La Restauración Española (1875-1902): Sistema Canovista, Bipartidismo y Nacionalismos

La Restauración Española (1875-1902): Sistema, Política y Desafíos

La Constitución de 1876

En julio de 1876, las Cortes aprobaron la Constitución de 1876, la constitución española con mayor vigencia hasta la fecha. Esta constitución establecía una soberanía compartida entre el rey y las Cortes, otorgando preeminencia al monarca. El rey tenía la potestad de designar al jefe del ejecutivo, convocar y disolver las Cortes (con la obligación de convocarlas nuevamente en un plazo de tres meses), y poseía derecho de veto suspensivo.

Las Cortes eran bicamerales. La ley ordinaria regulaba el sistema electoral, que era de sufragio censitario. El Congreso se componía de representantes elegidos, uno por cada 50.000 habitantes, en distritos unipersonales y reducidos. El Senado incluía senadores vitalicios de derecho propio.

La declaración de derechos seguía el formato de la de 1869, pero recortaba algunos derechos y regulaba otros mediante leyes ordinarias. Esto permitía que su aplicación dependiera del gobierno de turno. Se declaraba el catolicismo como religión oficial, y el Estado se comprometía a su mantenimiento, aunque se permitía el culto privado de otras religiones (Ley de Tolerancia Religiosa).

El Sistema Canovista: Bipartidismo, Turnismo y Caciquismo

Para evitar vacíos de poder, se instauró un sistema bipartidista inspirado en el modelo inglés. El rey alternaba (turnismo) el nombramiento del presidente del gobierno entre los líderes de los dos grandes partidos:

  • Partido Liberal Conservador: Liderado por Cánovas del Castillo, aglutinaba a miembros del antiguo Partido Moderado y de la Unión Liberal. Representaba a latifundistas agrarios de Castilla y Andalucía, grandes empresarios industriales de Cataluña y el País Vasco, y sectores católicos.
  • Partido Liberal Fusionista: Liderado por Práxedes Mateo Sagasta, incluía a antiguos progresistas, demócratas, radicales y republicanos moderados. Representaba a profesiones liberales, comerciantes, banqueros, militares y funcionarios.

Estos partidos no eran partidos políticos en el sentido moderno, con programas definidos, sino asambleas de notables y camarillas provinciales con una estructura débil, cuyo principal objetivo era controlar las elecciones. El rey designaba al presidente del gobierno y, simultáneamente, le otorgaba la orden de disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones. Por lo tanto, la principal tarea del presidente era asegurar un respaldo mayoritario en las Cortes.

El mecanismo electoral estaba dominado por el “caciquismo”, que implicaba la falsificación sistemática de la voluntad popular y la manipulación de las elecciones. El gobierno no dependía de las Cortes.

Regionalismo y Nacionalismo

El sistema de la Restauración, con su turnismo y caciquismo, marginaba a los partidos minoritarios. La crisis de 1898 marcó el auge de los partidos nacionalistas, republicanos y obreros.

La política centralista de Cánovas impulsó el surgimiento de partidos políticos nacionalistas y regionalistas. Estos partidos acusaban a la burguesía centralista de ineficacia y reclamaban distintos grados de autonomía, e incluso la independencia, para sus territorios. Los más destacados fueron los partidos nacionalistas catalanes y vascos (en Galicia, la falta de desarrollo económico limitó la aparición de estas diferencias).

  • Nacionalismo catalán: Representado desde 1901 por la Lliga Regionalista de Prat de la Riba, era un grupo político de centro-derecha y católico. Defendía los intereses de la burguesía textil catalana y buscaba compartir el poder central con la burguesía terrateniente y financiera de Madrid. Basándose en la existencia de una lengua y cultura propias, aspiraban a recuperar parte del autogobierno que Cataluña había tenido históricamente hasta el reinado de Felipe V.
  • Nacionalismo vasco: En el País Vasco, a pesar de la pérdida de los fueros tras la última guerra carlista, existía cierta autonomía económica gracias al régimen de concierto económico, donde las diputaciones recaudaban impuestos y solo se pagaba un cupo al Estado. El desarrollo de la siderurgia vasca generó una fuerte inmigración, especialmente en la ría de Bilbao, y transformaciones profundas en la sociedad rural tradicional. El nacionalismo vasco de Sabino Arana, con el P.N.V., defendía la tradición, el catolicismo, la lengua y el mundo rural frente a los inmigrantes.

Los partidos republicanos, situados a la izquierda del partido liberal, se caracterizaban por su reformismo y su rechazo a la monarquía. Muchos intelectuales eran republicanos. Destacaron:

  • El Partido Radical de Alejandro Lerroux, líder populista y demagogo.
  • El Partido Reformista de Melquiades Álvarez, al que pertenecieron José Ortega y Gasset y Manuel Azaña, que enfatizaba las reformas reales y era menos populista.

Ambos grupos contaban con el apoyo de miembros de la pequeña burguesía, las clases medias y los funcionarios.

El 98 y el Regeneracionismo

El regeneracionismo fue un movimiento heterogéneo de intelectuales y algunos políticos españoles que criticaron duramente la situación política, social e intelectual de la España de la Restauración (1875-1923). Tras la derrota de 1898, surgió una fuerte crítica a la oligarquía bipartidista, el turnismo político, el caciquismo, el ejército y la marginación del pueblo español.

Los regeneracionistas promovieron la modernización (europeización) y la búsqueda de la «España real», analizando las condiciones económicas y sociales del campo español (Joaquín Costa), la marginación de los partidos obreros (Pablo Iglesias), la educación (Institución Libre de Enseñanza) y los fraudes electorales (J. Costa). Este movimiento fue manipulado, ya que los dictadores del siglo XX (Primo de Rivera y Franco) justificaron sus golpes de Estado como una «regeneración» necesaria de la vida pública española.

El grupo más organizado de estos intelectuales fue el de los literatos de la Generación del 98.

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