Una economía agrícola y señorial
La economía del Antiguo Régimen era básicamente rural, es decir, se basaba en el trabajo de la tierra. Más del 80% de la población se dedicaba a tareas agrícolas. La tierra no se podía comprar ni vender libremente, ya que en su mayoría era propiedad vinculada (no enajenable) de la nobleza y de la Iglesia.
La población campesina estaba sometida al régimen señorial, según el cual los señores (nobles o eclesiásticos) vivían de las rentas e impuestos que los campesinos debían pagarles a cambio de protección teórica. Además, los señores podían dictar órdenes e impartir justicia en sus dominios. Los campesinos también estaban obligados a pagar el diezmo (un 10% de la cosecha) a la Iglesia.
En esta época, la burguesía desempeñaba actividades artesanales y manufactureras, que se vieron estimuladas por el desarrollo del comercio, especialmente el ultramarino.
Una sociedad fundamentada sobre los privilegios
La sociedad del Antiguo Régimen era estamental, es decir, estaba dividida en tres órdenes o estamentos: el clero, la nobleza y el Estado llano (o Tercer Estado, que comprendía a la burguesía, artesanos, campesinos y otros grupos populares).
Una de las características principales de la sociedad estamental era la desigualdad civil. La nobleza y el clero eran los estamentos privilegiados: gozaban de derechos y exenciones fiscales, acaparaban los altos cargos y poseían la mayor parte de la tierra. El resto de la sociedad (el Estado llano) debía soportar las cargas fiscales del Estado y no gozaba de privilegios.
Monarquía absoluta de derecho divino
En esta época predominaba la monarquía absoluta. Esto quiere decir que el rey concentraba todos los poderes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Se consideraba que el poder del rey emanaba de Dios (derecho divino). Aunque el rey estaba teóricamente obligado a respetar las leyes fundamentales del reino, que aceptaba en el momento de su coronación, en la práctica gobernaba sin apenas limitaciones.
Factores impulsores del cambio
El crecimiento económico del siglo XVIII, unido a las aspiraciones de cambio de la burguesía (que deseaba participar en el gobierno y tener reconocimiento social acorde a su poder económico), impulsaron un nuevo pensamiento: la Ilustración. Este movimiento intelectual socavó los fundamentos ideológicos del Antiguo Régimen y propuso nuevos modelos sociales y políticos.
Los campesinos y las clases populares urbanas también se mostraban descontentos, ya que a menudo se empobrecían como consecuencia del aumento de los impuestos y las cargas señoriales, que superaban sus ingresos.
A finales del siglo XVIII, una parte importante de la sociedad anhelaba acabar con el predominio de los privilegiados y con la monarquía absoluta. Se había iniciado el camino de las revoluciones que pondrían fin al Antiguo Régimen.
El crecimiento demográfico
Durante el siglo XVIII, previo a las grandes revoluciones liberales, el continente europeo pasó de unos 100 a cerca de 200 millones de habitantes. Este notable crecimiento fue debido, principalmente, al aumento de la producción agrícola, a la disminución de las grandes epidemias y a una mejora general de la economía.
Este aumento de población produjo una mayor demanda de bienes, ya que había más consumidores, y por ello se reactivó la economía en Europa.
El desarrollo agrícola y manufacturero
El crecimiento de la demanda estimuló la roturación de nuevas tierras para aumentar la producción agrícola. También aumentó la producción artesanal.
Para escapar del rígido control que ejercían los gremios sobre la producción, se introdujeron nuevos sistemas productivos:
- El trabajo a domicilio (putting-out system): consistía en facilitar materia prima e instrumentos a familias campesinas para que elaborasen productos en sus pequeños talleres domésticos.
- Las manufacturas: eran grandes talleres que concentraban un elevado número de trabajadores para elaborar determinados artículos, a menudo de lujo, bajo la supervisión de un empresario.
El auge del capital y de la burguesía
El sistema económico del Antiguo Régimen se basaba fundamentalmente en la propiedad territorial como fuente de riqueza. Al producirse un cambio hacia la producción de bienes, el comercio y el capital como nuevas fuentes de riqueza, perdieron importancia económica las rentas de la agricultura.
Con ello, parte de la nobleza terrateniente vio disminuir sus ingresos relativos, mientras se enriquecía considerablemente la burguesía, que impulsaba los negocios (comercio, finanzas, manufacturas) que generaban mayores ganancias.
El comercio triangular
El comercio colonial (o marítimo) tuvo un gran auge en el siglo XVIII. Los comerciantes europeos intercambiaban productos manufacturados por materias primas de las colonias.
