Sexenio Revolucionario y Restauración Borbónica: Transformación y Crisis en España (1868-1898)

El Sexenio Revolucionario (1868-1874)

Introducción

Los seis años que van de 1868 a 1874 tienen en común las ansias de crear un verdadero sistema democrático en España, ya que el largo reinado de Isabel II había consolidado en nuestro país un liberalismo doctrinario en el que solo mandaba una oligarquía económico-militar. No obstante, los esfuerzos democratizadores que se dan en el convulso Sexenio Revolucionario se ven frenados por los problemas políticos, económicos y sociales: en 1868 estalla una revuelta independentista en Cuba y el anarquismo irrumpía con fuerza de la mano de Giuseppe Fanelli y la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). De forma paralela, se estaban produciendo en nuestro país grandes transformaciones en el campo y la agricultura, intentos de industrialización, la implantación del ferrocarril y la creación de una sociedad de clases.

La Revolución de 1868: La Gloriosa

Los últimos años del reinado de Isabel II estarán marcados por la inestabilidad, la corrupción y los escándalos financieros. Por esto, progresistas, demócratas y la Unión Liberal unen sus esfuerzos para derribar el trono de Isabel II, firmando en 1866 el Pacto de Ostende. El esperado pronunciamiento en pos de “una España con honra” se produjo en septiembre de 1868, comenzando en Cádiz, donde se alza la flota al mando de Topete, aunque los directores de la sublevación son los generales Prim y Serrano. Este último derrotará a las tropas del marqués de Novaliches en la batalla de Alcolea. El levantamiento se generalizó e Isabel II huyó a Francia: había triunfado la llamada Revolución Gloriosa. Al mismo tiempo, se propagó por todo el país una revolución popular constituyéndose Juntas Revolucionarias que defendían medidas como el sufragio universal, la abolición de los consumos (impuestos indirectos que gravaban los bienes de primera necesidad) o las quintas… Se acababa así, con la vergonzosa “Corte de los milagros” y se pasaba a un nuevo tercio lleno de esperanzas en nuestro “Ruedo Ibérico”, utilizando términos de Valle-Inclán.

El Gobierno Provisional (1868-1870)

El gobierno que sale de la “Gloriosa” está compuesto por unionistas y progresistas como Sagasta, Laureano Figuerola (quien implantó la peseta) y Manuel Ruiz Zorrilla, siendo sus hombres fuertes Serrano y Prim. Pronto restablecerá el orden y promulgará decretos liberales que incluían las principales reivindicaciones de las juntas revolucionarias: libertades de imprenta, asociación, enseñanza y culto, liberalismo económico, supresión de los consumos, sufragio universal masculino para mayores de 25 años, medidas anticlericales y la convocatoria de Cortes Constituyentes. Las elecciones se celebraron en 1869, dando un triunfo aplastante a la coalición oficial de Progresistas, Demócratas y Unionistas. Por la derecha quedaron en la oposición carlistas e isabelinos, mientras que por la izquierda, los republicanos. Tras arduas discusiones parlamentarias se aprobó la Constitución de 1869, sin duda la más democrática del siglo XIX. Ya no se dudó en aceptar la soberanía nacional ni el sufragio universal masculino, aunque se seguía olvidando a las mujeres. Da una amplia declaración de derechos, delimita claramente los poderes y establece la libertad de cultos y un sistema bicameral.

De todo este proceso salía un gobierno dirigido por el progresista Prim y un regente en la persona del unionista Serrano que tendría cuatro grandes problemas:

  • El rechazo de los industriales catalanes ante la política librecambista
  • La Guerra de los Diez Años” (1868– 1878) a favor de la independencia de Cuba (“grito de Yara”, 10 de octubre), acaudillada por Carlos Manuel Céspedes
  • Las sublevaciones a favor de una república Federal por Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía
  • Y la búsqueda de un rey debido a que la Constitución había definido a España como una “monarquía democrática y parlamentaria”. Dicha búsqueda resultó ser una tarea compleja. Hubo diversos candidatos que levantaron no pocas querellas dentro y fuera de España, como el alemán Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen (cuyo difícil apellido hacía que en los ambientes castizos se le conociera como “Leopoldo olé olé si me eliges”), el duque de Montpensier, el autodenominado Carlos VII o el futuro Alfonso XII. Finalmente Prim pudo lograr, con el apoyo de los progresistas, que el elegido fuera Amadeo de Saboya, hijo del rey constitucional de Italia, Víctor Manuel II.

