Liberalismo en España: Moderados y Progresistas
El Liberalismo Doctrinario o Moderado
El liberalismo tuvo dos manifestaciones principales en España durante el siglo XIX. La primera de ellas fue el liberalismo doctrinario o moderado, que negaba la soberanía nacional y defendía la teoría de la doble representación. Según esta teoría, la Corona y las Cortes compartían la soberanía y, conjuntamente, conformaban el poder legislativo.
Este modelo remarcaba el elitismo, prefiriendo unas Cortes bicamerales donde la monarquía nombraba a los miembros del Senado. El fortalecimiento del ejecutivo reforzaba su centralismo con administraciones provinciales y locales. Favorecía la tradición, las lentas reformas y se oponía al reconocimiento de derechos individuales y colectivos, como el de expresión y reunión.
Estos principios servían a una nueva oligarquía compuesta por la antigua nobleza y la alta burguesía. Los moderados se organizaron en tres grupos: ultraconservadores (Donoso Cortés, Bravo Murillo), de centro (Mon, Narváez, Martínez de la Rosa) y aperturistas (el general Serrano). El máximo líder durante casi todo el periodo fue el general Narváez.
El Liberalismo Progresista
El segundo modelo fue el liberalismo progresista, liderado por el general Espartero. Eran partidarios de la soberanía nacional y defendían los derechos individuales. Al igual que los moderados, apoyaban el sufragio censitario.
En 1849, se escindió del progresismo el Partido Demócrata. Sus señas de identidad fueron la reivindicación del sufragio universal, el reconocimiento de los derechos individuales y de algunos derechos sociales, como el de huelga.
La Unión Liberal
La Unión Liberal, nacida durante el Bienio Progresista, defendió un proyecto de consenso. Atrajo a sectores del moderantismo y del progresismo, con O’Donnell a la cabeza.
Análisis del Manifiesto de Manzanares (1854)
Este texto histórico-circunstancial, de naturaleza política, es un fragmento del Manifiesto de 1854, una fuente primaria. Fue firmado por el general O’Donnell, pero redactado por Cánovas del Castillo, perteneciente al sector puritano del partido moderado.
El Manifiesto de Manzanares, redactado al inicio del Bienio Progresista (1854-1856), surge tras el pronunciamiento militar de Vicálvaro. El contexto histórico se sitúa en la caída de Bravo Murillo por su política autoritaria y la llegada al poder de los progresistas con Espartero.
En los dos primeros párrafos, se hace un llamamiento a la rebelión civil y militar para que liberales (progresistas) y militares se sumen a los sublevados. El último párrafo describe el proceso revolucionario mediante la creación de juntas de gobierno en distintas ciudades, para luego convocar Cortes generales que elaborarían una nueva constitución, superando la moderada de 1845.
Al final de la década moderada, durante el reinado de Isabel II, se apreciaba corrupción entre los políticos. La limitación del derecho al voto (sufragio censitario) y el recorte de libertades públicas (asociación, prensa) provocaron descontento social, incluso en sectores liberales (progresistas) y moderados como O’Donnell.
Tras la caída de Bravo Murillo, comenzó la decadencia gubernamental, gobernando por decreto y vulnerando el ordenamiento constitucional. Estas injusticias tuvieron respuesta en el proceso revolucionario de Vicálvaro, encabezado por O’Donnell, sin un vencedor claro.
Civiles y militares se unieron en diferentes ciudades, provocando actos violentos. O’Donnell se retiró al sur, donde contactó con el general progresista Serrano. Juntos lanzaron el Manifiesto de Manzanares para movilizar a la población, uniéndose también los obreros de la industria catalana.
Isabel II atendió las peticiones, dando entrada al Bienio Progresista, donde se aplicaron nuevos principios. Las dificultades del Bienio pasaron por el mantenimiento del orden público y la conflictividad social, lo que llevó al gobierno a presentar una ley de trabajo con mejoras laborales.
Tras varias crisis presidenciales, O’Donnell formó gobierno en torno a su partido, la Unión Liberal. Tras su muerte, los opositores a la monarquía de Isabel II se reunieron en Ostende para iniciar el proceso revolucionario de 1868.