La base de este comercio era el llamado comercio triangular, que implicaba el tráfico de esclavos de raza negra: barcos europeos compraban esclavos en África, los trasladaban a América en condiciones infrahumanas y los vendían para trabajar en las plantaciones (de azúcar, tabaco, algodón…). Con los beneficios compraban materias primas que transportaban a Europa.
Los beneficios obtenidos por el comercio colonial eran muy altos, lo que favoreció a mercaderes, banqueros y prestamistas. Así, tuvo un mayor desarrollo la banca y las compañías comerciales, que solían ser privadas aunque a menudo contaban con la protección del Estado.
La monarquía parlamentaria en Inglaterra
En Inglaterra, a diferencia de la mayoría de Europa, desde la Edad Media el poder real estaba limitado por el Parlamento, compuesto por dos cámaras: la de los Lores (nobles y clérigos) y la de los Comunes (representantes de las ciudades, principalmente burguesía).
Para tomar decisiones de suma importancia, como aprobar nuevos impuestos o declarar la guerra, los monarcas necesitaban la autorización de estas dos cámaras.
Las revoluciones inglesas del siglo XVII
En el siglo XVII, los reyes de la dinastía Estuardo pretendieron gobernar sin el Parlamento y persiguieron a sus oponentes. Estos hechos enfrentaron a los defensores del Parlamento y a los de la monarquía. El conflicto se desarrolló principalmente en dos etapas:
- En 1649, tras una guerra civil, el rey Carlos I fue ajusticiado y se proclamó una república. Años después se restableció la monarquía, y el nuevo rey (Carlos II) tuvo que aceptar un mayor control del Parlamento. En 1679 se aprobó el Habeas Corpus, una ley que garantizaba las libertades individuales e impedía al rey toda detención arbitraria.
- En 1688-1689, la política absolutista de Jacobo II provocó una segunda revolución (la ‘Revolución Gloriosa’). El Parlamento ofreció la corona a Guillermo de Orange, príncipe protestante dispuesto a jurar la Declaración de Derechos (Bill of Rights) en 1689, que limitaba los poderes del monarca y sometía muchas de sus decisiones al Parlamento.
Monarquía con poder limitado
A lo largo del siglo XVIII, una serie de medidas posteriores precisaron las atribuciones del Parlamento frente al monarca y asentaron el principio de la separación de poderes.
Las leyes quedaban en manos del Parlamento (poder legislativo), el poder judicial era independiente del gobierno, y el monarca dirigía el poder ejecutivo. Sin embargo, el sistema no era plenamente democrático: sólo una minoría (grandes propietarios agrarios, burgueses) tenía derecho a voto.
El Despotismo Ilustrado
El despotismo ilustrado se puede resumir en la frase: ‘Todo para el pueblo, pero sin el pueblo’. Esta fue la forma de gobierno que intentaron llevar a cabo algunos soberanos europeos en la segunda mitad del siglo XVIII, uniendo la concepción absolutista de la monarquía con las ideas de progreso de la Ilustración.
En distintos países surgieron monarcas ilustrados (como Federico II de Prusia, María Teresa de Austria, Catalina la Grande de Rusia o Carlos III de España) que promovieron la racionalización de la administración, el fomento de la educación, la modernización económica, y crearon programas de desarrollo agrícola e industrial, pero sin ceder poder político ni cuestionar los privilegios.
La Independencia de los Estados Unidos
Las trece colonias británicas establecidas en la costa este de América del Norte protagonizaron en la segunda mitad del siglo XVIII la primera insurrección colonial contra una metrópoli, siguiendo los principios políticos ilustrados. Constituyeron el primer gobierno fundamentado en los principios de igualdad y libertad.
Los colonos americanos estaban descontentos con su metrópoli (Gran Bretaña) porque no les permitía enviar representantes al Parlamento británico y les imponía fuertes impuestos y limitaciones comerciales.
La llamada ‘revuelta del té’ (Boston Tea Party, 1773) inició el conflicto armado. Para reforzar su posición, delegados de las trece colonias, reunidos en Filadelfia, redactaron la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (4 de julio de 1776), que expresaba los principios ilustrados (derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad) y el deber de los gobernantes de respetar los derechos inalienables del pueblo.
La guerra fue larga y, tras la derrota británica en Yorktown, Gran Bretaña reconoció la independencia de los Estados Unidos de América en el Tratado de París (1783). Tras la victoria, se redactó una Constitución (1787), la primera escrita de la historia, que establecía la soberanía nacional y la separación de poderes. Poco después, George Washington fue proclamado primer presidente.
El pensamiento de la Ilustración
Los ilustrados tenían fe absoluta en la razón (la inteligencia humana) como único medio para entender y explicar el mundo. Los filósofos ilustrados se enfrentaron así a la concepción del mundo basada en la tradición y la teología, predominante desde la Edad Media.
