La reina Isabel II había ido perdiendo apoyos y su prestigio personal estaba por los suelos. Desde el Pacto de Ostende, gran parte de la clase política esperaba la oportunidad de acabar con su reinado. Con la excusa del exilio a varios militares opuestos a la reina, el manifiesto de la Junta de Cádiz dio el pistoletazo de salida, mediante la conocida proclama de “España con honra”, a un nuevo pronunciamiento militar, que más tarde encontrará un amplio apoyo popular y que será conocido como Revolución de la Gloriosa. Este pronunciamiento dio lugar a un período revolucionario de gran inestabilidad política pero que provocó un avance en las conquistas democráticas. En cualquier caso, ya nada después de 1868 volvería a ser como antes. El Sexenio Democrático serviría tanto para afirmar un nuevo liberalismo contrapuesto al de los moderados como para decretar el fin del “régimen de los generales”.
El Triunfo de la Revolución y el Gobierno Provisional
El 19 de septiembre de 1868, la escuadra concentrada en la bahía de Cádiz al mando del brigadier Topete se sublevó al grito de “Viva España con honra”. Prim se reunió con los sublevados y fue levantando sucesivamente Málaga, Almería y Cartagena. Rápidamente en muchas ciudades españolas se constituyeron Juntas Revolucionarias que organizaron la rebelión y lanzaron llamamientos al pueblo, de manera que el movimiento revolucionario se extendió sin apenas resistencias. El Gobierno y la Corona se encontraron prácticamente aislados, con escasos apoyos. Las tropas fieles al gobierno mandadas por el general Pavía, marqués de Novaliches, fueron derrotadas por el general Serrano en la batalla del Puente de Alcolea (Córdoba) el 28 de septiembre; el gobierno no vio más salida que dimitir. Isabel II partió al exilio hacia Francia al día siguiente. Durante estas primeras semanas el poder estuvo en manos de las Juntas Revolucionarias y del pueblo, que asumieron la dirección y consolidación de la revuelta, transformando el golpe militar en una revolución que acabó con el moderantismo. Pero los firmantes del pacto de Ostende constituyeron un gobierno provisional, ordenaron disolver las Juntas y desarmar la Milicia Nacional que en un principio les había apoyado, dejando patente que una cosa era derrocar a los Borbones y otra poner en duda la propiedad privada o querer proclamar la República.
Las Reformas del Gobierno Provisional
Superado el caos del primer momento, se someten las Juntas Revolucionarias al control de una Junta Suprema de Madrid, presidida por Serrano, pero dirigida realmente por Prim. El gobierno provisional puso rápidamente en marcha un programa de reformas:
- Se reconocen la libertad de imprenta, el derecho de reunión y asociación, el sufragio universal masculino.
- Se aprobó la reforma de la enseñanza, la libertad de culto, la democratización de los Ayuntamientos y Diputaciones y la emancipación de los hijos de los esclavos de las colonias.
Al mismo tiempo, se acuerda convocar elecciones para enero de 1869 para que las Cortes resultantes decidan la nueva forma de Estado. Sin embargo, no existía unanimidad:
- Los progresistas (Prim) son claramente monárquicos, pero querían un monarca nuevo.
- Los unionistas (Serrano) son los más reacios al cambio, querían que la corona quedase en manos de un miembro de la familia real de los Borbones.
- Los demócratas, en teoría republicanos, intentaron un cambio político.
Las situaciones que va a vivir España en los años venideros son fruto de esta desunión política, que rompe los ideales iniciales de la revolución.
La Constitución de 1869 y la Búsqueda de un Rey
Tras interminables debates, se aprueba la Constitución de 1869, liberal democrática, que dibujaba un régimen de libertades muy amplio si se la compara con otras europeas de la época. Se proclamaba la soberanía nacional y se confirmaba el sufragio universal masculino. Incluía una amplísima declaración de derechos en la que junto a los tradicionales derechos individuales se garantizaba la libertad de residencia, enseñanza o culto y la inviolabilidad del correo. La monarquía se mantuvo como forma de gobierno. Al rey le correspondía el poder ejecutivo y la facultad de disolver las Cortes; pero sólo ejercía su poder por medio de sus ministros que elaboraban las leyes en las Cortes y el rey sólo las sancionaba o promulgaba. Se proclamaba también la independencia del poder judicial, mediante un sistema de oposiciones a juez que acababa con el nombramiento de éstos por el gobierno y restablecía el juicio por jurado. Serrano fue nombrado regente en ausencia de rey y Prim pasó a ser jefe del gobierno. Además de iniciar la búsqueda de un rey, tuvieron que hacer frente a la guerra independentista cubana y a los desórdenes públicos promovidos por los republicanos, descontentos por la decisión del gobierno de mantener la monarquía.
