Los Nacionalismos Periféricos en España (Siglo XIX)

Varios factores confluyeron en el surgimiento de los diferentes regionalismos y nacionalismos en las últimas décadas del siglo XIX. En el sistema político liberal, tras la guerra civil de 1833-1840, los sectores más conservadores del liberalismo crearon en provecho propio un régimen político y un modelo de estado a imitación del francés uniformista que daba por supuesta la unidad nacional.

La nueva organización centralista del estado, con la división territorial basada en las provincias, pretendía desconocer las realidades comunitarias existentes y disolverlas en un proceso de integración común. Encargaron a historiadores e intelectuales que elaboraran historias generales de España que mostraran la permanencia de esa «unión» a lo largo de los siglos, pero todo quedó en un intento cultural desde arriba que acabó en las estanterías de la burguesía.

España en el siglo XIX era un país de centralismo legal, pero de localismo y comarcalismo real, una red de comarcas mal comunicadas y poco relacionadas entre sí. En el estado burgués español no había una burguesía nacional, con un proyecto nacional, sino burguesías regionales distintas y separadas entre sí. La confluencia de estos particularismos, el espíritu romántico y el renacimiento cultural permitieron la manifestación espontánea de una diversidad regional que se hizo evidente en Cataluña y en el País Vasco.

Los regionalismos periféricos fueron originariamente manifestaciones de las medianas y pequeñas burguesías, más que de las altas. A medida que el fenómeno fue ampliando sus bases, se unieron a él también las burguesías dirigentes y lo supieron utilizar como arma política frente a Madrid para obtener determinadas ventajas, especialmente en el terreno económico.

El Catalanismo

En Cataluña fue surgiendo, en contraste con la Restauración, un movimiento cultural: la Renaixença, que abarcaba los más diversos campos de la actividad intelectual que tuvieran relación con Cataluña. En este movimiento se reunieron los diversos intereses de la burguesía: industriales, descentralizadores, románticos, forales o religiosos.

La exclusión del federalismo republicano, tras la caída de la Primera República y la derrota del carlismo en 1876, obligaron a ambas fuerzas a abandonar sus dogmatismos doctrinales y a optar por un regionalismo pre-nacionalista. El federalismo primó sobre el republicanismo y los fueros históricos sobre la cuestión dinástica carlista; ambas corrientes acabaron confluyendo en un catalanismo político.

Almirall abanderó la línea del catalanismo moderno, centrando la cuestión en el hecho del federalismo como la fórmula idónea para superar y unificar las distintas posiciones antagónicas de las burguesías particularistas. Defendía la necesidad de respetar y fomentar la manera de ser y las costumbres tradicionales de las comarcas forales y reivindicaba las divisiones naturales frente a las provincias artificiales surgidas del unitarismo liberal.

Esta visión de la realidad catalana significaba el punto de partida hacia el nacionalismo, porque en el intento de recobrar la personalidad particular cabían todas las variantes políticas: monárquicos y republicanos, federales y tradicionalistas. Su planteamiento era reformador autonomista y no independentista.

Cuando Almirall fundó en 1882 el Centre Català se encontró con la resistencia de esta última que en cuanto pudo procedió a formar su propia asociación, la Lliga de Catalunya, los cuales presentaron a la reina regente María Cristina de Habsburgo un programa regionalista que mantenía la fidelidad a la monarquía y la búsqueda de una amplia autonomía.

En 1891 volvieron a encontrarse el Centre y la Lliga gracias al esfuerzo conciliador de Enric Prat de la Riba y el resultado fue una nueva organización, la Unió Catalanista. En su primera asamblea se suscribieron las Bases para una Constitución Regional Catalana, una síntesis de la concepción federal de la integración del estado catalán en el estado español.

El Nacionalismo Vasco

La ley que derogaba sus fueros históricos en 1876 aportó dos tipos de reacciones y filosofías que iban a entrar en el siglo XX: la de los que, transigiendo, supieron rentabilizar la situación para transformar la pérdida en conciertos económicos con Madrid en provecho propio y la de los que, apelando al tradicionalismo, defendieron la recuperación íntegra de los fueros.

Estos últimos no eran los burgueses industriales transigentes sino los perdedores de la guerra carlista. Se aferraban a un País Vasco agrario contrario al fenómeno urbano industrial y migratorio y la defensa de los fueros totales equivalía a defender la esencia de lo vasco, de forma que la ley abolitoria se convirtió en el agravio por antonomasia por parte del gobierno central. Historiadores e ideólogos afines idealizaron el pasado y añoraron la pérdida de la edad dorada.

El propulsor del nacionalismo vasco, Sabino Arana, se limitó en los años 90 a recoger y dar coherencia a estas ideas y las depuró: un pueblo de raza y lengua distinta. Para él, recuperar los fueros era recuperar la plena soberanía, la cual significaba independencia. El lema nacionalista vasco era «Dios y Ley Vieja», es decir, fueros y tradiciones.

El 31 de julio de 1895 se fundó el primer Partido Nacionalista Vasco (PNV) con una declaración antiespañola y con una voluntad de restaurar en el territorio el orden jurídico tradicional. Surgió entonces la tensión interna entre los defensores de la independencia y los que buscaban la autonomía dentro del estado español.

Los autonomistas se impusieron en el control del PNV y entraron en una línea autonomista catalana, copiando la idea de rehacer España. El partido encontró un relativo equilibrio que iba a permanecer durante décadas, entre una dirección que presionaba a los gobiernos centrales y unas bases independentistas que aceptaban la política moderada de su dirección ante Madrid por las ventajas económicas y como una vía gradual que podía acabar en la independencia.

Otras Manifestaciones Nacionalistas y Regionalistas

El nacionalismo gallego finisecular fracasó en su intento de construir una fuerza política galleguista pero edificó una ideología diferencialista que teorizó con radicalidad sobre la naturaleza nacional de Galicia: territorio, raza, lengua, historia y conciencia nacional. Este galleguismo pretendía la autonomía.

El regionalismo andaluz dio sus primeros pasos con Blas Infante. En el primer acto que se realizó en Antequera se proclamó la constitución federalista andaluza y se solicitó expresamente una Andalucía soberana y autónoma. Por otra parte, no se alcanzó la consolidación de un partido andalucista burgués.

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