Aunque la mayor parte de los ilustrados eran deístas (creían en una religión natural o racional), rechazaban la superioridad dogmática de cualquier religión sobre las otras y condenaban la intolerancia religiosa. Voltaire fue un gran defensor de la libertad de conciencia y de la tolerancia.
Los ilustrados tenían una concepción optimista de la naturaleza y del ser humano (considerado bueno por naturaleza). Confiaban en la idea del progreso y creían que la razón y la voluntad humana podían mejorar la sociedad.
Nuevas ideas propuestas por los ilustrados
A nivel económico: Se opusieron al mercantilismo (que basaba la riqueza en la acumulación de metales preciosos a través del comercio). Los fisiócratas, como Quesnay, defendieron que la agricultura era la principal fuente de riqueza. Otros, como Adam Smith (padre del liberalismo económico), defendieron que la riqueza procede del trabajo y la producción, y abogaron por la libertad económica y la mínima intervención del Estado.
A nivel social: Se opusieron a la sociedad estamental. Proclamaron que nadie podía heredar honor, prestigio o privilegios en nombre de sus antepasados. Defendieron la movilidad social, la igualdad de origen y el mérito según la valía y la inteligencia de cada uno.
A nivel político: Criticaron el despotismo y la arbitrariedad del absolutismo. Montesquieu propuso la división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial). Rousseau defendió la necesidad de un contrato social entre gobernantes y gobernados (la Constitución) y formuló el principio de soberanía nacional (el poder emana del libre consentimiento de los ciudadanos expresado mediante el voto). Se defendió la necesidad de un Parlamento que limitase el poder del rey y un sistema fiscal que no recayese exclusivamente sobre el pueblo.
Una nueva dinastía gobierna España: Los Borbones
En 1700 murió Carlos II, el último rey de la casa de Austria (Habsburgo), sin descendencia directa. Esto desencadenó la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) entre los partidarios de Felipe de Borbón (nieto del rey Luis XIV de Francia) y los del archiduque Carlos de Habsburgo (de Austria). La guerra concluyó con el Tratado de Utrecht (1713), que reconoció a Felipe V como rey de España, instaurando así la dinastía Borbón.
La presencia de la misma familia (Borbón) en los tronos de Francia y España propició una alianza internacional conocida como los Pactos de Familia a lo largo del siglo XVIII.
El reinado de Felipe V (1700-1746, con una breve interrupción) y Fernando VI (1746-1759) se caracterizó por la implantación del modelo absolutista centralista francés. Su sucesor, Carlos III (1759-1788), fue el máximo exponente del despotismo ilustrado en España e intentó llevar a cabo un plan modernizador de la sociedad y la economía españolas.
El sucesor de Carlos III, Carlos IV (1788-1808), atemorizado por el estallido de la Revolución Francesa (1789), paralizó el proceso reformista y volvió a políticas conservadoras, intensificando la censura para evitar el contagio revolucionario.
La uniformización territorial
Al finalizar la Guerra de Sucesión, Felipe V unificó administrativamente los antiguos reinos de la Corona de Aragón con Castilla, imponiendo unas leyes únicas, una administración idéntica y la homogeneización de sus instituciones.
Para ello se promulgaron los Decretos de Nueva Planta (entre 1707 y 1716), que anularon los fueros (leyes propias) e instituciones de los territorios de la Corona de Aragón (Aragón, Valencia, Cataluña y Mallorca) como castigo por su apoyo al candidato austriaco durante la guerra (con la excepción del Valle de Arán, Navarra y el País Vasco, que mantuvieron sus fueros).
El territorio se dividió en provincias, al frente de las cuales se situó a un capitán general con poder militar y administrativo, actuando como gobernador. En cada provincia se crearon audiencias para la administración de justicia. Se implantaron corregidores (nombrados por el rey) en las principales ciudades e intendentes para la recaudación de impuestos y la dinamización económica.
La reorganización administrativa
Los primeros Borbones reformaron la estructura del Estado para implantar el absolutismo y centralizar el poder. El rey concentraba todos los poderes y gobernaba con ayuda de Secretarios.
Los antiguos Consejos fueron relegados (excepto el Consejo de Castilla, que actuó como consejo consultivo para todo el reino). Se crearon las Secretarías de Despacho (antecedente de los ministerios actuales), dirigidas por Secretarios nombrados directamente por el rey.
Las Cortes de los diferentes reinos desaparecieron, excepto las de Castilla, que se convirtieron en Cortes Generales del Reino, aunque quedaron prácticamente anuladas y se reunían solo a petición del rey.