El 12 de Julio fue asesinado el teniente Castillo, de la Guardia de Asalto, como represalia sus compañeros asesinaron a uno de los líderes de la derecha, José Calvo Sotelo. A partir de ese momento, se precipitaron los acontecimientos y la tarde del 17 de Julio de 1936, las guarniciones de Ceuta, Melilla y Tetuán se sublevaron, al mando del general Franco, contra la República; el 18 de Julio el alzamiento se extendíó al resto de la Península. Comenzaba la Guerra Civil.
DESARROLLO.-
La sublevación militar (17 y 18 de Julio de 1936):
La conspiración contra la República se apoyaba en diferentes sectores: los monárquicos; los falangistas y carlistas, pero los verdaderos organizadores de la insurrección fueron los militares, agrupados en su mayoría en la Uníón Militar Española. El golpe tomó la forma de un pronunciamiento clásico, como lo demuestra el hecho de que su primera intención fuera avanzar rápidamente y tomar Madrid. Su objetivo no estaba claro en términos políticos: se hablaba de la implantación de un régimen autoritario, al estilo de un Directorio Militar. En cualquier caso, lo previsto como un Golpe de Estado rápido se convirtió en una Guerra Civil de casi tres años de duración. Internacionalmente, a pesar de lo acordado por varios países (Comité de No Intervención, propiciado por Inglaterra en 1936) Portugal, la Alemania nazi y la Italia fascista, ayudaron a los sublevados, mientras que los republicanos contaron con la ayuda soviética en armas, suministros y alimentos y con las Brigadas Internacionales.
Los bandos en conflicto: La zona republicana
Como consecuencia del golpe, el poder republicano sufríó un desplome casi total. El gobierno de José Giral intentó crear una fuerza armada a partir de las milicias populares, con escaso éxito. En este contexto se produjo un fenómeno revolucionario paralelo a la guerra (y a veces incompatible con ella) llevado adelante, sobre todo, por el anarcosindicalismo (CNT y FAI) y por trotskistas. En muchas capitales y pueblos se constituyeron de inmediato Juntas, Consejos o Comités dispuestos a imponer un nuevo orden revolucionario. Como consecuencia, se desencadenó en la zona republicana una represión muy fuerte contra todo lo que pudiera tener relación con los llamados facciosos (sublevados). El clero, los propietarios de toda condición, las clases medias y acomodadas, los católicos, etc. Fueron considerados sospechosos y objeto de una persecución incontrolada. Así, se produjeron saqueos e incendios de iglesias y conventos, detenciones y asesinatos e incautación de bienes en nombre de los partidos o sindicatos. Muchos de los perseguidos tuvieron que huir, esconderse o intentar pasar a la zona controlada por los sublevados. Los reveses militares continuos debilitaron todavía más las posiciones negociadoras con el bando nacional. En Febrero de 1939, la República sólo controlaba la zona Centro. A finales de ese mes, Inglaterra y Francia reconocieron al Gobierno de Franco: la guerra de hecho estaba perdida.
La zona nacional
: Controlada militarmente, todos los esfuerzos iban dirigidos a ganar la guerra. Para ello, se establecíó muy pronto un poder único de tipo militar y no se permitíó la menor disidencia. Sin embargo, los grupos políticos y sociales que habían dado su apoyo al alzamiento militar estaban divididos, ya que no tenían ningún proyecto común de diera coherencia a la rebelión militar. Por eso, el ejército se convirtió en el poder dominante y fue el encargado de organizar el nuevo estado. En Burgos se creó la Junta de Defensa Nacional, integrada por militares (Mola, Franco, Queipo de Llano…) que desde el 1 de Octubre de 1936 nombró al general Franco Generalísimo y Jefe de Gobierno.Este Estado nacional fue reconocido al poco tiempo por Alemania, Italia, Portugal y el Vaticano, lo que le dio el aval diplomático internacional que necesitaba. Ideológicamente se defendía un modelo social basado en el conservadurismo y el catolicismo con ciertas notas de fascismo (obediencia ciega al “Jefe”, desprecio del liberalismo y la democracia, exaltación de la violencia y la muerte…), que no dejaban de ser concesiones a los sectores que habían apoyado la rebelión. Asimismo, se institucionalizó la persecución de cualquier disidencia política o ideológica. La represión (detenciones, encarcelamientos, juicios sumarísimos, asesinatos) fue extraordinariamente dura (como ya habían anunciado Queipo y Mola) y abarcaba a todos aquéllos que habían dado apoyo a la República o a quienes, simplemente, no manifestaban su adhesión al nuevo régimen. Además, fue muy extensa en el tiempo, pues continuó en la posguerra.