El Crecimiento de la Oposición
Desde finales del siglo XIX, la oposición al zarismo y a las arcaicas estructuras sociales fue creciendo. La industrialización trajo consigo la difusión de ideas liberales y nuevas doctrinas obreristas, como el anarquismo y el marxismo.
En Rusia, los movimientos de raíz popular conocidos como populistas tuvieron mucha fuerza. Entre ellos, el anarquismo logró un arraigo notable, con intelectuales destacados como Bakunin y Kropotkin. Organizaciones como Tierra y Libertad propugnaban el reparto de la tierra entre los campesinos y defendían la acción directa contra la autocracia.
A finales del siglo XIX también se crearon partidos liberales y de composición burguesa, como el Partido Constitucional Democrático y el Partido Socialista Ruso. La influencia del marxismo dio lugar a la fundación, en 1898, del Partido Socialdemócrata Ruso, inspirado por Georgi Plejánov y liderado por Lenin. A principios del siglo XX, el partido se escindió en dos sectores: los bolcheviques y los mencheviques.
La Revolución de 1905
Durante el reinado de Nicolás II, iniciado en 1894, la agitación social y política aumentó debido a las malas condiciones de vida y al aumento de la corrupción en la corte. La penuria económica se agravó en aquellos años como consecuencia de la guerra ruso-japonesa, motivada por cuestiones de influencia en el Extremo Oriente.
En enero de 1905 estalló un movimiento revolucionario contra la opresión zarista y las injusticias sociales, demandando mejoras básicas en las condiciones de vida de la población. La revolución tuvo fuerza en San Petersburgo, la capital del imperio, con una manifestación ante el Palacio de Invierno, donde residía el zar, que fue reprimida por el ejército en una jornada conocida como Domingo Sangriento.
En esta revolución participaron todos los grupos políticos que se oponían al sistema, incluyendo a una parte del clero ortodoxo.
La Conjunción de la Primera Guerra Mundial
La decisión de Rusia de participar en la Primera Guerra Mundial precipitó los acontecimientos. La mayoría de las fábricas se transformaron en industrias de guerra y el reclutamiento de campesinos hizo disminuir la producción agraria. Los productos comenzaron a escasear, los precios subieron y la capacidad adquisitiva de los asalariados disminuyó notablemente. La escasez y el hambre se extendieron entre amplias capas de la población.
Además, se produjeron derrotas militares ante Alemania, que Rusia no pudo evitar porque el ejército estaba mal equipado y mal comandado. Hubo una gran mortandad entre los combatientes. La confianza en el zar se desvaneció y los complots se sucedían en una corte en la que el monje Rasputín tenía cada vez más influencia sobre la zarina.
Ante esta coyuntura, la situación revolucionaria volvió a estallar. El desastre militar y económico provocó una revolución de mayor envergadura que la de 1905.
La Caída del Zarismo
El primer episodio revolucionario se desarrolló en febrero de 1917, cuando grupos populares salieron a la calle para pedir el fin de la guerra y el mejoramiento de las condiciones de vida. Este movimiento comenzó el 23 de febrero con una manifestación que encontró eco en varias ciudades del imperio y culminó el 27 de febrero en una huelga general y en el amotinamiento de la guarnición militar de la capital. En todo el país se formaron grupos de soviets.
El zar y su gobierno se negaron a abandonar la guerra. Ante la insistencia y la presión, el zar decidió abdicar. La Duma tomó protagonismo en la crisis y, junto con el Soviet de Petrogrado, impuso un gobierno provisional, presidido por el príncipe Lvov. El nuevo gobierno prometió reformas políticas y sociales, así como la convocatoria de una asamblea constituyente para decidir el destino político de Rusia.
La caída del zar no puso fin a los problemas. La guerra continuaba, las condiciones de vida no mejoraban y los soviets exigían la retirada de la guerra. Entonces comenzó a perfilarse la existencia de un doble poder: el gobierno provisional y el de los soviets.
La Dualidad de Poderes
Durante el mes de marzo, la pugna entre el gobierno provisional y los soviets continuó. El gobierno de Lvov, dirigido por Kerensky, fue desbordado por el movimiento popular, liderado por los soviets, que pedía la aceleración de las reformas y el fin de la guerra.
Desde que había regresado del exilio, Lenin había defendido que la revolución debía superar la fase liberal-burguesa para convertirse en una revolución del proletariado. Paralelamente, las reformas prometidas por el gobierno no avanzaban, y las protestas para pedir subsidios para los soldados, el reparto de tierras y el fin de la guerra se hacían más amplias.
Ante el empeoramiento de la situación, Lvov fue reemplazado por un socialista partidario de acelerar las reformas, Alexander Kerensky. Las dificultades del gobierno de Kerensky aumentaron en agosto a raíz del golpe de estado que hicieron los militares zaristas protagonizados por el general Kornilov para recuperar el poder. Kerensky pudo vencer la tentativa con el apoyo de los soviets y de los bolcheviques.
Desde aquel momento, los bolcheviques tomaron la iniciativa. Lenin convenció al partido bolchevique de la necesidad de pasar a la insurrección armada. El paso siguiente fue convencer de su plan a los influyentes soviets de Moscú y Petrogrado.