La Restauración
La Restauración es un periodo posterior a la derrota de Napoleón.
Legitimismo
El legitimismo defiende la igualdad social y analiza la relación iglesia-estado, para garantizar los derechos legítimos de los monarcas absolutos del antiguo régimen.
El Congreso de Viena
El sistema de la Restauración se diseñó en el Congreso de Viena (1814-1815), cuyo objetivo era restablecer el equilibrio entre las potencias europeas. La figura clave fue el canciller austriaco Metternich. Para ello, se diseñó un nuevo mapa de Europa y se formó la Cuádruple Alianza (1815) entre Austria, Rusia, Prusia y Gran Bretaña. Una alianza militar para defender el orden creado por el Congreso de Viena. Francia se incorporó en 1818 (Quíntuple Alianza).
La Santa Alianza
Se crea tras la derrota de Napoleón. Se trataba de una unión entre Rusia, Austria y Prusia con un fin diferente a las demás alianzas del Congreso de Viena. Esta perseguía el mantenimiento del absolutismo y la defensa frente a la amenaza liberal. Su principal actuación tuvo lugar en España en 1823, dando envío a los Cien Mil Hijos de San Luis, para acabar con el régimen constitucional y devolver el poder absoluto a Fernando VII.
Liberalismo y Nacionalismo
La vuelta al régimen ya no era posible en muchos países, ya que las poblaciones de estos reinos habían luchado por liberarse de la ocupación francesa y habían sido inundadas con ideas revolucionarias sobre la soberanía nacional y los derechos del hombre, por lo que ya no se consideraban súbditos sino ciudadanos. Consideraban que sus países no eran reinos sino naciones, es decir, comunidades formadas por personas a las que unían lazos históricos y culturales. Hasta 1848 hubo tres oleadas revolucionarias. La pugna entre el viejo y el nuevo orden político y social se saldó a favor de la causa liberal y nacionalista.
La Revolución de 1820-25
Comienza en España con el pronunciamiento de Riego que dio inicio al Trienio Constitucional. Tuvo características peculiares: las causas de estos movimientos fueron el antiabsolutismo y el nacionalismo. Las nuevas formas de lucha mediante sociedades secretas de inspiración liberal. La importancia del ejército, bien fuera en apoyo del levantamiento o para su represión. El fracaso de las revoluciones por la reacción interna o por la intervención de la Santa Alianza. Así, las revoluciones de España, Portugal y algunos estados italianos respondían al intento de cambiar la situación política a favor de una monarquía constitucional. En el caso de la América española, los nativos reclamaron el autogobierno y la independencia. Grecia, sometida al imperio turco, había desarrollado un sentimiento nacional durante décadas. El tratado de Adrianópolis de 1829 supuso la concesión de la independencia. En 1830, las principales potencias europeas firmaron el protocolo de Londres, su objetivo era someter el país a sus intereses, pero el resultado abrió un periodo de inestabilidad.
Revolución de 1830 e Independencia de Bélgica
La oleada revolucionaria de 1830 empezó en Francia y se extendió a Bélgica y Polonia. Fue una revolución liberal como las anteriores, con un destacado componente nacionalista. Comenzó en París en medio de una crisis agrícola y financiera y la presión de los partidos de Luis Felipe de Orleans para cambiar la dinastía de los Borbones. Las «tres gloriosas jornadas» del 18, 29 y 30 de junio obligaron al rey a exiliarse. Se iniciaba así el reinado de Luis Felipe de Orleans, pero una vez en el poder se alejó de los principios liberales y fue aumentando sus tendencias autoritarias. Bélgica formaba con Holanda el reino de los Países Bajos desde 1815. El levantamiento belga fue apoyado por Reino Unido y Francia. Este movimiento tuvo éxito y Bélgica alcanzó su independencia en 1831. Polonia se levantó contra el poder absoluto del zar Alejandro I. En otras zonas de Europa, los movimientos revolucionarios tuvieron carácter nacional, pero no lograron el éxito. En los estados alemanes, italianos y suizos, las sociedades secretas tuvieron un importante papel. Las revueltas en Italia fracasaron por la intervención del ejército austriaco.
Revolución Democrática y Nacional de 1848
La revolución de 1848 se debió a un conjunto de causas económicas, de política internacional y sociales. La revolución comenzó en Francia por la prohibición de unos actos revolucionarios en París. La presión popular obligó a Luis Felipe de Orleans a abdicar y el 24 de febrero se proclamó la Segunda República. El nuevo gobierno adoptó medidas de carácter revolucionario: convocó elecciones por sufragio universal masculino, abolió la esclavitud, creó los talleres nacionales y redujo la jornada laboral a 10 horas y reconoció el derecho a huelga. Los propietarios querían orden y aprovecharon la candidatura de Luis Napoleón como presidente de la república, cargo que alcanzó en 1849. En 1851 dio un golpe de estado, se autotituló emperador Napoleón III y asumió plenos poderes. En la península italiana, la revolución se basó en la petición de constituciones liberales, el sufragio universal y el fin de la ocupación austriaca. En los estados alemanes, las revueltas sociales se extendieron a varios territorios, lo que obligó a convocar un parlamento alemán. En el imperio austriaco, el emperador Francisco José I tuvo que hacer frente a los movimientos nacionalistas de húngaros y checos. El balance de este proceso revolucionario fue diferente de las oleadas revolucionarias anteriores: aunque fue una revolución liberal y nacionalista, por primera vez se unieron movimientos socialistas, la idea lógica de la lucha obrera. Cerró el ciclo revolucionario liberal iniciado en Francia en 1789 y en el resto de Europa en 1820. Supuso el definitivo fracaso de los movimientos revolucionarios liberales. Pero fue un fracaso relativo, pues se alcanzaron algunos objetivos: se logró el sufragio universal masculino en Francia y la abolición de la servidumbre en Austria y se fortaleció el nacionalismo en los territorios italianos y alemanes.
