A partir de 1912, la continua decadencia y fragmentación del régimen dio lugar al fortalecimiento de la oposición republicana, obrerista y nacionalista. El problema colonial de Marruecos, sobre todo con el escándalo del desastre de Annual y el “Informe Picasso” que supuestamente involucraba a Alfonso XIII, y el impacto de la Gran Guerra agudizaron los conflictos, que estallaron en los sucesos revolucionarios de 1917. Todo esto propició el fortalecimiento de la oposición republicana, obrerista y nacionalista. Así, la incapacidad del sistema de la Restauración para renovarse y democratizarse acabó propiciando la solución militar.
Así, el 13 de Septiembre de 1923 el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado en Barcelona. Primo era un general de cierto prestigio, de carácter simpático y dicharachero. Al día siguiente, Alfonso XIII le llamó a Madrid y le entregó el gobierno y declaró en suspenso la Constitución de 1876, así que el Rey apoyó el fin de la democracia de la Restauración. El golpe contó con la simpatía, o cuando menos la apatía, de la opinión pública y de muchos políticos. Nadie salíó en defensa del corrompido sistema ideado por Cánovas. El nuevo régimen se fundamenta en bases políticas diferentes al liberalismo:
partido único (Uníón Patriótica), representación de carácter corporativo y gestión ordinaria en manos de militares o técnicos. La idea del partido único estaba copiada del fascismo de Mussolini (que había subido al poder el año anterior tras la “Marcha sobre Roma”, también con el visto bueno del Rey italiano), y pretendía que se convirtiera en un partido de masas, lo que nunca consiguió (de hecho, algunos antiguos caciques se apuntaron al partido). Primo de Rivera se presentó ante la opinión pública como un regeneracionista, el “cirujano de hierro” del que hablara Joaquín Costa. Desmontó el caciquismo y potenció el nacionalismo español frente al nacionalismo periférico (suspendíéndose la Mancomunitat de Cataluña y prohibíéndose el uso del catalán en los organismos públicos). También controló el orden público, declarando el estado de guerra y reformó los gobiernos provinciales y municipales. Además, el movimiento anarcosindicalista fue duramente reprimido, no así el socialista (PSOE y UGT), que incluso llegó a colaborar con el régimen (su líder, Largo Caballero, llegó a ser miembro del Consejo de Estado, aunque en 1929 acabó rompiendo con el dictador)
. Primo, además, derrotó a los rifeños entre 1924 y 1927, sobre todo tras la colaboración con Francia y el desembarco de Alhucemas, lo que le dio mucha popularidad al poner fin a la sangría de la Guerra de Marruecos. La dictadura tuvo dos fases: en un primer momento, todo el gobierno estuvo compuesto por militares (8 generales y un contralmirante), el llamado “directorio militar”. En Diciembre de 1925 se formó nuevo gobierno, inaugurando la fase del “directorio civil”. El nuevo gobierno era una mezcla de militares y civiles, estos últimos todos de Uníón Patriótica, en el que destacaba como ministro de hacienda José Calvo Sotelo. Este directorio civil mostraba la voluntad del dictador de perpetuarse en el poder (institucionalización del régimen), y tomó un aspecto de tecnocracia (literalmente “gobierno de los técnicos”, se refiere a ingenieros, economistas, etc, frente al gobierno de los “políticos de carrera”). La política económica se caracterizó por el nacionalismo económico y el intervencionismo para propiciar la industrialización. Se reguló el mercado interior, se establecíó un fuerte proteccionismo de la industria nacional y se creó un Consejo Económico Nacional, encargado de autorizar la instalación de nuevas industrias. Hubo un fomento de la producción nacional mediante la protección fiscal y créditos favorables. Se elaboró un Plan Nacional de Infraestructuras con el cual se construyeron embalses, se crearon las Confederaciones hidrográficas, se construyeron carreteras y se mejoró el ferrocarril. Para financiarlo se recurríó a la deuda pública. Se crearon monopolios en diversos sectores: el petróleo (CAMPSA), el teléfono (Telefónica), el transporte aéreo (Iberia). Muchas de estas medidas estaban copiadas de la política económica del gobierno fascista en Italia. Finalmente, la dictadura fue ganando enemigos (viejos partidos, parte del ejército, el nacionalismo catalán, los republicanos, el mundo intelectual –destierro de Unamuno a Fuerteventura-) y no supo articular una salida política al régimen de excepción, lo que llevó a la caída del dictador el año 1930. Después, tras dos gobiernos efímeros dirigidos por militares (Berenguer y Aznar) el compromiso de la propia monarquía con el nuevo régimen desembocaría en su caída en Abril de 1931 y la proclamación de la II República. El juicio histórico de este periodo es polémico. Algunos historiadores han alabado al dictador, fijándose en su política económica, con asuntos como el enfrentamiento con las multinacionales del petróleo en nombre del nacionalismo económico o la construcción de infraestructuras. Otros, en cambio, señalán su fracaso político (el de su partido único), su carácter dictatorial y la inflación y endeudamiento económico que provocó su política económica, dado que además tuvo la suerte de vivir en los llamados “felices 20”, una época de súbito boom económico que terminó con la crisis de 1929, justo cuando ya había dimitido. Y otro debate es el carácter “fascista” o no de la dictadura. Algunos historiadores lo niegan, amparándose en el supuesto carácter “benévoló” del dictador (que en lo personal era un andaluz muy simpático), aunque es verdad que durante la misma había miles de opositores, sobre todo anarquistas, en la cárcel, y se produjeron sucesos famosos como el destierro de Unamuno a Fuerteventura por sus críticas al dictador. Otros, en cambio, destacan las similitudes con la Italia de Mussolini, de la que tomó muchas ideas, siendo Primo de Rivera un precedente de lo que luego llegó a España en la figura de Franco.
