CONCLUSIÓN
En el terreno económico predominó una corriente de liberalización pero ensalzando el papel de la Monarquía absoluta en la transformación económica, se produjo una mayor vertebración económica (desaparecen las fronteras), se pusieron en práctica programas de obras públicas, hubo impulso de la industria y el comercio (fundación de empresas y Reales Fábricas), liberalización del comercio con América…
En el campo de la agricultura (proyectos de reforma agraria) y la Hacienda (imposición en Castilla un sistema de catastro como en Aragón) será donde se impongan los límites al reformismo económico y predomine la pervivencia del viejo orden, escaso desarrollo del proceso de reintegración en el Estado de dominios territoriales en manos de los privilegiados provocando el fracaso de otras muchas reformas.
El estallido de la revolución francesa condicionó toda la política del gobierno del momento (Floridablanca); provocó un giro conservador en defensa del absolutismo, preservar a la monarquía, la autoridad legítima frente a cualquier atisbo de desobediencia (fin del espíritu reformista). Su sucesor, Godoy, tras la guerra volvió su mirada al reformismo heredado de Carlos III; medidas para liberalizar los oficios en detrimento del poder de los gremios, reparto de las tierras comunales de la provincia de Extremadura entre los campesinos más pobres, supresión de impuestos discriminatorios, publicación del “Informe de ley Agraria” de Jovellanos.
De nuevo las medidas pueden considerarse como poco significativas, inspiradas más en necesidades económicas que en objetivos propiamente reformistas, y de nuevo las reacciones conservadoras y la guerra acabaron con toda intencionalidad de cambio.
MANUFACTURAS
El aumento de la población elevó la demanda de productos artesanales, pero no fue suficiente para el despegue industrial, porque la renta campesina era baja. El fracaso de la reforma agraria impidió el desarrollo de la industria. La masa de población no elevó el nivel de vida, el poder adquisitivo de las clases populares siguió siendo bajo.
La producción artesanal se caracterizaba por su dispersión por todas las pequeñas ciudades del país, así como por la pervivencia de talleres gremiales, pequeños y con tecnología arcaica (contra los gremios lucharán de forma incesante los pensadores ilustrados). En la segunda mitad del siglo XVIII, se fue eliminando el control que los gremios ejercían sobre la fabricación industrial, que suponía un grave obstáculo para la modernización. En 1790 se decretó la libertad para el ejercicio de cualquier oficio, sin tener que pasar por el examen del gremio.
En la primera mitad de siglo se advierten intentos de adaptar a España el modelo francés de manufactura. Existían las manufacturas reales (bajo control técnico y financiero del gobierno) que fabricaban artículos de lujo para satisfacer la demanda de los más acomodados (fábrica de tapices de Santa Bárbara, la de cristales de San Ildefonso, las porcelanas del Buen Retiro, las sedas de Valencia y Murcia); productos destinados al abastecimiento del ejército (armas) o a la construcción naval (El Ferrol o Cartagena). En el terreno de los tejidos la Corona instaló establecimientos laneros en Segovia, Guadalajara, San Fernando y Brihuega. Otra importante industria del siglo XVIII fue la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. En general estas empresas se caracterizaron por su escasa rentabilidad y fueron una carga para los presupuestos del Estado.
Algunos particulares se interesaron por el modelo de «manufactura» debido a las posibilidades que ofrecía de escapar del control gremial. Respecto a la iniciativa privada, hay que destacar la labor del empresario Juan de Goyeneche en Nuevo Baztán (aguardiente, tejidos de seda, gamuzas…) y la de la burguesía comercial industrial, que organizó a partir de los años cuarenta una serie de industrias textiles de indianas (estampados de algodón) que tenían como principal ventaja que no estaba sometidas al control gremial por ser de nueva implantación. Estas industrias fueron el verdadero origen de la industria textil catalana del siglo XIX.
EL COMERCIO
el comercio fue el sector que tuvo un mayor crecimiento en el siglo XVIII. Los reformistas ilustrados lo situaron en el centro de sus preocupaciones: el comercio era fundamental para cubrir las necesidades de la monarquía, para fortalecer el Estado y recuperar una posición en Europa y para obtener una balanza comercial favorable.
La actividad comercial se vio favorecida por la convergencia de dos estímulos: la recuperación económica de la primera mitad del siglo XVIII y el pensamiento mercantilista e ilustrado, que trató de mejorar las comunicaciones interiores y activar el comercio exterior.
En lo que se refiere al COMERCIO INTERIOR señalar que apenas existía debido a las excesivas trabas que dificultaban su desarrollo; la existencia de aduanas interiores, los peajes, el fuerte autoconsumo local, y sobre todo las dificultades del transporte.
Para facilitar la circulación de mercancías en el interior del país se tomaron algunas medidas como la supresión de las aduanas interiores en 1717, a excepción del País Vasco y Navarra, lo que benefició a Cataluña que introdujo sus productos en Castilla. También mejoraron las comunicaciones interiores, pero ello no evitó que grandes zonas de la Península quedaran totalmente aisladas de otras y fuese más fácil que llegase algodón americano que trigo de Palencia a Barcelona. Así pues, el escaso desarrollo agrario y ganadero, la poca capacidad de consumo de la mayoría de la población eran fuertes dificultades para la articulación de un mercado nacional.
El COMERCIO EXTERIOR experimentó avances muy importantes, en gran parte por la desaparición de los impedimentos existentes al decretarse la abolición del monopolio de la Casa de Contratación en el comercio con las Indias. Para ello se dictaron los decretos de Libertad de Comercio de 1765 y 1778, lo que suponía la apertura de los puertos peninsulares al comercio con América, dejando de ser éste un monopolio del puerto sevillano y de la Casa de Contratación. Se crean compañías privilegiadas de comercio para fomentar los intercambios con América (Compañía de Barcelona, de Caracas, de Filipinas), Juntas de comercio y consulados de comerciantes en todas las ciudades importantes, para agrupar a los sectores empresariales más dinámicos; se reforzó también la Junta General de Comercio Minas para controlar toda la actividad comercial en todo el ámbito de la monarquía.
El comercio con América proporcionó capital a manos privadas (a un grupo reducido de empresarios que constituían una débil burguesía mercantil y a unos pocos fabricantes) y recursos a una Hacienda siempre escasa. En el primer caso, estos recursos fueron utilizados de forma diferente, invirtiéndose en la zona andaluza (eje Sevilla – Cádiz), en bienes de lujo y en las escasas tierras que salían al mercado, mientras que en Cataluña el dinero se invirtió en el comercio o en la industria.
SISTEMA BANCARIO
La debilidad de la burguesía comercial e industrial explica el limitado peso del crédito y de la banca. El tamaño reducido de las empresas comerciales y la ausencia de inversiones agrarias, hacían innecesaria una red bancaria. Fue el problema del endeudamiento del Estado el que dio lugar a la fundación del primer banco nacional en época de Carlos III: el Banco Nacional de San Carlos (1782).