Amadeo de Saboya: Un Reinado Breve y Turbulento
Una vez promulgada la Constitución, Prim y Serrano afrontaron el mayor problema que tenía el régimen: encontrar un nuevo rey que fuese católico, no perteneciese a la dinastía borbónica y aceptase la Constitución del 69. El general Prim negoció y sondeó a todos los embajadores con el fin de encontrar un consenso internacional sobre el candidato y evitar los recelos entre las potencias europeas. Los principales pretendientes fueron el francés duque de Montpensier y Orleans, cuñado de Isabel II y financiador de la revolución que la destronó (no aceptado por Alemania), el alemán Leopoldo de Hohenzollern (que es vetado por Francia), el portugués Fernando de Coburgo y el italiano Amadeo de Saboya, duque de Aosta. Por fin, Prim consiguió imponer la candidatura de Amadeo de Saboya, miembro de la casa real italiana, cuyo padre Victor Manuel II había conseguido la unificación italiana, y hombre proclive a la concepción democrática de la monarquía. Era católico, fue aceptado por los sectores liberales y su candidatura no inquietaba ni a Alemania ni a Francia. El nuevo monarca fue elegido rey por las Cortes el 16 de noviembre de 1870 por el escaso margen de 191 a 120 votos y llegó a España el 30 de diciembre. Tres días antes había sido asesinado en Madrid el general Prim, con lo que el nuevo monarca se quedó sin su consejero más fiel. Los pocos más de dos años del reinado de Amadeo de Saboya (objeto desde el principio de fuerte rechazo popular, siendo motejado con apelativos burlescos como “D. Macarronini I”) se vieron marcados por dificultades constantes.
Oposición y Dificultades del Reinado de Amadeo I
Desde el punto de vista político, Amadeo I contó con la oposición de los moderados, fieles a los Borbones, quienes empezaron ya a organizar un partido alfonsino, defensor de la restauración borbónica en la persona del hijo de Isabel II, el príncipe Alfonso. Fue Cánovas del Castillo quien iría captando a muchos disidentes unionistas y antiguos progresistas, convenciéndolos de que la monarquía borbónica era símbolo de orden y estabilidad social, frente al carácter democrático de la Constitución vigente. Inmediatamente esta opción contó con el apoyo de la Iglesia, sobre todo después de que Prim obligara al clero a jurar la Constitución de 1869. Respecto a la élite del dinero, neutral en un principio, iría poco a poco desconfiando de un monarca que permitía una legislación contraria a sus intereses: abolición de la esclavitud en Cuba, regulación del trabajo infantil, jurados mixtos en empresas, etc. Tampoco podía contar con el apoyo de los republicanos y de los sectores populares, que buscaban el cambio social. Estos grupos protagonizaron constantes levantamientos y protestas, dando todavía mayor inestabilidad al régimen. Los carlistas se contaban entre los grandes descontentos. Además, la llegada de Amadeo I dio argumentos a un sector del carlismo para volver a la insurrección armada en el año 1872 con el regreso de Carlos VII (tercera guerra carlista). La rebelión se inició en el País Vasco y se extendió a Navarra y zonas de Cataluña, convirtiéndose en un foco permanente de inestabilidad. Por otra parte, en 1868 se había iniciado en Cuba con el llamado “grito de Yara” (organizado por Manuel Céspedes), la Guerra de los 10 años. Animada por los criollos cubanos, contó rápidamente con el apoyo popular al prometer el fin de la esclavitud en la isla. Aunque el gobierno intentó sacar un proyecto de abolición de la esclavitud y de reformas políticas, la negativa por parte de los sectores económicos españoles con intereses en Cuba frustró la posibilidad de una solución pacífica al conflicto y convirtió la guerra en un grave problema para el gobierno.
