Unidad 7: Guerra colonial y crisis de 1898.
1. Los desencadenantes de la crisis del 98: nueva rebelión cubana, guerra hispano-estadounidense, derrota española y pérdida de las últimas colonia.
Aparte del caciquismo, el regionalismo y el anarquismo, un problema no menor que arrastraba aquel régimen de la Restauración finisecular era el de la concesión de una autonomía para Cuba. Desde principios de los años noventa, la crisis se había instalado, pues, en el régimen de la Restauración. En este nuevo contexto, estallaron nuevas insurrecciones antiespañolas, primero en Cuba (1895) y luego en Filipinas (1896).
Los restos del Imperio colonial español eran Cuba y Puerto Rico, Filipinas más un rosario de minúsculas islas diseminadas por el Océano Pacífico. Cuba y Puerto Rico aportaban a la economía española continuos flujos de beneficios debido a las fuertes leyes arancelarias que la administración central les imponía. Además, estaban privadas de toda capacidad de autogobierno. La dependencia colonial se mantuvo sólo por la función del ejército y administración españoles, que aseguraba la explotación del país en beneficio de una oligarquía terrateniente española (los propietarios de ingenios o plantaciones). En Filipinas, en cambio, el poder español era mucho más débil, ya que la población española y los capitales invertidos eran escasos. La dependencia colonial la mantenían las órdenes religiosas y unas tropas reducidas.
En Cuba, tuvo lugar en 1868 una primera sublevación que defendía la abolición de la esclavitud y la obtención de autonomía. La paz de Zanjón en 1878 no liquidó el problema cubano sólo lo aplazó. Los criollos de Cuba esperaban de la administración española reformas que les otorgasen los mismos derechos de representación política en las Cortes que los españoles de la Península, la participación en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud. Todas estas peticiones cubanas eran demoradas por parte de la administración española debido a la rotunda oposición de los grandes propietarios, de los negreros y de los comerciantes peninsulares.
Siguiendo el modelo bipartidista de España, se crearon en Cuba dos grandes partidos, el partido autonomista que, integrado por sectores de la burguesía criolla, pedía una amplia autonomía para Cuba; frente a él, se situaba la Unión Constitucional, un partido españolista integrado por los latifundistas azucareros españoles instalados en Cuba, que se oponían a cualquier reforma.
La ineficacia por parte de la administración española para introducir reformas en la colonia estimuló los deseos de emancipación y el independentismo fue ganando terreno frente al autonomismo. Surgieron, entonces, nuevos movimientos ya independentistas bajo la dirección de José Rizal en Filipinas y de José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez en Cuba. En 1893, surgió el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia para Cuba. Este partido consiguió apoyo de Estados Unidos. En 1891, el gobierno español elevó las tarifas arancelarias para los productos importados por Cuba que no procediesen de la Península. Estados Unidos era ya el principal comprador de Cuba (azúcar y tabaco), en tanto el arancel español ponía fuertes impedimentos a sus exportaciones a Cuba. Al temor a una nueva insurrección independentista, se sumaba ahora el recelo de que ésta pudiese contar con el apoyo de Estados Unidos.
En 1895, comenzó la segunda y decisiva guerra de Cuba. El gobierno de Cánovas mandó allí al general Martínez Campos que conjugaba acción militar y esfuerzo político de conciliación con los sublevados como estrategia para la pacificación de la isla. El fracaso de la línea
conciliadora dio entrada a la línea dura de su sustituto, el general Valeriano Weyler. Este trató muy duramente a la población civil y, para aislar a los insurrectos del mundo rural, organizó las concentraciones de campesinos, recluyéndolos en campamentos militares. Weyler llenó de alambradas la isla caribeña cual si de una prisión se tratase.
La guerra fue mal desde el principio para el ejército español, con un reclutamiento tradicional y discriminatorio, no adiestrado, además, para una lucha en la selva y mal aprovisionado. Ello, la falta de pertrechos y las enfermedades tropicales causaban estragos y muertes. Además, La política duramente represiva del general Weyler empeoraba las cosas.
Paralelamente al conflicto cubano, se produjo en 1896 una rebelión en Filipinas. En 1897, tras el asesinato de Cánovas por un anarquista, el nuevo gobierno liberal destituyó a Weyler, nombró en su lugar al general Blanco e inició una estrategia de conciliación. Para ello decretó, por fin, la autonomía de Cuba, el sufragio universal masculino, la igualdad de derechos entre insulares y peninsulares y la autonomía arancelaria. Pero las reformas llegaron demasiado tarde y los independentistas, que contaban con el apoyo estadounidense, se negaron a aceptar la paz.
En conjunto, España se veía envuelta en una nueva guerra colonial veinte años después del fin de la primera y en condiciones de desventaja. Para hacerle frente hubo de mandar al Caribe y al Pacífico un ejército de 300.000 hombres.
Fue el desperezamiento hacia fines de siglo de un imperialismo rival y notablemente más moderno que el español, el estadounidense, quien replanteó, de forma mucho más grave, el problema colonial. En Febrero de 1898, el crucero estadounidense Maine, fondeado en la bahía de la Habana, hizo explosión. La prensa de este país, movida por los intereses imperialistas de los magnates, atribuyó el hundimiento a un sabotaje español, convirtiéndose el hecho en pretexto para la guerra hispano-estadounidense. La contienda se decidió en el mar y fue breve. Fue declarada en Abril y entre el uno de Mayo y comienzos de Agosto, se produjo la triple derrota española en Cavite, Manila y Santiago de Cuba. En Agosto, se firmó un armisticio que precedió a la paz de París, Diciembre de 1898, por la que España pierde sus últimos grandes territorios coloniales. Seguidamente, para evitar males mayores, vendió el pequeño rosario de islas del Pacífico.
