Momentos Clave de la Historia Española: Ilustración, Al-Ándalus y los Austrias

La Ilustración en España

La Ilustración en España se inscribe en el marco general de la Ilustración europea, caracterizada por el espíritu crítico, la fe en la razón, la confianza en la ciencia y un marcado afán didáctico. Las influencias predominantes fueron esencialmente francesas e italianas.

Los ilustrados constituyeron una minoría culta formada por nobles, funcionarios, burgueses y clérigos. Sus intereses fundamentales se centraron en:

  • La reforma y reactivación de la economía, mostrando preocupación por las ciencias útiles y la mejora del sistema educativo.
  • Una crítica moderada de algunos aspectos de la realidad social del país.
  • Un interés por las nuevas ideas políticas liberales, aunque, en su mayor parte, no apoyaron planteamientos revolucionarios.

Su afán reformista les llevó a chocar con la Iglesia y la mayor parte de la aristocracia. A pesar de los esfuerzos ilustrados, la mayoría del país siguió apegada a los valores tradicionales.

Etapas y Figuras Destacadas

Podemos distinguir varias etapas:

  1. En la primera mitad de siglo, destacan figuras como Feijóo, cuya obra se centró en la divulgación de la ciencia de Newton y en la crítica a los prejuicios tradicionales y las supersticiones (Teatro Crítico, 1726), y Mayáns.
  2. Durante este período se crearon las principales Academias, instrumentos clave para la difusión de las luces. Se establecieron la Real Academia de la Lengua, Medicina, Historia, Bellas Artes de San Fernando, y, junto a ellas, el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia Natural.
  3. Tras el impulso reformista del reinado de Fernando VI, la Ilustración llega a su apogeo en el reinado de Carlos III. Los ministros de este monarca, imbuidos de un espíritu renovador, trataron de elevar el nivel económico y cultural del país.

Reformas e Impacto Cultural

Los escritos de Campomanes, Jovellanos, Capmany o Cabarrús muestran la asimilación de las teorías económicas de la fisiocracia y del liberalismo económico. Fruto de ese interés por los asuntos económicos y sociales fue la creación de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, preocupadas por la difusión de las “ciencias útiles” y el desarrollo económico.

El interés por la educación y el progreso científico se concretó en la creación de nuevas instituciones de enseñanza secundaria (Reales Estudios de San Isidro), de enseñanza superior (Colegio de Cirugía, Escuela de Mineralogía, Escuela de Ingenieros de Caminos) y en la reforma de las Universidades y de los Colegios Mayores.

El desarrollo de las ciencias experimentales fue importante: Mutis y Cavanilles en biología; Ulloa y Jorge Juan en Astronomía y Cartografía; Piquer en Medicina.

También floreció la literatura didáctica y crítica, con autores como Feijóo, Jovellanos, Cadalso y Moratín (con su célebre El sí de las niñas). Además, se desarrolló la prensa y proliferaron las revistas literarias y científicas.


Los Decretos de Nueva Planta y la Guerra de Sucesión

La muerte sin descendencia de Carlos II, el último monarca de la dinastía austriaca, planteó un grave problema sucesorio. Este enfrentó a los dos principales pretendientes al trono: el francés Felipe de Anjou y el Archiduque Carlos de Austria. El primero contaba con el apoyo de Francia y Castilla, mientras que el segundo era respaldado por el resto de las potencias europeas (temerosas de una hegemonía francesa) y los reinos de la Corona de Aragón. Esta situación desembocó en un conflicto internacional: la Guerra de Sucesión Española (1702-1713).

La Paz de Utrecht (1713) permitió a Felipe V acceder al trono español, aunque a cambio de importantes concesiones: renunciar a sus derechos sobre la corona de Francia, la pérdida definitiva de las posesiones europeas de la corona española y la entrega a Inglaterra de las estratégicas plazas de Gibraltar y Menorca.

El acceso del Borbón al trono, con los reinos de la Corona de Aragón derrotados, permitió a Felipe V implementar una profunda reforma político-administrativa del Estado. Siguiendo el modelo centralista francés, buscó fortalecer el absolutismo monárquico. Mediante los Decretos de Nueva Planta, se abolieron las instituciones (Cortes, Diputación, Justicia) y fueros propios de los reinos de la Corona de Aragón. Únicamente conservaron sus fueros el País Vasco, Navarra y el Valle de Arán, territorios que se mantuvieron fieles a la causa de Felipe V.