La Monarquía de Amadeo de Saboya (1870-1873)

Amadeo de Saboya (1870-1873) fue un monarca que, aunque nunca contó con el favor de sus súbditos, dejó claro su máximo respeto a la Constitución. Sin embargo, nada fue fácil para él, pues tres días antes de desembarcar en España, había sido asesinado su principal valedor, el general Prim. Dicha muerte provocó, además, la división de los progresistas entre los “constitucionales” de Sagasta y los “radicales” de Ruiz Zorrilla. En el primer gobierno de Amadeo, presidido por Serrano, ya se advierten las divergencias al proponer este al monarca la suspensión de las garantías constitucionales. En un castellano apenas aprendido, con la frase «Mí, contrario», Amadeo I, en defensa de la Constitución, rechaza la propuesta. Mientras, el sistema se debilitaba, con el telón de fondo de los conflictos cubano y carlista y el lastre que suponían las escasas simpatías que despertaba un monarca extranjero. En febrero de 1873 el Congreso aprobaba una ley propuesta por el gobierno y a la que se oponía el monarca, lo que sirvió de pretexto al italiano para firmar su renuncia a la corona.

La I República Española (1873-1874)

El 11 de febrero de 1873, el Congreso y el Senado, en sesión conjunta, proclamaban la República Española. Su primer Presidente, Figueras, formó un gobierno apoyado en republicanos y radicales. El gobierno convocó elecciones, donde los republicanos federales obtuvieron un aplastante triunfo con el 91% de los votos. Proclamada por las nuevas Cortes la República Federal, pasa a la Presidencia Pi y Margall, el gran teórico del Federalismo. A pesar de la holgada mayoría parlamentaria no le resultó fácil la formación de gobierno, ya que el partido se dividió pronto en tres tendencias. Por si fuera poco, en julio estalló el movimiento cantonalista, resultado de la unión del federalismo más radical y de grupos obreros. La desunión política ocasionó la dimisión de Pi y Margall, siendo elegido nuevo presidente, el almeriense Nicolás Salmerón. Sus primeras decisiones pretenden frenar el avance de los carlistas y contener el movimiento cantonal, que ya se extendía de Levante a Andalucía, con especial relevancia en Cartagena. Medidas represoras hacen perder a Salmerón el respaldo de las Cortes, por lo que, argumentando su negativa a firmar unas penas capitales, dimite en septiembre. Le reemplaza Castelar, que representa la opción más derechista del republicanismo, la unitaria. Investido de poderes extraordinarios, suspende las garantías constitucionales y recorta libertades. Poco después, las tropas gubernamentales controlan Málaga, quedando sólo el combativo cantón de Cartagena, que pudo resistir hasta 1874. No obstante, no se obtendrá igual éxito en el enfrentamiento con los carlistas y los cubanos.

Conclusión: El Fin del Sexenio y el Inicio de la Restauración

Ante el convulso periodo republicano, la madrugada del 3 de enero de 1874, el general Pavía disolvía la Asamblea con la ayuda de la Guardia Civil, terminando con la experiencia republicana y dando lugar a la regencia del viejo Serrano durante 1874, “el año sin historia” para el historiador Jover Zamora. Esto supuso el fracaso del primer intento democrático en España e inició una nueva etapa en la que se consolidará el estado liberal, denominada “Restauración”. El artífice de la vuelta de los Borbones fue Antonio Cánovas del Castillo, que consiguió la abdicación de Isabel II en su joven hijo Alfonso y elaboró un manifiesto que el príncipe envió al país donde prometía ausencia de represalias y un gobierno constitucional. Esta cuidadosa preparación se vio trastocada por el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto a finales de 1874, proclamando el retorno borbónico. El reinado de Alfonso XII, basado en el turnismo y la Constitución de 1876, pacificaría el país (al terminar con la primera guerra de Cuba en 1878 y con la última guerra carlista en 1876) aunque vería florecer los regionalismos y un combativo movimiento obrero.

El Regreso de la Dinastía Borbónica: La Restauración Alfonsina

La preparación de la restauración alfonsina

El principal impulsor de la restauración de la monarquía fue Antonio Cánovas del Castillo, quien en 1870 consiguió que Isabel II abdicara en su hijo Alfonso XII. Para darle una base social al proyecto, creó el Partido Alfonsino, atrayendo a monárquicos descontentos, clases altas y el Ejército bajo el lema «Paz y orden».

En diciembre de 1874, Alfonso XII publicó el Manifiesto de Sandhurst, en el que defendía una monarquía constitucional. Poco después, el general Martínez Campos dio un golpe de Estado en Sagunto, proclamando rey a Alfonso XII.

