4.FASCISMO ITALIANO
Italia EN POSGUERRA
Los acuerdos de paz supusieron una gran decepción ya que los aliados acordaron la entrega a Italia del Trentino, Trieste e Istria, pero no de Dalmacia y Fiume, territorios vecinos que Italia reivindicaba como propios y se había acordado en el Tratado de Londres (1915) su entrega. A esta situación se sumó la inestabilidad política: los gobiernos de la monarquía de Víctor Manuel III no conseguían una mayoría suficiente, y entre 1919 y 1922 se sucedieron cinco gobiernos diferentes. Por otro lado, la guerra dejó en Italia graves secuelas humanas y económicas: murieron 700000 hombres, muchas industrias quedaron inutilizadas, y la elevada deuda exterior había aumentado la inflación. Para muchos italianos, el coste de la vida se incrementó, mientras los salarios reales disminuyeron y el número de parados no dejaba de crecer. La crisis económica generó una fuerte tensión social. En el Norte de Italia se desarrolló un movimiento huelguístico que, animado por el ejemplo soviético, pretendía objetivos revolucionarios. Algunos campesinos ocuparon las tierras de los grandes propietarios y los obreros se incautaron de numerosas fábricas. Todos estos movimientos fueron reprimidos, pero el miedo al estallido de una revolución social como la ocurrida en Rusia empezó a preocupar a las clases más conservadoras.
EL ASCENSO DEL FASCISMO
En esta situación de crisis aparecíó la figura de Benito Mussolini, quien, en 1919, creó los Fasci de combate, grupos paramilitares uniformados con camisas negras, con los que pretendía frenar el auge del movimiento obrero, a base de atacar violentamente a los sindicatos obreros y a sus líderes. En 1921, los Fasci se transformaron en el Partido Nacional Fascista, que se presentaba como el recurso más eficaz para detener los movimientos revolucionarios en Italia. Su programa estaba basado en la construcción de un Estado fuerte, que garantizase la propiedad privada, y una política exterior expansionista. El nuevo partido contó con el apoyo de la pequeña burguésía, con la financiación de los grandes propietarios agrícolas e industriales y con la tolerancia de la Iglesia católica y del mismo monarca Víctor Manuel III. En las elecciones de 1922, el Partido Fascista solo consiguió 22 diputados en un Parlamento de 500. Pero ese mismo año, denunciando la incapacidad del gobierno para mantener el orden ante la huelga general de los sindicatos socialistas y anarquistas, Mussolini exigíó al rey que le entregara el gobierno. Para mostrar su fuerza organizó una Marcha sobre Roma acompañado por 300000 camisas negras. En Octubre, el monarca, presionado por las fuerzas conservadoras, le nombró jefe del gobierno.
PRINCIPIOS IDEOLÓGICOS DEL FASCIM O
Entre 1922 y 1924, Benito Mussolini desarrolló un proceso de restricción de las libertades y de persecución de sus adversarios (socialistas, comunistas y democratacristianos), pero mantuvo la ficción de un régimen parlamentario. Después de las elecciones de 1924, ganadas por Mussolini gracias a la violencia ejercida hacia sus oponentes, este anunció la instauración de un régimen autoritario. El Estado y el Partido Nacional Fascista quedaron totalmente identificados en un régimen en el que Mussolini se atribuyó plenos poderes. Los partidos políticos fueron prohibidos, sus líderes, perseguidos y encarcelados, y el Parlamento, sustituido por la Cámara de los Fasci. Asimismo, las huelgas fueron prohibidas, y los sindicatos, sustituidos por un sistema de corporaciones por oficios, que englobaban a representantes de los obreros, de los patronos y del Estado.
También controlaba la economía; defendía una política económica autárquica que aspiraba a la autosuficiencia económica y apoyaba a las empresas privadas, con pedidos militares y fuertes subvenciones. El Estado ejercía un férreo control de la sociedad a través del partido, que dirigía la vida social y dominaba los medios de comunicación (radio, prensa y cine). Se impuso una concepción enormemente conservadora de la familia y del papel de la mujer, y en esa dirección Mussolini firmó un Concordato con la Santa Sede para restaurar en Italia todas las atribuciones de la Iglesia católica. Por último, Mussolini prometíó la creación de un Imperio italiano que, a semejanza del antiguo Imperio romano, controlaría el Mediterráneo. Con este objetivo, en 1935 invadíó Etiopía para ampliar las colonias italianas en el Norte de África.
5. Alemania DE LA POSGUERRA
En 1918, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, el káiser Guillermo II abdicó y se proclamó la república, que establecíó su capital en la ciudad de Weimar y se asentó sobre una constitución democrática. La República de Weimar, dirigida por democratacristianos y socialistas, tuvo que hacer frente al descontento de amplios sectores de la población. En sus primeros años, la nueva república se vio amenazada por movimientos revolucionarios de izquierda (levantamiento de la Liga Espartaquista o comunista) y por varios intentos de golpes de Estado de la extrema derecha (Putsch de Múnich* de las milicias nazis). Parte del malestar provénía de que Alemania tuvo que asumir la derrota militar y aceptar las duras condiciones de paz impuestas por los vencedores. El Tratado de Versalles acusaba a Alemania de ser la causante de la guerra, le arrebataba territorios, reducía su ejército y le impónía fuertes reparaciones económicas.
Además, los años de posguerra fueron para Alemania de crisis económica, miseria y paro. Las deudas de guerra y las reparaciones provocaron una elevada inflación, que vino acompañada de una gran depreciación del marco. Al descontento de los sectores nacionalistas se uníó el de las clases populares, en una grave situación de pobreza.
Adolf Hitler Y LA APARICIÓN DEL PARTIDO NAZI
Adolf Hitler era un soldado desmovilizado de la Primera Guerra Mundial, que no había aceptado la derrota alemana y que en 1920 ingresó en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores de Alemania (NSDAP), del que se erigíó en líder indiscutible. Su ideología fue recogida en el libro Mi Lucha (Mein Kampf), donde exprésó su desprecio por la democracia parlamentaria y su odio al bolchevismo. Asimismo, defendía el antisemitismo, la superioridad de la raza aria y la necesidad de forjar un gran Imperio (Reich) que uniese a todos los pueblos de lengua alemana. Para convencer a las clases trabajadoras, Hitler utilizó la demagogia: prometíó trabajo para todos, reducir los beneficios industriales o mejorar los salarios. En sus discursos, arremetíó fuertemente contra los que acusó de ser los responsables de la crisis alemana: judíos, comunistas y demócratas. El Partido Nazi escogíó como emblema la bandera roja con la cruz gamada y se dotó de una organización paramilitar: las Secciones de Asalto (SA*) y las Secciones de Protección (SS*). Estas milicias se opusieron violentamente a la república y protagonizaron varios intentos insurreccionales; se enfrentaron a las organizaciones de izquierda presentándose como una garantía de orden social frente a la agitación revolucionaria.