Los Decretos establecieron una administración centralizada que incluía:

  • Una única Hacienda.
  • Un Consejo de Castilla que actuaba como gobierno del país.
  • Unas únicas Cortes del Reino.
  • El uso del castellano como lengua oficial de la administración.
  • La extensión del derecho civil castellano (aunque en Aragón se mantuvieron algunos aspectos forales propios).
  • Una administración territorial homogénea que dividía el reino en provincias.
  • Una moneda única.
  • La extensión de la posibilidad de comerciar con América a puertos aragoneses.
  • El libre acceso a cargos públicos para los ciudadanos de todo el estado, sin distinción de origen geográfico.

De esta manera, Felipe V configuró un Reino de España unificado, sentando las bases para la modernización del Estado y la creación de la nacionalidad jurídica española.


Al-Ándalus: Conquista, Etapas y Sociedad

Concretamente, en el año 711, desembarcaron en Tarifa los primeros contingentes musulmanes. Ocuparon con gran rapidez la Península Ibérica, facilitado por la debilidad y las divisiones internas de los visigodos, que apenas ofrecieron resistencia. Solo la zona cantábrica, especialmente Asturias, quedó libre de dicha ocupación. A partir de este momento, la Península Ibérica pasó a denominarse Al-Ándalus y se convirtió en una provincia del vasto Imperio Islámico. La capital se fijó en Córdoba.

Etapas Históricas

Podemos dividir la historia de Al-Ándalus en las siguientes etapas:

  1. Emirato dependiente de Damasco (s. VIII): Primera etapa, en la que Al-Ándalus era una provincia subordinada a las órdenes del Califato Omeya, cuya capital estaba en Damasco.
  2. Emirato independiente de Bagdad (s. VIII – 929): Tras la derrota de los Omeyas por la familia Abasí, el único superviviente Omeya, Abd al-Rahmán I, huyó y se refugió en Al-Ándalus. Consiguió establecer un emirato políticamente independiente del nuevo Califato Abasí, que había trasladado su capital a Bagdad.
  3. Califato de Córdoba (929-1031): Abd al-Rahmán III se sintió lo suficientemente fuerte como para proclamarse Califa, declarando la independencia religiosa de Bagdad. Esta fue la época de máximo esplendor político, económico y cultural de Al-Ándalus.
  4. Reinos de Taifas (s. XI-XIII): Las luchas internas por el poder entre altos funcionarios, jefes militares y gobernadores provocaron la fragmentación del Califato de Córdoba en numerosos reinos independientes, conocidos como taifas (similares a ciudades-estado). El avance de los reinos cristianos del norte llevó a la conquista de la mayoría de estas taifas durante los siglos XI al XIII.
  5. Reino Nazarí de Granada (s. XIII-1492): La única taifa que sobrevivió a la reconquista cristiana del siglo XIII fue la de Granada. Su supervivencia se debió, en parte, a su riqueza (que le permitía pagar parias o tributos a los reyes de Castilla) y a su habilidad diplomática. Finalmente, fue conquistada por los Reyes Católicos en 1492, poniendo fin a la presencia musulmana organizada en la Península.

Economía y Sociedad Andalusí

La economía andalusí se sustentaba en tres pilares básicos:

  • Agricultura: Era la actividad principal para la mayoría de la población. Los musulmanes introdujeron y perfeccionaron sistemas de regadío (norias, acequias) y aclimataron nuevos cultivos como los cítricos, el arroz, la caña de azúcar, el algodón y el cáñamo.
  • Artesanía: Muy floreciente y diversificada, destacando la producción de cuero (cordobanes), cerámica, tejidos (seda, lino), vidrio, orfebrería y armas (acero toledano).
  • Comercio: Al-Ándalus mantuvo intensas relaciones comerciales con el resto de Europa, el Norte de África y Oriente Próximo, tanto por vía terrestre como marítima. Se exportaban productos agrícolas y manufacturas, y se importaban materias primas, esclavos y productos de lujo. La moneda (dinar de oro y dírham de plata) facilitó estos intercambios.