La Caída de Amadeo I
Pero el elemento final que condujo a la crisis de la monarquía de Amadeo I fue la desintegración de la coalición gubernamental (unionistas, progresistas y demócratas) que dejó al rey sin el apoyo necesario para afrontar los problemas del país. Se sucedieron en dos años seis gobiernos (Serrano, Ruiz Zorrilla, general Malcampo, Sagasta, Serrano y nuevamente Zorrilla) y hubo que convocar elecciones tres veces, mientras la oposición, a partir de 1872, practicaba un total abstencionismo como forma de presión política. Privado de todo apoyo, obligado a firmar la disolución del cuerpo de Artillería, el 11 de febrero de 1873 Amadeo de Saboya, presentaba su renuncia al trono, que incluía también la de sus hijos como posibles herederos, regresando nuevamente a Italia.
La Primera República (1873-1874)
Las Cortes, en las que se depositaba la soberanía en ausencia del monarca, decidieron someter a votación la proclamación de una República, que fue aprobada el mismo día 11 de febrero de 1873 por una amplia mayoría de votos a favor (285 frente a 32). La República intentó consolidar el sistema democrático iniciado en 1868. Pero en España el número de republicanos era escaso y además estaban divididos. La instauración de la República fue una salida desesperada a la abdicación de Amadeo I. Estanislao Figueras, republicano federal, es elegido presidente del Poder ejecutivo de un gobierno pactado entre radicales y republicanos. Pero gran parte de la Cámara era monárquica, y su voto a favor fue una estrategia para acelerar el proceso de deterioro político que diera tiempo a organizar el retorno de los Borbones. Nació pues la República con graves problemas. Su sueño era una España federal, una sociedad más justa, una educación popular, la proclamación de la libertad religiosa y la abolición de la esclavitud en las colonias. Sus únicos partidarios eran los diputados del Partido Demócrata Republicano Federal, de Francisco Pi i Margall. El federalismo, nacido en 1868 como una escisión del Partido Demócrata, contaba con un ideario que defendía la forma republicana de gobierno y propugnaba un sistema de pactos entre los distintos pueblos o regiones como una nueva forma del Estado español. Los federales eran partidarios del laicismo del Estado, de la ampliación de los derechos democráticos, y de la intervención del Estado en la regulación de las condiciones laborales. Contaban con el apoyo de la pequeña burguesía, y con parte del movimiento campesino y obrero, de que éste fuera atraído por las ideas anarquistas o socialistas. Se convocaron elecciones a Cortes constituyentes, que ganaron los republicanos federalistas (aunque hubo un 60% de abstención) siendo nombrado nuevo presidente en junio Pi i Margall. Las nuevas Cortes definieron el nuevo régimen como una República federal, poniéndose a la tarea de redactar un proyecto de Constitución que declaraba la organización federal de la República: el poder se repartía entre las instituciones autónomas (municipios, región, nación) y se reconocían 15 estados federales más Cuba y Puerto Rico, con lo que se pretendía resolver el conflicto bélico cubano. Por lo demás, la Constitución era muy parecida a la de 1869. De esta manera se satisfacía el nacionalismo de varias regiones españolas (sobre todo Cataluña). En la cuestión religiosa era mucho más tajante, declarando la total separación de Iglesia y Estado y suprimiendo el presupuesto de culto y clero. Pero no pasó de ser un proyecto, puesto que cuando acaba la República apenas ha entrado en vigor.
Los Problemas de la República
A los distintos gobiernos les faltó pragmatismo y unidad para hacer realidad el proyecto republicano. Y les sobraron problemas. Por ejemplo, las estrecheces de la Hacienda que impidieron llevar a cabo muchas reformas económicas. O la falta de auténticos republicanos entre la clase política y el escaso apoyo ciudadano. En el exterior sólo Suiza y EEUU reconocieron la Primera República. En el interior, las clases populares que vieron en la República la posibilidad de solucionar sus problemas de índole social, acabaron alistándose en el carlismo o en movimientos obreros. El republicanismo sólo tuvo el apoyo de las profesiones liberales y de círculos intelectuales. Las clases altas y los mandos del ejército consideraban amenazados sus privilegios por la llegada de la República. Además, la República había acelerado el conflicto carlista. En julio de 1873 se extendió por Cataluña, desde donde se hicieron incursiones hacia Teruel y Cuenca, y se consolidó en las provincias vascas y el Maestrazgo. Tampoco logró dominar en esta nueva guerra ninguna ciudad importante, pero sí las zonas rurales del País Vasco y de Levante que se mantuvieron en estado de guerra hasta 1876. Por otro lado, en Cuba, la guerra iniciada en 1868 continuaba y la República fue incapaz de mejorar la situación.