Un programa de autoridad y orden

Los conservadores apoyaron el regreso de la monarquía con la esperanza de recuperar la estabilidad. El sistema político de la Restauración se basaba en cuatro pilares:

  1. Constitución de 1876: flexible y de inspiración moderada.
  2. La Corona: el rey era árbitro político y garantizaba la alternancia de partidos.
  3. Partidos dinásticos (Conservador y Liberal): se turnaban en el poder mediante elecciones manipuladas.
  4. El Ejército: se le alejó de la política, pero conservó independencia en sus asuntos internos.

La Constitución de 1876

Defendía los valores tradicionales y dejaba la soberanía en manos del Rey y las Cortes. El monarca tenía poder ejecutivo y legislativo compartido. Se establecieron dos cámaras:

  • Congreso de los Diputados, elegido por los ciudadanos.
  • Senado, con miembros designados por el rey o por su relevancia social.

El sufragio quedó pendiente de regulación: en 1878 se fijó el sufragio censitario y en 1890 el sufragio universal masculino. Se reconocían derechos y libertades, pero su aplicación dependía de leyes restrictivas.

Bipartidismo y alternancia en el poder

El sistema se basaba en dos partidos que se turnaban en el gobierno:

  • Partido Liberal-Conservador de Cánovas, apoyado por terratenientes e Iglesia.
  • Partido Liberal-Fusionista de Sagasta, con más profesionales y burgueses.

Ambos aceptaban las reglas del sistema y no se anulaban leyes entre sí. El rey decidía cuándo debía haber un cambio de gobierno.

Fraude electoral y caciquismo

El turno dinástico solo era posible gracias al fraude electoral, dirigido por el ministro de Gobernación y ejecutado por los caciques. Se falsificaban votos, se coaccionaba al electorado y se manipulaban los resultados.

Los caciques, con poder económico y político, controlaban la vida de los pueblos y distribuían favores a cambio de votos. Esto permitía que el gobierno siempre ganara las elecciones.

Los gobiernos del turno

El turno funcionó hasta 1898, cuando la crisis del 98 debilitó a los partidos dinásticos. Pese a ello, el sistema se mantuvo hasta 1923.

  • Conservadores (Cánovas): aprobaron la Constitución de 1876.
  • Liberales (Sagasta): promovieron reformas como el sufragio universal masculino (1890), la abolición de la esclavitud, y la legalización de sindicatos.

La oposición marginada del sistema

Aunque algunos grupos entraron en el Parlamento, la oposición real (republicanos, carlistas, socialistas y regionalistas) quedó excluida del poder.

El carlismo y los partidos integristas

Los carlistas, tras su derrota militar, intentaron presentarse como la única opción política verdaderamente católica, pero sin éxito. Se dividieron en:

  • Carlismo tradicionalista, que aceptó el sistema con algunas condiciones.
  • Integristas de Nocedal, que rechazaban todo el liberalismo.

A finales del siglo XIX, los carlistas participaron en elecciones, pero solo fueron fuertes en Navarra, País Vasco y Cataluña.

El republicanismo

Tras el fracaso de la Primera República (1873-1874), el republicanismo se dividió:

  • Republicanos posibilistas (Castelar): aceptaron la monarquía y entraron en el juego político.
  • Republicanos progresistas (Ruiz Zorrilla): intentaron derrocar la Restauración con pronunciamientos en 1883 y 1886.

Conclusión

El sistema de la Restauración garantizó la estabilidad política durante décadas, pero se basaba en fraude electoral, caciquismo y exclusión de la oposición. Esto lo hizo vulnerable a la crisis del Desastre del 98 y a los movimientos sociales del siglo XX, que acabarían con el sistema en 1923 con la dictadura de Primo de Rivera.

Las guerras coloniales: Cuba y Filipinas

El malestar cubano

A finales del siglo XIX, España todavía conservaba algunas colonias en el Caribe y el Pacífico, siendo Cuba una de las más importantes debido a su economía basada en el azúcar de caña, el café y el tabaco, productos destinados a la exportación. Además, la isla recibía un gran flujo de emigración española y representaba una fuente importante de ingresos para el Estado español y las empresas peninsulares.

Sin embargo, el comercio cubano estaba limitado por los aranceles impuestos por España, que obligaban a la isla a comprar productos españoles a precios elevados, dificultando su comercio con otros países, especialmente con Estados Unidos, que era el principal comprador de sus exportaciones. Esta situación generó un creciente malestar en la población cubana.