Así, el 13 de Septiembre de 1923 el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, dio un golpe de Estado en Barcelona. Primo era un general de cierto prestigio, de carácter simpático y dicharachero. Al día siguiente, Alfonso XIII le llamó a Madrid y le entregó el gobierno y declaró en suspenso la Constitución de 1876, así que el Rey apoyó el fin de la democracia de la Restauración. El golpe contó con la simpatía, o cuando menos la apatía, de la opinión pública y de muchos políticos. Nadie salíó en defensa del corrompido sistema ideado por Cánovas. El nuevo régimen se fundamenta en bases políticas diferentes al liberalismo:
partido único (Uníón Patriótica), representación de carácter corporativo y gestión ordinaria en manos de militares o técnicos. La idea del partido único estaba copiada del fascismo de Mussolini (que había subido al poder el año anterior tras la “Marcha sobre Roma”, también con el visto bueno del Rey italiano), y pretendía que se convirtiera en un partido de masas, lo que nunca consiguió (de hecho, algunos antiguos caciques se apuntaron al partido). Primo de Rivera se presentó ante la opinión pública como un regeneracionista, el “cirujano de hierro” del que hablara Joaquín Costa. Desmontó el caciquismo y potenció el nacionalismo español frente al nacionalismo periférico (suspendíéndose la Mancomunitat de Cataluña y prohibíéndose el uso del catalán en los organismos públicos). También controló el orden público, declarando el estado de guerra y reformó los gobiernos provinciales y municipales. Además, el movimiento anarcosindicalista fue duramente reprimido, no así el socialista (PSOE y UGT), que incluso llegó a colaborar con el régimen (su líder, Largo Caballero, llegó a ser miembro del Consejo de Estado, aunque en 1929 acabó rompiendo con el dictador)
. Primo, además, derrotó a los rifeños entre 1924 y 1927, sobre todo tras la colaboración con Francia y el desembarco de Alhucemas, lo que le dio mucha popularidad al poner fin a la sangría de la Guerra de Marruecos. La dictadura tuvo dos fases: en un primer momento, todo el gobierno estuvo compuesto por militares (8 generales y un contralmirante), el llamado “directorio militar”. En Diciembre de 1925 se formó nuevo gobierno, inaugurando la fase del “directorio civil”. El nuevo gobierno era una mezcla de militares y civiles, estos últimos todos de Uníón Patriótica, en el que destacaba como ministro de hacienda José Calvo Sotelo. Este directorio civil mostraba la voluntad del dictador de perpetuarse en el poder (institucionalización del régimen), y tomó un aspecto de tecnocracia (literalmente “gobierno de los técnicos”, se refiere a ingenieros, economistas, etc, frente al gobierno de los “políticos de carrera”). La política económica se caracterizó por el nacionalismo económico y el intervencionismo para propiciar la industrialización. Se reguló el mercado interior, se establecíó un fuerte proteccionismo de la industria nacional y se creó un Consejo Económico Nacional, encargado de autorizar la instalación de nuevas industrias. Hubo un fomento de la producción nacional mediante la protección fiscal y créditos favorables. Se elaboró un Plan Nacional de Infraestructuras con el cual se construyeron embalses, se crearon las Confederaciones hidrográficas, se construyeron carreteras y se mejoró el ferrocarril. Para financiarlo se recurríó a la deuda pública. Se crearon monopolios en diversos sectores: el petróleo (CAMPSA), el teléfono (Telefónica), el transporte aéreo (Iberia). Muchas de estas medidas estaban copiadas de la política económica del gobierno fascista en Italia. Finalmente, la dictadura fue ganando enemigos (viejos partidos, parte del ejército, el nacionalismo catalán, los republicanos, el mundo intelectual –destierro de Unamuno a Fuerteventura-) y no supo articular una salida política al régimen de excepción, lo que llevó a la caída del dictador el año 1930. Después, tras dos gobiernos efímeros dirigidos por militares (Berenguer y Aznar) el compromiso de la propia monarquía con el nuevo régimen desembocaría en su caída en Abril de 1931 y la proclamación de la II República. El juicio histórico de este periodo es polémico. Algunos historiadores han alabado al dictador, fijándose en su política económica, con asuntos como el enfrentamiento con las multinacionales del petróleo en nombre del nacionalismo económico o la construcción de infraestructuras. Otros, en cambio, señalán su fracaso político (el de su partido único), su carácter dictatorial y la inflación y endeudamiento económico que provocó su política económica, dado que además tuvo la suerte de vivir en los llamados “felices 20”, una época de súbito boom económico que terminó con la crisis de 1929, justo cuando ya había dimitido. Y otro debate es el carácter “fascista” o no de la dictadura. Algunos historiadores lo niegan, amparándose en el supuesto carácter “benévoló” del dictador (que en lo personal era un andaluz muy simpático), aunque es verdad que durante la misma había miles de opositores, sobre todo anarquistas, en la cárcel, y se produjeron sucesos famosos como el destierro de Unamuno a Fuerteventura por sus críticas al dictador. Otros, en cambio, destacan las similitudes con la Italia de Mussolini, de la que tomó muchas ideas, siendo Primo de Rivera un precedente de lo que luego llegó a España en la figura de Franco.