En cuanto a la sociedad, existía una clara división entre musulmanes y no-musulmanes:

  • Musulmanes: Gozaban de privilegios y plenos derechos, como la exención de ciertos impuestos y el acceso a cargos públicos. Dentro de este grupo se distinguían:
    • Árabes: Una minoría que constituía la élite social, política y económica.
    • Bereberes: Originarios del Norte de África, formaban un grupo numeroso pero con una situación generalmente más humilde.
    • Muladíes: Cristianos hispanovisigodos que se habían convertido al Islam. Constituían la mayoría de la población musulmana.
  • No-musulmanes (Dhimmíes): Conservaban su religión y ciertas leyes propias, pero estaban sometidos a impuestos específicos (yizia y jarach) y tenían restricciones legales y sociales. Los grupos principales eran:
    • Mozárabes: Cristianos que mantuvieron su fe bajo dominio musulmán.
    • Judíos: Desempeñaron un papel importante en la economía, la cultura y la administración.

Los Señoríos en la España Medieval y Moderna

Definición y Tipos

El señorío representa el dominio hereditario sobre tierras y las personas que las habitan, otorgado por el rey a nobles o clérigos como pago o recompensa por servicios prestados (generalmente militares o de apoyo político). Similar al feudo europeo, el señor acumulaba bajo su poder la jurisdicción, las rentas y la propiedad (o derechos sobre ella) en un determinado territorio. Fue una institución característica de la Edad Media y la Edad Moderna en España, desapareciendo formalmente con las Cortes de Cádiz a principios del siglo XIX.

Es fundamental distinguir varios tipos de señorío:

  • Señorío territorial: El señor está vinculado a una tierra que puede explotar directamente con sus siervos o ceder a campesinos a cambio de rentas (en especie, dinero o trabajo -corveas-). Implica un control económico directo sobre la tierra.
  • Señorío jurisdiccional: En virtud de este, el señor posee una serie de prerrogativas de tipo judicial y político sobre los habitantes del territorio, que son una fuente fundamental de poder y riqueza. Estas prerrogativas incluían nombrar a las autoridades locales, ejercer la justicia (en distintos grados), cobrar tributos diversos (portazgos, pontazgos, monopolios señoriales como molinos u hornos), y reclutar hombres para la guerra.

El campesino sujeto a un señorío territorial estricto podía ser un siervo con limitada libertad personal, mientras que aquel que solo estaba bajo un señorío jurisdiccional era considerado vasallo del señor, pero mantenía su libertad personal y, a menudo, la propiedad útil de la tierra. El grado de sometimiento al señor variaba considerablemente según la época, el territorio y el tipo específico de señorío.

También se pueden clasificar los señoríos según quién ostentaba la titularidad:

  • Señoríos eclesiásticos: Pertenecientes a la Iglesia. Destacan los de abadengo (en manos de monasterios y conventos) y los de las órdenes militares (Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa).
  • Señoríos laicos:
    • Realengo: Territorios bajo la jurisdicción directa del rey. Incluían muchas ciudades con fueros propios, que a su vez podían actuar como señores colectivos sobre amplias zonas rurales (alfoz).
    • Solariegos: Pertenecientes a la nobleza laica.

Origen y Evolución

Los señoríos se originaron en la Alta Edad Media, frecuentemente como donaciones reales para recompensar la colaboración nobiliaria y eclesiástica en la Reconquista. Aunque inicialmente la necesidad de atraer pobladores a las peligrosas zonas de frontera limitó la acumulación excesiva de tierras por nobles y eclesiásticos (favoreciendo la repoblación libre o concejil), con el tiempo se produjo un proceso de “feudalización” que incrementó el número y extensión de los señoríos.

Durante la Baja Edad Media (siglos XIV-XV), las monarquías, a menudo debilitadas por crisis internas y guerras civiles, tuvieron que ceder poder y tierras a la alta nobleza para asegurar su apoyo militar y político. Numerosos pueblos y villas que antes eran de realengo pasaron así a ser de señorío. Esto no siempre implicaba la transferencia de la propiedad plena de la tierra, sino más bien la concesión del conjunto de derechos señoriales (jurisdiccionales y territoriales), que en la práctica significaban el derecho a percibir una parte sustancial del excedente de la producción campesina a través de diversos impuestos y rentas. La presión ejercida por los señores para cobrar estos derechos, y la resistencia campesina, condujeron en ocasiones a violentas revueltas (como las de los Irmandiños en Galicia o los payeses de remensa en Cataluña).

Consolidación y Consecuencias

El reinado de los Reyes Católicos marcó la consolidación del régimen señorial en España, especialmente en la Corona de Castilla. A cambio de su sometimiento político y el fin de las guerras nobiliarias, la alta nobleza vio reforzados sus señoríos, que se consolidaron de manera hereditaria a través de la institución del mayorazgo (que vinculaba la mayor parte del patrimonio familiar al primogénito, impidiendo su venta o división).

