Restauración Española (1874-1898): Bipartidismo, Desarrollo Económico y Crisis Colonial

La Restauración (1874-1898): Un Nuevo Orden Político y Social

Tras el convulso Sexenio Democrático (1868-1874), la Restauración borbónica, iniciada en 1874, supuso un periodo de estabilidad política y crecimiento económico, aunque también de profundas contradicciones sociales y territoriales. La memoria del Sexenio, con la experiencia republicana, quedó desacreditada, pero la Restauración no implicó un retorno al absolutismo, sino una evolución conservadora de la revolución de 1868.

El Proyecto de Cánovas del Castillo y el Sistema Bipartidista

En diciembre de 1874, Alfonso XII, desde Sandhurst, se presentó como un «buen español», católico y liberal, buscando la concordia y la estabilidad bajo una monarquía constitucional. Este proyecto, liderado por Antonio Cánovas del Castillo, buscaba un sistema estable con un poder civil fuerte, partidos políticos capaces de alternarse en el gobierno y un Estado centralizado con una Constitución flexible (soberanía compartida entre la Corona y las Cortes). Se buscaba compatibilizar valores tradicionales (familia, religión, propiedad) con cierto intervencionismo estatal en favor de las clases necesitadas.

El pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto precipitó la Restauración. Cánovas, con una visión ambiciosa, logró pacificar el país tras la derrota carlista (1876) y el fin de la Guerra de Cuba (Paz de Zanjón, 1878), combinando la acción militar con concesiones políticas (reformas administrativas, indultos, abolición de la esclavitud en 1880).

La Constitución de 1876, conservadora y flexible, reflejaba las ideas de Cánovas. Aunque inicialmente se derogaron derechos y libertades (matrimonio civil, jurado, libertad de cátedra) y se abolieron los fueros vascos (compensados con los Conciertos Económicos), con el tiempo se reintrodujeron derechos (reunión, imprenta, asociación) y se restableció el sufragio universal. Se promovió una tímida descentralización (Mancomunidades de provincias, 1913).

El sistema se basó en el bipartidismo, con el Partido Conservador de Cánovas y el Partido Liberal de Práxedes Mateo Sagasta alternándose en el poder. Este «turno pacífico» se consolidó con el Pacto de El Pardo (1885), asegurando la estabilidad durante la Regencia de María Cristina. Se evitó la aparición de «terceros partidos» relevantes, y las disidencias internas (Gamazo, Silvela) no amenazaron el sistema. La oposición (republicanos, carlistas) estaba dividida y debilitada. El socialismo (PSOE, fundado en 1879, y UGT) tuvo un desarrollo lento, sin representación parlamentaria hasta 1910.

Desarrollo Económico y Modernización

La Restauración coincidió con un periodo de modernización y desarrollo industrial, especialmente en Cataluña, País Vasco y Asturias. Aunque la agricultura seguía siendo importante, hubo un auge de las exportaciones de vino (1876-1886) y la consolidación de una agricultura de exportación (cítricos en Valencia, vinos de Jerez). El crecimiento demográfico, la mejora de las condiciones higiénicas y el fin de las guerras impulsaron el crecimiento de la población.

Madrid se consolidó como centro financiero y comercial, Barcelona experimentó un gran dinamismo económico y cultural, y ciudades como San Sebastián y Santander se convirtieron en centros turísticos. Se produjo una modernización generalizada, con la incorporación de servicios y avances en muchas ciudades.

El Movimiento Obrero y los Nacionalismos Periféricos

El avance industrial impulsó el movimiento obrero. Aunque la UGT socialista tuvo inicialmente poca fuerza, el anarquismo (FRE, luego FTRE) tuvo mayor arraigo, con episodios de violencia terrorista. En Barcelona surgió Solidaridad Obrera (1907), germen de la CNT (1910). La UGT se fortaleció con sindicatos de industria (minero asturiano, metalúrgico vizcaíno). El nacionalismo vasco creó Solidaridad de Obreros Vascos (1911), y la Iglesia impulsó el sindicalismo católico (Sindicatos Libres Católicos, 1912; Confederación Nacional Católico-Agraria, 1916).

Se aprobaron leyes sociales: Ley de Accidentes de Trabajo (1900), Ley del Trabajo de Mujeres y Niños (1900), Instituto de Reformas Sociales (1903), descanso dominical (1904), inspección del trabajo (1906), tribunales industriales (1908), Ley de Huelgas e Instituto Nacional de Previsión (1909), prohibición del trabajo nocturno femenino (1912) y jornada de ocho horas (1919).

Los nacionalismos periféricos emergieron como un desafío al Estado centralizado. En Cataluña, el catalanismo cultural y político se desarrolló (Valentí Almirall, Centre Catalá; Unió Catalanista, Bases de Manresa; Lliga Regionalista, 1901). En el País Vasco, Sabino Arana fundó el nacionalismo vasco (PNV), basado en la raza, la religión y la idealización del mundo rural. En Galicia, el galleguismo tuvo un desarrollo más lento.

La Crisis del 98 y el Fin de una Época

Oligarquía, Caciquismo y Desgaste del Sistema

El sistema canovista, basado en la oligarquía y el caciquismo, garantizaba la estabilidad a corto plazo, pero era artificial y frágil. El poder se concentraba en una élite (alta burguesía, clases medias acomodadas), y el caciquismo, con la falsificación de elecciones y el clientelismo, aseguraba el control del sistema. Los partidos dinásticos, especialmente el Partido Liberal, eran una alternativa «domesticada». Este sistema dejó a la Monarquía sin un apoyo social amplio.

El Desastre del 98: Pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas

La crisis de 1898, con la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas), reveló las debilidades del sistema. Tras la Guerra de Independencia (1808), el imperio colonial español se había ido reduciendo. La primera guerra de Cuba (1868-1878), iniciada con el «Grito de Yara» por Carlos Manuel Céspedes, no se resolvió con la Paz de Zanjón. La segunda guerra («Guerra Chiquita», 1879) fue reprimida, y en 1895 estalló la tercera guerra, liderada por José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez. En Filipinas, la insurrección liderada por José Rizal y Andrés Bonifacio fue reprimida, pero continuó con Emilio Aguinaldo.

Estados Unidos, con intereses económicos en Cuba, intervino en la guerra en 1898. Tras el incidente del acorazado «Maine», declaró la guerra a España. Las derrotas en Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba llevaron a la Paz de París (1898), por la que España cedió Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos. En 1899, España vendió a Alemania sus últimas posesiones en el Pacífico.

Consecuencias del 98: Crisis de Conciencia y Regeneracionismo

El «Desastre del 98» tuvo profundas consecuencias económicas (pérdida de mercados, endeudamiento) y, sobre todo, provocó una crisis de conciencia nacional. Surgió el Regeneracionismo, un movimiento intelectual y político que denunciaba los males del país y proponía reformas. Joaquín Costa criticó la «oligarquía y el caciquismo». La literatura del 98 (Unamuno, Azorín, Baroja, Machado) reflejó la crisis moral y la necesidad de regeneración. Los nacionalismos periféricos se fortalecieron, evidenciando la fragilidad de la vertebración territorial del Estado.

El 98 marcó el fin de una época y el inicio de un nuevo siglo, con nuevos desafíos y la necesidad de repensar el modelo político y social de España.

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