Tras la Paz de Zanjón de 1878, se prometieron reformas como la autonomía cubana y la abolición de la esclavitud, además de la presencia de diputados cubanos en el Parlamento español. Sin embargo, estas medidas no se aplicaron de manera efectiva. En la isla se formaron distintos grupos políticos con posturas enfrentadas:

  • El Partido Unión Constitucional, formado por españoles y latifundistas azucareros, que se oponían a cualquier cambio y defendían la continuidad del dominio español.
  • El Partido Liberal Cubano, integrado principalmente por criollos, que buscaban mayor autonomía para la isla dentro de España.
  • El Partido Revolucionario Cubano, fundado en 1892 por José Martí, con un claro objetivo independentista.

Los políticos españoles, en su mayoría, se negaban a conceder la autonomía a Cuba. A pesar de algunas reformas impulsadas por los liberales de Sagasta, como la abolición de la esclavitud en 1880, las medidas eran insuficientes. En 1893, el conservador Antonio Maura propuso el Plan de Reformas Coloniales, pero fue rechazado en el Parlamento por su propio partido.

El malestar en Cuba aumentó cuando en 1891 se impuso un nuevo arancel que beneficiaba a España pero perjudicaba a los productores cubanos y a Estados Unidos, que adquiría el 88 % de las exportaciones cubanas pero debía pagar altos impuestos por los productos que enviaba a la isla. La situación era cada vez más tensa, y el temor a una nueva insurrección, apoyada por EE.UU., crecía en España.


La guerra de Cuba (1895-1898)

El conflicto comenzó con la insurrección independentista en febrero de 1895, cuando se produjo el Grito de Baire en la parte oriental de la isla. Los líderes rebeldes José Martí, Antonio Maceo y Máximo Gómez lograron extender la guerra a la parte occidental.

El gobierno español respondió enviando un gran ejército, dirigido primero por el general Martínez Campos, pero este no logró detener a los independentistas. En enero de 1896, fue sustituido por el general Weyler, quien adoptó una estrategia mucho más dura:

  • Intensificó la ofensiva militar.
  • Creó campos de concentración para aislar a los campesinos de los insurgentes.
  • Aplicó una política de tierra quemada, destruyendo plantaciones, ingenios de azúcar y vías férreas, lo que afectó gravemente la economía de la isla.

Estas medidas causaron un gran número de muertes, tanto entre los combatientes como en la población civil, debido a la falta de alimentos y asistencia médica.

En 1897, tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno liberal trató de aplicar una estrategia de conciliación:

  • Relevó a Weyler y lo sustituyó por un mando más moderado.
  • Concedió en noviembre de 1897 una autonomía a Cuba.
  • Se estableció el sufragio universal masculino y la igualdad de derechos entre cubanos y peninsulares.

Sin embargo, las reformas llegaron demasiado tarde. Los independentistas, con el apoyo de Estados Unidos, no aceptaron la autonomía y continuaron con la lucha.


La insurrección de Filipinas

En Filipinas, la presencia española era más débil que en Cuba y se centraba principalmente en las órdenes religiosas, la explotación de recursos naturales y el comercio con China.

El movimiento independentista filipino surgió con José Rizal, fundador de la Liga Filipina en 1892, que defendía reformas pacíficas. Sin embargo, su persecución llevó al surgimiento de un grupo más radical, el Katipunan, que inició una insurrección armada en 1896.

Aunque en un primer momento el conflicto parecía haberse calmado gracias a negociaciones y una disminución de la represión, la situación se agravaría con la intervención de Estados Unidos en 1898.


La intervención de Estados Unidos (1898)

Estados Unidos, bajo la presidencia de William McKinley, se presentó como defensor del pueblo cubano ante las atrocidades del ejército español. La tensión aumentó cuando, en febrero de 1898, explotó el buque de guerra estadounidense Maine en el puerto de La Habana. Aunque las causas de la explosión no estaban claras, EE.UU. culpó a España y declaró la guerra en abril de 1898.

Estados Unidos intervino tanto en Cuba como en Filipinas, logrando rápidas victorias:

  • Batalla de Cavite (Filipinas) → La escuadra española fue derrotada.
  • Batalla de Santiago (Cuba) → España sufrió otra derrota decisiva.

España no tuvo más opción que pedir la paz.


