El Nacionalismo en el Siglo XIX: Un Fenómeno Transformador
El nacionalismo, entendido como la idea de que una comunidad política tiene derecho a crear un estado organizado, emerge como una de las herencias más significativas de la Revolución Francesa. En el siglo XIX, la lealtad de los súbditos hacia su señor feudal fue gradualmente reemplazada por la lealtad de los ciudadanos hacia una Constitución. Este cambio implicaba que los individuos debían pertenecer a una comunidad y compartir una cultura común para poder ejercer sus derechos políticos. La existencia de un gobierno representativo estaba intrínsecamente ligada a la existencia de una comunidad nacional. Los liberales del siglo XIX, por tanto, se convirtieron en fervientes nacionalistas, buscando sustituir los antiguos estados federales por estados nacionales.
La expansión napoleónica y la creación de nuevas monarquías en Europa jugaron un papel crucial en la difusión de las ideas nacionalistas. Paralelamente, se desarrolló una intensa investigación histórica destinada a redescubrir el pasado nacional de los estados en proceso de consolidación. El Romanticismo, con su marcado interés por las tradiciones populares, también contribuyó a la construcción de un pasado nacional compartido.
Vertientes del Nacionalismo Decimonónico
El nacionalismo del siglo XIX fue un fenómeno complejo y ambiguo, caracterizado por dos vertientes principales:
- Vertiente progresista: De raíces liberales, esta concepción de la nación era subjetiva y voluntarista. Cualquier comunidad podía aspirar a convertirse en nación si así lo deseaba y se esforzaba por formar un estado o unirse a otro ya existente. Esta visión fue defendida principalmente por franceses e italianos, destacando la figura de Giuseppe Mazzini como uno de sus principales representantes.
- Vertiente tradicionalista: Arraigada en el conservadurismo, esta concepción sostenía que las naciones no se basaban en la voluntad de los pueblos, sino en rasgos culturales y geográficos preexistentes. Las características nacionales eran inherentes a las personas y las acompañaban durante toda su vida. Esta visión orgánica y objetiva de la nación fue apoyada por los románticos y por pensadores como Johann Gottlieb Fichte.
Ambas concepciones del nacionalismo coexistieron durante los siglos XIX y XX. Esta convivencia dio lugar al surgimiento de movimientos nacionalistas que formaron una red revolucionaria internacional. Organizaciones como las jóvenes Italia, Polonia y Alemania hicieron causa común, aunque también surgieron nacionalismos exclusivistas y agresivos.
Otra clasificación distingue entre nacionalismos integradores y desintegradores. Los primeros buscaban atraer a los ciudadanos hacia símbolos comunes con el objetivo de crear grandes estados, mientras que los segundos pretendían desestabilizar grandes estados tradicionales desde áreas más reducidas.
Inicialmente, el nacionalismo fue una ideología de minorías activas, pero a partir de 1848 se transformó en un movimiento de masas.
Las Revoluciones de 1848: La Primavera de los Pueblos
La oleada revolucionaria de 1848 fue la última de las tres grandes oleadas del siglo XIX. Inspirada en los principios de la Revolución Francesa, esta oleada tuvo un carácter más radical y contó con un importante respaldo popular. Las revoluciones de 1848 marcaron el inicio de un nuevo periodo histórico.
Esta oleada revolucionaria tuvo un éxito inicial notable, extendiéndose simultáneamente por Francia, Italia, los estados alemanes y el Imperio austriaco. Su influencia llegó incluso a España, Gran Bretaña e Iberoamérica. Sin embargo, aunque su difusión fue rápida, su fracaso fue igualmente fulgurante.
Características de las Revoluciones de 1848
- Revolución democrática y de gran contenido social: Entre 1846 y 1847, una crisis agraria e industrial generó hambre y descontento entre los trabajadores. En 1848, ciudades como París, Berlín, Viena, Praga, Budapest, Milán y Roma se llenaron de barricadas formadas por trabajadores urbanos. Estos reclamaban los derechos y libertades más radicales de la Revolución Francesa, plasmados en la Constitución de 1793: sufragio general masculino, república democrática y social, y asistencia a pobres y desempleados.
- Revolución de carácter nacionalista: El nacionalismo jugó un papel fundamental en las revoluciones de 1848. En la Confederación Germánica, se convocó un parlamento en Fráncfort con el objetivo de redactar una Constitución nacional. Las rebeliones en Viena y Berlín paralizaron a Austria y Prusia, facilitando la tarea de los nacionalistas. En Hungría, el nacionalista y demócrata Lajos Kossuth logró que se formara un parlamento y se aprobara una Constitución. Los eslavos de la cuenca del Danubio y los checos obtuvieron concesiones tras una sublevación en Praga. En Italia, Venecia y Milán se rebelaron y pidieron ayuda al Piamonte. En Roma, Mazzini y sus partidarios derrocaron al Papa e impusieron la República en 1849.
Consecuencias de las Revoluciones de 1848
A partir del verano de 1848, el gobierno austriaco comenzó a anular la mayoría de las concesiones políticas. El ejército imperial llevó a cabo sangrientas represiones en Praga, Budapest, Milán y Venecia contra obreros, estudiantes, políticos y militares radicales y nacionalistas. En Italia, las tropas austriacas se enfrentaron a las del rey de Piamonte.
A pesar de su fracaso, las revoluciones de 1848 tuvieron consecuencias duraderas:
- El abandono del sistema internacional surgido en 1815, dando paso a una serie de conflictos entre las potencias europeas.
- El surgimiento de un nacionalismo insatisfecho en áreas como Alemania, Italia, Hungría y Bohemia.
- La obtención de importantes concesiones económicas por parte de los liberales moderados, quienes participaron en muchos gobiernos europeos a cambio de no reivindicar libertades políticas.
- La implementación de reformas desde arriba durante las décadas de 1850 y 1860.
- La burguesía pactó con los gobiernos y adoptó una postura más conservadora.
- Los obreros urbanos comenzaron a organizarse políticamente de forma autónoma.