El Nacionalismo en la Europa del S.XIX
La nación, en su sentido político, surgió durante las guerras que tuvieron lugar en Europa en tiempos de la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico, al rechazar las naciones ocupadas por Francia la presencia extranjera en su territorio. El sentimiento nacional, influido por el espíritu romántico, se nutrió de la exaltación de la identidad propia: una lengua, historia, cultura y religión comunes. Y en muchos casos, la conciencia nacional se reforzó por la lucha contra estados opresores, ocupantes o administradores.
Los Nacionalismos Disgregadores
Una parte de los movimientos nacionalistas tuvieron un carácter desintegrador, es decir, pretendían separarse de una unidad política más grande y formar su propio estado. Los nacionalismos disgregadores fueron muy intensos, pero a lo largo del siglo XIX, solo tuvieron éxito en Bélgica, que se separó de los Países Bajos, y en Grecia, que se independizó del Imperio Otomano. También lograron la independencia o la autonomía diversos territorios balcánicos que se disputaron el Imperio Ruso, Turco y Austro-Húngaro.
Los Nacionalismos Unificadores
Otro tipo de movimientos nacionalistas fueron de integración, es decir, pretendían unirse en un solo estado diversos territorios que eran independientes o que estaban bajo dominio de otro Estado. Los dos casos más destacados fueron las unificaciones de Italia y Alemania. Entre ambas hay muchas semejanzas: la expansión económica y la unión comercial, la formación de movimientos de jóvenes patriotas románticos, los reyes Víctor Manuel II y Guillermo I dirigen el proceso, con el apoyo de la burguesía, del ejército y sus jefes de gobierno Cavour en Italia y Bismarck en Alemania.
La Unificación Italiana
El proceso de unificación fue planteado en las distintas revoluciones que tuvieron lugar de 1820 a 1848. El proceso se desarrolló en tres fases:
1ª Fase (1849-60)
Desde 1848, Víctor Manuel II de Saboya dirigió el proceso unificador. Se alió con Francia para luchar contra Austria. Austria fue derrotada en las batallas de Magenta y Solferino. El temor de Francia a Prusia, aliada de Austria, redujo el alcance de los acuerdos: el Piamonte solo recibió algunos territorios de Lombardía. En 1860 se produjo la anexión de Parma, Módena y Romaña al Piamonte. Se creó un parlamento común para las zonas de Italia que dominaba Víctor Manuel II y que se declaró parlamento italiano.
2ª Fase (1860-65)
Se centró en la campaña de incorporación de Sicilia. Cavour contó con el apoyo de Garibaldi. Cavour aprovechó el descontento campesino y envió a Sicilia los mil «camisas rojas». Sicilia, en el sur, y las Marcas y Umbría en el centro de Italia fueron incorporadas al reino de Piamonte. El nuevo parlamento reconocía a Víctor Manuel II como rey de Italia.
3ª Fase (1865-70)
Solo faltaba incorporar los Estados Pontificios y el Véneto al nuevo estado italiano. La guerra de Prusia e Italia contra Austria finalizó con la derrota austriaca que cedió Venecia a Italia. Roma quedó unida a Italia y se proclamó capital del nuevo estado.
La Unificación Alemana
El parlamento de Frankfurt propuso unificar Alemania en forma de monarquía constitucional con el rey de Prusia en el trono, pero el monarca prusiano rechazó la propuesta. La unificación pasó por tres fases:
1ª Fase (1859-65)
Los estados alemanes, excepto Austria, habían formado en 1834 una unión aduanera para fomentar la cooperación económica. Prusia era el principal estado alemán y pretendía liderar el proceso de unificación, para lo que inició un proceso de industrialización, de reforzamiento del ejército y de reformas políticas. En 1862, Bismarck fue nombrado canciller de Prusia. Era un defensor de la autoridad del rey y del predominio social de la aristocracia terrateniente.
2ª Fase (1865-69)
Prusia se enfrentaba a la rivalidad de Austria. Aprovechando que Austria estaba ocupada con la rebelión de los estados italianos, Bismarck propició la invasión del ducado austriaco del Holstein por Prusia. La derrota de Austria en la batalla de Sadowa materializó la anexión y creación de la Confederación de la Alemania del Norte.
3ª Fase (1870-71)
Bismarck firmó una alianza militar con los estados alemanes del sur. También provocó una guerra con Francia, la cual fue derrotada en Sedán. Como resultado, Alemania se anexionó Alsacia y Lorena. Nació así el Segundo Imperio Alemán o II Reich.