2. Las consecuencias inmediatas de la derrota: la gestación de la crisis del 1898.
Esta humillante derrota frente a Estados Unidos en una guerra hecha principalmente por una cuestión de honor se fue convirtiendo, con el paso del tiempo, en todo un símbolo del absoluto declive español:
Desde la perspectiva económica, la derrota no supuso un Desastre, más bien al contrario: La Hacienda salió reforzada de las indemnizaciones compensatorias que pagó el vencedor y de las ventas realizadas, no se perdieron instantáneamente los mercados y se produjo una beneficiosa repatriación de capitales.
Las repercusiones sociales y políticas del Desastre fueron importantes, pero pasajeras. El saldo de víctimas fue de 50.000 muertos, todos hijos de las clases pobres que no podían pagar la redención monetaria exigida por las autoridades para librarse del reclutamiento. Entre las clases medias civiles, se hizo sentir el descontento, ya que sentían que sobre sus bolsillos recaerían las principales repercusiones del desaguisado cubano.
Tuvieron lugar, en el plano político, destituciones de mandos del ejército, descrédito de los partidos dinásticos, especialmente del liberal, entonces en el gobierno, en tanto las fuerzas antidinásticas (republicanismo, socialismo y, especialmente el catalanismo) cobraban un cierto pero aún no inquietante vigor. En suma, no se produjo ninguna gran crisis política tras la derrota de 1898. No obstante, algunos de los gobernantes de la primera década del Siglo XX, primero Maura, luego Canalejas, entre 1902 y 1912, intentaron aplicar a la política las ideas
regeneracionistas, una corriente muy crítica con el sistema político y la cultura española decimonónicas. Además, la derrota de Cuba estimuló el crecimiento inicial de los movimientos nacionalistas, sobre todo el catalán, donde se denunciaba la incapacidad de los partidos dinásticos para desarrollar una política renovadora y descentralizadora.
Pero el Desastre de 1898 fue, ante todo, el comienzo de transformaciones culturales de más largo alcance. De un lado, las actitudes regeneracionistas, aún débiles antes del cambio de siglo, entraban desde ahora en pleno auge. El pensamiento regeneracionista podría expresarse así: la transformación propuesta por las clases medias más progresistas, que tuvo un arranque en el Sexenio Democrático, se había hecho inviable porque la voluntad popular estaba secuestrada por la oligarquía mediante las prácticas caciquiles. Era fundamental acabar con el caciquismo para que el pueblo apoyase a «los mejores», en lugar de sustentar a un poder corrupto. La crisis de 1898 agudizó la crítica regeneracionista. Esta defendía la necesidad de mejorar la situación del campo español y de elevar el nivel educativo y cultural del país, como refleja el lema de Joaquín Costa: Aescuela y despensa@.
Por su parte, los jóvenes intelectuales de la siguiente generación, conocida como la <<Generación del 98>>, o mejor, la generación de fin de siglo (Unamuno, Maeztu, Azorín, Pío Baroja, Antonio Machado, Valle-Inclán, etc.), iniciaron una crítica implacable al Estado y la sociedad con el positivo fin de movilizarla. Encarnaban estos jóvenes intelectuales de fin de siglo, el despertar de España, demostrando una muy viva preocupación por la revitalización de la conciencia nacional en todos sus niveles.
En conclusión, la crisis de 1898 fue fundamentalmente una crisis moral e ideológica. La derrota sumió a la ciudadanía consciente y a la clase política española en un estado de desencanto y de frustración, porque significó la destrucción final del mito del Imperio español (en un momento en que las grandes potencias europeas estaban ultimando la construcción de grandes imperios coloniales) y la plena confirmación de España como potencia secundaria e incluso marginal. En conjunto, las consecuencias esenciales de la crisis fueron:
– El Desastre del 98 provocó, principalmente en el ámbito intelectual, una profunda crisis de la conciencia nacional, una intensa reflexión sobre España y su significación en la historia, que se plasmó en una producción literaria, ensayística y artística de gran calidad que fue la base de una intensa y continuada renovación de la cultura española, condicionándola decisivamente a lo largo de todo el Siglo XX.
– El Desastre del 98 generó en lo político y en lo social, exigencias de cambio, de reforma, de regeneración de España. El regeneracionismo coincidió con la irrupción de los nacionalismos periféricos, catalán y vasco, en la política española y, asimismo, con el agotamiento biológico de la vieja generación de políticos fundadores de la Restauración y con la aparición de una nueva generación de políticos renovadores, entre los que se encontraron Maura y Canalejas, dispuestos a ensayar la democratización del sistema. La cuestión catalana cambió la política. Reveló la inadecuada estructuración de la organización política del Estado. El catalanismo hizo de la necesidad de la reforma profunda del modelo de administración territorial el hecho esencial de la vida política española, proponiendo la descentralización del Estado.
El Desastre del 98, en consecuencia, reveló las limitaciones del régimen de la Restauración fijando, además, la agenda sustancial de cuestiones que iban a interesar a los españoles durante buena parte del Siglo XX.