El Tratado de París y la pérdida del Imperio español (1898-1899)

El 10 de diciembre de 1898, España y Estados Unidos firmaron el Tratado de París, por el cual España renunció a sus últimas posesiones en el Caribe y el Pacífico:

  • Cuba quedó bajo el control estadounidense.
  • Puerto Rico y Filipinas pasaron a ser territorio de EE.UU.
  • España vendió las islas Marianas, Palaos y Carolinas a Alemania en 1899, ya que no podía mantener su control.

Con esta derrota, España perdió los últimos restos de su antiguo imperio colonial, lo que tuvo un profundo impacto en la sociedad y política española.

1898: La crisis del fin de un imperio

El «Desastre del 98» y sus consecuencias

La derrota en la guerra de 1898 y la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) fueron un golpe muy duro para España. A este hecho se le llamó el «Desastre del 98», porque dejó claro que el país ya no era una potencia importante y que el sistema político de la Restauración tenía muchas debilidades.


Efectos económicos, políticos y militares

Aunque en un primer momento se pensó que el «Desastre» iba a provocar una crisis enorme, lo cierto es que sus efectos no fueron tan graves en lo inmediato.

  • Económicamente, la guerra supuso una gran pérdida de dinero y de recursos en las colonias, pero en España no hubo una crisis fuerte al principio. De hecho, los primeros años del siglo XX hubo poca inflación, se redujo la deuda pública y hubo muchas inversiones gracias a los capitales que volvieron de América. Aun así, a la larga, perder las colonias afectó a la economía española porque desaparecieron los ingresos y los mercados que estas proporcionaban.

  • Políticamente, el sistema de la Restauración aguantó el golpe. Aunque el desastre dañó la imagen de los políticos, los partidos conservador y liberal siguieron alternándose en el poder sin grandes cambios. No hubo una crisis de Estado, pero sí una gran crisis moral e ideológica, porque muchos pensaban que España estaba en decadencia y que el país necesitaba un cambio profundo.

  • Militarmente, la derrota afectó mucho al ejército. Muchos militares sintieron que los políticos los habían llevado al desastre y que el sistema parlamentario era un fracaso. Esto hizo que en los años siguientes aumentara la influencia del ejército en la política y se reforzaran posturas más autoritarias y radicales dentro de sus filas.


El desencanto del 98

El «Desastre» provocó un sentimiento de frustración y pesimismo en la sociedad española. España, que en su momento había tenido uno de los imperios más grandes del mundo, se quedaba sin sus últimas colonias justo cuando otros países europeos estaban expandiendo sus territorios en África y Asia.

Además, la prensa extranjera ridiculizó a España, presentándola como un país atrasado, con un ejército ineficaz y un sistema político corrupto. Esta imagen caló en la opinión pública y reforzó la sensación de crisis nacional.

Por otro lado, surgió un grupo de escritores e intelectuales que empezaron a reflexionar sobre el problema de España y su futuro. A este grupo se le conoce como la Generación del 98, y estaba formado por autores como Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Ángel Ganivet, Ramón del Valle-Inclán y Antonio Machado. Todos ellos criticaban el atraso del país y defendían la necesidad de un cambio cultural, social y moral.


La voluntad de regeneración

Desde hacía tiempo, muchos intelectuales pensaban que España necesitaba un cambio profundo. Ya en 1876, un grupo de profesores universitarios había fundado la Institución Libre de Enseñanza, con la idea de modernizar la educación y alejarla del control de la Iglesia y del Estado.

A partir del «Desastre del 98», el regeneracionismo cobró fuerza. Este movimiento, encabezado por Joaquín Costa, denunciaba problemas como el caciquismo y el fraude electoral, y defendía que España debía centrarse en la educación y el desarrollo del campo para salir de su atraso. Su lema era «Escuela y despensa», dejando claro que el país necesitaba tanto educación como mejoras económicas.


El primer gobierno regeneracionista

Después del desastre, la política española intentó renovarse, aunque con poco éxito.

El gobierno de Sagasta quedó muy debilitado y, en 1899, el nuevo líder conservador, Francisco Silvela, ganó las elecciones y formó un gobierno junto con el general Polavieja. Este gobierno intentó introducir algunas reformas, sobre todo en descentralización administrativa e impuestos para pagar la deuda de la guerra, pero no tuvieron mucho éxito.

Las protestas de los comerciantes contra los nuevos impuestos y las peleas dentro del gobierno hicieron que en 1901 los liberales volvieran al poder. Al final, todas las promesas de «regeneración» se quedaron en palabras y el sistema político siguió funcionando igual, con el turno de partidos y las viejas prácticas.

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