La Rebelión Cantonal
Por último, en las zonas con fuerte implantación republicana, la población, radicalizada por las aspiraciones revolucionarias expandidas por los propagandistas de los núcleos bakuninistas (anarquistas) de la Internacional se alzó en cantones independientes. Se proclamaron los cantones de Cartagena, Castellón, Málaga, Salamanca, Valencia, Bailén, Andújar, Tarifa, Algeciras, Alcoy, Alicante y otros municipios de Andalucía y Levante. Los protagonistas de los levantamientos cantonalistas eran un conglomerado social compuesto por artesanos, tenderos y asalariados dirigidos, en general, por federales intransigentes, decepcionados con la nueva República.
La Caída de la República
Pi i Margall, al frente del gobierno, dimitió en julio ante la disyuntiva de tener que sofocar por las armas la revuelta cantonal. Fue sustituido por Nicolás Salmerón, quien inició una acción militar dirigida por los generales Martínez Campos y Pavía contra el movimiento cantonal, al que lograron sofocar, exceptuando el de Cartagena. Su objetivo era implantar el orden para salvar la República, por lo que llegó incluso a aumentar el número de miembros de la Guardia Civil. Pero abandonó el gobierno en septiembre, al sentirse incapaz de firmar las penas de muerte impuestas por la autoridad contra ocho soldados que en Barcelona se habían pasado al carlismo. Para sustituirle fue nombrado jefe de gobierno Emilio Castelar, representante de la línea más conservadora del republicanismo. Castelar no tenía mayoría en las Cortes, y temiendo ser destituido por los federales, declara el federalismo fuera de ley. Suspende la actividad parlamentaria de las Cortes por tres meses, restablece la pena de muerte, reorganiza el Cuerpo de Artillería y refuerza el poder militar que luchaba contra el carlismo al tiempo que ordena al almirante Lobo que reduzca la escuadra del cantón de Cartagena, dirigido por el líder Antonio Gálvez y por el general Contreras. Las Cortes se reabren el día 3 de enero de 1874. Castelar, cuyo lema era “orden, autoridad y gobierno” se enfrentó con su propio partido, lo que le lleva a dimitir en esa misma sesión parlamentaria. Resultaba inminente la formación de un gobierno de centro-izquierda que presidiría Eduardo Palanca, y para impedirlo el general Pavía invadió el Parlamento con fuerzas de la Guardia Civil y disolvió la Asamblea. Apenas hubo resistencia, ni política ni popular, lo que muestra la debilidad de la República. El poder pasó a manos de una coalición de unionistas y progresistas con el general Serrano a la cabeza. Nadie sabía si como presidente de la República o como aspirante a regente.
Hacia la Restauración Borbónica
De nuevo el general Serrano debe encargarse de un Gobierno provisional que dura desde enero a diciembre de 1874. El problema era la forma de Estado, indefinida desde el fracaso de la República. Serrano pensó en mantenerse en el poder. Pero los problemas anteriormente citados complicaban mucho la situación y, por otra parte, se había formado un importante núcleo de aristócratas y militares partidarios de la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II, que estudiaba en la Academia Militar británica de Sandhurst. Este núcleo estaba organizado y dirigido por Antonio Cánovas del Castillo, quien realizaba una intensa labor de propaganda a través de periódicos como»La Époc», tratando de hacer popular al príncipe (con la publicación, por ejemplo, del famoso»Manifiesto de Sandhurs», que sintetizaba el programa de la nueva monarquía: un régimen monárquico de signo conservador y católico, que defendería el orden social, pero que garantizaría el funcionamiento del sistema político liberal). El problema consistía en la falta de acuerdo para provocar esta restauración monárquica: Cánovas pretendía que fuera de forma pacífica, para acabar con el sistema de golpes de Estado y el militarismo político propio de las épocas anteriores. Los militares pretendían hacerlo por esta otra vía. Así las cosas, el general Martínez Campos decide sublevarse en Sagunto, proclamando rey a Alfonso XII el 29 de diciembre de 1874. Advertido éste, que pasa las vacaciones con su madre en París, acude a España de inmediato. Comenzaba la etapa denominada Restauración, ideada y dirigida por Cánovas del Castillo, quien es nombrado presidente del Ministerio de la Regencia hasta la llegada del nuevo rey.