Incluso en siglos posteriores, como el XVII, en momentos de apuro financiero de la Corona, los reyes vendieron jurisdicciones y títulos nobiliarios a burgueses enriquecidos que deseaban ennoblecerse, aumentando así el número de señoríos. El resultado fue que, al final del Antiguo Régimen, una gran parte del territorio y de la población española (miles de pueblos y villas) quedaba fuera de la autoridad directa de la Corona y bajo el dominio señorial.


Política Exterior de los Austrias: Auge y Declive

La diplomacia exterior de los Reyes Católicos, basada en estratégicas alianzas matrimoniales destinadas a fortalecer sus intereses en Europa, tuvo como consecuencia imprevista la concentración bajo un solo monarca, Carlos V, de un vasto conglomerado de territorios: las coronas de Castilla (con sus posesiones americanas) y Aragón (con sus dominios mediterráneos), los estados de la Casa de Borgoña (Países Bajos, Franco Condado) y los territorios patrimoniales de los Habsburgo en Austria, además del trono del Sacro Imperio Romano Germánico.

Durante el siglo XVI, bajo los reinados de Carlos V y su hijo Felipe II, la Monarquía Hispánica actuó como la gran potencia hegemónica de Europa y el Mediterráneo. Su poder se apoyaba en los ingentes recursos provenientes de América (especialmente la plata), un ejército considerado el más poderoso de la época (los tercios) y una compleja red diplomática. Los objetivos principales de su política exterior fueron mantener la integridad territorial de los diversos estados de la corona, la defensa a ultranza del Catolicismo frente a la Reforma protestante y la preservación de su hegemonía en el continente europeo.

El siglo XVII, sin embargo, marcó el declive del poder español. Las causas fueron múltiples: el agotamiento demográfico y económico provocado por las continuas y costosas guerras, una fuerte inflación (en parte debida a la llegada de metales preciosos americanos), el mantenimiento de una estructura económica poco productiva y una sociedad de carácter aristocrático que despreciaba las actividades comerciales e industriales. Bajo Felipe III (y su valido, el Duque de Lerma), se siguió una política exterior más pacifista (la Pax Hispanica), buscando evitar conflictos costosos mediante la diplomacia. No obstante, su sucesor, Felipe IV (y su valido, el Conde-Duque de Olivares), se vio inmerso de lleno en la devastadora Guerra de los Treinta Años (1618-1648).

Esta guerra, de extrema complejidad, enfrentó a las principales potencias europeas. Sus causas fueron diversas: un intento por acabar con la hegemonía de la Casa de Austria (tanto la rama española como la imperial), el deseo de los príncipes alemanes de librarse del dominio imperial, y la continuación de las guerras de religión surgidas en el siglo XVI. Los Austrias de Madrid y Viena se enfrentaron a una coalición formada por Holanda, Dinamarca, Suecia, Inglaterra, la Francia del Cardenal Richelieu y diversos estados protestantes alemanes. A esta larga contienda internacional se sumaron, a partir de 1640, graves crisis internas en la Monarquía Hispánica, como los levantamientos independentistas de Portugal y Cataluña.

La Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en el Imperio, y la posterior Paz de los Pirineos (1659), firmada con Francia, marcaron el fin de la hegemonía de la Casa de Austria en Europa. Estos tratados tuvieron importantes consecuencias:

  • El fin de las guerras de religión en Alemania, consagrando el principio cuius regio, eius religio (la religión del príncipe determina la del estado).
  • El fin del dominio efectivo del Emperador sobre los estados alemanes, dando paso a una confederación de unos 350 estados prácticamente soberanos.
  • El reconocimiento formal de la independencia de Holanda (Provincias Unidas) y Suiza.
  • La independencia definitiva de Portugal respecto a la corona española.
  • Ventajas territoriales para potencias emergentes como Suecia, Brandemburgo (futura Prusia) y, sobre todo, Francia.
  • El inicio de la hegemonía continental de Francia y la consolidación del poderío marítimo y comercial de Inglaterra y Holanda.

Aunque la corona española conservó la mayor parte de sus posesiones en Europa (Italia, Flandes) y América tras estos tratados, tuvo que ceder a Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas flamencas. Su decadencia política y militar era ya irreversible, culminando con la muerte sin descendencia de Carlos II y la Guerra de Sucesión que daría paso a la dinastía Borbónica.

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