.

En sus inicios, el PNV era un partido conservador que se oponía a la industrialización. Sin embargo, tras el desastre de 1898, adoptó una postura más flexible, inclinándose hacia el posibilismo. A pesar de mantener dos corrientes internas, una más moderada y otra más radical, el partido logró éxitos en las elecciones a nivel local y provincial. Definiéndose en contra del liberalismo, la industrialización, el españolismo y el socialismo, en su seno convivían tanto posturas reformistas como independentistas.

El Movimiento Obrero: Socialismo y Anarquismo

Después de que se estableciera el sistema político creado por Cánovas del Castillo, el socialismo fue fuertemente reprimido ya que el conservadurismo y el liberalismo tenían el control. Sin embargo, cuando los liberales tomaron el poder en 1881, se les permitió cierta flexibilidad por parte del gobierno, y en 1887 se aprobó una ley que legalizaba las asociaciones de trabajadores. A pesar de esto, debido al turno pacífico, les resultaba difícil obtener un número significativo de diputados.

No obstante, esta situación posibilitó que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), encabezado por Pablo Iglesias, saliera de la clandestinidad desde su establecimiento en 1879, aunque no fuera la primera ocasión en que tomaban acciones. Un ejemplo de ello ocurrió en 1883, cuando el gobierno liberal estableció la Comisión de Reformas Sociales para analizar las condiciones de vida de la clase obrera. En respuesta, al año siguiente, el PSOE presentó un informe que expresaba quejas acerca de los horarios laborales, los salarios y la explotación infantil.

Asimismo, en 1886 comenzó a circular El Socialista, el órgano oficial del partido que fungiría como enlace entre las distintas agrupaciones socialistas. Además, se fundó un sindicato conocido como la Unión General de Trabajadores (UGT).

Al principio, el PSOE buscaba impulsar un cambio social radical en busca de condiciones justas para los trabajadores. Utilizaban la huelga como herramienta extrema para lograr este objetivo, ganando así apoyo en áreas industriales clave como Madrid, País Vasco, Castilla y León, Asturias, Galicia, Andalucía, Valencia y Cantabria. Sin embargo, dado el lento avance del socialismo, optaron por asociarse con los republicanos después de la aprobación del sufragio universal masculino. Su meta era obtener el primer representante socialista en el parlamento, y este logro se materializó con la elección de Pablo Iglesias como diputado.

Además, en el año 1881 surgió la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), una organización con raíces anarquistas que buscaba defender los derechos de los trabajadores. Este movimiento ganó particular popularidad en regiones como Cataluña, Andalucía y Extremadura. Entre sus seguidores, se adoptaron los atentados como medio de protesta, llegando incluso al asesinato de Cánovas del Castillo en 1897. Como consecuencia de la represión severa, los anarquistas fueron marginados, generando una desaprobación de las insurrecciones dentro de su propio ámbito. Esto llevó a que el anarcosindicalismo se convirtiera en la corriente obrera predominante, dando lugar a la creación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910. En este cambio de enfoque, se abandonaron los atentados en favor de la formación de sindicatos.

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